Encuentro con el gran poeta
de la generación del 98
de la generación del 98
Antonio
Machado, el gran poeta del tiempo. Este segundo artículo, previo al estudio de varias
de sus poesías más representativas, revisa algunas características de su
poética.
Por Fernando Chelle
La
generación del 98 se caracterizó, más que por el individualismo, por una
búsqueda, por un estudio de la individualidad. Pensemos por ejemplo en algunos
personajes de Azorín, de Baroja o de Unamuno, que siempre buscan incesantemente
las respuestas y la interpretación de la realidad dentro de sí mismos. Bien, ese
peregrinar interior, esa búsqueda en las profundidades del propio individuo,
podríamos perfectamente compararlo con la actitud del yo lírico machadiano. La
poesía de Antonio Machado se caracteriza por mirar hacia adentro, por recorrer
las galerías interiores del poeta. Es una poesía en búsqueda constante del yo
esencial, para poder comunicarse con el hombre esencial. El yo lírico de
Machado al expresarse a sí mismo también expresa al otro. Quizá por esto sea
una poesía que trasciende la anécdota personal, porque busca expresar tanto al
“yo” como al “tú”, entonces, más que anécdotas, lo que encontramos en esta
poesía es la expresión elaborada de vivencias del yo, en las que fácilmente se
puede reconocer el tú. Esa búsqueda de la expresión del yo esencial hace que el
poeta se aleje de todo tipo de exhibicionismos, que no busque crear joyas, sino
monedas, pero monedas de oro. Machado es un poeta que intenta llegar a todos,
pero con lo mejor, con una voz propia. Consciente de este aspecto, es que nos
dice en uno de sus Proverbios
y cantares de Nuevas canciones:
XXIX
Despertad, cantores:
acaben los ecos,
empiecen las voces.
Y si
hay un tema que caracteriza la voz de este poeta, la individualidad de este
creador de la palabra es el tema del tiempo. Para Antonio Machado la poesía es
palabra en el tiempo, por esto es por lo que su yo lírico se introduce en el
problema de la temporalidad y desde allí extrae la temática fundamental de su
poesía. Es una poética meditativa, que reflexiona sobre el sentido de la
existencia. “Vivir es devorar tiempo” dirá su heterónimo Juan de Mairena. El
poeta es consciente de la fugacidad del tiempo, y esto le genera angustia
existencial. En la preocupación existencial del poeta por, de alguna manera,
recuperar el tiempo perdido, la memoria juega un papel fundamental. A través de
la memoria, el poeta rescata las vivencias que tuvo, como
lo vemos por ejemplo en el poema XLIX de Soledades,
galerías y otros poemas, en el texto titulado Elegía de un madrigal:
Recuerdo que una tarde de soledad y hastío
¡oh tarde como tantas!, el alma mía era,
bajo el azul monótono, un ancho y terso
río
que ni tenía un pobre juncal en su ribera.
¡Oh mundo sin encanto, sentimental inopia
que borra el misterioso azogue del
cristal!
¡Oh el alma sin amores que el Universo
copia
con un irremediable bostezo universal!
Quiso el poeta recordar a solas;
las ondas bien amadas, la luz de los
cabellos
que él llamaba en sus rimas rubias olas.
Leyó... La letra mata: no se acordaba de
ellos...
Y un día —como tantos— al aspirar un día
aromas de una rosa que en el rosal se
abría,
brotó como una llama la luz de los
cabellos
que él en sus madrigales llamaba rubias
olas,
brotó, porque un aroma igual tuvieron
ellos...
Y se alejó en silencio para llorar a
solas.
Vemos
como en este poema aparece lo perdido, pero un día, al aspirar el perfume de
una rosa, el poeta recupera, por medio de lo sensorial, la vivencia. Otro modo
que tiene Machado para luchar contra el paso inexorable del tiempo es el del
sueño, más específicamente el de la ensoñación (el hecho de soñar despierto).
Allí el yo lírico es capaz de inventar un pasado, lo que el propio Machado
llamó el pasado apócrifo. Se trata de un pasado que en realidad no existió, que
es una invención del poeta, pero que en el fondo resulta siendo el más
auténtico, porque es justamente la posibilidad de soñar la que hace que el
poeta sea libre y pueda expresar lo más auténtico de si mismo. El paso del
tiempo es algo que también afecta a la memoria, borra los recuerdos de lo vivido,
por eso es por lo que es tan importante la creación del pasado apócrifo, porque
es un pasado que está afuera del tiempo de los relojes. Lo esencial entonces,
es lo soñado, no lo vivido, porque en ocasiones el individuo no logra
protagonizar el tiempo, como queda claro en los últimos dos versos del poema
LXXXV de Soledades, galerías y otros
poemas, en el texto titulado La
primavera besaba:
La primavera besaba
suavemente la arboleda,
y el verde nuevo brotaba
como una verde humareda.
Las nubes iban pasando
sobre el campo juvenil...
Yo vi en las hojas temblando
las frescas lluvias de abril.
Bajo ese almendro florido,
todo cargado de flor
—recordé—, yo he maldecido
mi juventud sin amor.
Hoy, en mitad de la vida,
me he parado a meditar...
¡Juventud nunca vivida,
quién te volviera a soñar!
La
memoria le sirve al poeta entonces, tanto para recordar como para evocar los
sueños. El sueño como compensación de lo no vivido, es una temática insistente
en Soledades, galerías y otros poemas.
El tiempo no vivido, como se ve, entre muchas otras obras en el final del texto
anterior, es lo que genera en el poeta el hastío, el tedio. Hay una consciencia
por parte del yo lírico machadiano del paso del tiempo mientras no se hace
nada, esto le genera una sensación de vacío. Veamos como ejemplo el poema LV de
Soledades, galerías y otros poemas,
el que lleva por título, precisamente, Hastío:
Pasan las horas de hastío
por la estancia familiar,
el amplio cuarto sombrío
donde yo empecé a soñar.
Del reloj arrinconado,
que en la penumbra clarea,
el tictac acompasado
odiosamente golpea.
Dice la monotonía
del agua clara al caer:
un día es como otro día;
hoy es lo mismo que ayer.
Cae la tarde. El viento agita
el parque mustio y dorado...
¡Qué largamente ha llorado
toda la fronda marchita!
En este
poema aparece el reloj, que es un instrumento mecánico, frío, artificial, con
el que Machado simboliza el tiempo no vivido, el hastío. Pero el poeta utiliza
diversos instrumentos para simbolizar el paso del tiempo; además del reloj,
encontramos la noria, que implica un girar permanente, pero sin desarrollo, en
el girar del instrumento está simbolizado el paso del tiempo, pero no hay
progresión. Por otro lado, es evidente que Machado es un poeta de la tarde;
muchos de sus textos transcurren en ese momento del día transitorio entre la
mañana y la noche, de manera que también podríamos decir que la tarde funciona,
dentro de su poética, como un símbolo del tiempo. Otros símbolos vinculados al
tiempo son los que están relacionados con el agua, la que fluye incesantemente,
la de la fuente y finalmente la del mar que, al igual que en la poesía de Jorge
Manrique, es un símbolo de la muerte. Miremos el poema VI de Soledades, galerías y otros poemas,
donde aparece el símbolo de la fuente:
Fue una clara tarde, triste y
soñolienta...
tarde de verano. La hiedra asomaba
al muro del parque, negra y polvorienta...
La fuente sonaba.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
golpeó el silencio de la tarde muerta.
En el solitario parque, la sonora
copla borbollante del agua cantora
me guía a la fuente. La fuente vertía
sobre el blanco mármol su monotonía.
La fuente cantaba: ¿Te recuerda, hermano,
un sueño lejano mi canto presente?
Fue una tarde lenta del lento verano.
Respondí a la fuente:
No recuerdo, hermana,
mas sé que tu copla presente es lejana.
Fue esta misma tarde: mi cristal vertía
como hoy sobre el mármol su monotonía.
¿Recuerdas, hermano? ... Los mirtos
talares,
que ves, sombreaban los claros cantares
que escuchas. Del rubio color de la llama,
el fruto maduro pendía en la rama,
lo mismo que ahora. ¿Recuerdas, hermano?
..
Fue esta misma lenta tarde de verano.
—No sé qué me dice tu copla riente
de ensueños lejanos, hermana la fuente.
Yo sé que tu claro cristal de alegría
ya supo del árbol la fruta bermeja;
yo sé que es lejana la amargura mía
que sueña en la tarde de verano vieja.
Yo sé que tus bellos espejos cantores
copiaron antiguos delirios de amores:
mas cuéntame, fuente de lengua encantada,
cuéntame mi alegre leyenda olvidada.
—Yo no sé leyendas de antigua alegría,
sino historias viejas de melancolía.
Fue una clara tarde del lento verano.
Tú venías solo con tu pena, hermano;
tus labios besaron mi linfa serena,
y en la clara tarde, dijeron tu pena.
Dijeron tu pena tus labios que ardían;
la sed que ahora tienen, entonces tenían.
—Adiós para siempre la fuente sonora,
del parque dormido eterna cantora.
Adiós para siempre; tu monotonía,
fuente, es más amarga que la pena mía.
Rechinó en la vieja cancela mi llave;
con agrio ruido abrióse la puerta
de hierro mohoso y, al cerrarse, grave
sonó en el silencio de la tarde muerta.
A este
poema lo analizaré en profundidad en el próximo artículo, pero sirva decir
aquí, en este estudio general y superficial de algunos aspectos de la poética
de Antonio Machado, que lo que encontramos en el texto es la meditación del yo
lírico junto a la fuente y un diálogo con ella. Es un poema atravesado por la
melancolía, en donde el yo lírico le pide a la fuente lo soñado, el pasado
apócrifo. La voz de la fuente es la de la consciencia, la que le hace ver al
poeta que efectivamente el tiempo ha transcurrido, aunque él no lo haya vivido.
Esta preocupación constante que supone la consciencia del paso irremediable del
tiempo, lo lleva al yo lírico machadiano en algunos poemas a reflexionar sobre
la necesidad de accionar, de no dejar que el tiempo transcurra en el vacío, de
ser él mismo el forjador de su destino. Unos versos muy dicientes al respecto son
los siguientes de Proverbios y cantares de
Campos de Castilla:
XXIX
Caminante, son tus huellas
el camino, y nada más;
caminante, no hay camino:
se hace camino al andar.
Al andar se hace camino,
y al volver la vista atrás
se ve la senda que nunca
se ha de volver a pisar.
Caminante, no hay camino,
sino estelas en la mar.
No hay
un camino prestablecido en la vida, es el individuo el que forja su destino con
su accionar. A su vez, lo construido, no sólo es irrepetible sino también
imborrable. Caminar con la consciencia de que uno es el forjador de la vida,
porque en eso consiste la dignidad del hombre, es lo que parece querernos decir
el símbolo del camino.
Ya
para ir finalizando con la referencia al tema del tiempo en Antonio Machado, es
importante destacar también la consciencia de la muerte que el poeta manifiesta
en algunos textos. También aparece en algunos poemas, justamente por esa
consciencia, por esa angustia, el tema de la divinidad, aunque evidentemente
hay un Dios más buscado que creído. Este es un tema que se puede ver con más
claridad en los poemas que Machado escribe después de la muerte de su esposa,
Leonor. Hay una búsqueda de Dios, una necesidad de encontrar en la divinidad
una garantía de eternidad que le permita reencontrarse con su amada, pero es
una necesidad que nunca pasa a ser seguridad en el poeta.
Elegí
estudiar en este artículo el tema del tiempo en la poesía de Antonio Machado,
porque sin duda se trata del tema fundamental en la obra del poeta. Pero, lógicamente,
hay otras temáticas muy importantes presentes a lo largo de su obra, como por
ejemplo el tema del amor y el del paisaje.
El
amor en este poeta está vinculado fundamentalmente con la ausencia, ya sea
porque se trate de un amor perdido o, como sucede con la conciencia del paso
del tiempo, de un amor nunca vivido. En Soledades,
galerías y otros poemas, es un amor mucho más deseado que vivido. Muchos
son poemas de amor sin amada, motivados por el deseo de plenitud que supone el
amor. Encontramos también dentro de la obra aquellos poemas vinculados con el
recuerdo, poemas que hacen referencia al amor perdido por la muerte, que
indudablemente podemos asociar a la muerte de su esposa. En general Machado es
un poeta del amor más apacible que apasionado, aunque al final de su carrera
poética aparece la presencia de Guiomar y con ella los textos más vinculados a
la pasión amorosa. Este ya es un amor diferente, marcado por el riesgo y la
plenitud.
El
tema del paisaje es muy importante sobre todo en Campos de Castilla. Si bien Machado nunca cae en los extremos del
Romanticismo, el paisaje nunca es visto de forma objetiva y en muchas ocasiones
se lo utiliza para reflejar el estado de ánimo del yo lírico. Por otro lado,
Machado también vio en la dureza y la aspereza del paisaje castellano un
reflejo del alma española.
Muchos días paso por el jardín de los naranjos donde nació, me transporta. También estuve en Soria, en los pocos cafés que quedan de su época, Machado es el gran poeta resignado que observa y que da la sensación, por lo menos a mí, que apenas interviene. Su figura, gracias a mi padre, me ha acompañado durante toda su vida.
ResponderEliminarExcelente artículo.
Saludos, Ricardo.
¡Muchas gracias Ricardo! Un cordial saludo.
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