Un himno gigante que lucha por existir
De
lo cierto a lo posible, de lo singular a lo plural, de lo propio a lo genérico.
La poesía, el lenguaje y el amor como salida, son algunos de los aspectos
presentes en esta rima capital del poeta sevillano.
Por Fernando Chelle
Después
de haber presentado en el número anterior de vadenuevo un estudio
introductorio a las Rimas de Gustavo
Adolfo Bécquer, comenzaré a analizar literariamente algunas de las
composiciones más representativas de la obra referida. Abordaré en primer lugar
la Rima I.
I
Yo sé
un himno gigante
y extraño
que anuncia en la noche del alma una
aurora,
y estas páginas son de ese himno
cadencias que el aire dilata en las
sombras.
Yo quisiera escribirle, del hombre
domando el rebelde, mezquino idïoma,
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas.
Pero en vano es luchar, que no hay cifra
capaz de encerrarle; y apenas ¡oh,
hermosa!,
si teniendo en mis manos las tuyas,
pudiera, al oído, cantártelo a solas.
Si
reparamos en la estructura externa del poema, veremos que está compuesto por
tres estrofas de cuatro versos cada una, con rima asonante. Son versos de arte
mayor, decasílabos los impares y dodecasílabos los pares, lo que le permite al
poeta explayarse y exponer el tema que le interesa con claridad. Es un texto
que tiene un carácter metapoético, que reflexiona sobre la dificultad de la
expresión poética.
Comienza
el poema con un tono exaltado, parecido al de un himno, con una afirmación
contundente: “Yo sé un himno…”. El
verbo saber en primera persona muestra la seguridad que siente el yo lírico, no
tiene ninguna duda al respecto. Ese himno, esa composición solemne, elevada, que además de contener letras
también es música, es la poesía que está configurada adentro suyo. Esto es algo
que precede a la composición poética y que tiene que ver con la concepción que
el poeta sevillano tenía de la poesía, para Bécquer la poesía existe con
independencia de los poetas. Quizá donde más claro se expone este concepto es
en la Rima IV:
IV
No digáis que, agotado su tesoro,
de asuntos falta, enmudeció la lira;
podrá no haber poetas; pero siempre
habrá poesía.
Mientras las ondas de la luz al beso
palpiten encendidas,
mientras el sol las desgarradas nubes
de fuego y oro vista,
mientras el aire en su regazo lleve
perfumes y armonías,
mientras haya en el mundo primavera,
¡habrá poesía!
Mientras la ciencia a descubrir no alcance
las fuentes de la vida,
y en el mar o en el cielo haya un abismo
que al cálculo resista,
mientras la humanidad siempre avanzando
no sepa a dó camina,
mientras haya un misterio para el hombre,
¡habrá poesía!
Mientras se sienta que se ríe el alma,
sin que los labios rían;
mientras se llore, sin que el llanto acuda
a nublar la pupila;
mientras el corazón y la cabeza
batallando prosigan,
mientras haya esperanzas y recuerdos,
¡habrá poesía!
Mientras haya unos ojos que reflejen
los ojos que los miran,
mientras responda el labio suspirando
al labio que suspira,
mientras sentirse puedan en un beso
dos almas confundidas,
mientras exista una mujer hermosa,
¡habrá poesía!
El
poeta es quien dispone del himno y esto es algo que lo diferencia del común de
la gente. Todos los hombres son capaces de sentir, pero, para Bécquer, el poeta
es el que, además de sentir, tiene la capacidad de recordar lo sentido y
elaborarlo.
El
himno es calificado con dos adjetivos muy significativos: “gigante y extraño”. El hecho de que sea gigante trasciende la
posibilidad de ser expresado, es algo inabarcable. A esta característica se le
suma la extrañeza. El adjetivo “extraño”
parece contraponerse a la utilización del verbo saber en primera persona, pero
es que el yo lírico es consciente de que el himno es algo ajeno a él y lo que no
comprende es cómo esa composición sublime llegó a existir en su interior. En
los dos adjetivos que caracterizan al himno, se encuentra la raíz del fracaso
al que se enfrentará el poeta, porque a eso gigante y extraño, tendrá que
expresarlo con un lenguaje rebelde y mezquino. Esta imposibilidad a la que se
enfrenta no es otra cosa que la imposibilidad de llegar a expresar el ideal, y
este es un tema romántico por excelencia.
Los
primeros versos del poema parecieran ser una expresión impulsiva de un entusiasmo
contenido. Son los versos más arrebatados de todo el texto, no encontramos
ningún tipo de pausa, ningún hipérbaton o alteración, todo es lineal y fluido.
La certeza del yo, hace que se exprese de forma incontenible. Comienza con monosílabos,
luego sigue con bisílabos y luego vienen los trisílabos, cada vez se va
expandiendo más. Nos dice que el himno “anuncia
en la noche del alma una aurora”. Se utiliza un lenguaje místico, se habla
de la noche del alma para hacer referencia a lo no expresado. Dentro de la
oscuridad del alma del poeta, el himno es anuncio de algo distinto, no de la
luz, no del día, sino de una aurora. Si ese himno pudiera expresarse
totalmente, si se pudiera llegar al ideal, el yo lírico seguramente hablaría
del día, pero como eso no es posible nos habla de la aurora, que es una luz
difusa, una luz intermedia entre el día y la noche.
No es
extraño que la primera pausa del poema se encuentre después de la palabra
aurora, porque los dos versos siguientes, tienen un matiz de desencanto, de
fracaso. Esto lo vemos en primer lugar por la utilización de la palabra
páginas. Al usar una metonimia, y no hablar de poema sino de páginas, se hace
referencia a lo material y esto implicaría una pérdida con respecto a lo
espiritual, además se pasa de algo unitario como el himno a la pluralidad de
las páginas, lo que también implica una degradación. El himno aparece referido
como “ese himno”, pareciera como si
al ser nombrado por el poeta se alejara de él y al pasar por las páginas no
quedara más que un mero reflejo degradado. Hay una identificación sorprendente,
las páginas son “cadencias”. El himno
se ha perdido, de la composición solemne, elevada y unitaria, en las páginas,
no quedan más que cadencias, sonidos tenues. Como si fuera poco, esas cadencias
se enfrentan a otro agravante, el aire las dilata en la sombra. Los mínimos
vestigios que podían llegar a quedar del himno se expanden, se pierden en la
sombra, en el olvido. El poeta partió de la noche del alma y termina en la
sombra. La aurora era una esperanza, una ilusión, a la que se le opuso, de
forma antitética, la realidad de la sombra, que es el fracaso de la expresión.
De aquí en más, la palabra himno desaparecerá del poema.
La
segunda estrofa comienza nuevamente con la referencia a la primera persona,
pero ahora con el pretérito imperfecto de subjuntivo (quisiera), lo que implica
claramente un deseo, no una certeza. El himno ha desaparecido, lo único que
queda de él es la desinencia verbal en “escribirle”, sólo esa pequeña partícula
nominal es la que lo alude, pero indiscutiblemente ya no tiene la misma
importancia que en la primera estrofa. En los dos primeros versos de la segunda
estrofa hay un hipérbaton bien marcado que nos hace sentir a los lectores la
dificultad a la que se enfrenta el poeta al querer expresar, con el idioma, ese
himno gigante y extraño que vive en su interior. El hipérbaton se abre con el
deseo del yo y se cierra con la referencia al idioma, que es algo genérico.
Existe una dificultad para el poeta al tener que expresar ese himno, que es
algo íntimo y personal, con algo genérico como es el lenguaje de los hombres.
El himno es algo que le pertenece al poeta, pero el idioma no, por eso es por
lo que tiene que domarlo, que domesticarlo. El verbo domar alude a una lucha
física, y la del poeta es una lucha espiritual. Aparte del hipérbaton, hay un
encabalgamiento entre el primer y el segundo verso que nos hace sentir ese
esfuerzo, esa dificultad que implica tener que plasmar lo individual en lo
genérico. El yo lírico usa el gerundio “domando”,
lo que muestra una continuidad en la lucha, con eso vivo que es el idioma. Este
es calificado además con dos adjetivos antepuestos: “rebelde y mezquino”, que muestran lo que le es esencial. Es
rebelde, porque no responde a lo que el poeta quiere expresar y a su vez es
mezquino, porque es escaso, insuficiente.
En los
dos últimos versos de la segunda estrofa, el poeta le pide al lenguaje, algo
que de por sí es lineal, que sea simultaneo. Hay un esfuerzo en el uso del
polisíndeton por superar la linealidad, pero nosotros como lectores sabemos que
eso no es posible y percibimos el fracaso. El yo lírico quisiera que el
lenguaje fuera una especie de quintaescencia de los sentidos, pero cuando se
refiere a eso no tiene otra alternativa que enumerar linealmente cuáles son sus
pretensiones. Esta búsqueda de lo sensorial, esta importancia que Bécquer le da
a los diferentes sentidos, de alguna manera está anticipando algunos aspectos
que se desarrollarán luego en el simbolismo y en el modernismo.
La
última estrofa es la del desencanto, aquí termina una gradación descendente con
esa frase de derrota: “Pero en vano es
luchar, …”. El pronombre “Yo”, con que se abrían las dos estrofas anteriores
ha desaparecido. El poeta ya no tiene nada que afirmar, es como si se sintiera
derrotado y se rindiera. Hay una explicación de por qué considera inútil la
lucha por expresar el himno: “no hay
cifra capaz de encerrarle”. Dice que no hay, no que no encuentra, no hay
código que permita cifrar, ni palabra precisa o exacta que pueda expresar el
himno, del que sigue quedando en esta última estrofa, únicamente la partícula
nominal “le”. Es significativo el uso del verbo encerrar, que podríamos
asimilarlo como plasmar, expresar. Después de esta frase de derrota con que se
abre la última estrofa, encontramos una pausa importante marcada con un punto y
coma. Después de la pausa, encontramos una posible salida, no se cierra el
poema con una derrota total. La presencia de la amada, en un clima de intimidad
y comunicación afectiva, quizá sea un factor que posibilite la expresión del
himno. Es una posibilidad, el poeta dice “apenas” y luego “pudiera”, pero
bueno, si se dieran esas condiciones, tal vez el himno pudiera ser expresado.
XXI
¿Qué es poesía?, dices, mientras clavas
en mi pupila tu pupila azul,
¡Qué es poesía! ¿Y tú me lo preguntas?
Poesía... eres tú.
Como
para Bécquer la mujer es la poesía, esto lo deja claro en la Rima XXI, y también en las Cartas literarias a una mujer, como la
mujer es sentimiento, tal vez ella sea la única que pueda captar el himno.
Quizá con la ayuda de la mujer el poeta pueda expresar el himno, o quizá la
mujer con sus sentimientos pueda suplir lo que el lenguaje rebelde y mezquino
no puede decir. El himno, que es algo que asociamos a lo colectivo, aquí tiene
una sola receptora, la mujer hermosa, su amor. La poesía, esa que vive de forma
independiente del poeta, como vimos en la Rima
IV, esa que es un himno gigante y extraño, es posible que se plasme gracias
al amor.
El
poema termina de forma bastante cortante si pensamos en el arrebato expresivo
con que comenzó, pero al menos no termina en derrota, se brinda una salida consoladora,
no triunfal, pero sí consoladora.
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