PRÓLOGO
Jesús Daniel Ovallos, un aire puro más
allá de los estoraques
Es
común escuchar, cuando se habla de literatura escrita por nortesantandereanos
(para no usar el discutible término de literatura nortesantandereana), nombres como
los del escritor y político José Eusebio Caro, como el del escritor y
periodista Jorge Gaitán Durán y como el del poeta Eduardo Cote Lamus, sólo por
nombrar los tres más destacados. Claro que hay muchos otros, y con obras que
sin duda disputarían el podio de privilegio que ocupan los mencionados, pero
tristemente, en ocasiones la historia de la literatura se encuentra aparejada
con la historia política o nace de la pluma oficial de algún intelectual de
turno, que se encarga de exaltar ciertos nombres y pasarlos a la posteridad en
letras de molde. Afortunadamente nos ha tocado vivir un momento histórico donde
la visibilidad de los artistas, no hablo sólo de los escritores, es mucho más
evidente, una época donde definitivamente se han alterado los rígidos mecanismos
tradicionales de difusión cultural. Digo todo esto, precisamente porque me voy
a referir a un libro escrito por un nortesantandereano contemporáneo, por Jesús
Daniel Ovallos, un joven ocañero que con “El mártir”, un conjunto de relatos
breves que conforman su ópera prima se presenta como una bocanada de aire puro,
dentro de la literatura escrita en el nororiente colombiano. El libro está
compuesto por seis relatos cortos, con temáticas diferentes, pero con un buen
manejo del material narrativo todos ellos. Es destacable como Ovallos,
recurriendo a la economía verbal, logra manejar la tensión narrativa y atrapar
al lector con historias que siempre guardan una dosis de suspenso. Cuando digo economía verbal, no me refiero a
la evasión de la descripción del detalle, que muchas veces está presente cuando
el texto la demanda, sino que quiero decir, que hay una voluntad explícita del
autor de alejarse de un lenguaje recargado, amanerado, anacrónico. Veamos como
en el cuento “El mártir”, por ejemplo, como con unas pocas pinceladas precisas,
el autor nos pinta narrativamente un tipo ideológico reconocible en la figura
del capitán Matallana, cuando este se refiere a los rojos:
–Recientemente– retomó el
capitán –han conseguido muchos adeptos entre los colegiales, entre los poetas
borrachos y los degenerados disfrazados de intelectuales. Los estudiantes se
están dejando ensuciar los oídos con las patrañas liberadoras, que no son sino
depravación deprimida, señor Obispo…
El
lector se encontrará en este libro, en primer lugar, con la soledad del
samaritano en Tanatocracia. En
principio, un espectador de la barbarie irracional impulsada por una secta
fantasmagórica que incita a la autoeliminación de los habitantes del pueblo, luego,
víctima también él de ese estado de cosas.
Cándido Can, si
se quiere título emblemático, porque llama la atención sobre el perro, de
manera que, como lectores, sólo con leer el título, esperamos que, en el
desarrollo de la acción del relato, el perro juegue un papel fundamental. Pero
como en toda buena narración aparecen allí diversos aspectos del mundo que
rodean y a su vez contienen el hecho narrativo. En este sentido es interesante
el punto de vista que elige el autor, porque pareciera como si los hechos que
narra fueran vistos por los habitantes de esa vecindad a la que se mudan los
dueños de Karenin, el cándido can. Ellos son testigos de los cambios que
experimenta la pareja, los que ven al camión de mudanzas y a Karenin tirarse
del auto en movimiento. Son los que reparan en los cambios de hábitos, tanto
del dueño del perro, como de la mascota. Finalmente, son los que llaman a la
policía, para que estos se encuentren con esa escena entre previsible y
sorpresiva.
Premio Internacional de Poesía de Los Infiernos, es
un cuento que por momentos me recordó a Sensini, ese gran relato de Roberto
Bolaño. Quizá porque su temática sea un concurso literario, que es a su vez el
disparador del texto del chileno, pero además tienen ambos relatos otra cosa en
común, el cuestionamiento implícito a la poca rigurosidad y falta de
profesionalismo por parte de quienes convocan a ese tipo de justas literarias. El
relato, recoge la accidentada comunicación de Nicolás Bustillo Parra, un joven
bogotano, con los murcianos organizadores del concurso.
Manuel Jacinto Palomo, máximo hombre de
letras de la ciudad, es el relato más extenso del libro. Una
crónica que comienza cuando el personaje narrador, siendo niño, conoce al autor
del himno de su colegio, un candidato a alcalde frustrado que termina
convirtiéndose muchos años después en su mentor. Siguiendo la voz de un ingenuo narrador
protagonista, veremos cómo ciertos personajes con experticia en mover los hilos
burocráticos pueden ascender en distintas esferas y hacer un culto de la
personalidad.
Martir, el cuento que da
título al libro es un relato muy bien logrado que deja al descubierto algunos
de los intereses que están presentes en momentos de conflicto armado y
político, incluso entre personas del mismo bando. Más allá del proceso
psicológico del capitán Matallana y de la tensión que se apodera del discurso
cuando este está haciendo su confesión de tintes reaccionarios, es un relato si
se quiere costumbrista, que tiene como telón de fondo los aconteceres de una
sociedad.
En, Y solo yo sabía por qué, el cuento que
cierra el libro, Ernesto, el narrador protagonista de la historia, nos cuenta los
pormenores de un triángulo amoroso con final fatal.
Resumiendo,
El mártir, es un libro que he
comparado con una brisa de aire puro que viene desde más allá de los
estoraques, porque creo que es una muestra valiosa, un trabajo juicioso y
cuidado de la nueva narrativa colombiana. Jesús Daniel Ovallos, supo mostrar en
estas páginas, no sólo el dominio de la técnica narrativa, sino también, el
conocimiento de la compleja condición humana.
Fernando Chelle
San
José de Cúcuta, 9 de julio de 2018