Un paseo vespertino por los jardines del Sur
En esta ocasión voy a
hablar de un libro de poesía, Cuerpo
vivo que va cantando y otros poemas, de Fernando Chelle, editorial PALABRA ESCRITA, Cúcuta, Colombia, 2021.
Por Jorge Meléndez Sánchez
A este escritor lo
conocí por sus trabajos lingüísticos, sus análisis literarios, en los cuales
entré a terciar como prologuista, a plena satisfacción suya y mía. Sólo nos
conocemos por medio de esa clase de emanación que se produce en Internet y en
la hermandad de la búsqueda de la felicidad por la palabra.
Fernando, ferviente
buscador de mundos en el Caribe colombiano, se ha dado a conocer, no sólo en la
Costa Caribe, sino en las diferentes regiones del país, donde, con su lucidez, ha
dado lustre a distintos eventos literarios.
Es el autor de las
obras de carácter ensayístico: El cuento
fantástico en el Río de la Plata (2015), Las otras realidades de la ficción (2016), El cuento latinoamericano en el siglo XX (2016), Cadencias que el aire dilata en la sombra
(2018), Palabra en el tiempo (2019) y
Algo así como un misterio (2020). A
estas obras deben sumárseles, un libro de cuentos titulado SPAM (2017), y Curso general
de lectoescritura y corrección de estilo (2014), una obra de carácter
didáctico.
En el terreno de la
poesía, le preceden al poemario que acaba de publicar, los libros Poesía de los pájaros pintados (2013), Muelles de la palabra (2015) y Las flores del tiempo (2018).
Su último trabajo
poético, Cuerpo vivo que va cantando y
otros poemas (2021), es una obra que contiene el poemario más reciente (Cuerpo vivo que va cantando), acompañado
de una selección de textos de todos los poemarios anteriores, de ahí el
complemento del título “y otros poemas”.
Como prologuista de
dos libros de Fernando Chelle, uno sobre la poesía de Antonio Machado, Palabra en el tiempo (2019), y otro
sobre la poesía de Federico García Lorca, Algo
así como un misterio (2020), no puedo dejar de percibir la marcada
influencia en el uruguayo de estos dos poetas españoles. A Antonio Machado lo
veo ya desde ese título vital y esperanzador que tiene el poemario. Lorca
también está presente en algunas imágenes, aunque en menor medida. Pero sí hay
algo que Chelle comparte, de alguna manera, con estos poetas protagónicos de
las dos generaciones poéticas más importantes de la literatura española, el
carácter anfibio en las temáticas de muchas de sus poesías. Porque de alguna
manera están corriendo por los versos de Chelle, las aguas, no sólo de su Río
Negro y de su Río de la Plata, sino también las del caudal hídrico del Río
Guadalquivir, y del Río Duero. Pero claro, a estas aguas deberíamos sumarles
también las de la Depresión momposina, las del Río Zulia y también las del
Pamplonita. Ríos, estos últimos, de frontera, porque este es un poeta que
parece destinado a vivir cercano a las fronteras, ya sea en Uruguay como en
Colombia, y esto, que puede ser interpretado como un simple accidente vital, en
la obra de un poeta puede estar marcando una impronta distintiva.
Entonces, pasamos a
referenciar la doble circunstancia del hombre y la naturaleza, para la mirada
poética, expresión que en todo momento se cumple como regularidad esencial. Ser
y naturaleza son condiciones básicas, tal como las descubrió el Romanticismo y
tal como las proyecta la experiencia ajena, la de los antecesores. En el caso de
este último poemario de Chelle, la naturaleza es una constante, uno de los
grandes motivos recurrentes que está presente en una gran diversidad de textos.
Comenzando por las referencias ya aludidas al Río Negro, el que aparece casi
siempre acompañado de la luna, un elemento que podría tener reminiscencias
lorquianas, aunque la luna de Chelle no tiene nada de mítica ni de flamenca.
Sirvan como ejemplo textos como Fascinación
nocturna:
Como una misteriosa ofrenda
de plata
fluyendo en el oscuro rumor
del agua viva
allí, donde se mese el
secreto de los juncos
en una geometría anárquica
de sombras,
viertes la blanca ambrosía
de las ranas.
O como Luna sentimental:
Sobre el lago azul de los
misterios
tiemblan lejanos el silencio
y la luz
y el tiempo y el espacio de
lo bello
es el alma de plata de lo
eterno.
También es el caso de Las entrañas y el tiempo:
Bajo el lomo de brillante
pez nocturno
más allá del pecho líquido y
sin ramas
tiembla el espejo del
tiempo.
Y de Poeta en la noche junto al Río Negro:
Este tajo de luz donde igual
se mecen la noche y las chalanas
y en sus entrañas líquidas
tiemblan de frío las estrellas
es un verso celestial,
aunque sea Negro.
En su cuna de tiempo, de
rayo que no cesa en las orillas
duerme llena la luna, con su
caracol de plata
y su huella de espejo
destrozado.
Es muy significativa
la presencia del río, casi únicamente en la noche. Porque contrario a estos
cantos nocturnos, se podría decir con certeza que gran parte de la poesía de
Chelle es más que nada una poesía del día, la suya, como la de Machado, es una
poética de la tarde y del atardecer. Veamos algunos poemas que así nos lo
muestran, como, por ejemplo, el titulado Sueños
del atardecer:
Los últimos arreboles son
aquí una promesa de descanso
un gris desde el celeste
sobre el arte nuevo de algunas casas…
Melancólicas huellas de una
luz que se marcha
que se esconde en el sueño
de las ventanas…
Miremos el titulado Ocaso en los jardines:
La ebriedad del día en los
jardines
es la bruma morada del
crepúsculo
un instante de gloria
fugitiva
desde lo alto cayendo entre
las hojas,
una pacífica guerra de color
hacia la sombra ´
hacia el sueño final que
supone la noche.
El que lleva por
título Tarde mística:
La ebriedad del firmamento
sin estrellas
hoy ha caído con todos sus
colores,
tiembla sobre los árboles
dormidos
y arrastra perfumada su
silencio
sobre el suspiro de las
flores calmas.
Hay un lenguaje vespertino
confundido
sintonizado extrañamente con
el alma
un cortejo puro y armónico
hacia la noche
hacia el encuentro divino de
las llamas.
El que se titula, tan
significativamente, La hora de las
chicharras:
Mi sombra no es más que un
grito silencioso
escapando de la tarde que me
habita
una delgada imagen que se
arrastra sin rostro
crece y se dilata como el
poema que contengo
como el verso que vive en
plena tarde.
En fin, los ejemplos
se podrían multiplicar. Es en las tardes, y es en los patios, donde transcurre
fundamentalmente la poesía de Cuerpo vivo
que va cantando. Un patio que no es único, y que quizá ni si quiera se
trate de un patio verdadero, sino de los patios continuados de la infancia,
como parece quedar claro en el texto Continuidad
de los patios:
¿Será que todas las
infancias son recuerdos de un patio
vasto como la noche y más
largo que la vida?
En mi verde infancia,
los patios de la memoria se
continúan
y llegan hasta esta página…
De más está decir que
esta evocación de los solares, con sus tardes cargadas de flores y de colores
está atravesada por la melancolía. Por eso indiqué al comienzo de este estudio
que Chelle tiene mucho más de Machado que de Lorca. Y por supuesto que las
posibles influencias no debemos reducirlas únicamente a estos dos autores, pero
este es el enfoque que yo he decidido darle al escrito, porque es una forma de
dialogar con lo que ya expresé en otros trabajos, donde el poeta se ocupa de
los vates mencionados.
De Machado, decía, es
también esa reconstrucción melancólica que hace la voz poética utilizada por
Chelle de un pasado, que bien podríamos comparar con lo que el poeta nacido en
Sevilla calificó como “pasado apócrifo”, ese pasado que no necesariamente se
corresponde con los hechos reales sino que tiene más que ver con la poetización
(de más está decir que subjetiva) que hace el poeta de sus recuerdos. Dentro de
estas poesías de carácter, llamémosle, melancólico o, si se quiere nostálgico,
encontramos textos como el titulado, precisamente, Pasado apócrifo:
En
una patria azul partida por un río
con
jardines floridos y tardes embriagadas
hay una falsa casa donde habita mi infancia.
Es una construcción de la nostalgia
una
ficción con algo de verdad
donde todos los patios continuados
son el mismo gran patio del misterio.
O
el poema Calles de mi barrio:
Las
arterias de piedra de la Italia chica
brillantes
como los peces
siempre
desembocan en el río.
Allí,
entre verdes islas
de
chalanas mecidas en la orilla
nunca
he sido profeta.
Sin
embargo,
los
altos pinos al final del pueblo
donde
se hamaca la postrera sombra
sabrán
un día de mis cansados huesos,
como
los eucaliptus hoy saben de mis versos
y yo
de su fragancia que no tiene fronteras.
Nunca
he podido irme de la piel
que
sujeta pecho, sueño y palabra
de
un poeta del Sur.
Para cerrar, creo que
el otro gran pilar sobre el que se sostiene esta obra es el metapoético, es
decir, el constituido por esos textos que reflexionan sobre el propio acto
poético. Entre ellos podríamos citar al que lleva por título Atrevimiento:
No sé de este llamado de
palabras,
de esta resurrección
apócrifa de roídas imágenes
con la que reconstruyo la
vida que más quiero…
También al que se
titula El tiempo es el ahora:
Este es el tiempo de Homero
y también el de Bécquer
porque el himno gigante y
extraño
siempre es presente
ya que todas las voces se
vuelven un ahora.
El significativo y
diciente Alumbramiento:
Hay que tener buena mano
y estar dispuesto a la
gracia
dejarse seducir por el
misterio
guardado en la caída de una
hoja
porque así es el secreto
del hijo que te engendra.
Hay que guardar la calma
cuando todavía es sueño
y vive en los ocultos
dominios de la sangre
hasta que sea una forma
compuesta de palabras
descansando en un verso
gozando de la luz.
O el bello poema que
lleva por título El ruiseñor:
Sólo busco encausar las olas
bajo el cielo
en noches estrelladas o a
plena luz del día.
Cuando la espuma estalla al
fondo de mi pecho
y no existe en el mundo
dique que la contenga
canto como los pájaros y
hablo como las hojas
siempre en un verso libre
porque soy como el viento.
Celebro la publicación
de este poemario e invito a su lectura. Se trata de una obra esencial, muy bien
escrita, con una voz lírica que parece venir de otros tiempos y que evoca
también la presencia de otros lugares y otros seres humanos, esos que han
quedado prisioneros en la memoria y en los terrenos misteriosos de la
literatura.
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