(Ejercitando
el estilo epistolar con destinatario libre)
Por: Fernando Chelle
Querida
Bola 8. Desde que te perdiste, o te robaron, o te escondiste, los encuentros
con mis amigos no han vuelto a ser los mismos. Tú eras el alma del juego y de
ti dependían nuestras desdichas o alegrías. Disfrutábamos de ir metiendo una a
una a tus compañeras, lisas o rayadas según el caso y luego sí, encontrarnos
solos contigo. Soy consciente de cómo se transformaban nuestros rostros al ir
ganando terreno hacia ti, al escuchar el sonido de las otras bolas cayendo por
el riel interno de la mesa, hasta que se detenían con un sonido profundo.
Debíamos cuidarte, porque la perdición total dependía de cómo se te tratara. Si
por algún infortunio llegabas a caer en un hoyo equivocado ya nada se podía
hacer y todo estaba perdido. Ni la roja, ni la amarilla, tanto lisa como rayada
se asemejan a ti. Quizá el negro con que te vistes, sea un símbolo ambiguo, no
solo de muerte, porque indudablemente eres alguien que en un mismo momento
matas a un contendor y le das vida, alegría, gloria, a otro.
El
domingo de mañana, cuando quise ubicar todas las bolas en el triángulo y no
estabas tú, sentí en mi pecho un vacío profundo. Pensé en tu vida, en lo que
seguramente fuiste antes de vivir conmigo en esta misma casa, y por supuesto,
me pregunté dónde estarías. Cerré los ojos y me transporté al África profunda.
Allí, una elefanta trataba por todos los medios de sacar de un pantano a su
pequeño hijo, donde había caído, quizá por curiosidad o por intrepidez. A lo
lejos, en la sombra de un árbol que no pude identificar su especie, descansaba
un elefante de grandes colmillos. Allí, sin saberlo, potencialmente, te
encontrabas tú, Bola. Obviaré en estas líneas la imagen violenta e inhumana que
me tocó presenciar cuando a aquel gigante sobreviviente al siglo de las
máquinas se lo despojó de sus colmillos. Vi a las máquinas, despojar, matar,
pero también transformar, crear, y de alguna manera dar vida. No me refiero a
la vida de lo inerte, sino a la vida de los que a partir de creaciones como tú,
por momento renacemos de esta muerte constante en que vivimos, con pulmones,
con pies y con manos. Pero bueno, no te he escrito para hablar de mí, y ni
siquiera para hablar de ti, quizá me distraje contándote mis pensamientos. Lo
que marca este momento es tu ausencia. Hoy en la mañana, mientras aprontaba el
mate, me pregunté si no te habrías ido a juntar con tus hermanas. Quizá este
pensamiento se debió a que en la última imagen que recuerdo de tu proceso de gestación,
tú te encontrabas con muchas bolas iguales a ti. Eran todas bolas 8, negras, brillantes,
sin ningún tipo de uso. Se les notaba en la apariencia que nunca habían sido
picadas por las cabezas azules de tiza de los tacos, que nunca habían chocado
contra otras bolas, ni contra baranda alguna, ni tampoco habían bajado por
canales internos de mesas desconocidas, en una especie de tobogán conducente a
la nada momentánea, al silencio, a la oscuridad y a la quietud. Para irme
despidiendo, Bola, te cuento algo que estoy seguro que te resultará gracioso.
Alejandro, mi viejo amigo, al que tú conoces tanto como yo, el que una vez te
escondió, lo recuerdas, ese mismo, me dio una idea, me planteó una solución
transitoria. Él dice que a falta de tu presencia podríamos elegir otra bola que
te suplante y otorgarle el cargo simbólico de bola 8, o sea, el cargo que solo
tú estás destinada a ocupar. Esto indudablemente traería un problema, porque ya
sea que elijamos para ocupar tu cargo a una bola lisa o a una rayada, uno de
los equipos, o de los jugadores, quedaría con una bola menos. Yo entiendo la
propuesta de Alejandro, y quieres que te sea sincero, Bola, y no quiero que te
enojes por esto, la propuesta de Alejandro, a mí ya se me había ocurrido. Por
esto te escribo, casi suplicándote para que aparezcas, para que muestres
nuevamente tu hermosa cara negra en este sitio. Porque sabes qué, Bola, yo
quiero seguir jugando, contigo o sin ti. Tú sabes que aquí te espero y que
cuando regreses tendrás tu puesto, pero si no lo haces, la vida continuará.
Sin
más que decir, y esperando esperanzadamente tu feliz regreso, te saluda
atentamente, tu antiguo dueño,
Fernando
# PUENTEMIAU
Narraciones breves del laboratorio literario debajo del puente
GATO MALTRECHO EDITORIAL
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