Romance de la luna, luna
Primer análisis literario, del poeta español más
conocido y leído de todos los tiempos.
Por Fernando Chelle
Después
de haber allanado el camino, primero con un artículo sobre la generación del 27
y luego con otro sobre las características de la poesía de Federico García
Lorca, hoy me enfrentaré, sin más rodeos, al análisis literario de uno de los
textos más conocidos del poeta andaluz. Romance
de la luna, luna, el poema con el que se abre el Romancero gitano (publicado
en 1928), será el primero, de una serie de textos poéticos, del que ofreceré
una lectura particular. Porque los estudios críticos y analíticos de la
literatura que suelo realizar no son otra cosa que eso, una lectura personal de
los textos.
Romance de la luna, luna
La
luna vino a la fragua
con su
polisón de nardos.
El
niño la mira, mira.
El
niño la está mirando.
En el
aire conmovido
mueve
la luna sus brazos
y
enseña, lúbrica y pura,
sus
senos de duro estaño.
Huye
luna, luna, luna.
Si
vinieran los gitanos,
harían
con tu corazón
collares
y anillos blancos.
Niño,
déjame que baile.
Cuando
vengan los gitanos,
te
encontrarán sobre el yunque
con
los ojillos cerrados.
Huye
luna, luna, luna,
que ya
siento sus caballos.
Niño,
déjame, no pises
mi
blancor almidonado.
El
jinete se acercaba
tocando
el tambor del llano.
Dentro
de la fragua el niño,
tiene
los ojos cerrados.
Por el
olivar venían,
bronce
y sueño, los gitanos.
Las
cabezas levantadas
y los
ojos entornados.
Cómo
canta la zumaya,
¡ay,
cómo canta en el árbol!
Por el
cielo va la luna
con un
niño de la mano.
Dentro
de la fragua lloran,
dando
gritos, los gitanos.
El
aire la vela, vela.
El
aire la está velando.
El
tema central de este poema, primer romance escrito por Federico García Lorca y
texto con el cual precisamente se abre el Romancero Gitano, es la
dramática muerte en soledad de un niño dentro de una fragua. Se trata de un
romance mítico, de profunda belleza poética, donde las fuerzas de la naturaleza
cobran vida. Con él comienza el clima, la atmósfera que caracterizará a toda la
obra, que es la de un mundo mítico-poético alejado de lo racional y de lo verosímil,
un mundo que funciona como un tejido unitario, donde todo es solidario y donde
no se establecen distinciones entre lo real y lo imaginario, ni entre lo
natural y lo sobrenatural.
En
este primer poema del libro, también, ya podemos apreciar otro aspecto que se
repetirá en los demás textos, la síntesis entre la tradición poética popular
española con la poesía culta, a través de la utilización del romance de verso
octosílabo con rima asonante en los versos pares. Este es un romance
de treinta y seis versos divididos en cuatro estrofas donde encontramos
aspectos que son propios del Romancero viejo (tradicional), como el fuerte
componente narrativo, lo dialógico y, si se quiere, hasta lo dramático, y
también aspectos que pertenecen al romance nuevo, moderno o culto, ese que se
originó en el Siglo de Oro, como por ejemplo, el estilo lingüístico depurado,
enriquecido estéticamente. Otro aspecto del poema que presenta características
tanto del romancero tradicional como del nuevo es la forma de estructurar la
versificación. Del romancero tradicional, Lorca toma la clásica tirada de
versos, mientras que de los cultores más modernos toma la cuarteta, o estrofa
de cuatro versos. Sirva esta aclaración para decir que el Romance de la
luna, luna está estructurado en cuatro estrofas, las dos primeras dignas
herederas del Romancero viejo y las dos finales del nuevo: la primera (verso 1
al 20) es una tirada de veinte versos, la segunda (verso 21 al 28), es otra
tirada de ocho versos, mientras que las dos últimas estrofas (verso 29 al 32) y
(verso 33 al 36) son dos cuartetas. A su vez, esta estructuración externa del
poema está directamente relacionada con la estructura narrativa interna que
presenta, ya que podemos establecer en su construcción, a partir de los
espacios en que transcurre la acción y la participación de los personajes
intervinientes, cuatro momentos, cada uno coincidente con cada una de las
estrofas. Por ejemplo, en la primera estrofa (tirada del verso 1 al 20) la
acción transcurre en el interior de la fragua y participan la luna, el niño y
el aire; en la segunda estrofa (tirada del verso 21 al 28) la acción continúa
en la fragua, pero también está presente en el llano y en el olivar y se suman el
jinete y los gitanos; en la tercera estrofa (cuarteta del verso 29 al 32) la
acción se traslada a un árbol y al cielo y aparece la zumaya; finalmente, en la
cuarta estrofa (cuarteta del verso 33 al 36) la acción regresa a la fragua,
donde vuelve a aparecer el aire, aunque ahora con una actividad diferente a la desempeñada
en la primera estrofa.
La
luna vino a la fragua
con su
polisón de nardos.
El
niño la mira, mira.
El
niño la está mirando.
El
inicio del poema responde, en todas sus líneas, a las características propias
del romancero tradicional. No sólo porque comienza con una estrofa que es una
tirada, sino porque además el material narrativo es presentado de forma
abrupta. Hay un yo lírico (que a su vez es un yo narrador) con un punto de
vista interno. La historia se nos contará desde adentro de la fragua, que es en
donde se encuentra la voz lírica-narrativa, de ahí la utilización del “vino”
(pretérito perfecto simple del verbo venir). Esa voz poética, es la de un
testigo ocular de los acontecimientos, que presencia la llegada súbita,
abrupta, de la luna a la fragua. Nos enfrentamos en este poema, desde el
comienzo, con una personificación, una prosopopeya, donde el bello astro,
satélite natural de la tierra, en la forma de una mujer elegante, se hace
presente en el ámbito natural de trabajo del pueblo gitano, en la fragua.
Estamos aquí en un mundo donde el plano de lo real o verosímil aparece
fusionado con lo irreal o sobrehumano. El empleo del artículo determinado “la”
utilizado por la voz poética para referirse a la fragua contribuye a darle ese
carácter mítico también al lugar donde transcurrirá la acción, porque esta no
es cualquier fragua, es “la “fragua”, un lugar al parecer conocido, familiar,
para la voz, un lugar mítico-poético por excelencia.
En los
cuatro primeros versos, con gran poder de síntesis, la voz lírica-narrativa nos
muestra el panorama inicial, de lo que podríamos llamar la escena dramática, y
nos presenta a los dos principales personajes, la luna (que representa de
manera simbólica la presencia de la muerte), y el niño, la víctima de esa
visita siniestra. A su vez, son versos que dividen la atención a los personajes
de forma equilibrada, los dos primeros se ocupan de la luna y el tercero y el
cuarto, del niño. La llegada a la fragua de la luna-mujer, ataviada de forma
elegante y anacrónica establece, en principio, un contraste estético con el
rústico lugar de trabajo de los gitanos. La joven víctima, que ya se encontraba
en el lugar, parece quedar absorta ante la presencia de la luna, lo que el
poeta ilustra muy bien con un recurso típico de los romances tradicionales, la
repetición. Los dos versos que describen al niño, además de ser anafóricos,
establecen un paralelismo sinonímico, donde la repetición del verbo mirar (en
tercera persona del presente del indicativo) y la perífrasis verbal, (también
en presente) donde el gerundio del verbo mirar parece alargar la acción, son
muestras claras de la fascinación en la que se encuentra inmerso el niño. Y me
detengo en las formas verbales y sus tiempos, porque este también es otro
recurso que Federico García Lorca heredó del romancero tradicional, la
alternancia del pasado de las narraciones con el presente del narrador. Aquí
vemos que la luna “vino” (pasado), pero sin embargo el niño “la mira”
(presente), este es un recurso que ayuda a renovar la acción y que le da un
carácter dramático al discurso, es como si nosotros (lectores o escuchas)
estuviéramos contemplando la escena que se está desarrollando en la fragua.
En el
aire conmovido
mueve
la luna sus brazos
y
enseña, lúbrica y pura,
sus
senos de duro estaño.
El
aire es otro elemento de la naturaleza que aparece personificado (prosopopeya).
El impacto que produce la presencia de la luna en la fragua no sólo deslumbra
al niño, sino que otros elementos de la naturaleza también se ven afectados.
Este es un recurso literario muy bien utilizado por Federico García Lorca, que
se encuentra en numerosos textos del Romancero gitano. Es un encanto de
la poesía de todos los tiempos dotar a la naturaleza de personalidad, de
lenguaje, para que el hombre pueda entrar en una comunicación directa con ella.
El poeta elige estructurar el discurso de esta micro unidad temática, que
suponen los cuatro versos, en forma de hipérbaton, donde justamente se resalta
la conmoción del aire que, a diferencia del niño, parece saber cuál será el
final de los acontecimientos. Parece saber que, tras esa misteriosa danza
ritual, casta, pero a su vez lujuriosa, como se expresa en la antítesis
“lúbrica y pura”, se esconde una finalidad funesta, la de seducir al niño para
llevárselo con ella, para llevarlo a la muerte. Es muy significativo que los
senos de la luna sean de “duro estaño”, porque se trata de un metal, de una
materia prima del trabajo de los gitanos, y si bien el atuendo elegante de la
luna contrasta con ese lugar de trabajo que supone la fragua, también, de
alguna manera, es como si ella estuviera mimetizada con el mundo de los gitanos
a través de los metales.
Huye
luna, luna, luna.
Si
vinieran los gitanos,
harían
con tu corazón
collares
y anillos blancos.
Niño,
déjame que baile.
Cuando
vengan los gitanos,
te
encontrarán sobre el yunque
con
los ojillos cerrados.
Huye
luna, luna, luna,
que ya
siento sus caballos.
Niño,
déjame, no pises
mi
blancor almidonado.
En
estos doce versos, con los que se cierra la primera tirada y el primer momento
del poema, encontramos otro procedimiento típico de los romances, el diálogo.
El poeta elige pasar al estilo directo, con lo que el texto se dramatiza y nos
permite a los lectores (o a los escuchas llegado el caso) entrar en contacto
con el sentir de los personajes. El diálogo, incluido en el texto sin ningún
verbo introductorio, ya que entramos directamente en contacto con la voz del
niño, está repartido entre los dos personajes principales de forma equilibrada,
a cada uno de ellos se les otorgan seis versos, divididos en dos
intervenciones, una de cuatro versos y otra de dos. Es importante reparar que
los verbos en ambas intervenciones están en imperativo, porque esto nos sirve
para descubrir el contraste que se establece entre las actitudes de los actores
involucrados, ya que mientras el niño con su imperativo “Huye”, muestra
afectividad, e intenta proteger a la luna, ésta, con su imperativo “déjame”
está mostrándole al niño, su superioridad, su desprecio. El pedido, casi
suplicante del niño, tiene la intención de proteger a la luna de la inminente
llegada de los gitanos, muy próximos a la fragua, ya que se escuchan sus
caballos. El pequeño protagonista, si bien se encuentra seducido por la luna y
su baile misterioso, es consciente de que la naturaleza del astro es de metal y
bien podría ser utilizada como material de trabajo por los gitanos. Esto hace
que yo no vea a este niño como a un representante de la colectividad gitana
(que es la lectura más generalizada que tiene este poema), sino que para mí
este es un niño inocente, puro, que seguramente ha crecido mamando la opinión
de que los gitanos, además de trabajar con metales, suelen ser gente peligrosa,
con un estilo de vida al margen de lo convencional. Esto lleva a que el niño
advierta a la luna del peligro que corre, ya que los gitanos, más que admirar
su belleza, verán en ella una finalidad utilitaria. Pero poco le importan a la
elegante, distante y aristocrática dama de la noche las advertencias del niño,
ella lo que quiere es seguir bailando, continuar con su danza ritual. No
permite ni siquiera que el niño se le acerque, sabe a lo que vino y también lo
que sucederá, por eso lanza una profecía que finalmente se cumplirá, y a
diferencia de los peligros profetizados por el niño, que no se concretan, el
pequeño sí terminará con los ojillos cerrados.
El
jinete se acercaba
tocando
el tambor del llano.
Dentro
de la fragua el niño,
tiene
los ojos cerrados.
Por el
olivar venían,
bronce
y sueño, los gitanos.
Las
cabezas levantadas
y los
ojos entornados.
En
esta segunda tirada, correspondiente al segundo momento del romance, el poema
retoma el tono narrativo con el que comenzó, se introducen nuevos personajes
(el jinete y los gitanos) y también dos nuevos escenarios, el llano y el
olivar. Este es un jinete, que al igual que la luna, es símbolo de la muerte.
Mientras él se acerca, el niño yace muerto en la fragua, tal como lo profetizó
la luna. El poema pasa a narrar los acontecimientos que se están dando en dos escenarios
de forma paralela. La magnífica metáfora que alude al galope del caballo
“tocando el tambor del llano”, muestra la proximidad a la fragua de este
personaje y es como un anuncio siniestro de lo que ha sucedido con el niño. Se
ha cumplido la profecía de la luna, el niño ha muerto, aunque el narrador elija
para decírnoslo el eufemismo utilizado anteriormente por la luna “tiene los
ojos cerrados”. Los gitanos aparecen por vez primera en el poema, ya habían
sido aludidos por el niño, en el olivar, símbolo inequívoco de la geografía
andaluza. Se los ve imponentes, altivos, poderosos, el yo lírico-narrativo, que
deja ver su admiración hacia el pueblo gitano, los describe metafóricamente
como estatuarios e idealistas “bronce y sueño”.
Cómo
canta la zumaya,
¡ay,
cómo canta en el árbol!
Por el
cielo va la luna
con un
niño de la mano.
Esta
tercera estrofa, igual que la última, es una cuarteta, como dije cuando me
referí a la estructura externa del poema, una estructura expresiva que se
corresponde con los romances más modernos. Aquí encontramos otro personaje, la
zumaya, y otros escenarios diferentes a los vistos, ya que la acción tendrá
lugar en un árbol y en el cielo, y se desarrollará de forma paralela. Los dos
primeros versos, los que abarcan el canto agorero y lastimero de la zumaya y el
lamento del narrador, responden a lo que se nos describe en los dos versos
finales de la estrofa. Esta estrofa encierra el desenlace de la historia, donde
vemos como la luna, símbolo de la muerte en el poema, ha logrado su cometido y
ahora sí toca al niño, lo lleva de la mano, pero claro, el pequeño va con los
ojos cerrados.
Dentro
de la fragua lloran,
dando
gritos, los gitanos.
El
aire la vela, vela.
El
aire la está velando.
Quizás
esos gritos desgarrados de los gitanos en este final, por la muerte del niño,
hayan llevado a la interpretación, casi de forma generalizada, de que se trata
de la muerte de un niño perteneciente a la colectividad gitana. Si esto fuera
así, el niño no se hubiera referido a los gitanos como gente ajena a su
persona, y en cambio los gitanos sí podrían estar llorando la muerte de un niño
sin que obligatoriamente pertenezca a los suyos. Pero bueno, esto no es lo
importante y quizá sea un misterio hasta para el propio poeta. Lo cierto es que
en el cierre del romance predominan los llantos lastimeros de los gitanos. La
acción regresa a la fragua y culmina con la presencia del aire, fiel testigo de
los acontecimientos, que vuelve a aparecer, para velarla.
Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.
Me encanta ese romance lunar y primicial.Y me "sorprende" que la selénica sonoridad responde y reverencia una estructura de estrofas, versos, rimas pares asonantes y otros elementos del constructivismo poético.Esa mecánica es la que explica la belleza.Pero cuando me entero por Fernando, siento un pequeño escozar,un prurito:es como que hay que hacer una vivisección para darle al cuerpo su daimon, su demonio, pero bulle y molesta a mi mente el logo de la mecánica que se debe emplear por el poeta.¡Y que difícil es conseguirlo si no se tiene un angel lirico! Y cómo se distancia Federico de cualquier mortal común, hasta resultarle lejanamente inalcanzable. Por momentos me parece que el poema es -tras saber sobre aquella estructura formal-un sarcófago.El de Tutankamon, mas lindo por fuera que por dentro donde solo estan las telas momificadas de la muerte.Por eso¡Verso libre "y la canción profana"!. Sin ataduras aprioristicas para que la poesia se enmaride con la música.Un abrazo , Fernando!..y gracias por tu suprema lección de estilística..
ResponderEliminar¡Muchas gracias, Alfredo! Honor que me hacen tus palabras. En este poema, y en todo el Romancero gitano, Federico García Lorca se nos presenta como un digno heredero de la métrica tradicional española por excelencia, el verso octosílabo. Él, indudablemente, es un poeta culto que puede llegar a experimentar con las formas poéticas, pero déjame decirte que no todos los creadores de romances tradicionales fueron acompañados por su “ángel lírico”, sino que más bien estaban mucho más cercanos a cualquier mortal, ya que se trata de una poesía tradicional, popular, por excelencia. Esto tampoco quiere decir que los poetas anónimos y populares tengan que ser subestimados, todo lo contrario, podríamos comparar las antiguas técnicas de versificación del romance, con lo que hacen algunos payadores que, sin ser gente con una formación académica específica, pueden lograr versificaciones perfectas, medidas, de una forma, podríamos decir, innata.
ResponderEliminarEn lo personal, yo también me he inclinado siempre por el verso libre. Un abrazo grande a la distancia, mi admiración.