Cuando el futuro puede llegar a ser peor
Ficciones que muestran un futuro
desesperanzador, alienante, sin libertad y absurdo. Sociedades ficticias
gobernadas por Estados totalitarios que buscan garantizar la estabilidad social
mediante la manipulación psicológica y en algunos casos científica de los
individuos. Obras que vienen a cuestionar el viejo sueño utópico de una
sociedad perfecta.
Por Fernando Chelle
En el número anterior de
vadenuevo se publicó un artículo titulado Literatura Utópica: Los buenos
no-lugares de la ficción. En ese estudio se reparó en la etimología del término
acuñado por Tomás Moro para denominar a su novela “Libellus De optimo
reipublicæ statu, deque nova insula Vtopiæ” ("Libro del Estado ideal de
una república en la nueva isla de Utopía") y también se mostró cómo, a
partir de esa publicación, se comenzó a gestar un término conceptual que daría
lugar a un nuevo modelo literario. El tema del presente artículo es la
literatura distópica: obras que se han considerado hijas bastardas de las
clásicas utopías, o una especie particular de utopía de carácter negativo, que
tienen su origen en la primera mitad del siglo XX, y que todavía están
presentes no solo dentro de la literatura sino también en el cine. De manera que,
para abordar en profundidad las características específicas de este tipo de
literatura, será conveniente volver a referirnos, aunque sea de forma breve, a
algunos aspectos del concepto madre del que provienen las novelas distópicas,
al concepto de utopía que tuvo origen en el Renacimiento.
En el año 1516, a partir de la
publicación de Utopía, se comienza a utilizar el nombre de “género utópico”
para referirse a las novelas que presentan características similares a la obra
de Tomás Moro. No obstante eso, en la historia de la literatura ya existían
obras que mostraban mundos alternativos, paradisíacos e ideales, similares al
que Moro creó en el siglo XVI, con lo que se podría decir que el pensamiento
utópico ya estaba presente en muchas obras, incluso antes de que se lo
denominara de esa forma. Cuando nos referimos a la literatura utópica estamos
hablando de ficciones que describen el funcionamiento de un Estado ideal, no
localizado en un lugar específico, perfectamente pensado, tanto desde el punto
de vista político, social, científico y en ocasiones religioso, donde los
habitantes cuentan con una predisposición natural a aceptar las leyes y normas
de convivencia. Son Estados ideales de ficción, que se presentan como
alternativos a los del mundo real.
Los proyectos que se describen en
los diferentes mundos utópicos guardan relación con los que se encuentran en el
mundo existente. Son una herramienta utilizada por diferentes autores, de
distintas épocas, para proyectar sus concepciones acerca de una sociedad ideal.
Mediante la comparación, que se hace implícita al lector, entre lo existente y
lo ficcional también está comprendida la crítica, muchas veces feroz, a lo
establecido en el mundo real. De esta manera podemos decir que la literatura
utópica abarca diferentes aspectos que hacen a la realidad del hombre y a su
vida en sociedad, como por ejemplo lo filosófico, lo social, lo teológico. Son
manifestaciones tendientes a mostrar la posible realización humana, a plasmar
lo deseado, a trascender dentro de la ficción hacia mundos más justos y
esperanzadores.
EL CAMINO A LA DISTOPÍA
Este
tipo de ficciones, que se empiezan a escribir de manera sistemática a partir
del Renacimiento, ha tenido una larga vida; de alguna manera hasta en la
actualidad encontramos obras que presentan características propias de las
utopías tradicionales. De todas maneras el género utópico, a lo largo de la
historia, ha tenido sus variantes. En el propio Renacimiento se enfocaba a
expresar el espíritu del Humanismo, a reelaborar viejas historias de carácter
igualitarista, a crear y situar los distintos mundos de ficción en los lugares
geográficos recién descubiertos. Allí encontramos obras como la propia Utopía
(1516) de Tomás Moro, La ciudad del Sol (1602) de Tommaso Campanella, y La nueva
Atlántida (1623) de Francis Bacon. La Ilustración puso a las utopías al
servicio de la razón, continuó con la tradición de los libros de viajes y con
la descripción de lugares ideales, que los autores aprovechaban para expresar
sus críticas sociales y plasmar en sus sociedades ficticias el progreso que
deseaban para las sociedades contemporáneas existentes. Allí se destacan obras
como El naufragio de las islas flotantes (1753) de Étienne-Gabriel Morelly, El
Manifiesto de los Plebeyos (1795) de Graco Babeuf, y Aline y Valcour (El Reino
de Butua) (1788) del Marqués de Sade. En el siglo XIX distintos pensadores,
intelectuales y escritores, pertenecientes a corrientes de pensamientos
vinculadas al primer socialismo, utilizaron el género utópico como una vía de
expresión de sus ideas. Dentro de estas obras, pertenecientes a un movimiento
teórico conocido hoy como socialismo utópico se destacan Viaje a Icaria (1840)
de Étienne Cabet, Teoría de la unidad universal (1841) de Charles Fourier y
Noticias de ninguna parte (1890) de William Morris.
Esta presencia del género
utópico, con sus características propias, se mantuvo casi de forma invariable
hasta comienzos del siglo XX. Claro que las distintas épocas históricas que
sucedieron al Renacimiento introdujeron en el género pequeñas variantes, pero
siempre fueron obras que se caracterizaron por crear mundos ideales y que
apuntaban a proyectar en el imaginario colectivo el pensamiento de que otras
formas de relacionamiento social eran posibles, apuntaban a un futuro
prometedor, de progreso, perfeccionamiento y justicia social. En las primeras
décadas del siglo XX surgió una utopía de carácter negativo, donde el futuro
aparece muy distinto a como lo habían soñado los utopistas clásicos. En los
años '20 del siglo pasado, cuando comienzan a escribirse este tipo de obras, la
humanidad estaba viviendo un momento histórico muy especial. Había terminado la
primera guerra mundial, comenzaba el afianzamiento del régimen soviético,
comenzaba a surgir el nazismo en Alemania, y algunos escritores empiezan a
alertar sobre el perjuicio que implicaría el establecimiento definitivo de un
régimen totalitario para la libertad de los individuos ante el peligro de la
masificación y la desindividualización. El mundo comenzaba a vivir bajo un
potencial tecnológico nunca visto, el peligro nuclear estaba latente, de manera
que no es extraño que la utopía diera un viraje y mostrara su peor rostro, el
de un futuro alienante, sin libertad, absurdo. Estas obras no van a venir a
plantear un modelo ideal de sociedad, sino que van a criticar el orden
existente y a su vez van a proyectar construcciones sociales que advertirán
sobre lo nefasto que podría ser para la sociedad el triunfo de algunos sueños
utópicos. Son sociedades dominadas por la ciencia en manos de Estados que
buscan garantizar la estabilidad social mediante la manipulación psicológica de
los individuos. Las distopías son obras que ponen en cuestión los sueños de las
clásicas utopías, los sueños de una sociedad perfecta; advierten sobre los
peligros de un futuro proyectado con las ideas de un presente. Allí aparecen
tanto temas como el del socialismo de Estado, el consumismo, el control social
(por diferentes ideologías), el hombre en la sociedad y en la individualidad.
La forma más clásica de advertencia que utilizan estas obras es mostrar el
enfrentamiento que se da entre un personaje y las condiciones sociales con las
que le ha tocado vivir. Ejemplos como el de John el Salvaje en Un mundo feliz,
de Aldous Huxley (1932), Winston Smith en 1984 de George Orwell (1949) o el
bombero Montag en Fahrenheit 451 de Ray Bradbury (1953), son una clara muestra
del enfrentamiento del individuo con lo impuesto socialmente. Los ejemplos se
podrían multiplicar, pero haré referencia solamente a estas tres obras porque
son las que tomaré como ilustrativas del género para compararlas.
UN MUNDO FELIZ, DE ALDOUS HUXLEY
(1932)
El título recoge unos versos de William Shakespeare, expresados por
Miranda en el acto V de La tempestad. Es una obra paradigmática dentro de las
distopías: la acción transcurre en un futuro extremadamente tecnológico, donde
el desarrollo científico está en manos de un Estado que lo utiliza para
establecer normas y criterios que apuntan a crear en la sociedad una
“felicidad” constante. En este “mundo feliz” los individuos tienen la vida
programada desde antes de nacer, sus emociones han sido manipuladas desde muy
pequeños con sistemas de enseñanza que no dejan lugar a la individualidad ni a
la reflexión. El Estado ha sabido manipular los sentimientos y emociones de las
personas como un mecanismo de control social en que cada individuo es feliz con
la vida que le ha tocado.
Se trata de una sociedad avanzada
desde el punto de vista tecnológico, en que todas las personas son felices y
viven sin conflictos aparentes, no existe la pobreza ni las guerras. La
reproducción de los seres humanos se da a través de cultivos artificiales; son
educados por medio de la hipnopedia, un sistema que busca grabar en la mente de
las personas todos aquellos conceptos que son utilitarios en esa sociedad. El
avance de la ciencia está controlado por el Estado y cada invento tiene que
superar en algo a otro invento anterior; no existe el concepto de familia y la
sexualidad es libre. Tampoco existe la posibilidad de que un individuo cambie
de clase: si es un alfa estará feliz con serlo, lo mismo sucederá con los
gammas, los deltas y los epsilones; el arte no existe y la religión tampoco.
El enfrentamiento que se da entre
un personaje y las condiciones sociales con las que le ha tocado vivir se ve en
esta obra en John el Salvaje, un individuo que es hijo de dos habitantes del
mundo civilizado y que permaneció toda su vida en una de las reservas que el
Estado Mundial mantenía lejos de la nueva civilización. Las costumbres de John
son muy distintas a las del mundo civilizado, comprenden la lectura de
Shakespeare, la espiritualidad y el relacionamiento emocional entre las
personas. Cuando este personaje visita la sociedad del “Mundo Feliz” se va a
establecer un choque cultural en que las comparaciones con respecto a los
valores y las costumbres serán evidentes. John va a llegar a la conclusión de
que la felicidad del mundo civilizado es artificial y de que una vida sin dolor
ni angustia no tiene sentido.
1984, DE GEORGE ORWELL (1949)
También es una obra que transcurre en una sociedad futura con características
aterradoras. La sociedad descrita por Orwell está gobernada por un Estado
totalitario, dirigido por un único partido que además de imponer su criterio en
todos los aspectos de la sociedad se encarga de vigilar permanentemente todos
los movimientos de los ciudadanos. La imagen del Gran Hermano es la que ostenta
el máximo poder social, es la encarnación de los ideales del partido único y al
que todos los ciudadanos deben rendir veneración y respeto. La situación social
europea y la presencia de gobiernos de carácter totalitarios fueron aspectos
que influyeron en la proyección futura de Orwell, donde se puede ver claramente
la pérdida de la individualidad y la manipulación psicológica de la población
para que no interfiera en los propósitos del Estado.
El protagonista de esta novela,
Winston Smith, trabaja en el Ministerio de la Verdad, uno de los cuatro
ministerios que tiene el Estado. Su función es modificar los datos de la
realidad, fundamentalmente los datos históricos, para generar una opinión totalmente
direccionada y afín a los intereses del partido único. Con el tiempo Smith toma
conciencia de cómo el Estado manipula a su favor a los habitantes y trata de
escapar de la constante y permanente vigilancia del Gran Hermano. Se enamora de
Julia, una joven también desengañada del sistema, y se afilian a La Hermandad,
un falso grupo de resistencia con el que tratarán de liberarse, cosa que no
lograrán, porque La Hermandad no es más que otro engranaje del sistema
represor. Finalmente tanto el protagonista como su enamorada son sometidos a
intensas torturas con lo que el sistema logra revertir sus opiniones
disidentes.
FARENHEIT 451, DE RAY BRADBURY
(1953)
Es otro ejemplo clásico de distopía. El tema central de la novela gira
en torno a la quema de libros y el título de la obra se refiere precisamente a
la temperatura a la que se quema el papel. La acción transcurre en un futuro en
que la lectura está prohibida porque quienes gobiernan consideran que los
libros llevan irremediablemente a la desdicha del hombre. Al igual que en las
otras dos obras referidas, en Farenheit 451, el Estado se encarga de la
manipulación psicológica e intelectual de los habitantes; en este caso se
sostiene que la lectura diferencia a los hombres cuando éstos deberían ser
iguales, de manera que la prohibición de la lectura y la condena de los libros
es una herramienta usada para evitar todo tipo de desviación cultural. Es una
sociedad alienada por distintos aparatos de comunicación que prácticamente han
sustituido las relaciones interpersonales; la ciencia de esta forma es
utilizada para mantener sumisos a los ciudadanos frente a un sistema que no se
cuestiona.
El protagonista de esta novela es
un bombero llamado Montag, que se ocupa de quemar los libros. En este mundo los
bomberos no se encargan de apagar el fuego sino de provocarlo, claro que de
forma controlada. Poco a poco, y fundamentalmente a partir del conocimiento de
una muchacha llamada Clarisse, Montang comienza a tener curiosidad por la
lectura, lo que lo lleva a comenzar a guardar algunos de los libros que
decomisa. Con el tiempo este bombero despierta de la ignorancia colectiva y
pasa a ser consciente de los condicionamientos sociales en que están insertos
los demás ciudadanos. Al final Montag, que se ve perseguido por el régimen, se
incorporará a una sociedad secreta encargada de guardar en la memoria el
contenido de los libros.
Imagen tomada de https://chesiechan.wordpress.com/tag/distopia/
Artículo publicado en la revista
digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy.
Enero de 2015. Disponible aquí: : http://www.vadenuevo.com.uy/index.php/the-news/3297-76vadenuevo09
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