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viernes, 8 de mayo de 2015

Estudio de "El guardagujas", cuento de Juan José Arreola



Una inquietante espera
entre lo absurdo y lo fantástico

Desde una simple sátira sobre el sistema ferroviario mexicano, pasando por una clara crítica al mercantilismo deshumanizante, las vías de El guardagujas culminan en la estación alegórica del destino del hombre.


Por Fernando Chelle

El guardagujas es un cuento del escritor mexicano Juan José Arreola (Ciudad Guzmán, México, 21 de septiembre de 1918 ‑ Guadalajara, México, 3 de diciembre de 2001). Este texto, probablemente el mejor cuento de literatura fantástica escrito en México en el siglo XX, fue publicado por primera vez en el año 1952 y forma parte del volumen titulado Confabulario.
Definir el tema central del cuento no es una tarea fácil, porque el gran mérito de este texto es la multiplicidad de interpretaciones que podemos llegar a tener, algunas son más evidentes que otras, pero podríamos decir que en el relato conviven varias líneas interpretativas, si se quiere, todas válidas. Es indudable la sátira sobre el sistema ferroviario mexicano y la industrialización; la crítica al mercantilismo deshumanizante; la alegoría sobre el destino del hombre; la mirada absurda hacia ciertos sistemas políticos e instituciones sociales.
De forma resumida, podríamos decir que el argumento del cuento es el siguiente: un forastero llega agotado, cargando una valija, a una estación desierta. Es la hora exacta en que su tren debe partir. De pronto siente que alguien, que no había visto y que se presenta de forma inesperada, le da una suave palmada. Es un viejecillo de vago aspecto ferrocarrilero, provisto de una pequeña linterna roja, que lo mira con ansiedad. Inmediatamente se entabla un diálogo entre estos dos personajes, donde el forastero le pregunta al recién llegado si ya había salido el tren con destino a T, pero el viejecillo, en lugar de responder directamente a la pregunta que se le hace, comienza a aconsejar y advertir al forastero sobre distintos aspectos del extraño sistema ferroviario de aquel país. En el extenso diálogo, el viejecillo, que es el guardagujas, contará al forastero una historia inverosímil, fantástica, absurda, sobre las características del sistema ferroviario. Le cuenta que los trenes de aquel país no tienen un itinerario establecido y que pueden llegar a tomar los rumbos más diversos. En ocasiones los trenes son abandonados y los pasajeros una vez que se encuentran desamparados optan por formar nuevos pueblos. Dentro del absurdo, se mantienen las desigualdades sociales en los servicios, ya que si hay un solo riel y los pasajeros pueden llegar a sufrir lesiones, son los de primera clase los que se ubican del lado del riel. En esta realidad fantástica, en ocasiones, los pasajeros deben colaborar con la empresa prestadora del servicio e incluso realizar tareas inverosímiles, como por ejemplo desarmar un tren pieza por pieza y llevarlo de un lugar a otro para suplir la falta de un puente. La empresa todopoderosa instrumenta una realidad ficticia para darles tranquilidad a los pasajeros haciendo uso de muñecos en lugar de operarios y mostrando imágenes pintadas de paisajes que pasan por las ventanillas y que sirven para suplantar la realidad. La domesticación de los pasajeros por parte de la empresa es total, incluso se han establecido escuelas para que las personas aprendan a convivir armónicamente y puedan pasar la vida dentro de los trenes. A todo esto, el forastero no cuestiona ni pone en duda la realidad absurda y fantástica que se le describe, pero de alguna manera sigue atado a su realidad, la de querer llegar a T, es por eso que lo único que atina a responder insistentemente es que debe llegar al pueblo de T mañana mismo. En el final del relato, sorpresivamente, aparece el tren, el viejo guardagujas sale corriendo, dando saltos por la vía y le dice al forastero que ha tenido suerte y que mañana mismo llegará a su destino, pero cuando pregunta nuevamente el nombre del pueblo, el forastero ya no contesta T sino X. Finalmente, el guardagujas desaparece, solo queda de él el punto rojo de la linterna flotando en el aire, mientras la locomotora se acerca como un ruidoso advenimiento.
Como dije anteriormente, una de las posibles interpretaciones que podemos llegar a tener de este cuento es la sátira que en él se establece sobre el sistema ferroviario mexicano. En la caótica descripción que lleva adelante el guardagujas, desnuda un desorden brutal por parte de los encargados de llevar adelante esta empresa. Vinculado a esta sátira, se encuentra el tema de la industrialización que estaba sufriendo el país azteca a mediados del pasado siglo. Se podría decir también que el cuento implica una amplia reflexión acerca de las dificultades que conlleva la industrialización en una sociedad. La narración tiene lugar en una época histórica donde el desarrollo tecnológico, vinculado a los medios de transporte y la industria, había llegado para quedarse, y los hombres de la época veían estos avances como la promesa de un mundo de progreso y bienestar. Sin embargo, en la narración de Arreola ese advenimiento de la tecnología y las máquinas parece jugar un papel negativo y deshumanizante en la vida de los individuos. Los hombres son los que han creado las máquinas para beneficiarse de sus servicios, pero lo que se interpreta a partir de la narración es todo lo contrario, vemos como los hombres viven en un mundo estructurado para las máquinas y se tienen que adaptar para convivir bajo los parámetros que el nuevo tiempo histórico impuso. Esa adaptación y sometimiento a que se ve enfrentado el ser humano se ve claramente en las palabras del guardagujas, quien en ningún momento cuestiona las nuevas conductas sociales impuestas por la empresa de ferrocarriles, es más, se dedica a elogiar las iniciativas de carácter absurdo que lleva adelante la empresa para establecer el control de los pasajeros y poder imponer sus intereses.  Ese nuevo escenario histórico tampoco vino a terminar con las desigualdades sociales que imperaban en la sociedad, vemos como siguen existiendo los privilegios y las categorías en el mundo ferroviario.
La crítica al mercantilismo deshumanizante en el texto también es evidente, las relaciones sociales que se establecen en ese mundo y que tan detalladamente describe el guardagujas muestran como los pasajeros parecen estar de acuerdo con las normas impuestas por la empresa, aceptando de buena gana sus propios tormentos.
También señalé, como otra de las interpretaciones posibles de este cuento, la alegoría que se establece con el destino del hombre, donde el viaje en tren sería comparable al viaje que supone el transcurso por la vida misma, o los distintos viajes que un hombre suele tener por los caminos de la vida. Si seguimos esta lectura, el texto puede querer decir que el individuo deberá resignarse y aceptar las condiciones que se le presenten en la vida, así como el forastero del relato debe resignarse a los destinos inesperados adonde lo puede llevar el tren. Si bien el personaje del relato tiene un boleto con destino a T y por ende espera llegar a esa ciudad, no es para nada seguro que el viaje culmine en ese sitio. De igual manera, pueden llegar a suceder las cosas en la vida de los distintos individuos y la enseñanza que arroja el cuento, desde esta lectura, parece querer decir que lo importante es vivir, subir al tren, tratar de disfrutar el viaje y si llegamos al destino que buscamos bien y si no, tendremos que tratar de estar preparados para los posibles desvíos que se puedan llegar a dar en el camino. Los hombres suelen padecer frente a la vida las mismas incertidumbres que padece el forastero del cuento, la soledad, el desaliento, la inseguridad, el desconcierto, pero la vida, como el camino que va a emprender el tren, puede tener inciertos destinos. Siguiendo esta lectura, vemos como todos los hombres en algún momento deben tomar el tren, pero no podrán estar seguros de cuando el tren va a pasar, ni siquiera si va a pasar, aunque hayan tenido la precaución de comprar el boleto de antemano. Quizá a algunos de nosotros nos termine sucediendo lo que les sucedió a los pasajeros que terminaron fundando la aldea de F, cuando el tren perdió su rumbo, quizá otros lleguen a la estación que esperaban y sin mucho esfuerzo, pero eso nadie lo puede saber.
Otra lectura, muy próxima a la anterior, nos acercaría al concepto del absurdo, donde el viaje en tren, si bien lo podríamos interpretar como el viaje de la vida, sería también el viaje por la existencia de lo absurdo. No es lógico, ni racional, que el forastero después de haber escuchado las descripciones del guardagujas siga optando por querer abordar el tren y sin embargo no existe ningún tipo de cuestionamiento por parte de este viajero sobre el conjunto de disparates que escucha, él solo quiere llegar a T. Por otra parte, vemos como los demás pasajeros también aceptan las condiciones de la empresa, aceptan tomar trenes que quizá no los lleven a sus destinos, aceptan desarmar un tren y llevarlo de a pedazos a otro lado, aceptan poder morir y ser enterrados en los vagones cementerio, aceptan, en definitiva, el establecimiento del absurdo.
Me parece interesante, también, tocar el tema de lo fantástico en este relato, ver como un texto que en un principio se podría inscribir dentro de un contexto realista, poco a poco y a medida que el guardagujas comienza a tener la voz en la historia ese realismo se va perdiendo y le va dejando paso a lo fantástico. Hay en el relato dos discursos bien distintos, por un lado tenemos la historia inverosímil que cuenta el guardagujas, tratando de advertir al forastero sobre las características del sistema ferroviario del país, y por otro lado tenemos la historia de este último, que espera un tren con un destino concreto, la ciudad de T. En este sentido, el guardagujas representa lo fantástico, mientras que el forastero representa lo normal, lo verosímil. Al discurso de características fantásticas del guardagujas se opone, no solo lo que dice el forastero, sino la realidad que todos los lectores reconocemos como posible. Todos somos conscientes que el servicio que brindan los trenes responde a una lógica funcional, acordada de antemano e inmodificable, salvo que se informe a los pasajeros de algún cambio inesperado. Lo lógico, lo normal, lo preestablecido, es comprar un boleto y tomar un tren que se dirigirá a un determinado sitio, por vías dispuestas con anterioridad para que todo funcione como se ha proyectado. De manera que lo que cuenta el guardagujas, los lectores sabemos que no es posible, no se pueden modificar las vías ni el funcionamiento del circuito ferroviario porque esto es algo que ya está establecido y los pasajeros conocen. Sin embargo, la aceptación del forastero de todo lo que se le dice, el no cuestionamiento del discurso del viejo guardagujas, lleva a que el lector perciba que el relato va a transitar definitivamente por otro terreno y acepte la posibilidad del absurdo. Tanto es así, que este es el discurso que se va a imponer como la nueva verdad dentro del cuento; aunque allí está el forastero repitiendo una y otra vez que mañana debe llegar a T, los lectores ya estamos familiarizados con la lógica del absurdo que representa el viejo guardagujas. Es un cuento que comienza transitando los caminos de lo reconocible como real, luego claramente da un viraje hacia lo fantástico y sólo al final cae de nuevo en lo reconocible como real cuando se escucha el silbato que indica la llegada del tren. Lo extraño del final es que cuando el guardagujas pregunta al forastero sobre su destino, este en lugar de responder T, que se correspondería con el discurso realista que había tenido hasta el momento, responde X.
Para finalizar el artículo, me voy a referir brevemente a las claras influencias kafkianas que se pueden percibir en la lectura de este cuento del mexicano Juan José Arreola. En primer lugar, la espera e incertidumbre que tiene que pasar el forastero de “El guardagujas” es comparable a lo que le sucede al protagonista de la novela “El castillo” del escritor checo Franz Kafka. Allí vemos como el protagonista K se ve imposibilitado de entrar al castillo al cual se lo había convocado, a este personaje kafkiano le toca sufrir una espera interminable comparable a la que sufre el forastero de Arreola en la solitaria estación. En otro breve texto de Kafka, “Una confusión cotidiana”, también podemos ver como los negociantes A y B se citan pero nunca pueden encontrarse. Este tema de la espera o la postergación Kafka lo aborda también en otro texto breve titulado “Ante la ley”, donde un campesino espera toda su vida para que lo dejen cruzar una puerta. Otro rasgo propio de la literatura de Kafka, que se ve en Arreola, es la tendencia hacia lo infinito y lo caótico, esto el autor checo lo abordó en “La muralla china”, donde se refirió a ese proyecto interminable, y en “El escudo de la ciudad”, donde se refirió a la imposibilidad de la construcción de la Torre de Babel. En el cuento de Arreola, lo infinito y lo caótico está presente en las redes ferroviarias y en los innumerables inconvenientes que sufren los pasajeros. Por último, uno de los temas fundamentales de Kafka y que también se puede percibir en “El guardagujas” es el tema del poder indefinible. Este es un tema recurrente en la obra del autor checo, donde frecuentemente se describe la realidad de la burocracia y de las grandes compañías todopoderosas; en el cuento de Arreola la empresa centralista que dirige los ferrocarriles es la que detenta un poder ilimitado.


Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy . Mayo de 2015. Disponible aquí: http://www.vadenuevo.com.uy/index.php/the-news/3380-80-vadenuevo11  

miércoles, 4 de febrero de 2015

Estudio de "El Aleph", de Jorge Luis Borges

La multiplicidad infinita del universo



Un acercamiento al cuento paradigmático de la literatura de Jorge Luis Borges. Son muchos los críticos literarios que consideran este texto una de las mejores obras de ficción de todo el siglo XX.

 
Por Fernando Chelle


El texto elegido para comentar en este artículo literario pertenece al escritor argentino Jorge Luis Borges (Buenos Aires, Argentina, 24 de agosto de 1899 ‑ Ginebra, Suiza, 14 de junio de 1986). Se trata de un cuento titulado El Aleph, considerado por una parte de la crítica literaria mundial como una de las mejores ficciones del siglo XX. El texto fue publicado por vez primera en la revista Sur en el año 1945 y posteriormente formó parte del libro homónimo que publicó la Editorial Emecé de Buenos Aires en 1949.
Este cuento paradigmático de la literatura borgiana es el que cierra un libro que contiene diecisiete relatos, donde de alguna manera cada uno de ellos trata sobre algún conjunto en particular (sobre algún catálogo), y donde se encuentran los temas más recurrentes del autor argentino; el tiempo, la muerte, la inmortalidad, la búsqueda del conocimiento vinculada a la curiosidad, la cábala, los laberintos, las bibliotecas, la referencia a diferentes obras del canon universal, la incapacidad del ser humano de enfrentarse a la eternidad, el universo, la infinitud, los dioses, el azar, entre otros. La obra toma el nombre del símbolo matemático א (número álef) que señala el tamaño de conjuntos infinitos y que para las doctrinas místicas de la Cábala significa la multiplicidad infinita del universo. En esta primera letra del alfabeto hebreo los místicos judíos vieron la raíz espiritual de todas las letras, una letra que las contiene a todas y por ende contiene todos los elementos del lenguaje humano. Según esta tradición la letra (álef) es un símbolo del universo y de la voluntad divina, ya que fue la única letra que los mortales escucharon de la voz de Dios.
Este libro de Borges, donde confluye lo tradicional y lo metafísico, está escrito con una prosa, si bien profunda, sobria, fácil de leer; posee la virtud de abordar temas sumamente complejos en tramas sencillas, esto lo podemos ver claramente en el cuento elegido para el artículo, donde si bien se recrea una experiencia trascendental, la narración es simple, lineal.
El cuento está narrado en primera persona por un narrador protagonista, que curiosamente tiene el mismo apellido que el autor; esto no es más que un juego que utiliza el escritor de la narración que ayuda a que aparezcan desdibujados los parámetros que separan la realidad de la ficción y que se suma a otros elementos de carácter verosímil que aparecen en el texto y que forman parte de una realidad reconocible.
Esta obra tiene como principal tema la experiencia del enfrentamiento de un individuo, en este caso el narrador protagonista, al infinito, representado en un objeto llamado el Aleph, que no es otra cosa que un punto en el universo (microcosmos) que contiene a su vez todos los puntos del universo (macrocosmos). Borges-autor ha utilizado en este relato de características fantásticas un procedimiento consistente en ubicar un objeto de características simbólicas en un ámbito cotidiano y real como es un sótano en plena ciudad de Buenos Aires. Lo fantástico se caracteriza por incluir lo sobrenatural en lo cotidiano; en el caso de este cuento no solo se narran acontecimientos completamente realistas, sino que estos acontecimientos están anclados en una realidad perfectamente reconocible, verosímil. Allí está no solo la ciudad de Buenos Aires, sino también el barrio Constitución, los nombres de autores como Juan Crisóstomo Lafinur y Pedro Henríquez Ureña entre otras referencias del mundo real; esto le permite jugar con una realidad verosímil, ficcionalizarla y luego adentrarse en otra dimensión fantástica que es donde se encuentra el Aleph.
A la hora de describir la multiplicidad de las cosas del universo que refleja el Aleph, el narrador se enfrenta a la imposibilidad de hacerlo de forma completa mediante un instrumento tan limitado como el lenguaje humano y por esa razón acude a enumeraciones caóticas que de alguna manera lo acercan a una sucesión interminable. Pero si bien este es el tema central del relato, hay otros dos que también forman parte del eje narrativo del cuento. Ellos son: la relación de amor frustrado entre Borges‑protagonista y la desaparecida Beatriz Viterbo, y por otro lado la relación de carácter personal y literario que mantiene Borges‑protagonista con el primo de Beatriz, Carlos Argentino Daneri.
El relato se podría dividir en tres momentos: en primer lugar, los hechos que suceden en la vida del protagonista antes de la contemplación del Aleph, luego la contemplación propiamente dicha y por último las reflexiones que despierta en el personaje la contemplación del maravilloso objeto.
Luego de dos breves citas, una tomada de Shakespeare y otra del Leviathan, comienza el relato haciendo referencia a la muerte de Beatriz Viterbo, amiga del narrador protagonista. En la primera parte del relato, que se corresponde con los hechos que le suceden a Borges‑protagonista antes de la contemplación del Aleph, el personaje nos cuenta cómo se fue haciendo un visitante frecuente de la casa de su difunta amiga, lugar donde se encuentra con el padre de Beatriz y fundamentalmente con su primo, Carlos Argentino Daneri, autor de un poema titulado “La tierra”, con el que intenta mostrar toda la redondez del planeta. El personaje Borges, mantiene extensas charlas con Daneri que le sirven al Borges‑autor para dar sus puntos de vista sobre diferentes conceptos referentes al mundo literario. Satíricamente el autor ha creado un personaje como Daneri que es quien personifica dentro de la narración la imagen de un seudopoeta, consagrado por premios nacionales; es indudable la crítica implícita que se hace a la mala literatura por parte de Borges, ya que las estrofas transcritas del primo de Beatriz, y que este considera valiosas, no son más que torpes versificaciones extravagantes. En una ocasión, Daneri llama por teléfono a Borges para invitarlo a tomar la leche en el bar de Zunino y de Zungri, los propietarios de la casa de la calle Garay donde tradicionalmente había vivido. Allí le lee algunas estrofas del poema y Borges teme que Daneri termine pidiendo que le prologue el libro, cosa que no sucede ya que el pedido que le hace apunta a que Borges funcione como un intermediario con el escritor Álvaro Melián Lafinur, para que este último prologue la obra. En una primera instancia Borges acepta cumplir la función de intermediario y hablar con Lafinur, pero una vez que se despide de Carlos Argentino Daneri lo piensa mejor y decide no hacerlo y hacerse responsable de su decisión. Meses después Borges recibe otro llamado de un desesperado Daneri que le cuenta que Zunino y Zungri planeaban derrumbar la casa de la calle Garay, lugar donde, le cuenta a modo de confesión, hay en el sótano un Aleph, un espacio donde se confunden todos los espacios del orbe, que había descubierto siendo niño y ahora le era necesario para culminar una novela que estaba escribiendo. Ante estas palabras, Borges se siente tentado de ir inmediatamente a conocer el maravilloso objeto. Una vez en la casa, Daneri ofrece a Borges una copa de coñac, lo invita a bajar al sótano y le indica la posición que debe adoptar para poder contemplar el Aleph. Por un momento Borges sospecha que Daneri lo quiere matar y que su curiosidad lo ha hecho caer en la trampa, pero nada de eso sucede, sino que al cabo de seguir los pasos que Daneri le ha indicado para poder ver el objeto finalmente puede contemplar el universo en un punto preciso. Así es que el maravillado protagonista ve una esfera cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna; un objeto en que se refleja el Todo, sin límite de espacio, y donde el tiempo son todos los tiempos fusionados en una realidad simultánea; ve diversos sitios de diferentes lugares, ve el pasado, el presente y el futuro y accede en ese momento a los más recónditos secretos que guarda el universo. La fantástica contemplación hace sentir al protagonista infinita veneración e infinita lástima y solo atina a decirle a Daneri, que busca la complicidad de su invitado: “Formidable. Sí, formidable”. Borges opta por no hablar con su anfitrión de la magnífica visión y lo termina instando a que finalmente aproveche la demolición de la casa para alejarse definitivamente del Aleph. Nunca sabemos si son coincidentes las visiones que tienen ambos personajes acerca del Aleph, Borges opta por no contestar la pregunta que le hace Daneri: “-¿Lo viste todo bien, en colores?
El cuento finaliza con una posdata donde el protagonista informa que la casa fue finalmente demolida en 1943 y por ende el Aleph fue destruido. También hace referencia a la suerte que corrió Daneri como escritor y a dos circunstancias sobre la naturaleza del Aleph, una sobre su origen y otra sobre su posible falsedad. Estas reflexiones están basadas en citas de algunos textos de autores clásicos y de otros contemporáneos. A las distintas hipótesis sobre lo sucedido con el objeto, el protagonista suma la posibilidad de que lo haya visto pero lo haya olvidado.
Es innegable el paralelismo que se podría establecer en este relato con algunos pasajes de obras como “La Divina Comedia” de Dante Alighieri, donde Beatriz Viterbo sería comparable a Beatriz Portinari, porque es gracias a ella que Borges ‑al igual que Dante‑ puede llegar a la divinidad, en este caso representada en el Aleph. Algo similar sucedería con “La República” de Platón, donde se podría comparar el descenso al sótano con el mito de la caverna, donde los personajes están inmóviles y ven imágenes que vienen a sustituir la realidad. Pero tanto estos paralelismos como las numerosas posibles interpretaciones que podemos hacer del cuento desde distintos puntos de vista, que irían desde lo literario hasta lo filosófico y lo teológico, serían parte de un estudio que excede a este artículo, en que apenas se ha intentado un acercamiento a un texto imprescindible de la literatura del pasado siglo.
Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy. Febrero de 2015. Disponible aquí: http://www.vadenuevo.com.uy/index.php/the-news/3317-77vadenuevo12

martes, 4 de noviembre de 2014

FELISBERTO HERNÁNDEZ (II) La fantástica extrañeza de lo cotidiano



Narrador profundamente original, desestructurado, autoficcional, extraño, con grandes dosis de humor. El escritor que no se parece a ninguno, el fantástico Felisberto. En este artículo: etapas y características de su obra, junto a un análisis literario del cuento Muebles: El Canario.

 

Por Fernando Chelle

 

En el número anterior de Vadenuevo se publicó la primera parte de un estudio sobre la obra del escritor uruguayo Felisberto Hernández. Ese artículo abordó la recepción que ha tenido la obra felisbertiana a través de la historia por parte de diferentes críticos y escritores. Aquí se estudiarán las distintas etapas de la obra del autor y las características principales que presenta esa obra, y se analizará literariamente uno de sus relatos más conocidos, Muebles: El Canario.

 

Obra literaria de Felisberto Hernández

 

Se puede dividir en tres etapas:

 

a) De iniciación, que comprende sus cuatro primeros libros: Fulano de tal (1925), Libro sin tapas (1929), La cara de Ana (1930), y La envenenada (1931).

b) De madurez, que incluye Por los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943).

c) Etapa final, que abarca el resto de su obra: Tierras de la memoria (publicada póstumamente, en 1965), Nadie encendía las lámparas (1947), Las hortensias (1949) y La casa inundada (1960).

A esta clasificación en etapas se le deben sumar otros textos y fragmentos pertenecientes a distintas épocas que póstumamente aparecieron reunidos en Diario del Sinvergüenza y Últimas invenciones (Editorial Arca, 1974). En otra publicación realizada por la Editorial Arca en 1969, titulada Primeras invenciones, figuran además de los cuatro primeros libros, cuatro cuentos inéditos y algunos publicados en periódicos como así también tres poesías que datan del año 1932 y 1934. Aunque resulte extraño este último dato, Felisberto también incursionó en el género lírico, al igual que en el dramático, donde compuso una obra breve, aunque a estos géneros no los siguió cultivando.  

 

Características de la obra de Felisberto Hernández

Lo primero que notamos cuando nos enfrentamos a cualquier obra de Felisberto Hernández, es que estamos frente a un narrador original, donde las historias no recorren los caminos tradicionales de la organización narrativa. Sus cuentos, parecen carecer de una estructura sólida que los sustente, se van construyendo mediante la asociación de ideas y motivos, y en su mayoría no presentan finales concluyentes. Las atmósferas internas de los relatos son extrañas, donde los objetos parecen tener vida propia, las partes del cuerpo parecen tener independencia, lo real se mezcla con lo fantástico y donde todo se expresa en un lenguaje sencillo y cotidiano con grandes dosis de humor.

Es notable también en estos relatos, la repetición del mismo tema o motivo, a saber, los sucesos que le acontecen a un pianista itinerante. Es importante destacar, que el material narrativo con el que Felisberto trabajó fue tomado de la vida real. En la mayoría de sus relatos, podríamos decir que existe un fuerte componente autobiográfico ya que Felisberto fue en su vida un pianista que recorrió gran cantidad de pequeñas ciudades del interior del Uruguay y la Argentina dando conciertos. De esa realidad, el autor supo sacar los contenidos de su literatura, tomó elementos históricos y los transmutó en literarios, siempre desde una mirada retrospectiva donde la memoria juega un papel fundamental. Los recuerdos de esas pequeñas ciudades y pueblos, con sus humildes teatros, comercios y plazas, son los que se encuentran en sus relatos. No hay nunca una identificación precisa de lugares determinados, la acción de cuentos como El Balcón y El cocodrilo, por ejemplo, bien podría suceder en Rocha, en Florida como en Mercedes, por nombrar solo tres ciudades que coinciden con los lugares donde Felisberto publicó sus primeras obras. Quizá el lugar más identificable está presente en Por los tiempos de Clemente Colling, donde se recrean las mansiones señoriales de la zona del Prado montevideano y el recorrido del tranvía 42, pero incluso este lugar determinado, en el relato está en función de la evocación, no responde a la necesidad de recrear aspectos geográficos o históricos ya que el centro de interés son los recuerdos del propio personaje.

Ese fuerte componente autobiográfico que presenta la obra de Felisberto, al que podríamos llamar autoficción, se vincula directamente con el estilo que el autor decidió darle a sus narraciones. Solo en unos pocos relatos se utiliza la tercera persona, la inmensa mayoría de ellos son contados en primera persona por un narrador protagonista. Este factor le da a las narraciones un tono informal, sobrio, coloquial. La transmutación de elementos históricos en literarios Felisberto la hizo con total sencillez, utilizando las palabras de todos los días, las más directas y fáciles, dejando de lado los términos más ampulosos y retóricos. Ese estilo conversacional, poco académico, hizo que parte de la crítica no dudara en atacarlo, acusándolo de tener un léxico reducido. Quizá estos críticos, anquilosados en sus parámetros estilísticos, no supieron apreciar en Felisberto un léxico que es adecuado al tono general de sus narraciones, personajes y situaciones y que crea en el lector una sensación de naturalidad y espontaneidad muy bien lograda.

Vinculados a la voz de una primera persona, aparecen los hechos contados que refieren siempre al tiempo del narrador. Al igual que como sucede con el espacio, el tiempo en las narraciones felisbertianas suele ser indeterminado. Sabemos por los tiempos verbales que se utilizan, o por determinados giros como “en aquel tiempo” que lo que se cuenta pertenece al pasado, que ya sucedió. Hay narraciones que refieren a hechos, lugares y personajes que Felisberto parece haber tomado de su infancia, otras de su adolescencia y otras de su edad madura, pero en esa evocación constante de sus relatos el tiempo aparece desdibujado, simplemente son acontecimientos que ocurrieron antes del momento de la narración.

Una de las características que los lectores parecen percibir más rápidamente en la literatura de Hernández es el dejo humorístico que la acompaña. El humor, lo cómico, al decir de Calvino “transfigura la amargura de una vida tejida de derrotas”, y es que el humor presente en las narraciones de Felisberto es el que posibilita el discurrir de situaciones absurdas, disolviendo acontecimientos que podrían resultar angustiantes o tormentosos si se les diera otro tipo de tratamiento. Situaciones vitales como las que tiene que enfrentar el personaje de El cocodrilo o el de Muebles “El Canario”, no son de por sí humorísticas, todo lo contrario, el humor ahí se transforma en el vehículo que permite transitar por terrenos de confusión, malestar y desconcierto.

Otra característica particular en la narrativa de Felisberto es el tratamiento que se le da a los objetos y a las distintas partes del cuerpo. En Por los tiempos de Clemente Colling el personaje narrador dice "En aquel tiempo mi atención se detenía en las cosas colocadas al sesgo", esto implica una mirada diferente sobre las cosas, donde se pretende desentrañar su misterio, su funcionalidad secreta e inexplicable desde un punto de vista racional. Es que en estos relatos los objetos parecen estar dotados de vida propia, estar personificados y no al servicio utilitario que le suelen dar los hombres.

Algo similar, pero a la inversa, sucede con las distintas partes del cuerpo, donde lo humano se cosifica. Hay una extraña mirada sobre el propio cuerpo, donde las diferentes partes parecen ser objetos autónomos también con vida propia. Esto lo podemos percibir en muchos relatos, pero es sobre todo en Diario del sinvergüenza, donde más claramente se ve este diálogo entre el narrador y su cuerpo. De esta manera, podemos ver cómo en el mundo felisbertiano se establece un extraño relacionamiento de cosas inanimadas y seres cosificados.

 

Lo fantástico

Para decirlo de forma muy resumida, se le denomina literatura fantástica a aquellos relatos que presentan sucesos que el lector no podría explicarse recurriendo a interpretaciones que partan de una realidad posible. El relato fantástico presentará al lector algún acontecimiento extraño, sorprendente, en medio de circunstancias que se podrían denominar normales. Frente a esto el lector podrá sentir dudas, incertidumbre, sorpresa, pero debe aceptar lo que se le está contando como posible dentro de la ficción narrativa, aunque esos sucesos sean inexplicables desde un punto de vista racional.

Mucho se ha discutido por parte de la crítica y de diversos escritores acerca de incluir o no a la literatura de Felisberto Hernández dentro del género fantástico. Hay quienes no dudan en tildarlo de fantástico, otros aceptan el calificativo pero con ciertas restricciones y hay quienes definitivamente rechazan ubicarlo dentro de esta categoría. Creo que el problema aquí, radica en el afán que se ha tenido tradicionalmente, no solo por parte de la crítica, de querer hacer corresponder las obras de arte a modelos, escuelas o tendencias canónicas. Esta intención reguladora, puede resultar muy útil a la hora de establecer similitudes y diferencias entre ciertas manifestaciones artísticas, pero debemos comprender que las obras son expresiones independientes de los modelos. Aparte de esto, tampoco podemos referirnos al conjunto de la obra de Hernández como perteneciente o no al género fantástico, hay algunos relatos que indudablemente presentan las características que, críticos como Todorov, atribuyen al género fantástico y también encontramos otros relatos que definitivamente no.

En una gran cantidad de relatos, Felisberto Hernández le da lugar a lo fantástico en medio de situaciones que podríamos calificar como normales, reales, verosímiles. Lo fantástico, en algunas de estas narraciones, es creado con los mismos elementos que componen el mundo real a los que se mira de una forma distinta. Lo extraño, lo sorprendente, Felisberto generalmente lo introduce en sus narraciones mediante expresiones o giros lingüísticos como por ejemplo: “en ese momento ocurrieron muchas cosas”, “ocurrió que”, "me ocurrió”, sin que haya una relación de causa y efecto entre lo que venía pasando en la narración y lo que va a ocurrir.

 

Análisis literario

El texto de Felisberto Hernández elegido para el análisis literario se trata de un cuento titulado Muebles “El Canario”, perteneciente al libro Nadie encendía las lámparas, publicado por la Editorial Sudamericana en la ciudad de Buenos Aires en el año 1947.

El tema central del cuento es, la invasión de los medios de comunicación al servicio de la publicidad en la intimidad de un individuo y de la sociedad en general.

Al referirme a las características de la obra de Felisberto, dije que las historias no recorren los caminos tradicionales de la organización narrativa, que son cuentos que carecen de estructura sólida que los sustenten y que se van construyendo mediante la asociación de ideas y motivos y que en su mayoría no presentan finales concluyentes. Esto es justamente lo que sucede con Muebles: “El Canario”, al detenernos en el texto queriendo establecer una posible estructura interna, nos enfrentamos a la dificultad que implica separar con claridad los distintos momentos que lo componen. De todas maneras hay en el relato una sucesión de acontecimientos que se van encadenando pero que se presentan al lector de forma muy trabada. Haré un esfuerzo, con una finalidad práctica y analítica, y trataré de mostrar cuáles son los eslabones de esa cadena.

El primer momento del relato refiere a los acontecimientos que le suceden al personaje central, narrador y protagonista del cuento, quien está regresando a la ciudad y de pronto se ve sorprendido por un acontecimiento inusual, extraño, sorprendente, ya que es inyectado en uno de sus brazos sin su consentimiento. Podemos establecer un segundo momento, pero repito, simplemente con una finalidad analítica, que comenzaría cuando el personaje desciende del tranvía, aquí el centro de interés serán las reflexiones del personaje acerca de lo que le acaba de ocurrir y el comienzo de los extraños y fantásticos efectos que experimenta. El tercer momento del relato, estaría marcado por los intentos en tratar de anular los efectos de la inyección que lleva adelante el protagonista, y luego asistimos al cuarto y último momento, que comprende el desenlace de la historia y que estaría marcado por el diálogo que el personaje protagonista establece con un hombre que inyectaba unos niños.

La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido. Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un lugar cercano y no había querido enterarme de lo que ocurriera en la ciudad. Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa. Volvía a mi pieza más bien temprano y un poco malhumorado por lo que me había ocurrido en el tranvía. Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que daba al pasillo. Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las rodillas y traía los brazos al aire, pues mi camisa era de manga corta.

El comienzo del relato es abrupto, no existe una introducción que nos sitúe al personaje en un determinado tiempo o lugar antes de comenzar la acción, sino que son las propias palabras del narrador protagonista las que están presentes al comienzo de la narración. El primer enunciado del cuento es muy importante, allí se refieren dos cosas, por un lado el tema central del relato “la propaganda” y por otro la actitud del individuo frente a esa acción publicitaria, ya que el personaje dice “me tomó desprevenido” con lo que se podría entender que existe la posibilidad de actuar de forma prevenida frente al acecho de la propaganda. Quizás aquí ya encontramos la primera crítica implícita a la invasión de los medios de comunicación al servicio de la publicidad. En la voluntad del personaje estaba el no querer enterarse de nada de lo que ocurría en la ciudad, porque estaba de vacaciones en un lugar cercano. Aquí podemos ver, como indiqué en las características de la obra de Felisberto, que no hay nunca una identificación precisa de los lugares donde transcurre la acción, el sitio donde estaba vacacionando simplemente era un lugar cercano.

Si reparamos en la utilización de los tiempos verbales, vemos que este narrador homodiegético está hablando desde un futuro: “La propaganda de estos muebles me tomó desprevenido”, esta es otra característica felisbertiana que habíamos señalado, lo que se cuenta pertenece al pasado, ya sucedió.

El protagonista dice volver a su “pieza” no a su casa, y esto es muy significativo, recordemos lo referido al fuerte componente autobiográfico en la obra de Felisberto, pues bien, como pianista itinerante el autor se alojaba frecuentemente en cuartos de pequeños hoteles que continuamente aparecen referenciados en su obra, este parece ser uno de esos casos. Pero veamos qué fue lo que ocurrió en el tranvía; la ubicación del personaje del lado del pasillo, con su saco en las rodillas y los brazos al aire prepara el terreno para comenzar la narración de los sucesos que van a acontecer.

Entre las personas que andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:

-Con su permiso, por favor…

Y yo respondí con rapidez:

-Es de usted.

Pero no sólo no comprendí lo que pasaba sino que me asusté. En ese instante ocurrieron muchas cosas. La primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso, y mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que no sé por qué creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir «es de usted» ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras. Al mismo tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:

-Después a mí.

Yo debo haber hecho un movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:

-¡Ah!, lo voy a lastimar… quieto un…

Pronto sacó la jeringa en medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara. Después empezó a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida. A pesar de que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de resorte. Entonces leí las letras amarillas que había a lo largo del tubo: Muebles «El Canario». Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y decidí enterarme al otro día por los diarios.

Se establece un diálogo entre el hombre que inyecta a los pasajeros y el protagonista y nosotros como lectores pasamos a ser una especie de testigos presenciales de la escena que se desarrolla. Cuando el protagonista da permiso al hombre de la jeringa no es para que lo inyecte, sino que seguramente pensó que le estaba solicitando permiso para pasar, él es un ignorante de estas nuevas metodologías publicitarias. Con la frase “En ese instante ocurrieron muchas cosas” comienzan los hechos absurdos que luego darán lugar a lo fantástico.

Hay un contraste entre la actitud del protagonista y los demás pasajeros quienes ya parecen conocer los mecanismos utilizados por las empresas para hacer propaganda de sus productos, en cambio él se siente totalmente desconcertado, sorprendido, asustado ante los hechos. Fijémonos las diferentes actitudes, por ejemplo el protagonista realiza un movimiento brusco con el brazo ante el desconocimiento de lo que pasa, con el riesgo incluso de lastimarse, mientras la gorda, conocedora de la metodología, miraba operar muy complacida. La actitud de la gorda frente a los hechos nos resulta cómica, pero es precisamente ese tratamiento humorístico que le da Felisberto al relato el que le permite continuar refiriendo una situación absurda como si se tratara de algo normal.

Si le quisiéramos dar una lectura simbólica al relato, podríamos ver en ese tranvía una representación de la sociedad y sus comportamientos frente al advenimiento de una sociedad de consumo marcada por la omnipresencia de las distintas formas de publicidad. En esa lectura el protagonista es la excepción, lo extraño en medio de pasajeros sonrientes y alienados ante los parámetros sociales imperantes. El hecho de ser la excepción, de aparentemente ser el único que no entiende la situación, es lo que lleva a este personaje a sentirse avergonzado y a no animarse a preguntar de qué se trataba todo aquello.

Pero apenas bajé del tranvía pensé: «No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje consecuencias visibles si realmente se trata de una propaganda.» Sin embargo, yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no hacer caso. De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga. Antes de dormirme pensé que a lo mejor habrían querido producir algún estado físico de placer o bienestar. Todavía no había pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito. No tenía la calidad de algo recordado ni del sonido que nos llega de afuera. Era anormal como una enfermedad nueva; pero también había un matiz irónico; como si la enfermedad se sintiera contenta y se hubiera puesto a cantar.

Cuando me referí a la literatura fantástica, dije que ésta presenta al lector algún acontecimiento extraño, sorprendente, en medio de circunstancias que se podrían denominar normales, basta mirar estos acontecimientos que le suceden al personaje, sin explicación alguna, para ubicar, al menos este relato, dentro de ese género.

Si bien el protagonista se encuentra por fuera de la alienación general de la gente que iba en el tranvía, los parámetros sociales no dejan de condicionarlo, porque de todas formas se avergüenza de ser diferente, de desentonar con la mayoría y en lugar de reaccionar de alguna manera precisa ante la absurda situación, espera a bajarse del tranvía para comenzar a formularse distintas hipótesis, algunas inverosímiles, sobre lo ocurrido. El haber leído en la jeringa las palabras Muebles: El Canario, es lo que le lleva a pensar que se trata de una propaganda, pero no concibe que una publicidad no deje consecuencias visibles, ya pronto comenzará a experimentar cuáles son realmente las consecuencias de esa inyección. Me resulta significativa la frase “de cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga” porque puede estar cargada de un sentido irónico. Porque preguntémonos, y más en la actualidad, ¿cuáles son los límites en una sociedad consumista para la invasión publicitaria, qué generan las drogas y qué genera el consumismo una vez que la publicidad invade la mente de los consumidores?, ambas cosas generan una necesidad, un deseo y finalmente una dependencia. Ambas cosas también en ocasiones son utilizadas por los individuos para suplir carencias, llenar vacíos y lograr un placer pasajero.

El hecho fantástico comienza antes de que el personaje concilie el sueño, cuando empieza a escuchar dentro de él el canto de un pajarito. El acontecimiento es profundamente extraño, pero como sucede en este tipo de narraciones, nosotros los lectores debemos aceptar lo que se nos está contando como posible dentro de la ficción narrativa, aunque nos parezca un suceso inexplicable desde un punto de vista racional. El personaje califica al extraño canto del pajarito como una “enfermedad nueva”, y enseguida Felisberto recurre a uno de sus artificios predilectos, la animación de conceptos u objetos donde hasta los sentimientos cobran vida propia e independiente. En este caso es la enfermedad que está padeciendo la que se siente contenta y se pone a cantar, esto además de darle vida propia e independiente a ese padecimiento, tiene un sentido oximorónico, contradictorio, porque si hay algo que no se vincula con la alegría y el canto es propiamente la enfermedad.

Estas sensaciones pasaron rápidamente y en seguida apareció algo más concreto: oí sonar en mi cabeza una voz que decía:

-Hola, hola; transmite difusora «El Canario»… hola, hola, audición especial. Las personas sensibilizadas para estas transmisiones… etc., etc.

Todo esto lo oía de pie, descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz; había dado un salto y me había quedado duro en ese lugar; parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza. Me volví a tirar en la cama y por último me decidí a esperar. Ahora estaban pasando indicaciones a propósito de los pagos en cuotas de los muebles «El Canario». Y de pronto dijeron:

-Como primer número se transmitirá el tango…

Del canto del pajarito se pasa ahora a un sonido que el protagonista califica de “más concreto” se trata de una voz humana, una voz de un locutor que al igual que el pajarito suena adentro de su cabeza. El protagonista deja a un lado la voz narrativa y reproduce lo que dice la voz del locutor, quedando el personaje protagonista por un momento en el papel de escucha. Se trata de una transmisión radial, cuya difusora tiene casualmente el mismo nombre que tenía la jeringa que le inyectaron en el tranvía, “El Canario”. El locutor habla de una audición especial y hace referencia a las personas que han sido sensibilizadas para escuchar esas transmisiones, que no son otras que las que han sido inyectadas. Luego hay una descripción que hace el personaje de sí mismo, donde lo vemos con miedo “sin animarme a encender la luz”, desconcertado, no dando crédito a lo que estaba pasando “parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza”. Nos enteramos, y ahora nuevamente por la voz del personaje, de que la radio es una herramienta publicitaria al servicio de los muebles “El Canario”, donde se anuncian los beneficios que tienen los clientes, como por ejemplo la posibilidad de pagar los muebles en cuotas. La voz del locutor aparece nuevamente para anunciar el primer número musical de la transmisión, se trata de “el tango”, lo que llevará al personaje definitivamente a la desesperación. Hay aquí un hecho puntual que muestra el desagrado que siente el protagonista por el tango, incluso la voz del relator no especifica un tango en particular, sino que simplemente dice “el tango” lo que mostraría que ese rechazo incluye todas las manifestaciones musicales de ese género en particular.

Como las obras de Felisberto Hernández están tan marcadas por un fuerte contenido autobiográfico, me puse a investigar cuál era su relación con el tango y en realidad no encontré nada que se refiera a ese tema puntualmente. Sí hay un dato importante, en el año 1943 una de las tareas que desempeñó Felisberto, en el Control de Radio de la Asociación Uruguaya de Autores, fue la de escuchar la radio durante horas, anotando en un papel los temas que se iban interpretando, para que de esta forma la Asociación de Autores pudiera gestionar el cobro de los derechos de autor. Probablemente muchas de las canciones que se emitían fueran tangos, eso no lo sé, pero seguramente de realizar ese trabajo, casi kafkiano, terminó saturado de la radio y los anuncios publicitarios.

Desesperado, me metí debajo de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad, pues la cobija atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi cabeza. En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación; esto me aliviaba un poco pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y en quejarme de mi desgracia. Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes de la cama volví a oír el tango con más nitidez.

La desesperación por escapar del tango es lo que lleva al personaje a meterse debajo de la cobija, pero resulta que no puede escapar, es un ruido interno y con eso que hace lo único que logra es escuchar con más claridad los sonidos que vienen de su interior. Al estar debajo de la cobija se encuentra totalmente aislado del mundo circundante, queda conectado únicamente con la difusora y a merced de la transmisión y la manipulación mediática. La desesperación se ve en los cambios constantes de actitud que tiene el personaje, no sabe si permanecer debajo de la cobija, si sacársela, si caminar por el cuarto, si volverse a acostar. Hay una situación paradójica, porque si bien el personaje está sufriendo con la transmisión, quiere oír y quejarse de su desdicha. También hay una situación, además de absurda, humorística, cuando el personaje se agarra de los barrotes de la cama, todo hace suponer que estos eran de metal ya que hacen que el tango se escuche con más nitidez, es decir que los barrotes pasan a funcionar como una especie de antena.

Al rato me encontraba en la calle: buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza. Pensé comprar un diario, informarme de la dirección de la radio y preguntar qué habría que hacer para anular el efecto de la inyección. Pero vino un tranvía y lo tomé. A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora; pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa; le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos transversales. Fui hasta allí y le pregunté qué había que hacer para anular el efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora.

La audición sigue perturbando al personaje quien ahora desesperado decide salir a la calle en busca de una solución. Era tal el malestar que sentía que buscaba otros ruidos que le atenuaran ese interno que lo estaba mortificando. Al igual que como pensó en el tranvía quiso buscar información en los diarios, aunque ahora ya no buscaba enterarse de que se trataba la inyección, ya que estaba de sobra enterado, sino que quería averiguar la dirección de la radio, porque lo único que pensaba era buscar la manera de anular el efecto de esa infortunada inyección. La desesperación lo hace también abandonar esta idea y tomar nuevamente un tranvía, por un momento, transitoriamente, logra el objetivo que se había propuesto al salir a la calle, el de atenuar con otros ruidos el de su cabeza, ya que “el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora”. Subir al tranvía al final terminó resultando beneficioso, ya que ahí se encuentra con otro empleado de esta gran corporación multidisciplinaria llamada “El Canario” que se encontraba inyectando a unos niños y del cual va a obtener información de primera mano. Como podemos ver, las dosis publicitarias no están restringidas a una franja etaria determinada y hasta los más vulnerables socialmente son “sensibilizados” mediante esta metodología perversa.

Él me miró asombrado y dijo:

-¿No le agrada la transmisión?

-Absolutamente.

-Espere unos momentos y empezará una novela en episodios.

-Horrible -le dije.

Él siguió con las inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango. Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me dijo:

-Señor, en todos los diarios ha salido el aviso de las tabletas «El Canario». Si a usted no le gusta la transmisión se toma una de ellas y pronto.

-¡Pero ahora todas las farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco!

En ese instante oí anunciar:

-Y ahora transmitiremos una poesía titulada «Mi sillón querido», soneto compuesto especialmente para los muebles «El Canario».

Después el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:

-Yo voy a arreglar su asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara honrada. Si usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene más que se vendan las tabletas.

Yo le apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:

-Venga el peso.

Y después que se lo di agregó:

-Dese un baño de pies bien caliente.

Aquí entramos al desenlace del relato, donde predomina el diálogo entre el narrador protagonista y el operario de “El Canario”. La situación que se da entre estos dos personajes la podemos comparar con la que vimos en el primer tranvía, donde los demás pasajeros sonreían ante el desconocimiento y las actitudes del protagonista. Aquí también este trabajador, sonríe y se asombra de encontrar a alguien que no solo parece estar por fuera de la sociedad de consumo sino que además se quiere librar de ella, el operario se muestra asombrado de lo poco informado que está este personaje ya que la solución a sus males está en todos los diarios. Para poner fin a las transmisiones de “Difusora: El Canario”, donde su anuncian los “Muebles: El Canario”, las personas deben consumir las “tabletas: El Canario”. Esta marca monopólica es la que produce la enfermedad y a su vez ofrece el remedio y en esa metodología comercial, la empresa, si no logra vender los muebles al menos se asegura de poder vender las tabletas con total tranquilidad ya que el común de la gente se muestra totalmente complacida y satisfecha con este tipo de servicios.

Es indudable la fuerte crítica que está implícita en este relato, no solo a los medios de comunicación al servicio de la publicidad, sino también a la sociedad de consumo. Para nosotros, lectores del siglo XXI, no es ninguna novedad que una determinada marca monopolice diferentes productos o servicios, pero hace prácticamente 70 años cuando se escribió el cuento esta situación no era tan así.

El personaje ya no soporta la situación, piensa incluso que se va a volver loco con ese bombardeo de propagandas, novelas en episodios, tangos y poesías ridículas. Al final el operario, de forma muy irónica, plantea al protagonista una solución alternativa a sus males. La ironía está en el hecho de que el empleado de El Canario, habla de honradez y a su vez propone algo que transgrede sus funciones. Por otro lado lo que hace tampoco es ningún favor, ni ninguna acción solidaria sino que se aprovecha de la desesperación ajena para su propio beneficio. Una vez el protagonista, que acepta la negociación fraudulenta, da el peso acordado, llegan las palabras del operario que contienen el remedio, la solución, la salida definitiva de ese calvario: “Dese un baño de pies bien caliente”.

Como es característico en la gran mayoría de los relatos felisbertianos, el final no es concluyente, queda trunco. No sabemos cuál de las dos opciones posibles va a escoger el protagonista para ponerle fin a sus males, si caerá en la trampa del monopolio El Canario y comprará las tabletas o si escogerá el baño caliente.

Concluyendo, Muebles: El Canario es un cuento fantástico, anclado totalmente en una realidad reconocible, lo que nos permite disfrutar, sentir y vivir la historia que se nos cuenta. El tema es de una vigencia pasmosa. Hoy más que nunca debemos estar prevenidos de los ataques publicitarios y propagandísticos, que quizá no se nos presenten de la misma forma que se le presentaron al protagonista del cuento, pero que aparecen casi de forma omnipresente en nuestro diario vivir. Como no son novedad para nosotros, lectores del siglo XXI, los monopolios empresariales, tampoco lo es la contaminación visual y sonora de los espacios que frecuentamos cotidianamente. La publicidad no solo está en la televisión, la radio, los diarios, las revistas, los correo basura o spam, sino en la calle, en cada esquina repartida por promotores, en los buzones de los edificios, en los cines, centros comerciales o en cualquier sitio que frecuenten potenciales consumidores. Lo triste del caso, es que en nuestra realidad no existen esas soluciones alternativas de la ficción y la situación no parece ser superada con un baño de pies bien caliente.


Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo  https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.    

 

miércoles, 1 de octubre de 2014

FELISBERTO HERNÁNDEZ (I) Un autor con más defensores que detractores



Felisberto Hernández fue un escritor recibido tanto con desdén como con aplausos. Desde las primeras etapas, la obra del autor uruguayo recibió visiones encontradas de la crítica y de diversos escritores. Lecturas negativas y positivas en cuanto a su valor literario, desde la indiferencia, la marginación y el desdén hasta la aprobación, el reconocimiento y la admiración más profunda.



Por Fernando Chelle


En cierta oportunidad Carlos Maggi, el gran escritor uruguayo perteneciente a la "Generación del 45", expresó: “Felisberto fue el principal enemigo de su literatura. Era un tipo inseguro, tímido, como acorralado. Desesperado por cobrar confianza, buscando que lo elogiaran o que le dieran una opinión favorable” (Di Candia, 2003). Sería bueno detenernos en estas palabras y reflexionar, desde una perspectiva histórica, sobre por qué Felisberto buscaba afanosamente la aprobación de sus contemporáneos.
La narrativa felisbertiana representó dentro de las letras uruguayas un quiebre significativo con lo que se había hecho hasta el momento. Si bien el Uruguay ya contaba en su tradición con cuentistas destacados, como los de la "Generación del 900", Javier de Viana en lo que respecta a la literatura del campo y Horacio Quiroga con sus cuentos de ambientes urbanos, no existía un escritor cuya perspectiva narrativa estuviera tan asociada a lo psicológico, a las asociaciones mentales, más que a lo racional y estructurado.
La visión narrativa que intenta mostrar no solo lo racional, sino también la profundidad psicológica en el comportamiento del individuo, está presente también en otros autores uruguayos contemporáneos a Felisberto, como Juan José Morosoli, Francisco Espínola o Juan Carlos Onetti, pero con la diferencia de que estos autores nunca se alejaron de un realismo testimonial, al menos los dos primeros, y sus relatos presentan, en su mayoría, estructuras racionales y lógicas.
El caso de Felisberto es distinto. Sus textos nada tienen que ver con un realismo testimonial; su atención a aspectos como la memoria, el misterio dentro de lo cotidiano, el relacionamiento con el cuerpo, la animación de los objetos, entre otros, hacen de él un autor con una mirada vanguardista dentro de la literatura uruguaya.
Por lo general, cuando en el terreno artístico aparece un autor que rompe con lo tradicionalmente aceptado por la crítica, ésta lo mira con indiferencia, lo margina y lo relega. Algo de eso fue lo que sucedió con la obra de Felisberto Hernández, donde cierta parte de la crítica contemporánea al autor no dudó en atacarlo.
El crítico uruguayo Alberto Zum Felde, en un principio, porque luego tuvo opiniones muy favorables para Felisberto, se mostró muy hostil con la obra del cuentista; recién lo nombra en la tercera edición de su Proceso intelectual del Uruguay. Lo estudia desde un punto de vista psicoanalítico, dice de sus personajes:
El predominio de los complejos sexuales es característico en esa psicología mórbida de sus personajes, a los que el autor envuelve en la fantasía de sus circunstancias. Casi todos experimentan psicosis relacionadas con la libido”. (Zum Felde, 1967).
Pero sin duda quien criticó con más fuerza a Felisberto fue Emir Rodríguez Monegal, quien también lo analizó desde una perspectiva psicoanalítica, aunque no solamente:
Porque ese niño no maduró más. No maduró para la vida ni para el pensamiento, no maduró para el arte ni para lo sexual. No maduró para el habla. Es cierto que es precoz y puede tocar con sus palabras (después que los ojos vieron o la mano palpó), la forma instantánea de las cosas. (Alguien afirmará que esto es poesía). Pero no puede organizar sus experiencias, ni la comunicación de las mismas; no puede regular la fluencia de la palabra. Toda su inmadurez, su absurda precocidad, se manifiesta en esa inagotable cháchara, cruzada (a ratos), por alguna expresión feliz, pero imprecisa siempre, fláccida siempre, abrumada de vulgaridades, pleonasmos, incorrecciones”. (Rodríguez Monegal, 1948. pp. 51-52).
Quizá la utilización de la primera persona en la inmensa mayoría de los relatos felisbertianos, y la narración de sucesos que le acontecen a un pianista itinerante, hizo que cierta parte de la crítica no separara, a la hora de analizar, la realidad de una persona de la de un personaje de ficción. Se toma al autor como si fuera el personaje y esto no es correcto, independientemente de que existan claros paralelismos entre el Felisberto hombre y el personaje de sus relatos. La obra de arte pertenece a un terreno ficcional, es autónoma y no se debe analizar un personaje de ficción como si fuera el autor; son entidades diferentes.
Pero si bien es cierto que a lo largo de su vida Felisberto recibió cierto desdén por parte de la crítica, también es cierto que recibió cuantiosos elogios y muestras de aprobación a su obra.
En 1922, José Pedro Bellán, escritor y dramaturgo, maestro de escuela de Felisberto, le presentó al filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, quien influirá y aprobará positivamente su obra. Los famosos y humildes cuatro primeros libros de Felisberto Hernández, conocidos como los libros sin tapa (Fulano de tal, 1925; Libro sin tapas, 1929; La cara de Ana, 1930; y La envenenada, 1931), logran tener una opinión positiva no solo del filósofo, sino también de otros escritores e intelectuales de la época. Entre otros se encuentran Antonio Soto, Carlos Mastronardi, Mercedes Pinto y Esther de Cáceres.
Con respecto a la influencia de Vaz Ferreira, Norah Giraldi Dei Cas nos dice: "Desde el punto de vista filosófico toda la obra de Hernández puede ser asimilada a algunos de los puntales fundamentales de la llamada 'filosofía de la vida' en la cual se inscribe el pensamiento de Vaz Ferreira”. (Giraldi Dei Cas, 1975).
El 31 de Julio de 1935 se lleva a cabo un homenaje a Felisberto en el Ateneo de Montevideo, donde hacen uso de la palabra la escritora Esther de Cáceres, el artista plástico Joaquín Torres García y el crítico literario Alberto Zum Felde.
El apoyo de Joaquín Torres García a la obra de Felisberto también estuvo presente en el año 1942 con motivo de la publicación del cuarto libro del cuentista, titulado Por los tiempos de Clemente Colling. Este libro fundamental, ganador del premio del Ministerio de Instrucción Pública, fue auspiciado por trece personalidades entre las que se encontraba el artista plástico. En la presentación de la obra, al comienzo del libro pueden leerse las siguientes palabras:
Editan la presente novela de Felisberto Hernández un grupo de sus amigos en reconocimiento por la labor que este alto espíritu ha realizado en nuestro país con su obra fecunda y de calidad como compositor, concertista y escritor.” (Hernández, 1942).
Los que adhieren son: Carmelo de Arzadum, Carlos Benvenuto, Alfredo Cáceres, Spencer Díaz, Luis E. Gil Salguero, Sadí Mesa, José Paladino, Julio Paladino, Yamandú Rodríguez, Clemente Ruggia, Ignacio Soria Gowland, Nicolás Tedesca y Joaquín Torres García.
De esa época también es la carta consagratoria del poeta franco‑uruguayo Jules Supervielle. Esa misiva Felisberto la difundió en las páginas finales de su libro aparecido en 1943 El caballo perdido.
En ese escrito, Supervielle hace referencia al impacto que le produjo la lectura de Por los tiempos de Clemente Colling. La carta dice:
Qué placer he tenido en leer a Ud, en llegar a conocer a un escritor realmente nuevo que alcanza la belleza y aun la grandeza a fuerza de ‘humildad ante el asunto’.
Ud. alcanza la originalidad sin buscarla en lo más mínimo por una inclinación natural hacia la profundidad. Ud. tiene el sentido innato de lo que será clásico un día. Sus imágenes son siempre significativas y respondiendo a una necesidad están prontas a grabarse en el espíritu.
Su narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas antologías -las hay absolutamente admirables- y lo felicito de todo corazón por habernos dado ese libro.
Gracias también a sus amigos que han tenido el honor de editar esas páginas.
Vuestro
Julio Supervielle” (Hernández, 1943).
Además de apoyar, reconocer y difundir la obra de Felisberto entre intelectuales y escritores de la época, Supervielle llegó a ser muy importante en la vida del cuentista uruguayo. Como Ministro Consejero encargado de asuntos culturales en la embajada uruguaya en París, en 1946 le consigue una beca otorgada por el gobierno francés. La estadía de Felisberto en Francia dura dos años.
Las críticas positivas y los elogios a la obra de Felisberto Hernández se fueron sucediendo a lo largo de su vida y se incrementaron notoriamente después de su muerte.
Apenas a los pocos días de la muerte de Felisberto, el 17 de enero de 1964, Ángel Rama, crítico que siempre fue un gran defensor de la obra felisbertiana, escribe un artículo en Marcha titulado, "Sobre Felisberto Hernández: Burlón poeta de la materia", donde expresa: “Ha muerto uno de los grandes narradores del Uruguay, de los más originales, auténticos y talentosos”; y aprovecha para descargarse contra el ambiente intelectual de la época que, al decir de Roberto Ibáñez, solo reconocería la obra literaria de Felisberto dentro de veinte años. Dice Rama en el citado artículo:
Tener que decirlo así, en tono polémico, o, como Ibáñez, tener que remitirse al reconocimiento futuro, es comprobar la inercia del país para percibir el arte cuando no nace en el mundillo agitado y frívolo de los que se creen dueños de la cultura, cuando nace fuera del trillo convencional que esos mismos han decretado para la literatura, sin que nadie sepa con qué autoridad o conocimiento” (Rama, 1964).
Antes del tiempo estipulado por Roberto Ibáñez va a comenzar el reconocimiento internacional del público y de la crítica a la obra de Felisberto Hernández. El año 1974 es muy importante porque es cuando ve la luz la edición de sus obras completas, compiladas por José Pedro Díaz; esa obra tendrá su edición definitiva de tres tomos en 1983. El 31 de marzo del mismo año 1974, en la ciudad de Buenos Aires, el escritor y periodista argentino Tomás Eloy Martínez escribe un extenso artículo en el suplemento cultural de La Opinión titulado "Para que nadie olvide a Felisberto Hernández", donde comienza contando los pormenores de la etapa final de la vida del cuentista, para luego continuar con una completa biografía que repara tanto en la personalidad de Felisberto como en algunas características de su obra. También de 1974 es la edición de Nessuno accendeva le lampade, traducción italiana de Nadie encendía las lámparas, publicada por la editorial Einaudi, donde en una nota introductoria Italo Calvino destaca la originalidad del cuentista uruguayo: “Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a nadie: a ninguno de los europeos ni a ninguno de los latinoamericanos; es un 'irregular' que escapa a toda clasificación y a todo encuadramiento”. Allí también afirma: “… el autor ha llegado a conquistar un sitio entre los especialistas del 'cuento fantástico' hispanoamericano” (Calvino, 1974)
En 1981, la Biblioteca Ayacucho publica una edición titulada Felisberto Hernández: Novelas y cuentos, donde aparece la famosa Carta a mano propia de Julio Cortázar.[1] Allí el escritor argentino expresa su profunda admiración y afecto por Felisberto Hernández, cuenta como se sintió deslumbrado por cuentos como El acomodador y Menos Julia, y expresa: “… me pregunto si muchos de los que en aquel entonces (y en éste, todavía) te ignoraron o te perdonaron la vida, no eran gentes incapaces de comprender por qué escribías lo que escribías y sobre todo por qué lo escribías así…”. (Cortázar, 1981). Lo califica de eleata de su tiempo, por no aceptar las categorías lógicas impuestas por la tradición, y dice que todo lo maravilloso y oscuro del mundo se encuentra en la obra del autor de La casa inundada.
Son muchos y muy diversos los escritores que tanto en vida como después de la muerte de Felisberto apoyaron su obra. Hay muchos más de los referidos, como el poeta argentino Oliverio Girondo (quien colaboró para que Felisberto publicara Nadie encendía las lámparas en la ciudad de Buenos Aires en 1947), Juan Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes (quien lo situaba, junto con Juan Carlos Onetti y Horacio Quiroga, como iniciador de la nueva literatura latinoamericana). A estos podríamos sumar los nombres de otros artistas que comentaron positivamente la obra felisbertiana. Según Walter Rela, Felisberto “disponía de comentarios en cartas que mostraba con orgullo: Amado Alonso, Gómez de la Serna, Mallea, Puccini, Mastronardi” (Rela, 2002).
En el año 2002 se realizó un homenaje a Felisberto Hernández, en la Universidad Autónoma de México, con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Se abrió con un telegrama del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez donde reconocía que de no haber leído a Felisberto nunca hubiese llegado a ser el escritor que fue.[2]
      
      Referencias
Calvino, Italo. Prólogo a Nessuno accendeva le lampade, Turín, Einaudi, 1974.
Cortázar, Julio. Carta a mano propia, en Felisberto Hernández: Novelas y cuentos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1981.
Di Candia, Cesar. Homenaje a la Generación del 45 y a sus antecesores: Felisberto, Onetti, Paco [citado en El País Digital de 31 mayo 2003].
Giraldi Dei Cas, Norah. Felisberto Hernández, del creador al hombre, Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1975.
Hernández, Felisberto. Por los tiempos de Clemente Colling, Montevideo, González Panizza Hnos. Editores, 1942.
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Rama, Ángel. Sobre Felisberto Hernández: Burlón poeta de la materia, Semanario Marcha, Montevideo, enero de 1964 [reproducido en El País Cultural de 31 diciembre 1993].
Rodríguez Monegal, Emir. “Nadie encendía las lámparas”, Revista Clinamen, Montevideo: Año II, N° 5, mayo / junio 1948, pp. 51-52. Citado por Claudio Paolini en Felisberto Hernández: Escritor maldito o poeta de la materia [en 2003].
Zum Felde, Alberto. Proceso intelectual del Uruguay (Tomo III), Montevideo, Nuevo Mundo, 1967.



[1] Con respecto a la figura de Julio Cortázar: Centenario del nacimiento de Julio Cortázar. Continuidad de los parques (lectura comentada), por Fernando Chelle, en el anterior número 72 de vadenuevo  


[2] CEl presente artículo continuará en la próxima edición de vadenuevo con un abordaje específico de algunos aspectos de la obra del narrador uruguayo y el análisis literario de alguno de sus cuentos. 


Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy . Octubre de 2014. Disponible aquí: : http://www.vadenuevo.com.uy/index.php/the-news/3232-73vadenuevo10