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jueves, 15 de mayo de 2025

Poeta en Nueva York, un grito poético vanguardista

Poeta en Nueva York, un grito poético vanguardista. El poemario expresionista hijo de un impacto, que terminó impactando.



Fernando Chelle


miércoles, 4 de noviembre de 2020

ESTUDIO CRÍTICO Y ANALÍTICO DE LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA V

 


La aurora

 

Quinto análisis literario, del poeta español más conocido y leído de todos los tiempos.

 

Por Fernando Chelle  

 

Hoy estudiaré, finalizando con los análisis literarios de la poesía de Federico García Lorca, el texto titulado La aurora, perteneciente al poemario Poeta en Nueva York (1930).

 

 

La aurora

 

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

 

 

El tema central del poema es la frustración frente a la esperanza que tradicionalmente ha simbolizado la aurora. Esta es una aurora, si se quiere, paradójica, no se trata de una luz esperanzadora que llega para terminar con la oscuridad reinante y es símbolo de vida, de nuevo nacimiento. No, este amanecer del poema es trágico, desolado, deshumanizado. Este es un texto que, en el conjunto de la obra, supone un gran acierto poético por parte del autor, porque rompe con lo convencional. Nueva York aparece en la obra, como ya vimos en “Vuelta de paseo”, el texto anteriormente analizado, como un infierno creado por el hombre, una ciudad apocalíptica, hostil, donde la naturaleza esta aplastada, cercenada, vencida por el mundo industrializado y la sociedad moderna. Qué importante es entonces que la aurora, símbolo de esperanza en casi todos los contextos, sea aquí un símbolo de la muerte y la desolación.

Es un poema que consta de veinte versos, y si bien no está dividido en estrofas, es un texto que perfectamente podría separarse externamente en cinco conjuntos de versos, en cinco estrofas de cuatro versos cada una. Seguramente al poeta le pareció mejor presentar el contenido temático de forma monolítica, para que de esta manera el poema funcionara como una especie de postal, casi apocalíptica, del amanecer neoyorquino. No hay rima, son versos blancos, pero de gran regularidad. La métrica es extraña, y la podríamos dividir en dos partes: una “irregular”, los ocho primeros versos (con versos de 9, 8, 10, 11, 9, 9, 8 y 9 sílabas), y otra parte regular, la de los doce versos finales (todos de catorce sílabas - versos alejandrinos divididos en dos hemistiquios).

Internamente, podríamos dividir el material temático de este poema en tres momentos. El primero de ellos iría del verso uno al ocho, donde la voz lírica repara en las características del amanecer neoyorquino, un despertar del día caracterizado por la degradación, el dolor y la angustia. El segundo momento, también de ocho versos, es el que ocupa la parte central del poema (verso nueve al dieciséis). Es un momento que se ocupa de los desdichados habitantes de la ciudad, de su condición de resignación y desesperanza. Finalmente, el último momento de la estructura interna del poema, lo componen los cuatro versos finales. Es la conclusión del texto, donde se conjuga, el trágico amanecer neoyorquino con la vida de los infelices ciudadanos.

 

La aurora de Nueva York tiene

cuatro columnas de cieno

y un huracán de negras palomas

que chapotean las aguas podridas.

 

Comienza el poema haciendo referencia a la aurora de la ciudad neoyorquina. Esa palabra, con que se alude a la luminosidad que indica un nuevo amanecer, se repite, de forma anafórica, en el primer verso, en el quinto y en el noveno. Esta aurora del poema, personificada, ya que gime y busca, o sea que tiene voluntad, se le presenta al lector, de inmediato, como atípica y desconcertante. Porque si alguien pensaba que el poema iba a transitar por el horizonte de posibilidades que supone el momento del amanecer (renacimiento, esperanza, vida por conquistar), expectativa planteada ya desde el título, de inmediato se desengaña con las imágenes de carácter negativo.

La primera de esas imágenes son las cuatro columnas de cieno, con las que se inauguran las adjetivaciones de carácter negativo. Esta, precisamente, es una adjetivación completamente inesperada, que pertenece a un campo semántico diferente al sustantivo y tiene como única intencionalidad dotar a esas columnas de un carácter adverso. Porque las columnas, aparte de ser un símbolo de opulencia, generan una impresión de poder, de solidez, pero resulta que estas son de barro, con lo que de inmediato se anula esa tradicional sensación de poderío. Esta, entonces, es una aurora que se levanta desde el barro, desde la suciedad, no desde lo sólido ni desde lo luminoso que implicaría el despertar de un nuevo día. Esas columnas, que por otro lado aluden a la imagen tradicional de los rascacielos de la gran ciudad, a su verticalidad, son cuatro, como los puntos cardinales, con lo que parece ser que nada se escapa a la degradación.

Esta aurora atípica, descompuesta, degradada, se continúa en la imagen de ese huracán de palomas que chapotean las aguas podridas. Nuevamente vemos como los elementos utilizados por el poeta no cumplen, en el contexto del texto, con la simbología que tradicionalmente han tenido. Las palomas habitualmente han sido utilizadas como un símbolo de paz, de esperanza, incluso de pureza. Pero aquí no se trata de mansas e inofensivas palomas blancas, sino de oscuras aves que, de forma hiperbólica, se presentan en un violento huracán, algo que definitivamente no podemos vincular a lo pacífico, sino a todo lo contrario, un huracán es algo que arrasa, que destruye, que devasta lo que va tocando. De manera que estas palomas, en lugar de ser un símbolo de vida, de paz, o de esperanza, son un símbolo de muerte. Lo mismo sucede con las aguas, están podridas, no tienen aquí el carácter simbólico de vida o de fertilidad. Nueva York es una ciudad que está rodeada por agua, pero estas aguas donde chapotean las negras palomas, son sucias, residuales, impuras. En definitiva, la luz del amanecer neoyorquino, para poder ingresar a la ciudad, tendrá que lidiar, que filtrarse, entre los altos rascacielos de cieno y un sombrío y violento vendaval de palomas negras. En estos primeros cuatro versos, con una gran economía de recursos, el poeta creo el clima del texto y tiró por la borda la imagen tradicional que los lectores podían llegar a tener de la aurora. De aquí en más el lector ya sabe con lo que se puede llegar a encontrar. 

 

La aurora de Nueva York gime

por las inmensas escaleras

buscando entre las aristas

nardos de angustia dibujada.

 

En estos cuatro versos que, como indiqué, podrían haber funcionado como una estrofa independiente si el poeta así lo hubiera decidido, se continúa reparando en las características de la aurora neoyorquina, la que vuelve a ser nombrada de forma anafórica en el poema. Pero, a diferencia de lo que vimos en los primeros cuatro versos, aquí la aurora se comienza a personificar. Como si se tratara de un animal doliente, malherido, vemos a la aurora gemir (imagen sinestésica) en medio de la gran ciudad buscando la belleza de la naturaleza, esa que no podrá encontrar, porque ha sido avasallada por el mundo industrializado y la sociedad moderna. Esa nota natural, de llegar a estar, se encontraría en la hermosura y delicadeza de los nardos, aunque claro, también, de llegar a existir, esas flores tendrían como marca distintiva la angustia que llevarían dibujada, porque ese es el sentimiento característico de la naturaleza bajo la opresión de la gran ciudad. Esta búsqueda desesperada de la aurora me recuerda a la búsqueda, también infructuosa, de Soledad Montoya, en el Romance de la pena negra, ese texto del Romancero Gitano que ya he analizado anteriormente. Esta aurora gime y busca, como Soledad, pero no es una luz de calabaza como en el texto del Romancero gitano, es una luz que, como hemos visto, tiene que disputarle la existencia a la sombras, y deambula gimiendo por la fría geometría de los edificios.

 

La aurora llega y nadie la recibe en su boca

porque allí no hay mañana ni esperanza posible.

A veces las monedas en enjambres furiosos

taladran y devoran abandonados niños.

 

Vuelve a aparecer, anafóricamente, la aurora. Pero la voz lírica ya no se detendrá a describir las características del momento del día, como ya lo hizo, haciendo uso de la prosopopeya, de la personificación. No, ahora reparará en la recepción que hacen del fenómeno los desdichados habitantes de la gran ciudad. Se trata de un amanecer de frustración y de desesperanza. De frustración para la aurora, porque nadie la recibe en su boca y de desesperanza para los hombres, porque ellos saben que en esa ciudad no hay mañana ni esperanza posible. La aurora aquí no es esperada por la boca de los hombres como una comunión, como una luz sacramental, como un símbolo de salvación, no, la aurora aquí es rechazada, nadie quiere comulgar con ella en un mundo donde se sabe que no hay esperanza.

El dinero aparece en el poema como si se tratase de una plaga bíblica. Es algo que está animalizado, que se presenta de forma violenta, como si fuera un furioso enjambre de abejas, y atenta contra los niños, contra los más vulnerables e inocentes de la sociedad. El capital aquí es tan devastador como un enjambre de insectos que taladra, que devora la inocencia, la vida futura, en definitiva, es una sociedad donde triunfa la muerte.

 

Los primeros que salen comprenden con sus huesos

que no habrá paraíso ni amores deshojados;

saben que van al cieno de números y leyes,

a los juegos sin arte, a sudores sin fruto.

 

Comprender algo con los huesos es comprenderlo con lo más íntimo del ser humano. A su vez es una comprensión que tiene un carácter casi intuitivo, no es algo racional o lógico, pero es un hecho. Los huesos indican un sentir certero, como cuando duelen frente a los cambios climáticos. Así sienten la falta de futuro esos tristes trabajadores neoyorquinos. Saben que trabajan esclavizados en un sistema que pone por encima el capital a lo humano. Saben que el dinero es como una plaga devastadora, que no pueden comulgar con la aurora y que por ende no pueden esperar futuros paraísos, o futuras ceremonias amatorias, como la de deshojar una margarita. En definitiva, los habitantes de Nueva York, saben, como ya lo señalé en el estudio de “Vuelta de paseo”, que esa ciudad es un infierno creado por el hombre. Un barrial burocrático de números y leyes alejado de la naturaleza y del hombre. Por eso los juegos estarán despojados de arte (actividad que deriva directamente de la sensibilidad humana), y los sudores serán sin fruto, metáfora que alude al trabajo sin recompensa.

 

La luz es sepultada por cadenas y ruidos

en impúdico reto de ciencia sin raíces.

Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes

como recién salidas de un naufragio de sangre.

 

La aurora, referida ahora de forma metonímica como “La luz”, es finalmente vencida. Pierde la lucha con la gran ciudad industrializada y es sepultada, encadenada. Es el triunfo infernal de la oscuridad, las cadenas y los ruidos, sobre la naturaleza y los hombres. La ciencia sin raíces, la artificial, la que no está vinculada a la naturaleza ni al servicio de la humanidad, es la triunfante.

Y así finaliza el poema, mostrando el trágico despertar de la gran ciudad, donde sus habitantes parecen no haber tenido descanso, parecen ser zombis sin rumbo. Muertos vivientes que deambulan en medio de la opresión y la destrucción, situación lastimosa que, tan brillante y trágicamente ilustra el poeta con la imagen de los versos finales: “Por los barrios hay gentes que vacilan insomnes /como recién salidas de un naufragio de sangre”.

En los dos poemas estudiados de Poeta en Nueva York; “Vuelta de paseo” y “La aurora”, pudimos ver como la naturaleza de la gran ciudad aparece avasallada y el ser humano oprimido. La metrópolis es vista como un infierno creado por el hombre, un lugar apocalíptico y hostil. Creo que, con ambos análisis literarios, otra cosa que hemos podido comprobar es que no nos enfrentamos a poemas de carácter surrealista. Poeta en Nueva York es una obra de vanguardia, con imágenes muy audaces, pero todos son textos controlados por la intelectualidad, no responden nunca a una escritura automática al margen de preocupaciones estéticas o morales.


Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo  https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.   




miércoles, 2 de septiembre de 2020

ESTUDIO CRÍTICO Y ANALÍTICO DE LA POESÍA DE FEDERICO GARCÍA LORCA IV


Vuelta de paseo

Cuarto análisis literario, del poeta español más conocido y leído de todos los tiempos.

Por Fernando Chelle  

Hoy estudiaré, continuando con los análisis literarios de la poesía de Federico García Lorca, Vuelta de paseo, el poema con que se abre el poemario Poeta en Nueva York (1930).


Vuelta de paseo

Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.

¡Asesinado por el cielo!


El tema central del poema es el avasallamiento de la naturaleza y la opresión del ser humano en la gran ciudad. Es un texto en donde Nueva York aparece como un infierno creado por el hombre, una ciudad apocalíptica, hostil, donde la naturaleza esta aplastada, cercenada, vencida por el mundo industrializado y la sociedad moderna.
Se trata de la composición más breve del poemario, compuesta únicamente por doce versos de arte mayor (polimétricos), divididos en cinco estrofas, la primera de ellas de cuatro versos, y las restantes de dos versos cada una. La rima es asonante (e-o) a lo largo del poema, en la primera estrofa aparece en el verso uno y en el cuarto, y en el resto de las estrofas en el último verso, o sea, en los versos pares.   
Al reparar en la estructura interna del poema lo primero que notamos es su circularidad, en la medida de que comienza con el mismo verso con que termina, aunque, con la diferencia, de que el verso de cierre es exclamativo. El primer momento del poema está constituido por la primera estrofa, que duplica en cantidad de versos a las demás. Es la más importante, porque muestra el estado anímico del yo lírico, su conflicto existencial, y funciona como una frase subordinante para las tres estrofas centrales (segundo momento poético), caracterizadas estas por enumerar una serie de elementos que, al igual que el yo, son víctimas, han sido afectados, por el ambiente opresivo de la gran ciudad. El tercer momento del poema, el más breve, que funciona como un marco de la creación y le da circularidad al texto, está constituido únicamente por los dos versos finales.

Primer momento

ASESINADO por el cielo.
Entre las formas que van hacia la sierpe
y las formas que buscan el cristal,
dejaré crecer mis cabellos.

Es muy significativo que esta primera estrofa, que hace referencia al estado existencial del yo lírico, comience con un verbo en participio pasado, porque es una muestra de que la acción a la que refiere el verbo ya se ha ejercido sobre la voz lírica. Pero más significativo aún es el agente de dicha acción (el que cometió el asesinato), “el cielo”. Porque aquí el cielo, de forma metonímica, estaría representando la voluntad de Dios, ya que, como sabemos, para la tradición judeocristiana, en el cielo está la morada de Dios. Lo extraño es que aquí la divinidad lejos de tener una actitud benévola y salvadora como la que tradicionalmente se le atribuye, se nos presenta como adversa, terrible, destructora.
Es destacable la gran economía de recursos utilizada por el poeta en esta primera estrofa, porque en apenas cuatro versos encontramos tres oraciones. En las dos primeras el verbo está elidido, y debemos suponer un verbo de estado, como por ejemplo “estoy” o “me encuentro” o, mejor todavía, un verbo de movimiento, ya que se trata de un paseo, como, por ejemplo, “voy”. Es un estar y un transitar entre formas antitéticas del entorno y, simbólicamente, entre lugares antitéticos de la existencia. Por un lado, las formas que van hacia la sierpe, hacia el subsuelo, hacia lo terrenal, sinuoso y oscuro de la existencia y por otro lado hacia aquellas formas que buscan el cristal, la de los inmensos rascacielos neoyorquinos que se confunden con el cielo, pero, como vimos, no se trata aquí de un cielo de pureza sino de ese sitio que ha asesinado al poeta.
En el último verso de la estrofa aparece el único verbo del poema, “dejaré”, cuyo sujeto es el yo lírico. Se trata también del único verbo conjugado en futuro de toda la composición, lo que muestra la firme resolución que ha adoptado el poeta. Es una actitud de rebeldía frente a la opresión del entorno en el cual está inmerso, un acto natural frente a todo lo artificial que lo oprime en la sociedad moderna. Pero nosotros como lectores, no podemos dejar de percibir esa actitud indócil de la voz lírica como insuficiente y, si se quiere, hasta absurda, frente a lo dominante en el entorno.

Segundo momento

Con el árbol de muñones que no canta
y el niño con el blanco rostro de huevo.

Con los animalitos de cabeza rota
y el agua harapienta de los pies secos.

Con todo lo que tiene cansancio sordomudo
y mariposa ahogada en el tintero.


Es importante aclarar que la división en momentos que suelo hacer de los poemas que estudio, responde a la distribución del material lírico (o narrativo llegado el caso) que se encuentra en los textos. Pero muchas veces, y este es el caso, la división está más vinculada a una finalidad práctica en el análisis literario, que a un cambio en lo que respecta a lo temático. Digo esto porque, como señalé cuando me referí a la estructura interna de la obra, las tres estrofas centrales son dependientes sintácticamente del “dejaré crecer”, del cuarto verso. Cada una de las estrofas del segundo momento funciona como un complemento circunstancial a la voluntad expresada por el verbo del último verso del primer momento.
Lo que encontramos en las tres estrofas centrales es precisamente el avasallamiento de la naturaleza y la opresión del ser humano en medio de la gran ciudad. Nueva York es un universo decadente, apocalíptico, donde lo natural parece haber perdido la batalla frente a lo industrial y lo moderno.
Las tres estrofas centrales tienen una estructura homóloga y anafórica. Comienzan con la preposición “con”, que introduce un complemento circunstancial, al que se le suma una oración de carácter adjetivo con la que se cierran los versos.
Y veamos esos elementos que comparten con la voz lírica la opresión y el hostigamiento de la gran ciudad. El primero en aparecer es el árbol, un símbolo tradicional de vida, pero que aquí representa todo lo contrario. Pareciera como si fuera un símbolo de la decrepitud, de lo mortuorio. Este es un árbol mutilado, que ni siquiera es visitado por los pájaros, por eso es que no canta, que no se manifiesta vitalmente. El niño, que podría ser asimilado como un símbolo del futuro, por su potencialidad de ser, aquí también aparece desnaturalizado, con un rostro de huevo, con un rostro blanco, enfermizo e inexpresivo. Los animales pequeños, indefensos, a los que el poeta se refiere con el diminutivo “animalitos”, mostrando de esta forma su afectividad, su mirada solidaria y compasiva, también están sufriendo como el árbol, o el niño. Están mutilados, disminuidos, tienen la cabeza rota. Hay una imagen antropomórfica muy diciente, la del “agua harapienta de los pies secos”, porque el agua, que es otro elemento de la naturaleza, como los demás señalados, aparece aquí desnaturalizada, es como si también estuviera, como el poeta, asesinada por el cielo.
Finalmente, en el noveno verso, el poeta generaliza y se refiere a todo aquello que ha sido afectado por la vida antinatural de la gran ciudad, como a “todo lo que tiene cansancio sordomudo”. Es muy significativo el adjetivo con que se califica a todos estos elementos de la naturaleza personalizados, porque al ser sordomudos, están prácticamente privados de comunicación, como lo está el niño con su cara de huevo, o el árbol con sus ramas mutiladas, despojadas de la presencia de los pájaros.
La imagen de la mariposa ahogada en el tintero es una de las más fuertes y significativas del poema y es la que, de alguna manera, resume la desgracia de todas las imágenes anteriores. Porque la mariposa no es otro simple elemento de la naturaleza que ha sido afectado por la gran ciudad, sino que ella es un símbolo de la fantasía creadora, representa el vuelo de lo artístico, de lo poético, pero aquí, en este mundo desnaturalizado, aparece ahogada en un tintero, en un elemento antinatural, que funciona en el poema como un símbolo inequívoco de la burocracia y la deshumanización de la gran ciudad.

Tercer momento

Tropezando con mi rostro distinto cada día.
¡Asesinado por el cielo!

El breve tercer momento del poema es el de la desesperanza. Es el de la absoluta soledad del yo lírico, tan alienado en medio de la catástrofe moderna, que tropieza con su propio rostro. Se trata de un rostro distinto cada día, un rostro que no tiene identidad, como el del niño del sexto verso. El gerundio “tropezando”, además, nos sugiere un continuo caminar cansado, dolorido, en medio de la destrucción de lo natural.
El poema termina con el mismo verso del comienzo, porque en este mundo el poeta no tiene escapatoria, está atrapado en un universo que lo sofoca, que lo ahoga, que lo asesina. Esta vuelta de paseo ha sido un cíclico transitar por lo degradado, por lo destruido, por lo mortuorio. Por eso el verso final, a diferencia del primero, está entre signos de exclamación, porque la voz lírica después de haber comprobado la destrucción, el avasallamiento y la opresión, es más enfática en reconocer su tragedia.


Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo  https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.  



miércoles, 5 de agosto de 2020

POETA EN NUEVA YORK


Un grito poético vanguardista

El poemario expresionista hijo de un impacto, que terminó impactando.

Por Fernando Chelle  

Este trabajo se inscribe dentro de un estudio mayor, sobre la poesía de Federico García Lorca. Después de la publicación de los artículos titulados Caminando hacia la poesía de Federico García Lorca y Poética de Federico García Lorca, y de los análisis literarios de los poemas del Romancero Gitano (1927); Romance de la luna, luna, La casada infiel y Romance de la pena negra, tenía pensado continuar con los análisis literarios de los poemas Vuelta de paseo y La aurora, ambos textos pertenecientes al poemario Poeta en Nueva York (1930).
He decidido alterar esa planificación, para incluir, antes del abordaje analítico de los textos de Poeta en Nueva York, este artículo, que se detendrá en el poemario vanguardista en su conjunto. Lo haré por dos razones, fundamentalmente: la primera, porque al tratarse quizá de la obra más compleja de Federico García Lorca, veo como casi necesario hablar de unos lineamientos estéticos y unas temáticas generales que se dan en ella y que se verán reflejadas en los poemas que estudiaré a partir del próximo artículo; y la segunda, que es en definitiva la que me exige la razón anterior, creo que no me ocupé debidamente de este libro en el artículo titulado Poética de Federico García Lorca, como sí lo hice con el Romancero Gitano.
El primer aspecto que tenemos que tener en cuenta de Poeta en Nueva York, es el de su publicación. Porque se trata de una obra que fue editada y publicada de forma póstuma y nunca sabremos en realidad qué hubiera pensado el propio Federico García Lorca del resultado final de su libro. La mayor parte de los textos fueron escritos entre junio de 1929 y marzo de 1930, que fue la época en la que el poeta estuvo radicado en Nueva York. Y también entre los meses que van de marzo a junio de 1930, cuando el poeta vivió en Cuba. Antes de la publicación póstuma y definitiva de 1940, solo algunos de los poemas eran conocidos por los lectores de Federico García Lorca, como se informa en la nota de la Editorial Séneca (1940), bajo la dirección del escritor José Bergamín, a quién Federico le entregó el manuscrito en 1936, antes de partir a Granada, donde fue asesinado.
Este quizás sea el libro más complejo del poeta andaluz, en lo que respecta a su estructura y también a sus temáticas. Es un poemario que estableció un cambio radical con su poesía anterior, y que generó en los lectores, como era de esperarse, un gran impacto. Con la aparición de los textos en su conjunto, recién en 1940, quedó lejos la imagen de aquel poeta cercano a las formas poéticas populares y al mundo de la gitanería. Ahora, el poeta está vinculado estrictamente con el tema urbano, y todo el poemario gira en torno a la gran ciudad de Nueva York, representación inequívoca de la modernidad.
Desde el punto de vista de la estética, generalmente se ha calificado a esta obra preocupada por lo social y lo existencial, de surrealista. Yo no la calificaría con ese adjetivo. Sin duda que se trata de una obra de vanguardia, con imágenes muy audaces, pero son textos todos controlados por la intelectualidad. No se trata en lo más mínimo de una escritura automática al margen de preocupaciones estéticas o morales, aspecto que veremos con detenimiento en los próximos análisis literarios. Nos enfrentamos en esta obra, desde el punto de vista temático, a una poesía difícil, oscura, con una fuerte tendencia a la asociación, pero que está expresada con una sintaxis generalmente ordenada.
Yo creo que convendría más hablar de expresionismo que de surrealismo. Porque lo que verdaderamente encontramos en toda la obra es la expresión de la interioridad del poeta. La realidad exterior, concreta, en este caso la de la ciudad de Nueva York, se nos presenta filtrada por la mirada subjetiva de la voz lírica. El tema de la sociedad industrializada, con la vida transcurriendo en las grandes urbes, donde el hombre pierde su individualidad y pasa a ser parte de una masa anónima alienada, fue fundamental para el expresionismo. Este movimiento de vanguardia, que comenzó en Alemania y en la pintura, pero que luego se extendió a otros países y también a otras manifestaciones artísticas, apuntó a desnudar los aspectos más sórdidos de la realidad, esos que atentan contra el ser humano. El artista expresionista, defensor de la libertad individual en todos los aspectos, nos presenta una realidad muchas veces deformada por su subjetividad. Los aspectos de la realidad que nos muestra son los más terribles, los que lo llevan a una angustia existencial, a tener una visión pesimista de las cosas. Esto es lo que hace Federico García Lorca en Poeta en Nueva York, mediante un lenguaje, y a través de imágenes, de corte vanguardista nos muestra una ciudad grotesca, inhumana, casi apocalíptica. Hay una intención completamente buscada, ni siquiera comparable al automatismo surrealista, de denunciar la catástrofe que supone la vida moderna en la gran metrópolis. Esto se hace con un lenguaje violento, que protesta, que denuncia y que a su vez exhorta. Hay momentos en la obra en los que la voz poética tiene un carácter hasta profético, en el sentido bíblico, porque es una voz que no solo acusa sobre la violencia y la inhumanidad de la sociedad, sino que también advierte sobre lo que vendrá, si no hay una transformación en las conductas sociales. El yo lírico en Poeta en Nueva York no se queda en lo poético, siempre busca ir más allá y acusa, da testimonio, con un lenguaje enérgico, impetuoso, con imágenes insospechadas, y esto es algo bien expresionista.
La angustia existencial que le supone a la voz lírica enfrentarse a esa sociedad moderna deshumanizada, entronca con algunos aspectos biográficos de la vida del poeta, que por esa época estaba viviendo una crisis individual. Yo no suelo referirme a aspectos biográficos para los análisis literarios, no es mi manera de abordar los textos, pero en este caso creo que, al menos una mínima referencia a la vida del autor es necesaria. Porque Poeta en Nueva York, expresa una doble crisis de la voz lírica; la del enfrentamiento del yo a un mundo adulto (encarnado en la ciudad) con el respectivo fin traumático de la infancia y, la de la aceptación de una identidad sexual diferente. Y esta doble crisis podría ser considerada incluso la misma crisis, porque el acceso a la adultez de esa voz lírica significa asumir su identidad sexual. De manera que el yo lírico en Poeta en Nueva York, si bien está en crisis con la sociedad, fundamentalmente, está en crisis consigo mismo. Pero hay algo que es importante señalar, si bien el yo lírico expresa su dolor, su crisis individual, también expresa el dolor colectivo. Es una voz que habla del dolor de todos, y ahí radica también su fuerza, su impacto. El poeta está solo frente a esa gran ciudad, y a eso lo vemos desde el título de la obra, pero la gran metrópolis, no solo lo margina y lo destruye a él, es el colectivo de individuos el que se ve afectado por la deshumanización moderna. En este poemario Nueva York aparece como un infierno creado por el hombre. Un lugar donde se castiga a los inocentes, donde las cosas inanimadas aparecen dotadas de vida, pero para destruir vidas. Lo que más se valora es el dinero, todo es privado de vida, vuelto abstracto, convertido en cifra y degradado por el dinero.
La decisión de escribir este artículo sobre Poeta en Nueva York, respondió a lo que expresé en el principio, y también al hecho de que la interpretación, el comentario, el análisis literario que pueda llegar a hacer en el futuro de cualquiera de los poemas que integran la obra, no puede prescindir del resto del poemario. Porque esta es una obra difícil, que nos desconcierta, pero que tiene su propio código.
Eliot decía que toda gran poesía comunica antes de ser entendida. A Poeta en Nueva York uno lo lee y por ahí no lo entiende completamente, pero siente que es una poesía que comunica. Lo primero que a uno como lector le impacta de esta obra son las imágenes, son violentas y a la vez las sentimos como irracionales. Es una poesía visceral, con un ritmo avasallante, una poesía de vanguardia, expresionista, una poesía que, compartiendo lo que dijo el autor de La tierra baldía, impacta antes de ser entendida.

Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo  https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.