viernes, 8 de mayo de 2015

Curso general de lectoescritura y corrección de estilo, guía para formular escritos correctos




unidad
Planificación textual

La planificación de un texto constituye la parte del proceso de elaboración donde nos planteamos y nos respondemos los objetivos que perseguimos al ponernos a escribir.   Debemos pensar en el emisor y en el receptor, en la selección y orden que queremos dar a nuestras ideas, también en el género en que vamos a escribir, entre otros aspectos fundamentales que estudiaremos en este capítulo.


Aprendiendo a escribir

Con respecto al ejercicio de la escritura, veamos lo que nos dice Graciela Reyes, en su libro “Cómo escribir bien en español”:

“El manido tópico de que el arte o la creación son algo que no puede ser enseñado ni aprendido pierde validez ante la realidad de la evidencia. Ni los grandes lingüistas son necesariamente buenos escritores, ni todos los escritores prestigiosos apoyan su arte sobre una formación de base academicista. Tampoco la facilidad para llenar páginas puede ser considerada una garantía de saber escribir bien… existe un método preciso y lógico para aprender a dominar el proceso de redacción, sea cual sea nuestro objetivo a la hora de escribir; cartas, cuentos, novelas, tesis, informes, guiones cinematográficos, poesía o una simple invitación… Aprender a escribir textos exige más que dominar algunas técnicas de redacción y algunas normas gramaticales. Aprender a escribir es, sobre todo, aprender a reflexionar sobre el lenguaje. Para escribir bien, debemos considerar el lenguaje como medio y como fin para cumplir determinada función; debemos sopesar críticamente nuestros recursos lingüísticos, calcular el espacio de comunicación que abrimos con nuestro escrito, meditar sobre el tema del que queremos hablar y sobre las personas a las que nos dirigimos. Escribir es examinar la realidad y examinar, simultáneamente, cómo la simbolizamos con palabras y cómo transmitimos sus contenidos. Escribiendo, elaboramos críticamente nuestras experiencias y ejercitamos nuestra capacidad de comunicarnos.” (Graciela Reyes (1998), Cómo escribir bien en español, Madrid: Arco/Libros, p. 11)

Este apartado del libro pretende dotar de los elementos, conceptos, ideas y reflexiones básicas para abordar con éxito la expresión oral y/o escrita en la mayor gama posible de contextos comunicativos.

En primer lugar y antes de abordar estos temas debemos acotar nuestro objetivo, estableciendo  qué es lo que entendemos por texto así como por escribir o expresarse por escrito.


¿Qué entendemos por texto?

Un texto es un conjunto de signos lingüísticos usados por una persona para construir un significado. La finalidad de un texto es comunicar algo a alguien.

De acuerdo con esta definición de texto, que nos resultaría difícil rebatir, no parece existir ninguna razón para distinguir entre "comunicaciones escritas" y "comunicaciones orales": en los dos casos usamos signos lingüísticos para construir un significado, esto es, crear un mensaje, que dirigimos a alguien. Así pues, coherentes con la descripción propuesta, debemos considerar que tanto los mensajes orales como los escritos constituyen textos.

Ahora bien, no podemos pasar por alto una diferencia esencial entre uno y otro tipo de textos. Nos referimos al hecho de que los textos orales, en general, constituyen comunicaciones "presenciales o virtuales”, esto es, el emisor y el receptor comparten el mismo espacio y el mismo tiempo (en el caso de las comunicaciones virtuales el espacio no suele ser el mismo); los textos escritos, en cambio, no.

Esta diferencia no niega que unos y otros sean textos, pero para compensar esta falta de coincidencia espacio-temporal entre emisor y receptor, la comunicación escrita está sujeta a reglas más elaboradas que los textos orales. No olvidemos que los principios y reglas de escritura existen para asegurar que el mensaje transmitido y la intención del autor se mantengan en el texto y se transmitan sin ambigüedades.

Tras esta pequeña introducción, veremos que estamos en disposición de aportar una definición de texto más acorde con nuestra experiencia:

Un texto es una transacción lingüística entre emisor (autor) y receptor (oyente o lector). Cada texto construye un diálogo entre autor y lector. La expresión de las intenciones del autor y las interpretaciones. 




Los textos en la sociedad

A lo largo de nuestra vida, estamos en contacto con una gran cantidad de textos de diferentes tipos: desde programaciones de televisión hasta novelas, pasando por artículos de revistas, correos electrónicos, multas, horarios, carteles, facturas, etc. Y lo que es más importante, ante cualquier mensaje, todos reconocemos de forma inmediata de qué tipo de texto se trata: nadie confunde una multa de tránsito o la factura del Teléfono con una carta de amor. Este hecho, que creemos innegable, supone lo siguiente:

-       Que, consciente o inconscientemente, todos estamos familiarizados con los distintos tipos de textos y
-       Que establecer los rasgos distintivos de los distintos tipos de textos existentes no sólo es posible sino que ser consciente de ellos constituye un conocimiento imprescindible para escribir textos con éxito, esto es, que alcancen el objetivo para el que fueron creados. En definitiva, para ser buenos escritores.

Es importante que tengamos en cuenta que clasificar un texto es esencial para interpretar el mensaje o, incluso, de las palabras que lo componen.

Por ejemplo, fuera de contexto, la referencia a un estudiante como "es un estudiante aplicado" es bastante positiva; no obstante, si se encuentra en una carta de recomendación, donde se deben exagerar las virtudes del "recomendado", se convierte en algo negativo, dado que lo interpretamos como que, a pesar del interés en entender las cosas y de las horas que dedica a ello, el estudiante no entiende fácilmente las cosas, es decir, no es muy inteligente.

Este ejemplo pone de manifiesto la importancia de las convenciones textuales a la hora de interpretar el mensaje de un texto.


La composición de un texto

Escribir en forma correcta y eficaz es una tarea nuestra, dependemos exclusivamente de nosotros, no de la ayuda de las musas u otros seres sobrenaturales. Es nuestra capacidad para elaborar un producto (el texto) lo que vamos a medir. Así como quien elabora un plato que le agrada, como quien cose un botón, como quien maneja el taladro para colgar un cuadro o quién se atreve a “montar” un mueble, tareas que implican el manejo de una técnica, así  es la escritura.

Y es que escribir bien es componer / elaborar por escrito textos correctos, adecuados, no ambiguos, que cumplan los objetivos para los que fueron pensados. La desventaja de esta idea es que, si no alcanzamos nuestro objetivo, no podemos pasar la culpa a nadie, si acaso a nuestra pereza; la ventaja, que escribir se convierte en una habilidad alcanzable por todos tras un periodo de formación de escritura y de práctica.


La práctica hace al maestro

No sólo todos podemos escribir, sino que podemos hacerlo bien. En este sentido, pretendemos que este apartado del libro sobre escritura o, lo que es lo mismo, sobre elaboración y composición de textos escritos constituya una ayuda para los interesados en convertirse en expertos en el manejo (interpretación y producción) de textos escritos.

Nos hemos propuesto exponer algunas ideas generales acerca del proceso de elaboración de escritos, de estrategias y mecanismos lingüísticos implicados en la composición de textos eficaces, esto es, “con éxito”, que alcanzan el objetivo por el que se diseñaron.


Proceso de composición de un texto

La página en blanco

El terror al papel en blanco constituye una de las experiencias que afecta tanto a escritores profesionales como a escritores esporádicos de cualquier tipo de texto. La experiencia universal que subyace a este tópico puede evitarse.

En las siguientes líneas, proponemos algunos mecanismos para evitar dicha experiencia y planteamos algunos principios que nos facilitaran las cosas como escritores.

Veamos estas tres técnicas:

Una forma clásica de empezar a escribir es la que se conoce como tormenta de ideas. Ésta consiste en poner por escrito todo lo que se nos ocurre, sin censurarnos, y, del resultado que obtengamos, rescataremos las ideas más interesantes. Escriba palabras o ideas que pasen por su mente y en una etapa posterior trabájelas adecuadamente.

Otra técnica efectiva para comenzar a escribir es la conocida como la estrella de ocho puntas. En el periodismo se aconseja que todo artículo, nota, reseña, etcétera, responda a las preguntas quién, qué, cuándo, dónde, cómo y por qué. La técnica de la estrella de ocho puntas toma esta estrategia y le agrega dos puntos más: cuántos y para qué. Trace una estrella de ocho puntas y busque la respuesta adecuada, haciendo esto ya tendrá un montón de ideas para superar el papel en blanco.

Existe otra técnica similar a la tormenta de ideas que se denomina escritura automática y es de gran utilidad para superar el miedo a la página en blanco. La técnica consiste simplemente en escribir, así es, la idea es escribir prácticamente sin pensar todo lo que se nos ocurre sobre el tema que hayamos elegido. No importa en una primera instancia la sintaxis ni la gramática pues se trata de escribir sin parar. Es lógico que muchas de las ideas que se escriban bajo esta técnica no se utilizarán en el texto definitivo pero algunas otras si, esto es lo positivo.

Una vez realizadas algunas de estas técnicas, o solamente una de ellas, ya que lo que buscamos es superar el estancamiento del comienzo  podemos plantearnos los pasos a seguir. 

El siguiente paso, una vez superada la página en blanco, es la planificación del texto.
Independientemente del texto que vayamos a escribir, ya sea  una simple  nota a un familiar,  una novela, o un escrito administrativo, una noticia, un artículo de opinión, un trabajo de clase o un examen, entre otros, hay que planificar.


La planificación de un texto

La planificación de un texto constituye la etapa del proceso que precede a la escritura. Dicha etapa del proceso de creación de un texto, sin duda, es la menos considerada, en la medida en que es la que los escritores noveles omiten de forma más habitual. Y probablemente ello es así porque se suele considerar una pérdida de tiempo. No obstante, nada más lejos de la verdad práctica que esta consideración tan generalizada.

Nuestro propósito es mostrar que la planificación constituye una parte esencial en la elaboración de cualquier texto. Gracias a ella, no sólo evitaremos el “terror al papel en blanco” sino que, además, sin lugar a dudas, constituye la mejor garantía de éxito en nuestra empresa: la creación de un texto eficaz, eficiente (esto es, que consiga su propósito).

En efecto, la planificación es el mejor recurso para evitar un texto desorganizado, en el que se exponen las ideas del escritor de acuerdo con el orden en el que le llegan a la mente; un texto que bloquea la transmisión fluida de ideas entre el autor y el receptor (oyente o lector) por desatenderse la necesaria presencia de éste; un texto que ofrece una imagen no deseada del autor, etc., etc.; en definitiva, un texto fracasado.


El éxito de un texto

De acuerdo con lo expuesto, parece claro que para que las cosas nos salgan bien es imprescindible tener en cuenta que un texto no existe en el vacío, sino que adquiere sentido en un contexto comunicativo. De acuerdo con ello, es imprescindible que antes de escribir nos planteemos las circunstancias comunicativas en las que se inserta nuestro texto. En otras palabras, componer un texto que se adecue a nuestros objetivos equivale a elaborar textos apropiados para la situación comunicativa en las que se insertan.

Un texto con éxito es aquél que alcanza el / los propósito (s) u objetivo (s) que se fija y ello sólo es posible si se planea (planifica) el escrito o, dicho de otra forma, si el autor escribe teniendo respuestas a la mayoría de cuestiones relacionadas con las circunstancias comunicativas que rodean el resultado final.


Fases de la planificación de un texto

De acuerdo con las ideas expuestas hasta aquí, la planificación constituye la parte del proceso de elaboración de un texto que dedicamos a plantearnos y respondernos cuestiones esenciales como las siguientes:

-       Objetivos de un texto.
-       Relación entre el emisor y el receptor.
-       Producción y organización de las ideas: documentación, selección y ordenación.
-       Género(s) y secuencias textuales apropiadas para la transmisión de las ideas.


La reflexión sobre estas cuatro cuestiones permite contar con respuestas tan esenciales para configurar el contexto comunicativo del texto como

-       ¿Para qué vamos a escribir el texto?, ¿qué objetivos debemos alcanzar con él?;

-       ¿A quién dirigimos el texto (destinatario real o imaginado)? ¿Sabemos algo del destinatario?, si es así, ¿con qué información sobre él / ellos contamos?, y si no, ¿qué previsiones podemos formularnos? Debemos establecer también ¿qué imagen queremos dar de nosotros como autores al receptor? o, en otros términos, ¿cómo queremos presentarnos en cuanto escritores?;

-       ¿Qué información(es) queremos transmitir al lector a través del texto? Y, sin olvidarnos de cómo vamos a organizar la mucha o poca información (ideas, datos, impresiones, etc.) con el fin de que la transmisión sea lo más fluida posible y, por lo tanto, lo más eficaz posible.

-       Debemos, además, decidir el formato textual y sus convenciones (género), y qué secuencias textuales básicas (esto es, qué partes específicas: argumentación, exposición, descripción, narración) será el mejor vehículo para elaborar el texto.

-       A continuación, nos proponemos plantear algunas ideas en relación con los cuatro puntos anteriores, con la esperanza de que sirvan de “pistas” para dar con la respuesta más adecuada a cada una de las fases de la planificación.


Objetivos de un texto

Sin duda, la respuesta espontánea a la cuestión acerca de qué pretendemos conseguir cuando escribimos un texto es, transmitir información. Ahora bien, dicha respuesta carece de precisión, probablemente a causa de la espontaneidad. En efecto, si pensamos en los textos (escritos u orales) que mantenemos a lo largo de un día, nos daríamos cuenta que con la mayoría de ellos no pretendemos transmitir información: pensemos por ejemplo en esas conversaciones vacías de encuentros casuales en un sitio de espera o esas palabras repetidas cuando llegamos al lugar de trabajo, imprescindibles para mantener las buenas relaciones sociales, pero no para transmitir  información.

Aclaremos este punto. Con un texto podemos perseguir diversas finalidades. Podemos, por ejemplo: Pedir algo al destinatario, advertir al lector de algo, felicitar al receptor del mensaje, invitar a alguien a algún sitio, etc., etc.

Ahora bien, no podemos perder de vista que incluso los textos cuyo objetivo es informar a sus lectores sobre algo también tienen otros intereses, es decir, se proponen algo más que simplemente informar. Por ejemplo: una noticia acerca de una reunión en Buenos Aires  de los gobiernos latinoamericanos, aparecida en cualquier medio de comunicación, transmite información acerca del día, el motivo, los asistentes, etc. a dicha reunión; a quien lo escribe, no obstante, no basta con que el lector tenga esta información, sino que, por cuestiones sin duda partidistas, puede pretender además exaltar  o descalificar la elección del sujeto elegido por el Gobierno de su país para representarlo en la reunión latinoamericana, o valorar negativamente su intervención, u opinar sobre el motivo de la reunión, o incluso, valorar la apuesta latinoamericana, etc.

Los textos del mundo real, incluso los que se marcan objetivos informativos, satisfacen diversas funciones comunicativas; es más, lo difícil es encontrar un texto puro, esto es, con un único objetivo.


Los textos científicos y sus objetivos

De acuerdo con lo expuesto hasta aquí, la mayoría de textos de la vida real se escriben marcados con el objetivo de alcanzar varias funciones comunicativas. No ocurre así, con los textos científicos, que reducen considerablemente el abanico de objetivos comunicativos posibles, sin que ello signifique que dichos textos persigan un solo objetivo monolítico, lo que sí parece claro es que un texto científico debe renunciar a "expresar los sentimientos" del escritor, a "provocar ciertos comportamientos en el lector" (como en los textos de instrucciones), a "provocar emociones estéticas", a "invitar al receptor", etc.

Los textos científicos se suelen fijar como primer objetivo exponer una información, mostrarla, enseñarla al lector. Es decir, el carácter de los textos científicos es eminentemente expositivo, dado que su objetivo es mostrar o enseñar al lector, información, datos, situaciones nuevas para éste. Ahora bien, en ocasiones, estos textos también intentan convencer al lector del punto de vista del autor en relación con el tema que presenta, lo que supone que también son argumentativos.

En definitiva, las funciones comunicativas eminentes de los textos científicos son Informar y convencer en este estricto orden.




Los textos académicos

Son textos que forman parte de la situación comunicativa directamente relacionada con la formación o educación. Informar y convencer, en este orden, constituyen también las dos características básicas de los textos académicos. En este sentido, los textos académicos se igualan con los científicos. Esta inicial igualdad se convierte, no obstante, en simple similitud cuando valoramos la situación comunicativa de los textos académicos, a lo cual dedicamos las líneas siguientes.

En cualquiera de los textos que se dan en una situación comunicativa académica (libros de texto básicos, artículos especializados, clases, apuntes, resúmenes, exámenes, libros de divulgación, etc., etc.) la información constituye el primer objetivo: presentar información fidedigna acerca de un tema determinado.

Ahora bien, estos textos, todos ellos académicos, divergen entre ellos respecto al efecto que quieren provocar sobre el lector: un libro de texto básico pretende que el lector entienda y aprenda información nueva; un artículo especializado, en muchas ocasiones, se fija como meta convencer al lector de lo acertado de su punto de vista en relación con el tema tratado; un examen no sólo consiste en presentar información, que se supone conocida por el lector (el profesor, en su faceta de evaluador), sino que se propone demostrar el alto nivel alcanzado, para aprobar; por último, en un libro o artículo de divulgación el objetivo fijado es interesar al lector.

Es importante tener en cuenta que las características de estilo y de estructura de un texto vienen determinadas por los objetivos para los que se componen: si bien es bueno que cualquier texto sea ameno, en algunos casos, como, por ejemplo, los artículos de divulgación, dicha característica es imprescindible para poder alcanzar la meta que lo caracteriza: interesar al lector. Siguiendo con esta idea, sin olvidar en la medida de lo posible la amenidad, la característica imprescindible de los artículos especializados radica en la exhaustividad y precisión de los datos presentados, rasgos que pueden ser contraproducentes en un texto de divulgación por la pesadez y la oscuridad que en ocasiones suponen dichos rasgos.


Perfil del lector

En la mayoría de los casos, el autor no conoce personalmente a los lectores. Ante ello, la necesidad de tener en cuenta el destinatario, lo que puede, y debe, hacer el escritor es imaginar cómo será el hipotético lector.

Imaginemos que vamos a componer el guion de un programa televisivo de entretenimiento: para ello, deberíamos plantearnos alguna hipótesis en relación con el público medio al que queremos apuntar, dado que el contenido de nuestro programa determinará los posibles televidentes.

De acuerdo con ello, por lo tanto, es necesario diseñar un retrato hipotético de los lectores potenciales del texto; este retrato debe plantearse cuestiones como cuáles son sus conocimientos en relación con el tema, qué franja de edad tienen, cuál es su ideología, sus intereses, su nivel cultural, su clase social, etc.

Si bien uno de los objetivos del escritor es "gustar" a sus lectores (de ahí la necesidad de valorar cómo es el posible lector), no podemos suponer que no tiene nada que decir. Debemos distinguir, no obstante, dos tipos de situaciones: aquellas en las que el escritor está "obligado" a gustar a los lectores, porque si no el editor de la publicación descarta la propuesta del autor, por ejemplo; y aquellas en las que el escritor elige el lector para el que escribe el texto (este sería el caso no sólo de los escritos personales, sino también de lectores "anónimos" de una publicación determinada). Una forma de seleccionar a los lectores es el uso de jergas, de lenguas especializadas, lenguajes en clave, etc.


Intereses del lector

Aparte de valorar qué información sobre el tema tiene el lector, es importante conocer (o imaginar) sus intereses, su “perfil psicológico”, lo que nos ayudará a escribir de forma que le demos motivos para acercarse al texto. Visto desde esta perspectiva, podemos pensar en la composición de un texto como un reclamo publicitario, en la medida en que el texto tiene que autovenderse, y, en consecuencia, la seducción constituye un calificativo importante para cualquier tipo de texto.

Cabe comentar que divertir no constituye el objetivo principal de la mayoría de los textos, pero es importante ser consciente de que constituye un objetivo secundario, que favorece la comunicación entre el autor y el receptor. Por otra parte, es necesario tener en cuenta que, en ningún caso, divertir puede convertirse en un objetivo que anule u oscurezca el objetivo de informar, argumentar, exponer, describir; en otros términos, la amenidad constituye una cualidad que, sólo para determinados textos, es el primer objetivo y, en los otros, es un rasgo aconsejable.

Por último, las estrategias (técnicas) que escojamos para conseguir “divertir” al lector o amenizar el texto deben estar acordes con el tipo de texto: no es lo mismo amenizar un texto de física con la finalidad de exponer la teoría del caos que amenizar un examen, un texto de opinión política o de opinión social.


La planificación de un texto

Como vimos en el apartado anterior, antes de comenzar a escribir un texto, cualquiera sea su tipo, debemos pensar que es lo que queremos transmitir, cual fue nuestro objetivo al ponernos a escribir. Si bien es cierto que hay textos que pueden tener más de un objetivo, debemos tener en claro cuál es el objetivo primario de lo que vamos a expresar.

Cada tipo de texto tiene una estructura que lo define y lo diferencia de otras tipologías textuales. Un texto argumentativo puede tener también una función descriptiva, si con la descripción quiere reforzar un argumento. En las manifestaciones literarias es común ver como se mezclan los distintos tipos de textos. Sería muy raro que en una novela por ejemplo existiera un solo tipo de texto, ya que lo que caracteriza a esta manifestación literaria es la mezcla, o la alternancia de pasajes narrativos, descriptivos, argumentativos, retóricos, etcétera.

Generalmente la estructura básica de gran cantidad de textos, es la que implica una presentación del tema a trabajar, el desarrollo de dicho tema y la conclusión a la que se llega.


Fernando Chelle


· Editorial: CreateSpace Plataforma Independent Publishing; 1 edición (24 de enero de 2014)
· ISBN-10: 1495244679
· ISBN-13: 978 a 1495244674

Curso general de lectoescritura y corrección de estilo
(Guía para formular escritos correctos)
(Colombia 2014). 
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