Cadencias que el aire dilata en la sombra
Fernando Chelle
· Editorial: CreateSpace Plataforma Independent Publishing; 1 edición (16 de abril de 2018)
· ISBN-10: 1717111998
· ISBN-13: 978-1717111999
Cadencias que el aire dilata en la sombra (Colombia 2018)
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Un breve ensayo, como
prólogo del autor
Escribir sobre el Romanticismo literario europeo en
general, sería una tarea, no sólo pretenciosa, sino inabarcable. Se tendría que
hablar de un movimiento que estuvo presente en todos los países del antiguo
continente, que se extendió desde finales del siglo XVIII, hasta finales del
siglo XIX, pero que, de alguna manera, sus características nunca dejaron de
estar presentes, incluso, las podemos ver hasta en obras de la actualidad.
Cadencias que el aire dilata en la
sombra (Colombia, 2018), obra que toma su título del
cuarto verso de la Rima I de Gustavo Adolfo Bécquer, es un
conjunto de once estudios críticos y analíticos, sobre obras de cuatro autores
representantes del Romanticismo literario europeo: Las cuitas
del joven Werther (1774) del alemán, Johann Wolfgang von Goethe (1749-1832); Oda
a una urna griega (1819) del británico, John
Keats (1795-1821); Correspondencias (1857) del francés,
Charles Baudelaire (1821-1867) y Rimas (1871) del
español, Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870).
Si bien en el estudio de los textos
se repara en diferentes características temáticas y estructurales, hay un tema
específicamente que atraviesa la obra de cada uno de los autores: la reflexión, acerca de la dificultad de la expresión
artística, literaria, poética.
La novela epistolar de Johann Wolfgang von Goethe Las cuitas del
joven Werther se encuentra dividida en dos partes,
tituladas: Libro Primero y Libro Segundo, respectivamente. En la
carta del 10 de mayo, texto perteneciente al Libro Primero, segunda epístola
que el joven protagonista envía a su amigo y receptor Guillermo, el tema
predominante es el artístico, más precisamente, el conflicto que se establece
entre la vivencia y la creación artística. Veamos este tema en los dos primeros
párrafos de la carta, donde el protagonista se encuentra en medio de una
experiencia mística, de una vivencia placentera y absoluta:
Semejante a una de esas suaves mañanas de primavera
que dilatan mi corazón, priva en mi espíritu una gran serenidad. Estoy solo y
gozo y me regocijo de vivir en estos sitios, creados para almas como yo.
Me siento tan feliz, amigo mío, estoy tan absorto
en el sentimiento de una plácida vida, que hasta mi talento resiente su efecto.
Mi pincel y mi lápiz no podrían trazar hoy la menor línea, dibujar el menor
rasgo, y no obstante, jamás me he sentido tan gran pintor como hoy.
Lo interesante de este pasaje, es ver
cómo el estado de ánimo, la vivencia de Werther, repercute en su obra creándole
un conflicto que termina siendo paradójico, porque llega a sentirse un gran
pintor sin llegar a pintar nada.
Ahora miremos el párrafo final de la
epístola:
¡Oh, amigo! Cuando ante mis ojos aparece lo
infinito sintiendo el mundo reposar a mi alrededor, y tengo en mi corazón el
cielo, como la imagen de una mujer querida, dando un gran suspiro, exclamo:
“¡Ah, si pudieras expresar, estampar con un soplo sobre el papel lo que vive en
ti con vida tan poderosa y tan ardiente; si tu obra pudiera reflejar tu alma,
como ésta es el espejo de un Dios infinito…” Pero, ¡ay, querido amigo! Me
pierdo, me extravío y sucumbo bajo la imponente majestuosidad de esta visión.
En este párrafo final de la carta,
encontramos un desdoblamiento del narrador, donde el Werther que vive la
experiencia le habla al Werther artista. La experiencia mística es tan
maravillosa, que despierta, en el Werther que la vive, la necesidad de decirle al
Werther artista lo fantástico que sería poder llegar a plasmar y perpetuar,
tanta belleza y tanta dicha. Es una vivencia “poderosa” y “ardiente”, y la
expresión artística de una vivencia tal, sería el espejo del alma del artista,
que a su vez es el espejo de la divinidad. Este juego especular, muestra, en
última instancia, que la obra plasmada con el poder y el ardor necesario por
parte del artista es una muestra de la divinidad.
En el final, Werther se dirige
nuevamente a Guillermo, el receptor, para expresarle que se siente gozosamente
derrotado ante la experiencia mística. Es el Werther
artista, el que se pierde y se extravía ante la imponencia y la
majestuosidad.
Sigamos reparando en el tema del
conflicto de la expresión artística, ahora vinculado a la expresión poética,
literaria. Veamos un fragmento de la primera estrofa de la Oda a una
urna griega, de John Keats, donde el yo lírico al dirigirse a la urna, le
dice:
historiadora
selvática, que puedes expresar
un cuento adornado
con mayor dulzura que nuestra rima!
La comunicación de la urna
no pasa por el código lingüístico, sino por las imágenes talladas en el
mármol. En esos versos, vemos como el poeta le da más valor a la plasticidad de
las imágenes que a la comunicación lingüística. La dulzura, lo agradable que
pudo transmitir el artista primario, el escultor de la urna, no puede llegar a
ser expresado en la segunda obra hecha de palabras. De manera que lo que
tenemos en esos versos, aparte de la introducción al poema, es una reflexión
sobre el hecho creativo realizado desde el poema mismo. En este caso se trata
del pasaje de un lenguaje artístico a otro, pero en el fondo está el tema de la
imposibilidad de la expresión total de la percepción, del sentir profundo del
artista. Si bien miramos, es la misma imposibilidad que describe el joven
Werther en la carta del 10 de mayo, cuando frente a tanta belleza de la
naturaleza se siente imposibilitado de pintar.
Quien quizá ha expresado mejor la
dificultad de la expresión total en la escritura ha sido Gustavo Adolfo Bécquer
en su Rima I, donde el yo lirico refiere que lo gigante y extraño,
que precede a la manifestación artística, debe ser expresado con un lenguaje
rebelde y mezquino. La obra resultante termina siendo un pálido reflejo de
aquello que la inspiró. Veamos las dos primeras estrofas:
que anuncia en la noche del alma una
aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las
sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idïoma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Es indudable el carácter metapoético
del texto y la reflexión sobre la dificultad de la expresión poética.
Comienza con un tono exaltado,
parecido al de un himno, con una afirmación contundente: “Yo sé un
himno…”. El verbo saber en primera persona muestra la seguridad que
siente el yo lírico, no tiene ninguna duda al respecto. Ese himno, esa
composición solemne, elevada, que además de
contener letras también es música, es la poesía que está configurada adentro
suyo.
El himno es calificado con dos
adjetivos muy significativos: “gigante y extraño”. El hecho de que
sea gigante trasciende la posibilidad de ser expresado, es algo inabarcable. A
esta característica se le suma la extrañeza. El adjetivo “extraño” parece
contraponerse a la utilización del verbo saber en primera persona, pero es que
el yo lírico es consciente que el himno es algo ajeno a él y lo que no
comprende es cómo esa composición sublime llegó a existir en su interior. En
los dos adjetivos que caracterizan al himno, se encuentra la raíz del fracaso
al que se enfrentará el poeta, porque a eso gigante y extraño, tendrá que
expresarlo con un lenguaje rebelde y mezquino. Esta imposibilidad a la que se
enfrenta no es otra cosa que la imposibilidad de llegar a expresar el ideal, y
este es un tema romántico por excelencia.
Hay una identificación sorprendente,
las páginas son “cadencias”. El himno se ha perdido, de la
composición solemne, elevada y unitaria, en las páginas, no quedan más que
cadencias, sonidos tenues. Como si fuera poco, esas cadencias se enfrentan a
otro agravante, el aire las dilata en la sombra. Los mínimos vestigios que
podían llegar a quedar del himno se expanden, se pierden en la sombra, en el
olvido.
En los dos últimos versos de la
segunda estrofa, el poeta le pide al lenguaje, algo que de por sí es lineal,
que sea simultaneo. Hay un esfuerzo en el uso del polisíndeton por superar la
linealidad, pero nosotros como lectores sabemos que eso no es posible y
percibimos el fracaso. El yo lírico quisiera que el lenguaje fuera una especie
de quintaescencia de los sentidos, pero cuando se refiere a eso no tiene otra
alternativa que enumerar linealmente cuáles son sus pretensiones.
El poema Correspondencias de
Charles Baudelaire, de alguna manera, con el uso de la sinestesia, logra
acercarse a ese lenguaje pretendido por Bécquer, a esa especie de
quintaescencia de los sentidos. Este texto, que funciona como una poética
dentro de la obra baudeleriana Las flores del mal, va a marcar el
camino que llevará a las diferentes vanguardias del siglo XX. Veamos
el primer terceto:
Hay perfumes tan frescos como carnes de
niños,
dulces como el oboe, verdes como
praderas,
y hay otros corrompidos, ricos y
triunfantes,
En el primer verso de este terceto,
vemos como, de forma magnífica, el poeta logra establecer una correspondencia
entre el mundo de los sentidos y los conceptos morales. Ya hay una mezcla con
respecto a los sentidos, veamos, lo fresco está relacionado con el sentido del
tacto no del olor, pero quién puede negar que haya perfumes frescos. Lo notable
es el elemento comparante, carne de niños, que seguramente todos coincidiríamos
que es fresca, pero por qué, porque no está corrupta, no ha sido contaminada,
por eso es fresca, pero esta frescura está vinculada al mundo de lo moral, de
los valores y no de los sentidos.
También existe una metonimia, donde
aparece el oboe como dulce, cuando si algo es dulce no es el propio instrumento
sino el sonido que él produce. Vemos, además, como a un sonido, que pertenece
al sentido de la audición, se lo vincula al sentido del gusto. Hay una comparación
que es literal, verdes como praderas, aunque se le da al perfume un color, o
sea, se lo ubica en el terreno del sentido de la vista.
Si bien, como queda demostrado, el tema
de la expresión poética atraviesa la obra de los cuatro autores estudiados, el
presente libro ofrece además un estudio completo de Las cuitas del
joven Werther, de Johann Wolfgang von Goethe y también un estudio profundo
de todo el libro de las Rimas, de Gustavo Adolfo
Bécquer. De John Keats y de Charles Baudelaire, se estudian únicamente
los textos mencionados, aunque, como es lógico, en su totalidad, ya que en este
prólogo se tomaron únicamente aquellos fragmentos significativos para ilustrar
el tema de la dificultad de la expresión poética.
A excepción del estudio sobre Correspondencias de
Charles Baudelaire, que fue publicado en el periódico El Libertador de
la Universidad Simón Bolívar (Cúcuta, Colombia) en diciembre de 2012, los demás
artículos que contiene el libro fueron publicados en la Revista Digital
VADENUEVO (Montevideo, Uruguay) entre febrero de 2017 y abril de 2018.
Fernando Chelle
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