EL
TIEMPO DE LA PALABRA
El tiempo que a los hombres
trae el amor o el oro, a mí apenas me deja
esta rosa apagada, esta vana madeja
de calles que repiten los pretéritos
nombres
Jorge
Luis Borges
A lo
largo de la historia de la cultura, la poesía, como manifestación artística
particular, ha sido hija del tiempo en el que se ha gestado. Ya sea que ponga
el énfasis en la divinidad como en la Edad Media, o en el hombre como lo hizo
en el Renacimiento, ya sea que se someta a la razón y a las reglas como en la Ilustración,
o que se revele frente a lo establecido poniendo de manifiesto la pasión como
lo hizo el Romanticismo, la manifestación poética, la expresión artística con
la palabra a la que llamamos poesía, a excepción de la popular y la épica, ha
sido siempre una empresa rigurosamente individual. En ese sentido, cuando nos
enfrentamos a un trabajo poético, de alguna manera estamos ingresando en la
intimidad de una individualidad, independientemente de la época en la que la obra
se gestó. Claro que hay trabajos poéticos, pienso fundamentalmente en algunos
de las vanguardias, donde la individualidad parece difuminarse, donde la
intención de ruptura, de creación de nuevas formas expresivas es lo que
prevalece. Pero al leer, Más allá del
silencio, primera obra poética (publicada) de Jesús Urbina, sí sentimos que
nos estamos enfrentando a un trabajo individual, original, íntimo, con un tono
casi confesional. Si bien está claro, que debemos diferenciar al sujeto lírico
del biográfico, que la voz poética no deja de ser una creación, así como lo es
la voz del narrador en una novela, pareciera como si a medida que nos vamos
adentrando en el libro de Urbina, vamos siendo testigos de una confesión, de
una poesía que funciona como una especie de catarsis, donde el poeta a partir
del hecho estético da cuenta de sus experiencias vitales.
Es una
obra que está atravesada por el tema de la imposibilidad. Hay una constante
reflexión existencial por parte de una voz lírica que, desde la decadencia,
desde la consciencia de la dificultad de la concreción artística y vivencial, mira
y recrea el pasado con que se termina construyendo la poesía. Esa imposibilidad
a la que se enfrentaba Bécquer, al querer expresar el himno gigante y extraño
con un lenguaje rebelde y mezquino, es comparable a la que se enfrenta Urbina
cuando quiere expresar el canto de ese pájaro herido que ha sido presa del
olvido. El poeta sabe que su palabra es “una raíz sin tierra”, pero lo intenta,
aunque “la llaga arde”. Hay otro tema en el que podríamos comparar a este poeta
con el del autor de las Rimas, y es la
presencia constante del “tú” amoroso. Porque si bien, la poesía de Urbina
pareciera que fuera una confesión del “yo”, está directamente vinculada con la presencia
de un “tú”, que al igual que el “yo” es presente, pero, sobre todo, evocación
de un pasado luminoso. El contraste con ese pasado, la impotencia del yo lírico
al querer expresar el condicionamiento de lo que se ha deteriorado, lo lleva a
utilizar en distintos poemas, algunos símbolos con los que su poesía se
universaliza. No hay en la voz lírica un tono elegíaco, melancólico o
angustiado acerca de lo que se ha perdido en la vida y de lo que implica entrar
a vivir los años maduros. Sin embargo, el ir creciendo, el ir poniéndose viejo,
tampoco está visto por este poeta con ese prestigio asociado con la experiencia,
con la plenitud del saber, con que ha gozado esta etapa de la vida en nuestra
cultura. La vejez aquí es el tiempo de los “cuchillos en el alma”, es el tiempo
donde se carga una cruz, pero sin fe. También, este tiempo en el que parece ir ingresando
el yo lírico, atalaya desde donde mira y siembra la palabra, parece ser el
tiempo del olvido. Un olvido que se resiste a ser completamente, que es
penumbra, que es vestigios de un montón de recuerdos con que el poeta recrea
una ficción que lo atormenta.
No he
querido comentar específicamente los poemas en este prólogo, sino dar una
visión general de lo que usted, querido lector, leerá en el libro una vez que
yo me calle definitivamente y se lo permita. Pero antes de hacerlo, me resulta
imperioso referirme brevemente al papel que juega la poesía en la concepción de
esta obra. En el texto titulado “Epitafio” el poeta dice, entre otras cosas,
“Aquí yace … aquél que creyó en el verso”. Durante toda la obra, la voz lírica
es consciente de la dificultad de la expresión, del paso del tiempo, del
olvido, pero cree en el verso. Cree aun cuando sabe que “hay algo en el poema que
no escapa de la muerte”. Y es precisamente esa creencia la que posibilita que
el poeta nos regale su voz, una voz profunda, con hondura poética.
Tuvo
que pasar mucho tiempo, para que Jesús Urbina, “Más allá del silencio” en el
que estaba sumido se presentara en el escenario de las letras colombianas, con
una voz que el tiempo seguramente recordará como digna representante de la gran
literatura nortesantandereana.
Fernando Chelle
San
José de Cúcuta, 7 de agosto de 2018
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