(Creación
literaria realizada a partir del conocimiento de una anécdota contada por otro
compañero del grupo de escritura).
Por: Fernando Chelle
La
había visto muchas veces frente al malecón, en el balcón de la casa de su
padre. Se preguntaba, por qué siempre se encontraba allí, como la muchacha de
un cuento que leyó alguna vez, que estaba enamorada del balcón, que miraba a
los transeúntes que pasaban por la calle a través de vidrios de colores y que
el día que el balcón se desmoronó se declaró viuda. Este seguramente no era el
caso, pero le gustaba pensar que si él hubiera sido visto por la muchacha a
través de un vidrio de color, el color hubiera sido el verde. Siempre le gustó
estar en soledad y entre plantas.
La
única vez que la vio en la calle, caminaba con su padre de la mano, cerca de su
precaria urbanización. Sabía que era muy difícil que ella pasara por los sitios
que él frecuentaba, que seguramente la muchacha preferiría caminar más cuadras,
dar una vuelta enorme para llegar a su casa, que atreverse a cruzar por su
barrio. Pero un día no fue así, un día la vio pasar a su lado y pasó de
desearla a temerle. Había estado tomando vino con amigos desde el mediodía
hasta la caída del sol. La borrachera lo hizo caer en un profundo sueño.
Mientras dormía, soñó que Dios le hablaba, le decía que estuviera atento a sus
mensajes y sobre todo a su mensajera. Despertó entre dormido e incrédulo y
caminó tambaleando hacia una escalera desde donde se divisaba el malecón.
Abajo, una mujer joven, con su falda y cabellos movidos por el viento venía en
su dirección. Al ver la imagen, completamente blanca, un sudor frío corrió por
su espalda. Cuando el espectro, porque no pudo definirlo de otra forma, estuvo
a tres metros la reconoció. Era la muchacha del balcón, seductora, bella como
siempre la había visto, pero ahora mensajera divina, encarnando a la propia
muerte. Por eso la muchacha decidió pasar por allí, para mirarlo a los ojos y
decirle con la mirada que ella era la mensajera. Desde ese momento, él
comprendió que no debía desear la muerte, todo lo contrario, debía alejarse de
ella, y desde ese momento fue él el que comenzó a caminar más de lo debido para
evitar encontrarse con el peligro de su belleza.
# PUENTEMIAU
Narraciones breves del laboratorio literario debajo del puente
GATO MALTRECHO EDITORIAL
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