Génesis
Canta,
joven dios, patrón de la poesía
la
gloria de tus descendientes
desde
la de Esculapio, posible nombre mío,
hasta
la del gran Zoilo
médico,
poeta y
valeroso
caudillo de la patria.
Sean
todos tus laureles
cual
los brazos de Dafne
para
este bardo amigo
raíz
que hoy ilumina
el
verso que lo honra.
Este
canto apócrifo y antiguo
es
la existencia de un niño en soledad,
la
voz de un patio soleado
lleno
de plantas y árboles frutales
donde
palpita gozoso el universo
y
hace danzar las flores con su brisa lejana.
Hay
tanto silencio en el suspenso,
en
este asombro aristotélico ante las cosas,
que
el amor se reduce al cobijo de los árboles
y
al diamante que deja al pasar un caracol.
Yo
soy el niño que está vivo y se canta
con
esta lengua amada de mis antepasados
que
no fueron raíz de este sueño de versos,
pero
sí el justo barro donde sopla la vida.
Poeta
de un río Negro, donde pintados pájaros
nacidos
para volar hasta la muerte
se
detienen, a veces, en muelles de palabras
y
en las flores del tiempo de un patio interminable.
La
soledad buscada, necesaria, del niño a plena luz
la del lenguaje cósmico donde lee el poeta
vive
conmigo, incluso, en medio de la noche
y
lleva por el mundo mis perfumes de siesta
cuando
ya nadie duerme y tiemblan las estrellas,
soy
un poeta con los sueños intactos
y
con la certeza, de que mi canto apócrifo y antiguo
es
la existencia de un niño en soledad.
El
espíritu se movía sobre la faz de las aguas
arrastrando
barcos de la vieja Europa.
El
mismo que con su aliento empujó
las
chalanas de mis abuelos
sobre
las costas del río Negro.
Allí,
al rumor de esas orillas
estaba
el llanto, dormido,
agazapado
en las tinieblas del todo.
Estaba
la punta de un ovillo
que
rodaría las calles grises del barrio oeste
y
de todos los barrios de la ciudad coqueta.
Allí,
junto al aroma de los eucaliptus del río
y
los acordes de las veredas del barrio
nació,
sin falsos pintoresquismos,
el
estilo de mis versos.
Más
allá del hierro forjado del zaguán
y
del tul de la puerta cancel
tras
el viejo escritorio de roble
con
su Quijote, su Sancho y sus cuadernos
el
aroma atemporal de los jazmines
en
un patio de conejos y de pájaros
con
enanos roídos por el tiempo.
Allí,
ahora lo sé,
en
esas tierras de la memoria
germinaba
sin saberlo la poesía.
Es
el reinado antiguo del jazmín y de la rosa
del
tic tac de las gotas repetidas
apenas
interrumpidas por la lluvia.
Amada
patria de canteros y de frutos
de
roídos paredones del atardecer
y
de lunas en el agua temblorosas
como
las nerviosas cuerdas de una guitarra.
Patio
de la niñez donde vive y crece la poesía
en
un jardín de tierra de recuerdos y de olvidos.
Y
afuera, más allá de la sala y el zaguán
las
arterias de piedra de la Italia chica,
brillantes
como los peces
siempre
desembocan en el río.
Allí,
entre verdes islas
de
chalanas mecidas en la orilla
nunca
he sido profeta.
Sin
embargo,
los
altos pinos al final del pueblo
donde
se hamaca la postrera sombra
sabrán
un día de mis cansados huesos,
como
los eucaliptus hoy saben de mis versos
y
yo de su fragancia que no tiene fronteras.
Nunca
he podido irme de la piel
que
sujeta pecho, sueño y palabra
de
un poeta del Sur.
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