Cuerpo vivo que va cantando y otros poemas
Una
de las importantes características de la poética del uruguayo Fernando Chelle
es la intensa cercanía que el lector siente, apenas incursiona en sus versos,
acerca de los postulados y la forma misma en la que el poeta se expresa. Esta
abolición del límite entre autor y lector no es un logro mediano, sino mucho
más que llamativo. A través de sus poemas, Chelle nos acerca no solamente a su
universo propio, sino que colabora a que tengamos una visión mucho más nítida
del nuestro. Un lenguaje llano, por momentos casi coloquial –donde sin embargo
no falta la apelación a la referencia culta– anima estos logros que nos
permiten edificar, desde nuestro papel de lectores de sus poemas, el paisaje de
nuestra propia memoria sensible, merced a la evocación de estados y
percepciones que compartimos con el poeta. Poesía visual y fuertemente
corpórea, la de Chelle se apoya en sensaciones conocidas por el lector y que
vuelven a su conciencia gracias a la habilidad del autor para devolverles su
vigencia inmediata.
Luis Benítez
(Poeta,
narrador y ensayista argentino)
En
su poesía se advierte la voz de un hombre que toma la palabra como herramienta
para expresar no solo sus vivencias personales sino su admiración por el mundo
en que vive. Sobre estos poemarios se puede decir que la palabra está ahí,
clara y expresiva, desnuda, refulgente y divina, con fuerza vital, ataviada de
escarcha y sombras, vestida de seda, fresca como el viento, bañando con su
fuerza el paisaje, cubriendo con su manto invisible las noches y los días.
Fernando Chelle es un poeta que sabe vivir con alegría su oficio, que deja el
alma en lo que escribe. No es de esos poetas que solo cantan a la soledad y a
la angustia, sobre la muerte o la desesperanza. Su poesía es alegre, vital,
poblada a veces de saudades.
José Miguel Alzate
(Escritor
y periodista colombiano)
Variaciones del instante
Aunque no sepa de este llamado de palabras,
de esta resurrección apócrifa de roídas imágenes
con la que reconstruyo la vida que más quiero
¡Qué fácil has venido
a mi voz, y en qué instante!
Me recuerdas, verso mío,
que todo es lo mismo y no,
que estas madreselvas del jardín,
en flor, como en el tango, y
tupidas, como en las rimas,
son, en cambio, las de la vida.
Son otras y las mismas,
porque es igual y otra la pared
y yo también soy otro siendo el mismo.
Están bajo ese eterno cielo
con su luna, su estrella y su misterio.
¡Qué fácil has venido a recordarme, verso mío!
que todo es lo mismo y no…
Tul
Más allá del hierro forjado del zaguán
y del tul de la puerta cancel
tras el viejo escritorio de roble
con su Quijote, su Sancho y sus cuadernos
el aroma atemporal de los jazmines
en un patio de conejos y de pájaros
con enanos roídos por el tiempo.
Allí, ahora lo sé,
en esas tierras de la memoria
germinaba sin saberlo la poesía.
Cuerpo vivo que va cantando
II
Este canto apócrifo y antiguo
es la existencia de un niño en soledad
la voz de un patio soleado lleno de plantas y árboles
frutales
donde palpita gozoso el universo
y hace danzar las flores con su brisa lejana.
Hay tanto silencio en el suspenso,
en este asombro aristotélico ante las cosas,
que el amor se reduce al cobijo de los árboles
y al diamante que deja al pasar un caracol.
Yo soy el niño que está vivo y se canta
con esta lengua amada de mis antepasados
que no fueron raíz de este sueño de versos,
pero sí el justo barro donde sopla la vida.
Poeta de un Río Negro, donde pintados pájaros
nacidos para volar hasta la muerte
se detienen, a veces, en muelles de palabras
y en las flores del tiempo de un patio interminable.
La soledad buscada, necesaria, del niño a plena luz
la del lenguaje cósmico donde lee el poeta
vive conmigo, incluso, en medio de la noche
y lleva por el mundo sus perfumes de siesta
cuando ya nadie duerme y tiemblan las estrellas.
Soy un poeta con los sueños intactos
y con la certeza, de que su canto apócrifo y antiguo
es la existencia de un niño en soledad.
Campo
En el naufragio verde y primitivo de la pradera
silvestre galopa la poesía
el árbol canta su copla de enramada
y hay en el aire un perfume
de pájaros que trovan las mañanas.
En el silencio verde y remoto de los campos,
brillantes como un río, relinchan las ancas de los
caballos
y todo es hondo, solo y profundo
como la boca antigua de una guitarra.
Las entrañas y el tiempo
Bajo el lomo de brillante pez nocturno
más allá del pecho líquido y sin ramas
tiembla el espejo del tiempo.
Sumergido en un devenir de ondulante luz
renace como dama de la noche ante mis ojos
y allí permanece, en su intermitente presencia
de panóptico eterno.
Cada noche, el brillante pez nocturno
serpentea el tiempo y se disipa
con un embrión de luz en las entrañas.
En estos días
En el antiguo andamio de la lengua
en el aire, sonando sola, se soporta la palabra
lo demás es el encierro
del hombre el necesario yugo
que la somete
el imperioso triunfo a la memoria
donde descansa la literatura.
Más allá del papel y la anquilosada tradición
de las pantallas y las conservadoras resistencias
lo inaprensible de esta vida canta.
Así que, nada de perros del hortelano
ni de volver con la frente marchita,
porque, cual la generación de los hombres
así la de las hojas,
en estos días
digitales.
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