miércoles, 7 de febrero de 2018

Estudio de la Rima LIII, de Gustavo Adolfo Bécquer




Lo natural que se repite, lo que no hace mudanza en su costumbre. Un pasado de moderada dicha, un presente de frustración y un futuro cierto. La poesía siempre volverá, como las oscuras golondrinas.

Por Fernando Chelle 

Este es el artículo con el que cerraré el estudio comenzado hace unos meses, sobre las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer. He dejado para el final, la que sin duda es la poesía más conocida del autor sevillano, la Rima LIII.


LIII

Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.

tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...

de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas

cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
¡esas... no volverán!

las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.

como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!


Al comienzo del artículo anterior, cuando establecí la estructura interna del libro de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, dije que el tema del amor, que aparece luminoso en la segunda parte del libro, comienza a oscurecerse en la tercera parte, en las rimas que van de la XXX a la LIV y que este cambio, establecía los cimientos para que el poeta se centrara definitivamente al final del libro en el tema de la soledad y de la angustia. La rima LIII, la que nos ocupa en el presente estudio, es precisamente una clara muestra del tema amoroso, pero visto, no desde la plenitud, sino desde el desencanto, desde la frustración, desde el despecho del yo lírico.
La rima está compuesta por seis estrofas de cuatro versos, los tres primeros endecasílabos y el verso final, heptasílabo. La polimetría y particularmente esta estructura de estrofa de pie quebrado, que combina tres versos de arte mayor (endecasílabos) con uno de arte menor (heptasílabo) es muy habitual dentro de las Rimas. Como señalé en el primer artículo que escribí sobre este autor, este tipo de estructura le permite hacer una serie de juegos rítmicos, que le posibilita destacar lo que quiere en los versos cortos. Otro aspecto señalado que aquí se encuentra, es la preferencia de Bécquer por la rima asonante, porque además de ser más tenue, es menos previsible. En estas estrofas vemos que riman en asonante los versos pares y quedan libres los impares. El ritmo del poema es yámbico, ya que el acento estrófico recae en sílaba par.
Internamente, podríamos dividir este poema en tres momentos claramente diferenciados. Esta división corresponde con tres pares de estrofas, a saber, las dos primeras, que giran alrededor de las golondrinas, las dos centrales, que lo hacen en torno a las madreselvas, y las dos finales, que reparan en lo humano. Mientras las estrofas impares hablan del regreso de lo genérico, las pares se encargan de decir que lo que no regresará es lo particular. Los elementos de la naturaleza, “por no hacer mudanza en su costumbre” parafraseando el soneto XXIII del gran Garcilaso de la Vega, siempre vuelven, pero lo que estuvo vinculado a la pareja, al amor de ellos, eso no regresa. La última estrofa es la que da sentido a todo lo que se dijo a lo largo del poema, porque es donde queda claro el despecho que siente el yo lírico frente a ese tú silencioso al que se dirigió en el texto. En las dos últimas estrofas, donde todo está al servicio de la exaltación de un amor irrepetible, aunque no aparezca la palabra “volverán”, también está presente el futuro. En esta rima LIII, volvemos a encontrar un tema bastante recurrente en Bécquer que es la confrontación entre el “yo” y un “tú”. El tú de este poema, indiferente, silencioso, insensible, fue quien prescindió del yo, por eso el despecho de la voz lírica, el despecho de un herido que sangra todavía.
Comienza la primera estrofa, y por ende el poema, con un hipérbaton. El poeta eligió abrir el verso con el verbo, con un futuro del indicativo “volverán”. Esta forma verbal no deja lugar a ningún tipo de dudas, y justamente lo que le interesa al poeta, más que las golondrinas, es el hecho de que estas van a volver, por eso el uso del hipérbaton. Eligió las golondrinas, no sólo porque estas aves están asociadas a la primavera y al amor, sino porque, como sucede con diversos fenómenos de la naturaleza, ellas regresan, tienen un comportamiento cíclico. El uso del adjetivo “oscuras”, que es un pleonasmo, porque no existen golondrinas que no sean oscuras, sirve para subrayar lo genérico, para explicitar un rasgo de las golondrinas.
Hay una especificación, una puntualización, que refiere el lugar hacia donde van a volver estas aves, lo harán al balcón de ella, del tú. Ella aquí es el elemento particular. Lo general, lo que es cíclico, lo que retorna naturalmente, como las golondrinas, las madreselvas y el amor, lo hará hacia ella. La vida con todas sus manifestaciones va a volver para ella, nos dice el yo lírico, que a su vez se excluye, guarda silencio con respecto a sí mismo. El poeta elige el balcón como el lugar de regreso, porque este es un espacio con una fuerte tradición literaria. Es muy significativa la conducta que el poeta dice que tendrán las golondrinas, el gerundio “jugando” tiene una connotación positiva, de alegría. El retorno de las golondrinas, que es el retorno de la vida misma, llegará a ella con alegría y la llamará a su ventana, esto es algo de lo que el poeta parece tener certeza absoluta.
La segunda estrofa comienza con la conjunción adversativa “pero”, que establece una clara diferencia entre las golondrinas de la primera estrofa y las que va a referir. Porque las anteriores eran unas golondrinas cualesquiera, pero estas están individualizadas, son “aquellas”. Este pronombre demostrativo, junto al pretérito “refrenaban”, nos retrotrae a un pasado de felicidad. Lo que las aves se detienen a contemplar es “tu hermosura y mi dicha". Son muy significativos los sustantivos que aluden a la contemplación de las golondrinas, porque nos dan a conocer aspectos importantes. De ella podemos saber que es bella, pero nada sabemos de sus sentimientos, no se dice que sintiera, en cambio de él sí podemos saber que estaba feliz. Podríamos decir que hay cierto uso de la personificación en las golondrinas, porque el poeta sugiere una familiaridad entre las aves y la pareja. Las golondrinas identificaron de tal modo a estas personas que hasta se aprendieron los nombres. Bien, esas golondrinas puntuales, las que de alguna manera estaban relacionadas a esos momentos de dicha, al menos para él, esas, no volverán. Nada de lo que estuvo relacionado con ese amor va a volver, esto es algo que se continuará viendo en los versos siguientes. Pero antes de seguir adelante con el análisis, algo más de la segunda estrofa. El poeta dejó la negación concreta para el final, para el heptasílabo, para el verso de pie quebrado con que se cierra la estrofa. Lo que quiere destacar es justamente lo que se dice en ese verso corto de cierre. Es un verso exclamativo, en el que percibo, por parte del poeta, una cierta postura de superioridad. Es como si él le hablara a ese tú, desde la altura de su sabiduría. La pausa, representada aquí en los puntos suspensivos, creo que muestra eso, por más que en el fondo, lo que lo mueva a este yo lírico sea la frustración.
Uno tiene la impresión de que en las dos primeras estrofas ya está todo dicho, pero en poesía la repetición es esencial. No en vano la palabra verso viene de la palabra latina “versus” que quiere decir “surco que da la vuelta”. Si bien, como dije más arriba cuando me referí a la estructura interna de la rima, la última estrofa es la que le da sentido a todo el texto, porque es donde queda patente el despecho del yo lírico, el poeta utilizó dos estrofas más, las de las madreselvas, para darle más fuerza al cierre de la rima, a los versos que harán referencia a lo humano. Así como las dos primeras estrofas se centraron en el reino animal, las dos centrales lo hacen en el reino vegetal, pero el caso de las madreselvas es el mismo que el de las golondrinas. Las madreselvas son calificadas de “tupidas”, lo que ya no es un pleonasmo, como en el caso de las oscuras golondrinas. La palabra tupida sugiere abundancia, belleza, vida. Las madreselvas que regresarán serán hermosas. Y como sucedió en la estrofa primera con el mundo animal, aquí se dice que el mundo vegetal, también regresará hacia ella, no hacia él. Incluso el hecho de que las madreselvas escalen nos da la sensación de que se dirigen hacia ella. El jardín, como el balcón, también es un espacio con una fuerte tradición literaria. El mundo de la naturaleza incluso regresará mejorado, porque esas madreselvas tupidas, se presentarán “aún más hermosas”. Se presentarán incluso como una ofrenda, en eso parece hacer énfasis el verso de pie quebrado, “sus flores se abrirán”.
La cuarta estrofa es de una gran belleza. Refiere un momento mágico, único e irrepetible vivido por la pareja. Esa mínima caída de las gotas, comparada con “lágrimas del día” le da un toque melancólico. Pareciera como si la caída de las gotas estuviera reflejada incluso en el encabalgamiento de los versos, tiemblan en el segundo verso, e inmediatamente caen en el tercero. Pero, lamentablemente, el verso se cierra con la sentencia del pie quebrado, que indica que, todo ese encantamiento y fascinación, no volverá.
Así llegamos a las dos estrofas finales, las más importantes del texto, las que se centran, ya no en el mundo animal o vegetal, sino en lo humano. Son versos que hablan de la ruptura de la pareja, la estrofa quinta está centrada en ella, en ese tú indiferente, silencioso, insensible y la última estrofa se refiere específicamente a la actitud del yo. En lo que respecta a la actitud de ella, parece no haber certezas, no haber seguridad. Sí es seguro que le hablarán nuevamente de amor, de lo que no está seguro este yo lírico, es del despertar de los sentimientos de ella. Aquí hay un matiz, una diferencia con las estrofas anteriores, que se cerraban con un contundente “no volverán”. Ella “tal vez” despierte, porque su corazón, nos dice este enamorado despechado, está sumido en un “profundo sueño”.
La estrofa final, la que se centra en él, comienza mostrando la forma excepcional como la amó. El polisíndeton refuerza la enumeración: “mudo y absorto y de rodillas”. Él siempre estuvo anulado en esa relación, todo se centró en ella, de ahí el adjetivo “mudo”. Pareciera como si para él todo lo ajeno a la relación con ella hubiera dejado de existir, por eso es por lo que utiliza el adjetivo “absorto”, él siempre estuvo extremadamente concentrado en ella. Luego agrega “de rodillas”, mostrando una actitud de veneración, casi humillante, que refuerza comparando con la actitud que se tiene cuando se adora a la divinidad. En los dos últimos versos hay un cambio de actitud en el yo lírico, quien vuelve a ser coherente con el final de todas las estrofas pares y retoma esa actitud de superioridad, enfatizada en este caso por el plural “así no te querrán”. Pero bueno, más que una falsa actitud de superioridad que pueda mostrar el yo, los motores de esta rima exquisita han sido el desencanto, la frustración y el despecho. 

Artículo publicado en la revista digital Vadenuevo www.vadenuevo.com.uy . Febrero de 2018.   

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