Libro: Cantar de mí mismo


Cantar de mí mismo

Fernando Chelle





·         Editorial: PALABRA ESCRITA; 1 edición (15 de julio de 2024)
·         ISBN: 978-628-01-4250-0

Cantar de mí mismo (Colombia 2024) 


Poema del libro 

Cantar de mí mismo


Génesis

 

Canta, joven dios, patrón de la poesía

la gloria de tus descendientes

desde la de Esculapio, posible nombre mío,

hasta la del gran Zoilo

médico, poeta y

valeroso caudillo de la patria.

Sean todos tus laureles

cual los brazos de Dafne

para este bardo amigo

raíz que hoy ilumina

el verso que lo honra.

Este canto apócrifo y antiguo

es la existencia de un niño en soledad,

la voz de un patio soleado

lleno de plantas y árboles frutales

donde palpita gozoso el universo

y hace danzar las flores con su brisa lejana.

Hay tanto silencio en el suspenso,

en este asombro aristotélico ante las cosas,

que el amor se reduce al cobijo de los árboles

y al diamante que deja al pasar un caracol.

Yo soy el niño que está vivo y se canta

con esta lengua amada de mis antepasados

que no fueron raíz de este sueño de versos,

pero sí el justo barro donde sopla la vida.

Poeta de un río Negro, donde pintados pájaros

nacidos para volar hasta la muerte

se detienen, a veces, en muelles de palabras

y en las flores del tiempo de un patio interminable.

La soledad buscada, necesaria, del niño a plena luz

 la del lenguaje cósmico donde lee el poeta

vive conmigo, incluso, en medio de la noche

y lleva por el mundo mis perfumes de siesta

cuando ya nadie duerme y tiemblan las estrellas,

soy un poeta con los sueños intactos

y con la certeza, de que mi canto apócrifo y antiguo

es la existencia de un niño en soledad.

 

El espíritu se movía sobre la faz de las aguas

arrastrando barcos de la vieja Europa.

El mismo que con su aliento empujó

las chalanas de mis abuelos

sobre las costas del río Negro.

Allí, al rumor de esas orillas

estaba el llanto, dormido,

agazapado en las tinieblas del todo.

Estaba la punta de un ovillo

que rodaría las calles grises del barrio oeste

y de todos los barrios de la ciudad coqueta.

Allí, junto al aroma de los eucaliptus del río

y los acordes de las veredas del barrio

nació, sin falsos pintoresquismos,

el estilo de mis versos.

Más allá del hierro forjado del zaguán

y del tul de la puerta cancel

tras el viejo escritorio de roble

con su Quijote, su Sancho y sus cuadernos

el aroma atemporal de los jazmines

en un patio de conejos y de pájaros

con enanos roídos por el tiempo.

Allí, ahora lo sé,

en esas tierras de la memoria

germinaba sin saberlo la poesía.

Es el reinado antiguo del jazmín y de la rosa

del tic tac de las gotas repetidas

apenas interrumpidas por la lluvia.

Amada patria de canteros y de frutos

de roídos paredones del atardecer

y de lunas en el agua temblorosas

como las nerviosas cuerdas de una guitarra.

Patio de la niñez donde vive y crece la poesía

en un jardín de tierra de recuerdos y de olvidos.

Y afuera, más allá de la sala y el zaguán

las arterias de piedra de la Italia chica,

brillantes como los peces 

siempre desembocan en el río.

Allí, entre verdes islas

de chalanas mecidas en la orilla

nunca he sido profeta.

Sin embargo,

los altos pinos al final del pueblo

donde se hamaca la postrera sombra

sabrán un día de mis cansados huesos,

como los eucaliptus hoy saben de mis versos

y yo de su fragancia que no tiene fronteras.

Nunca he podido irme de la piel

que sujeta pecho, sueño y palabra

de un poeta del Sur.    




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