Fue una clara tarde…
Primer análisis literario, de una serie de
seis, del gran poeta del tiempo.
Por Fernando Chelle
Después
de haber allanado el camino, primero con un artículo sobre la generación del 98
y luego con otro sobre las características de la poesía de Antonio Machado, hoy
me enfrentaré, sin más rodeos, al análisis literario de uno de los textos más
significativos del poeta sevillano. Fue
una clara tarde…, el poema VI, perteneciente
a Soledades (1903), primer poemario
de Antonio Machado, será el primer texto, de una serie de seis, del que
ofreceré una lectura particular. Porque los estudios críticos y analíticos de
la literatura que suelo realizar no son otra cosa que eso, una lectura personal
de los textos. En el artículo con el que inicié el estudio de este poeta, el
titulado Caminando hacia la poesía de
Antonio Machado, dije que me referiría a la Generación del 98 de forma muy
breve, porque quizá los textos más representativos de este poeta responden más
a una estética modernista que noventayochista. Este es el caso del poema Fue una clara tarde…, un texto del
comienzo de la carrera poética del autor, donde podemos apreciar claramente el
intimismo modernista, los símbolos poéticos, la evasión del entorno por parte
del poeta hacia su mundo interior en busca de respuestas.
VI
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...
La fuente sonaba.
con agrio ruido abriose la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
copla borbollante del agua cantora
me guió a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.
Fue una tarde lenta del lento verano.
Respondí
a la fuente:
No
recuerdo, hermana,
mas sé
que tu copla presente es lejana.
Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como
hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas,
hermano?... Los mirtos talares,
que
ves, sombreaban los claros cantares
que
escuchas. Del rubio color de la llama,
el
fruto maduro pendía en la rama,
lo
mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?...
Fue
esta misma lenta tarde de verano.
—No sé
qué me dice tu copla riente
de
ensueños lejanos, hermana la fuente.
Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya
supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé
que es lejana la amargura mía
que
sueña en la tarde de verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron
antiguos delirios de amores:
mas
cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame
mi alegre leyenda olvidada.
—Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino
historias viejas de melancolía.
Fue una clara tarde del lento verano...
Tú
venías solo con tu pena, hermano;
tus
labios besaron mi linfa serena,
y en
la clara tarde dijeron tu pena.
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre; tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
con
agrio ruïdo abriose la puerta
de
hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó
en el silencio de la tarde muerta.
El
tema central del poema es la toma de consciencia de lo no vivido. Hay un yo
lírico que intenta recuperar, mediante un diálogo con una fuente, la memoria de
lo que ha perdido en el pasado. Es un texto atravesado por la melancolía, donde
la fuente es la que posee la memoria e intenta que el poeta recuerde el pasado.
La insistencia con que la fuente pregunta también es una muestra de la
dificultad que encuentra el yo lírico para recordar. La fuente es uno de los
símbolos que hacen referencia al tiempo, más utilizado por Antonio Machado. Por
un lado, representa el fluir incesante de la vida, del tiempo, y a su vez sus
aguas son un espejo de la memoria. En este poema
funciona como la conciencia del tiempo que le habla al poeta. Este artificio
perpetrado por Machado le permite un desdoblamiento del yo, donde el poeta le
pide a la fuente que le cuente lo soñado, el pasado apócrifo, porque en
realidad él no tiene recuerdos y toma consciencia de que no ha sido
protagonista de lo vivido. Hay en el texto una preocupación existencial,
porque la consciencia, representada en la fuente, es la que le hace ver al
poeta que el tiempo ha transcurrido, aunque él no lo haya vivido. No tener
memoria, sentir una sensación de vacío al recordar, cuando se sabe que el
tiempo pasó, genera en el poeta el hastío, el tedio. Esta temática la podríamos
dividir en tres momentos claramente delimitados. Desde el comienzo del poema
hasta el verso 12 encontramos la llegada del poeta al parque, donde se
encuentra la fuente. Desde el verso 13 hasta el 48 se desarrolla el diálogo
entre el poeta y la fuente, que constituye la parte central y fundamental del
poema. Finalmente, el tercer momento del texto, está
constituido por los últimos cuatro versos, que muestran cuando el poeta se
retira del parque.
Ese
regreso del poeta al parque donde alguna vez estuvo significa una búsqueda de
sí mismo. El encuentro con el pasado es lo que le da al poema un clima
melancólico, reforzado también por un ritmo lento como el proceso vital del
visitante. Hasta el léxico utilizado “triste y soñolienta” contribuye a la
creación de un clima melancólico. Es que lo que encontramos en este poema es un
yo lírico que no puede salir de su pena. Esto lo vemos ya desde la creación
subjetiva del ambiente, donde el yo lírico transporta su sentir y ve la tarde
como su alma, porque las tardes no son tristes y soñolientas, ni tampoco están
muertas, es el poeta el que siente esa tarde así.
En el
poema encontramos dos planos temporales: uno presente, el del diálogo entre el
yo lírico y la fuente y otro pasado, que es el que la fuente evoca. A su vez
los dos planos temporales están vinculados por la sed vital del poeta. Una
necesidad, una carencia pretérita, que la fuente se encarga de decir que sigue
insatisfecha. Machado utiliza la fuente para objetivar sus sentimientos, para
proyectarlos en ella. La fuente es un objeto que está en el parque y que
constituye un símbolo dual, porque por un lado muestra la permanencia de las
cosas, con su sola presencia, y por otro lado es un símbolo del paso del
tiempo, de la fugacidad de los instantes, porque sus aguas nunca dejan de
fluir. Entre el pasado y el presente las aguas de la fuente nunca han dejado de
correr, sin embargo, para este yo lírico nada parece haber cambiado. Es como si
estuvieran invertido los papeles, porque la que canta, la que parece tener vida
es la fuente, el objeto inanimado, mientras al poeta siempre lo veremos
apagado, gris. Más aún, cuando termina tomando consciencia de su situación
existencial, porque finalmente el diálogo con la fuente no termina siendo
operativo ni renovante para él.
Es
interesante la elección de una tarde de verano, porque se trata de una época
del año que generalmente se vincula con la plenitud, cosa que no se adecua con
la situación existencial de este yo lírico. En la creación de ese ambiente
subjetivo, la tarde, que aparece en principio calificada como “clara”,
enseguida se apaga, se enturbia, con los adjetivos “triste y soñolienta”. Estos
dos adjetivos que cierran el primer verso parecen repetirse en el tercero, pues
la hiedra es “negra y polvorienta”, hay una correspondencia de términos
ubicados en la misma posición, reforzados además por la rima. De la tarde
clara, al final del tercer verso ya casi no queda nada. Los dos versos pares
muestran una imagen de vida y son más objetivos que los impares, que además de
ser más subjetivos, también son más musicales. La primera estrofa plantea algo
que se verá a lo largo del poema, la mezcla entre objetividad y subjetividad. En
el yo lírico hay un deseo de asomar, como la hiedra.
La
segunda estrofa se abre con un hipérbaton que parece mostrar que es la
presencia del poeta la que está en discordia con el ambiente. El rechinar es un
sonido desagradable, que incluso aquí se refuerza con la aliteración del
segundo verso. La puerta es un pasaje de un presente a un pasado, pero también,
el poeta al abrir esa puerta de hierro mohoso ingresará a una zona profunda de
su ser, donde se enfrentará con su alma. El segundo verso de esta estrofa está
encabalgado con el tercero, y hago esta apreciación porque muchas veces suele
asociarse el encabalgamiento con la aceleración del discurso, pero aquí no nos
da esa impresión, al contrario, todo parece lento, negativo. El silencio
aparece materializado, es como si fuera un objeto contra el cual la puerta
golpea creando un efecto perturbador. Ese silencio denso, es el fruto de lo no
expresado.
En la
tercera estrofa, si bien hay una permanencia de lo melancólico, hay un claro
predominio de lo vital. La fascinación que lleva a este yo lírico a la fuente
la podemos ver en la parte estructural del texto, en el uso que el poeta hace
de los encabalgamientos. Hay un impulso continuo, dos encabalgamientos
sucesivos que desembocan en la palabra fuente. Es el sonido del agua (sonora,
borbollante, cantora) el que guía al poeta hasta la fuente. Pero esa vitalidad
que parece sugerir el canto del agua se termina cuando el poeta se encuentra
con la fuente. El sonido lo fascina y lo atrae, pero al encontrarse con esa
presencia sólida, el alma del poeta siente la pesadez espiritual, porque la
fuente le recuerda lo monótona que ha sido su vida.
Segundo
momento
En
este momento central encontramos la parte fundamental del poema, porque es en
donde asistimos al extenso diálogo que se establece entre el poeta y la fuente
del parque. El canto del objeto inanimado, producido por el líquido vital, que
nunca ha dejado de correr, es lo primero que se señala. La fuente, que es la
que abre el diálogo, trata al poeta de “hermano”, y esto es muy significativo
porque, aunque planteará una realidad dolorosa, siempre tratará al poeta de forma
fraternal. Las preguntas de la fuente tienen el fin de confrontar al poeta con
su pasado y llevarlo a descubrir lo que ha sido la verdad de su vida. La
distancia entre lo soñado por el poeta y la realidad que está viviendo en esa
tarde, la podemos apreciar en un verso que parecería estar dividido en dos
hemistiquios simétricos, el que culmina la primera pregunta: “un sueño lejano
mi canto presente”. El yo vuelve a ese parque, sin duda esperando encontrar
algo, pero resulta que se termina encontrando consigo mismo. Y las respuestas
que él va a buscar, seguramente no se condicen con los planteos de la fuente.
Las palabras de la fuente también contribuyen a la creación del clima lento y
melancólico que caracteriza al texto, esto lo vemos en las repeticiones, “Fue
una tarde lenta del lento verano”. En ese desdoblamiento del yo que supone el
diálogo con la fuente, el poeta proyecta en el objeto sus sentimientos y a su
vez la fuente, que referirá lo soñado, se proyecta en un verano pretérito, para
poder referir el sentir del poeta en el tiempo. El poeta también tiene un
tratamiento fraternal con la fuente, la tilda de “hermana”. El canto de la
fuente es evocación de otro tiempo, por más que siga existiendo en el presente.
Lo doloroso, desde el punto de vista existencial para el poeta, radica
justamente en este aspecto, en la fusión de los tiempos. Porque evidentemente
el tiempo ha transcurrido desde sus anteriores visitas al parque, pero todo
parece ser igual, porque él es el mismo de otros días, el tiempo ha fluido como
el agua de la fuente, pero él no ha hecho otra cosa más que repetir situaciones
sin avanzar. Es muy contundente la afirmación de la fuente, cuando dice “Fue
esta misma tarde”, porque si esa tarde pretérita a la que se refiere termina
siendo esta misma, quiere decir, en definitiva, que en la vida de este poeta no
ha pasado nada, que él no ha vivido, que sus sueños no se han realizado. La
tarde es la misma porque aquél yo lírico es el mismo que este. Hay una especie
de circularidad temporal, que a su vez se corresponde con una circularidad
estructural y temática del poema, que muestra que el tiempo de este poeta ha
estado vacío. La fuente interroga al poeta, le pregunta directamente si
recuerda y si reconoce el entorno, con la intención de que este pueda ver cuál
es su realidad. Allí todo sigue igual, porque el tiempo no se ha convertido en
sustancia, no ha sido vivido. Pero también, por otro lado, el hecho de que no
haya modificaciones, de que allí sigan las flores y los
frutos en toda su plenitud, es una muestra de que la pérdida no ha sido
definitiva y que poder llegar a vivir la vida y aprovechar positivamente el
tiempo sigue dependiendo de él, porque las posibilidades están intactas. Esa
insistente pregunta de la fuente es una exhortación y un llamado de atención,
el poeta debe darse cuenta, tomar consciencia de que él tiene que ser el
protagonista de su propia vida y no dejar que la vida lo viva a él. El yo
lírico dice no saber, no entender, el lenguaje de la fuente. Quizás el hecho de
que en esa vida todo haya sido igual es lo que dificulta el recuerdo. O quizá,
directamente, el poeta no quiere recordar, porque esos ensueños lejanos están
vinculados a la amargura, él mismo lo afirma cuando dice “yo sé que es lejana la
amargura mía”. Es la amargura de esos “antiguos delirios de amores”, porque
fueron amores que no se concretaron, no fueron disfrutados. Aquí la que sabe y
reflejó ese fruto bermejo es la fuente, él sabe únicamente del dolor. Ese fruto
bermejo no fue disfrutado por el poeta, ese amor no se materializó, fue tan
solo un reflejo en la fuente, y es ahí precisamente donde radica el dolor que
encierra este poema, porque los espejos cantores de la fuente, en definitiva,
no reflejaron el amor, sino el delirio del poeta. Por esto el pedido que le
hace a la fuente es un imposible, ella no le puede contar una “alegre leyenda
olvidada”, simplemente porque esa alegría no existió. El poeta prefiere seguir
soñando, a reparar en que las posibilidades, como ya expresé, siguen vigentes
en el presente, porque esta tarde es la misma que la pretérita, como la fuente
se encargó de señalarlo en su momento. Además, la fuente no puede contarle lo
que ella no vio, por eso en lugar de referirse a la alegría alude a la
melancolía. Le dice directamente que él venía solo con su pena, que es la misma
pena y la misma melancolía que lo embarga en este nuevo encuentro porque, como
hemos visto, este yo lírico siempre ha sido el mismo. Aunque, si bien miramos,
hay un elemento diferenciador en la actitud del poeta, porque, aunque sea
cierto que la sed de los labios sigue siendo la misma, y que las posibilidades
de vivir están intactas, hay, por parte de él, una declinación existencial.
Porque en el pasado había un contacto de los labios con el agua y ahora no.
Esto lo podemos interpretar como que, en ese otro tiempo, el poeta tenía un
amor intenso por la vida que definitivamente ha ido decayendo y el ardor de sus
labios, el deseo, ha ido disminuyendo, se ha ido perdiendo, porque en este
encuentro ni siquiera intenta beber de ese claro cristal de alegría. Es muy
significativo que el poeta al despedirse repita “Adiós para siempre”, es como
si en ese corte tajante del diálogo quisiera dejar en claro la imposibilidad de
un futuro contacto. No encontró la “alegre leyenda olvidada”, simplemente,
porque esta nunca existió. Encontró sí, o quizás mejor, se reencontró, con la
amargura, la pena y la melancolía.
Tercer
momento
El
último momento del texto está constituido únicamente por la estrofa final que,
salvo una palabra, es idéntica a la segunda. Al comienzo del poema, los versos
aludían a la llegada del poeta al parque y ahora aluden, indudablemente, al
momento en el que se retira del lugar. Todo queda igual y todo seguirá igual en
esa tarde muerta, como el alma del poeta.
Claro análisis con el que, leyendo el poema, concuerdo plenamente. Gracias
ResponderEliminar¡Gracias José! Un abrazo.
Eliminarsi me lo permites lo comparto en mi página literaria www.facebook.com/ammanceda
ResponderEliminarClaro, Ana María, con mucho gusto. Saludos.
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