Narrador profundamente original,
desestructurado, autoficcional, extraño, con grandes dosis de humor. El
escritor que no se parece a ninguno, el fantástico Felisberto. En este
artículo: etapas y características de su obra, junto a un análisis literario
del cuento Muebles: El Canario.
Por Fernando Chelle
En el número anterior de Vadenuevo se
publicó la primera parte de un estudio sobre la obra del escritor uruguayo Felisberto
Hernández. Ese artículo abordó la recepción que ha tenido la obra felisbertiana
a través de la historia por parte de diferentes críticos y escritores. Aquí se
estudiarán las distintas etapas de la obra del autor y las características
principales que presenta esa obra, y se analizará literariamente uno de sus
relatos más conocidos, Muebles: El Canario.
Obra literaria de Felisberto Hernández
Se puede dividir en tres etapas:
a) De iniciación, que comprende sus
cuatro primeros libros: Fulano de tal (1925), Libro
sin tapas (1929), La cara de Ana (1930), y La
envenenada (1931).
b) De madurez, que incluye Por
los tiempos de Clemente Colling (1942) y El caballo perdido (1943).
c) Etapa final, que abarca el resto de
su obra: Tierras de la memoria (publicada póstumamente, en
1965), Nadie encendía las lámparas (1947), Las
hortensias (1949) y La casa inundada (1960).
A esta clasificación en etapas se le
deben sumar otros textos y fragmentos pertenecientes a distintas épocas que
póstumamente aparecieron reunidos en Diario del Sinvergüenza y Últimas
invenciones (Editorial Arca, 1974). En otra publicación realizada por
la Editorial Arca en 1969, titulada Primeras invenciones, figuran
además de los cuatro primeros libros, cuatro cuentos inéditos y algunos
publicados en periódicos como así también tres poesías que datan del año 1932 y
1934. Aunque resulte extraño este último dato, Felisberto también incursionó en
el género lírico, al igual que en el dramático, donde compuso una obra breve,
aunque a estos géneros no los siguió cultivando.
Características de la obra de Felisberto Hernández
Lo primero que notamos cuando nos
enfrentamos a cualquier obra de Felisberto Hernández, es que estamos frente a
un narrador original, donde las historias no recorren los caminos tradicionales
de la organización narrativa. Sus cuentos, parecen carecer de una estructura
sólida que los sustente, se van construyendo mediante la asociación de ideas y
motivos, y en su mayoría no presentan finales concluyentes. Las atmósferas
internas de los relatos son extrañas, donde los objetos parecen tener vida
propia, las partes del cuerpo parecen tener independencia, lo real se mezcla
con lo fantástico y donde todo se expresa en un lenguaje sencillo y cotidiano
con grandes dosis de humor.
Es notable también en estos relatos, la
repetición del mismo tema o motivo, a saber, los sucesos que le acontecen a un
pianista itinerante. Es importante destacar, que el material narrativo con el
que Felisberto trabajó fue tomado de la vida real. En la mayoría de sus
relatos, podríamos decir que existe un fuerte componente autobiográfico ya que
Felisberto fue en su vida un pianista que recorrió gran cantidad de pequeñas
ciudades del interior del Uruguay y la Argentina dando conciertos. De esa
realidad, el autor supo sacar los contenidos de su literatura, tomó elementos
históricos y los transmutó en literarios, siempre desde una mirada
retrospectiva donde la memoria juega un papel fundamental. Los recuerdos de
esas pequeñas ciudades y pueblos, con sus humildes teatros, comercios y plazas,
son los que se encuentran en sus relatos. No hay nunca una identificación
precisa de lugares determinados, la acción de cuentos como El Balcón y El cocodrilo,
por ejemplo, bien podría suceder en Rocha, en Florida como en Mercedes, por
nombrar solo tres ciudades que coinciden con los lugares donde Felisberto
publicó sus primeras obras. Quizá el lugar más identificable está presente en Por los tiempos de Clemente Colling,
donde se recrean las mansiones señoriales de la zona del Prado montevideano y
el recorrido del tranvía 42, pero incluso este lugar determinado, en el relato
está en función de la evocación, no responde a la necesidad de recrear aspectos
geográficos o históricos ya que el centro de interés son los recuerdos del propio
personaje.
Ese
fuerte componente autobiográfico que presenta la obra de Felisberto, al que
podríamos llamar autoficción, se vincula directamente con el estilo que el
autor decidió darle a sus narraciones. Solo en unos pocos relatos se utiliza la
tercera persona, la inmensa mayoría de ellos son contados en primera persona
por un narrador protagonista. Este factor le da a las narraciones un tono
informal, sobrio, coloquial. La transmutación de elementos históricos en
literarios Felisberto la hizo con total sencillez, utilizando las palabras de
todos los días, las más directas y fáciles, dejando de lado los términos más
ampulosos y retóricos. Ese estilo conversacional, poco académico, hizo que
parte de la crítica no dudara en atacarlo, acusándolo de tener un léxico
reducido. Quizá estos críticos, anquilosados en sus parámetros estilísticos, no
supieron apreciar en Felisberto un léxico que es adecuado al tono general de
sus narraciones, personajes y situaciones y que crea en el lector una sensación
de naturalidad y espontaneidad muy bien lograda.
Vinculados
a la voz de una primera persona, aparecen los hechos contados que refieren
siempre al tiempo del narrador. Al igual que como sucede con el espacio, el
tiempo en las narraciones felisbertianas suele ser indeterminado. Sabemos por
los tiempos verbales que se utilizan, o por determinados giros como “en aquel
tiempo” que lo que se cuenta pertenece al pasado, que ya sucedió. Hay
narraciones que refieren a hechos, lugares y personajes que Felisberto parece
haber tomado de su infancia, otras de su adolescencia y otras de su edad
madura, pero en esa evocación constante de sus relatos el tiempo aparece
desdibujado, simplemente son acontecimientos que ocurrieron antes del momento
de la narración.
Una
de las características que los lectores parecen percibir más rápidamente en la
literatura de Hernández es el dejo humorístico que la acompaña. El humor, lo
cómico, al decir de Calvino “transfigura la amargura de una vida tejida de
derrotas”, y es que el humor presente en las narraciones de Felisberto es el
que posibilita el discurrir de situaciones absurdas, disolviendo
acontecimientos que podrían resultar angustiantes o tormentosos si se les diera
otro tipo de tratamiento. Situaciones vitales como las que tiene que enfrentar
el personaje de El cocodrilo o el de Muebles “El Canario”, no son de por sí
humorísticas, todo lo contrario, el humor ahí se transforma en el vehículo que
permite transitar por terrenos de confusión, malestar y desconcierto.
Otra
característica particular en la narrativa de Felisberto es el tratamiento que
se le da a los objetos y a las distintas partes del cuerpo. En Por los tiempos de Clemente Colling el
personaje narrador dice "En aquel tiempo mi atención se detenía en las cosas
colocadas al sesgo", esto implica una mirada diferente sobre las cosas, donde
se pretende desentrañar su misterio, su funcionalidad secreta e inexplicable
desde un punto de vista racional. Es que en estos relatos los objetos parecen
estar dotados de vida propia, estar personificados y no al servicio utilitario
que le suelen dar los hombres.
Algo
similar, pero a la inversa, sucede con las distintas partes del cuerpo, donde
lo humano se cosifica. Hay una extraña mirada sobre el propio cuerpo, donde las
diferentes partes parecen ser objetos autónomos también con vida propia. Esto
lo podemos percibir en muchos relatos, pero es sobre todo en Diario del sinvergüenza, donde más
claramente se ve este diálogo entre el narrador y su cuerpo. De esta manera,
podemos ver cómo en el mundo felisbertiano se establece un extraño
relacionamiento de cosas inanimadas y seres cosificados.
Lo fantástico
Para
decirlo de forma muy resumida, se le denomina literatura fantástica a aquellos
relatos que presentan sucesos que el lector no podría explicarse recurriendo a
interpretaciones que partan de una realidad posible. El relato fantástico
presentará al lector algún acontecimiento extraño, sorprendente, en medio de
circunstancias que se podrían denominar normales. Frente a esto el lector podrá
sentir dudas, incertidumbre, sorpresa, pero debe aceptar lo que se le está
contando como posible dentro de la ficción narrativa, aunque esos sucesos sean
inexplicables desde un punto de vista racional.
Mucho
se ha discutido por parte de la crítica y de diversos escritores acerca de
incluir o no a la literatura de Felisberto Hernández dentro del género
fantástico. Hay quienes no dudan en tildarlo de fantástico, otros aceptan el
calificativo pero con ciertas restricciones y hay quienes definitivamente rechazan
ubicarlo dentro de esta categoría. Creo que el problema aquí, radica en el afán
que se ha tenido tradicionalmente, no solo por parte de la crítica, de querer
hacer corresponder las obras de arte a modelos, escuelas o tendencias
canónicas. Esta intención reguladora, puede resultar muy útil a la hora de
establecer similitudes y diferencias entre ciertas manifestaciones artísticas,
pero debemos comprender que las obras son expresiones independientes de los
modelos. Aparte de esto, tampoco podemos referirnos al conjunto de la obra de
Hernández como perteneciente o no al género fantástico, hay algunos relatos que
indudablemente presentan las características que, críticos como Todorov,
atribuyen al género fantástico y también encontramos otros relatos que definitivamente
no.
En
una gran cantidad de relatos, Felisberto Hernández le da lugar a lo fantástico
en medio de situaciones que podríamos calificar como normales, reales,
verosímiles. Lo fantástico, en algunas de estas narraciones, es creado con los
mismos elementos que componen el mundo real a los que se mira de una forma
distinta. Lo extraño, lo sorprendente, Felisberto generalmente lo introduce en
sus narraciones mediante expresiones o giros lingüísticos como por ejemplo: “en
ese momento ocurrieron muchas cosas”, “ocurrió que”, "me ocurrió”, sin que haya
una relación de causa y efecto entre lo que venía pasando en la narración y lo
que va a ocurrir.
Análisis literario
El
texto de Felisberto Hernández elegido para el análisis literario se trata de un
cuento titulado Muebles “El Canario”,
perteneciente al libro Nadie encendía las
lámparas, publicado por la Editorial Sudamericana en la ciudad de Buenos
Aires en el año 1947.
El
tema central del cuento es, la invasión de los medios de comunicación al
servicio de la publicidad en la intimidad de un individuo y de la sociedad en
general.
Al
referirme a las características de la obra de Felisberto, dije que las
historias no recorren los caminos tradicionales de la organización narrativa,
que son cuentos que carecen de estructura sólida que los sustenten y que se van
construyendo mediante la asociación de ideas y motivos y que en su mayoría no
presentan finales concluyentes. Esto es justamente lo que sucede con Muebles: “El Canario”, al detenernos en
el texto queriendo establecer una posible estructura interna, nos enfrentamos a
la dificultad que implica separar con claridad los distintos momentos que lo
componen. De todas maneras hay en el relato una sucesión de acontecimientos que
se van encadenando pero que se presentan al lector de forma muy trabada. Haré
un esfuerzo, con una finalidad práctica y analítica, y trataré de mostrar
cuáles son los eslabones de esa cadena.
El
primer momento del relato refiere a los acontecimientos que le suceden al
personaje central, narrador y protagonista del cuento, quien está regresando a
la ciudad y de pronto se ve sorprendido por un acontecimiento inusual, extraño,
sorprendente, ya que es inyectado en uno de sus brazos sin su consentimiento.
Podemos establecer un segundo momento, pero repito, simplemente con una
finalidad analítica, que comenzaría cuando el personaje desciende del tranvía,
aquí el centro de interés serán las reflexiones del personaje acerca de lo que
le acaba de ocurrir y el comienzo de los extraños y fantásticos efectos que
experimenta. El tercer momento del relato, estaría marcado por los intentos en
tratar de anular los efectos de la inyección que lleva adelante el protagonista,
y luego asistimos al cuarto y último momento, que comprende el desenlace de la
historia y que estaría marcado por el diálogo que el personaje protagonista
establece con un hombre que inyectaba unos niños.
La propaganda de estos
muebles me tomó desprevenido. Yo había ido a pasar un mes de vacaciones a un
lugar cercano y no había querido enterarme de lo que ocurriera en la ciudad.
Cuando llegué de vuelta hacía mucho calor y esa misma noche fui a una playa.
Volvía a mi pieza más bien temprano y un poco malhumorado por lo que me había
ocurrido en el tranvía. Lo tomé en la playa y me tocó sentarme en un lugar que
daba al pasillo. Como todavía hacía mucho calor, había puesto mi saco en las
rodillas y traía los brazos al aire, pues mi camisa era de manga corta.
El
comienzo del relato es abrupto, no existe una introducción que nos sitúe al
personaje en un determinado tiempo o lugar antes de comenzar la acción, sino
que son las propias palabras del narrador protagonista las que están presentes
al comienzo de la narración. El primer enunciado del cuento es muy importante,
allí se refieren dos cosas, por un lado el tema central del relato “la
propaganda” y por otro la actitud del individuo frente a esa acción
publicitaria, ya que el personaje dice “me tomó desprevenido” con lo que se
podría entender que existe la posibilidad de actuar de forma prevenida frente
al acecho de la propaganda. Quizás aquí ya encontramos la primera crítica
implícita a la invasión de los medios de comunicación al servicio de la
publicidad. En la voluntad del personaje estaba el no querer enterarse de nada
de lo que ocurría en la ciudad, porque estaba de vacaciones en un lugar cercano.
Aquí podemos ver, como indiqué en las características de la obra de Felisberto,
que no hay nunca una identificación precisa de los lugares donde transcurre la
acción, el sitio donde estaba vacacionando simplemente era un lugar cercano.
Si
reparamos en la utilización de los tiempos verbales, vemos que este narrador
homodiegético está hablando desde un futuro: “La propaganda de estos muebles me
tomó desprevenido”, esta es otra característica felisbertiana que habíamos
señalado, lo que se cuenta pertenece al pasado, ya sucedió.
El
protagonista dice volver a su “pieza” no a su casa, y esto es muy
significativo, recordemos lo referido al fuerte componente autobiográfico en la
obra de Felisberto, pues bien, como pianista itinerante el autor se alojaba
frecuentemente en cuartos de pequeños hoteles que continuamente aparecen
referenciados en su obra, este parece ser uno de esos casos. Pero veamos qué
fue lo que ocurrió en el tranvía; la ubicación del personaje del lado del
pasillo, con su saco en las rodillas y los brazos al aire prepara el terreno
para comenzar la narración de los sucesos que van a acontecer.
Entre las personas que
andaban por el pasillo hubo una que de pronto me dijo:
-Con su permiso, por favor…
Y yo respondí con rapidez:
-Es de usted.
Pero no sólo no comprendí lo
que pasaba sino que me asusté. En ese instante ocurrieron muchas cosas. La
primera fue que aun cuando ese señor no había terminado de pedirme permiso, y
mientras yo le contestaba, él ya me frotaba el brazo desnudo con algo frío que
no sé por qué creí que fuera saliva. Y cuando yo había terminado de decir «es
de usted» ya sentí un pinchazo y vi una jeringa grande con letras. Al mismo
tiempo una gorda que iba en otro asiento decía:
-Después a mí.
Yo debo haber hecho un
movimiento brusco con el brazo porque el hombre de la jeringa dijo:
-¡Ah!, lo voy a lastimar…
quieto un…
Pronto sacó la jeringa en
medio de la sonrisa de otros pasajeros que habían visto mi cara. Después empezó
a frotar el brazo de la gorda y ella miraba operar muy complacida. A pesar de
que la jeringa era grande, sólo echaba un pequeño chorro con un golpe de
resorte. Entonces leí las letras amarillas que había a lo largo del tubo:
Muebles «El Canario». Después me dio vergüenza preguntar de qué se trataba y
decidí enterarme al otro día por los diarios.
Se
establece un diálogo entre el hombre que inyecta a los pasajeros y el
protagonista y nosotros como lectores pasamos a ser una especie de testigos
presenciales de la escena que se desarrolla. Cuando el protagonista da permiso
al hombre de la jeringa no es para que lo inyecte, sino que seguramente pensó
que le estaba solicitando permiso para pasar, él es un ignorante de estas
nuevas metodologías publicitarias. Con la frase “En ese instante ocurrieron
muchas cosas” comienzan los hechos absurdos que luego darán lugar a lo
fantástico.
Hay
un contraste entre la actitud del protagonista y los demás pasajeros quienes ya
parecen conocer los mecanismos utilizados por las empresas para hacer
propaganda de sus productos, en cambio él se siente totalmente desconcertado,
sorprendido, asustado ante los hechos. Fijémonos las diferentes actitudes, por
ejemplo el protagonista realiza un movimiento brusco con el brazo ante el
desconocimiento de lo que pasa, con el riesgo incluso de lastimarse, mientras
la gorda, conocedora de la metodología, miraba operar muy complacida. La
actitud de la gorda frente a los hechos nos resulta cómica, pero es
precisamente ese tratamiento humorístico que le da Felisberto al relato el que
le permite continuar refiriendo una situación absurda como si se tratara de
algo normal.
Si
le quisiéramos dar una lectura simbólica al relato, podríamos ver en ese
tranvía una representación de la sociedad y sus comportamientos frente al
advenimiento de una sociedad de consumo marcada por la omnipresencia de las
distintas formas de publicidad. En esa lectura el protagonista es la excepción,
lo extraño en medio de pasajeros sonrientes y alienados ante los parámetros
sociales imperantes. El hecho de ser la excepción, de aparentemente ser el
único que no entiende la situación, es lo que lleva a este personaje a sentirse
avergonzado y a no animarse a preguntar de qué se trataba todo aquello.
Pero apenas bajé del tranvía
pensé: «No podrá ser un fortificante; tendrá que ser algo que deje
consecuencias visibles si realmente se trata de una propaganda.» Sin embargo,
yo no sabía bien de qué se trataba; pero estaba muy cansado y me empeciné en no
hacer caso. De cualquier manera estaba seguro de que no se permitiría dopar al
público con ninguna droga. Antes de dormirme pensé que a lo mejor habrían
querido producir algún estado físico de placer o bienestar. Todavía no había
pasado al sueño cuando oí en mí el canto de un pajarito. No tenía la calidad de
algo recordado ni del sonido que nos llega de afuera. Era anormal como una enfermedad
nueva; pero también había un matiz irónico; como si la enfermedad se sintiera
contenta y se hubiera puesto a cantar.
Cuando
me referí a la literatura fantástica, dije que ésta presenta al lector algún
acontecimiento extraño, sorprendente, en medio de circunstancias que se podrían
denominar normales, basta mirar estos acontecimientos que le suceden al
personaje, sin explicación alguna, para ubicar, al menos este relato, dentro de
ese género.
Si
bien el protagonista se encuentra por fuera de la alienación general de la
gente que iba en el tranvía, los parámetros sociales no dejan de condicionarlo,
porque de todas formas se avergüenza de ser diferente, de desentonar con la
mayoría y en lugar de reaccionar de alguna manera precisa ante la absurda situación,
espera a bajarse del tranvía para comenzar a formularse distintas hipótesis,
algunas inverosímiles, sobre lo ocurrido. El haber leído en la jeringa las
palabras Muebles: El Canario, es lo que le lleva a pensar que se trata de una
propaganda, pero no concibe que una publicidad no deje consecuencias visibles,
ya pronto comenzará a experimentar cuáles son realmente las consecuencias de
esa inyección. Me resulta significativa la frase “de cualquier manera estaba
seguro de que no se permitiría dopar al público con ninguna droga” porque puede
estar cargada de un sentido irónico. Porque preguntémonos, y más en la
actualidad, ¿cuáles son los límites en una sociedad consumista para la invasión
publicitaria, qué generan las drogas y qué genera el consumismo una vez que la
publicidad invade la mente de los consumidores?, ambas cosas generan una
necesidad, un deseo y finalmente una dependencia. Ambas cosas también en
ocasiones son utilizadas por los individuos para suplir carencias, llenar
vacíos y lograr un placer pasajero.
El
hecho fantástico comienza antes de que el personaje concilie el sueño, cuando
empieza a escuchar dentro de él el canto de un pajarito. El acontecimiento es
profundamente extraño, pero como sucede en este tipo de narraciones, nosotros
los lectores debemos aceptar lo que se nos está contando como posible dentro de
la ficción narrativa, aunque nos parezca un suceso inexplicable desde un punto
de vista racional. El personaje califica al extraño canto del pajarito como una
“enfermedad nueva”, y enseguida Felisberto recurre a uno de sus artificios
predilectos, la animación de conceptos u objetos donde hasta los sentimientos
cobran vida propia e independiente. En este caso es la enfermedad que está
padeciendo la que se siente contenta y se pone a cantar, esto además de darle
vida propia e independiente a ese padecimiento, tiene un sentido oximorónico,
contradictorio, porque si hay algo que no se vincula con la alegría y el canto
es propiamente la enfermedad.
Estas sensaciones pasaron
rápidamente y en seguida apareció algo más concreto: oí sonar en mi cabeza una
voz que decía:
-Hola, hola; transmite
difusora «El Canario»… hola, hola, audición especial. Las personas
sensibilizadas para estas transmisiones… etc., etc.
Todo esto lo oía de pie,
descalzo, al costado de la cama y sin animarme a encender la luz; había dado un
salto y me había quedado duro en ese lugar; parecía imposible que aquello
sonara dentro de mi cabeza. Me volví a tirar en la cama y por último me decidí
a esperar. Ahora estaban pasando indicaciones a propósito de los pagos en
cuotas de los muebles «El Canario». Y de pronto dijeron:
-Como primer número se
transmitirá el tango…
Del
canto del pajarito se pasa ahora a un sonido que el protagonista califica de
“más concreto” se trata de una voz humana, una voz de un locutor que al igual
que el pajarito suena adentro de su cabeza. El protagonista deja a un lado la
voz narrativa y reproduce lo que dice la voz del locutor, quedando el personaje
protagonista por un momento en el papel de escucha. Se trata de una transmisión
radial, cuya difusora tiene casualmente el mismo nombre que tenía la jeringa
que le inyectaron en el tranvía, “El Canario”. El locutor habla de una audición
especial y hace referencia a las personas que han sido sensibilizadas para escuchar
esas transmisiones, que no son otras que las que han sido inyectadas. Luego hay
una descripción que hace el personaje de sí mismo, donde lo vemos con miedo
“sin animarme a encender la luz”, desconcertado, no dando crédito a lo que
estaba pasando “parecía imposible que aquello sonara dentro de mi cabeza”. Nos
enteramos, y ahora nuevamente por la voz del personaje, de que la radio es una
herramienta publicitaria al servicio de los muebles “El Canario”, donde se
anuncian los beneficios que tienen los clientes, como por ejemplo la
posibilidad de pagar los muebles en cuotas. La voz del locutor aparece
nuevamente para anunciar el primer número musical de la transmisión, se trata
de “el tango”, lo que llevará al personaje definitivamente a la desesperación.
Hay aquí un hecho puntual que muestra el desagrado que siente el protagonista
por el tango, incluso la voz del relator no especifica un tango en particular,
sino que simplemente dice “el tango” lo que mostraría que ese rechazo incluye
todas las manifestaciones musicales de ese género en particular.
Como
las obras de Felisberto Hernández están tan marcadas por un fuerte contenido
autobiográfico, me puse a investigar cuál era su relación con el tango y en
realidad no encontré nada que se refiera a ese tema puntualmente. Sí hay un
dato importante, en el año 1943 una de las tareas que desempeñó Felisberto, en
el Control de Radio de la Asociación Uruguaya de Autores, fue la de escuchar la
radio durante horas, anotando en un papel los temas que se iban interpretando,
para que de esta forma la Asociación de Autores pudiera gestionar el cobro de
los derechos de autor. Probablemente muchas de las canciones que se emitían
fueran tangos, eso no lo sé, pero seguramente de realizar ese trabajo, casi
kafkiano, terminó saturado de la radio y los anuncios publicitarios.
Desesperado, me metí debajo
de una cobija gruesa; entonces oí todo con más claridad, pues la cobija
atenuaba los ruidos de la calle y yo sentía mejor lo que ocurría dentro de mi
cabeza. En seguida me saqué la cobija y empecé a caminar por la habitación;
esto me aliviaba un poco pero yo tenía como un secreto empecinamiento en oír y
en quejarme de mi desgracia. Me acosté de nuevo y al agarrarme de los barrotes
de la cama volví a oír el tango con más nitidez.
La
desesperación por escapar del tango es lo que lleva al personaje a meterse
debajo de la cobija, pero resulta que no puede escapar, es un ruido interno y
con eso que hace lo único que logra es escuchar con más claridad los sonidos
que vienen de su interior. Al estar debajo de la cobija se encuentra totalmente
aislado del mundo circundante, queda conectado únicamente con la difusora y a
merced de la transmisión y la manipulación mediática. La desesperación se ve en
los cambios constantes de actitud que tiene el personaje, no sabe si permanecer
debajo de la cobija, si sacársela, si caminar por el cuarto, si volverse a
acostar. Hay una situación paradójica, porque si bien el personaje está
sufriendo con la transmisión, quiere oír y quejarse de su desdicha. También hay
una situación, además de absurda, humorística, cuando el personaje se agarra de
los barrotes de la cama, todo hace suponer que estos eran de metal ya que hacen
que el tango se escuche con más nitidez, es decir que los barrotes pasan a
funcionar como una especie de antena.
Al rato me encontraba en la
calle: buscaba otros ruidos que atenuaran el que sentía en la cabeza. Pensé
comprar un diario, informarme de la dirección de la radio y preguntar qué
habría que hacer para anular el efecto de la inyección. Pero vino un tranvía y
lo tomé. A los pocos instantes el tranvía pasó por un lugar donde las vías se
hallaban en mal estado y el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban
ahora; pero de pronto miré para dentro del tranvía y vi otro hombre con otra jeringa;
le estaba dando inyecciones a unos niños que iban sentados en asientos
transversales. Fui hasta allí y le pregunté qué había que hacer para anular el
efecto de una inyección que me habían dado hacía una hora.
La
audición sigue perturbando al personaje quien ahora desesperado decide salir a
la calle en busca de una solución. Era tal el malestar que sentía que buscaba
otros ruidos que le atenuaran ese interno que lo estaba mortificando. Al igual
que como pensó en el tranvía quiso buscar información en los diarios, aunque
ahora ya no buscaba enterarse de que se trataba la inyección, ya que estaba de
sobra enterado, sino que quería averiguar la dirección de la radio, porque lo
único que pensaba era buscar la manera de anular el efecto de esa infortunada inyección.
La desesperación lo hace también abandonar esta idea y tomar nuevamente un
tranvía, por un momento, transitoriamente, logra el objetivo que se había
propuesto al salir a la calle, el de atenuar con otros ruidos el de su cabeza,
ya que “el tranvía pasó por un lugar donde las vías se hallaban en mal estado y
el gran ruido me alivió de otro tango que tocaban ahora”. Subir al tranvía al
final terminó resultando beneficioso, ya que ahí se encuentra con otro empleado
de esta gran corporación multidisciplinaria llamada “El Canario” que se
encontraba inyectando a unos niños y del cual va a obtener información de
primera mano. Como podemos ver, las dosis publicitarias no están restringidas a
una franja etaria determinada y hasta los más vulnerables socialmente son
“sensibilizados” mediante esta metodología perversa.
Él me miró asombrado y dijo:
-¿No le agrada la
transmisión?
-Absolutamente.
-Espere unos momentos y
empezará una novela en episodios.
-Horrible -le dije.
Él siguió con las
inyecciones y sacudía la cabeza haciendo una sonrisa. Yo no oía más el tango.
Ahora volvían a hablar de los muebles. Por fin el hombre de la inyección me
dijo:
-Señor, en todos los diarios
ha salido el aviso de las tabletas «El Canario». Si a usted no le gusta la
transmisión se toma una de ellas y pronto.
-¡Pero ahora todas las
farmacias están cerradas y yo voy a volverme loco!
En ese instante oí anunciar:
-Y ahora transmitiremos una
poesía titulada «Mi sillón querido», soneto compuesto especialmente para los
muebles «El Canario».
Después
el hombre de la inyección se acercó a mí para hablarme en secreto y me dijo:
-Yo
voy a arreglar su asunto de otra manera. Le cobraré un peso porque le veo cara
honrada. Si usted me descubre pierdo el empleo, pues a la compañía le conviene
más que se vendan las tabletas.
Yo
le apuré para que me dijera el secreto. Entonces él abrió la mano y dijo:
-Venga
el peso.
Y después que se lo di
agregó:
-Dese un baño de pies bien
caliente.
Aquí
entramos al desenlace del relato, donde predomina el diálogo entre el narrador
protagonista y el operario de “El Canario”. La situación que se da entre estos
dos personajes la podemos comparar con la que vimos en el primer tranvía, donde
los demás pasajeros sonreían ante el desconocimiento y las actitudes del
protagonista. Aquí también este trabajador, sonríe y se asombra de encontrar a
alguien que no solo parece estar por fuera de la sociedad de consumo sino que
además se quiere librar de ella, el operario se muestra asombrado de lo poco
informado que está este personaje ya que la solución a sus males está en todos
los diarios. Para poner fin a las transmisiones de “Difusora: El Canario”,
donde su anuncian los “Muebles: El Canario”, las personas deben consumir las
“tabletas: El Canario”. Esta marca monopólica es la que produce la enfermedad y
a su vez ofrece el remedio y en esa metodología comercial, la empresa, si no
logra vender los muebles al menos se asegura de poder vender las tabletas con
total tranquilidad ya que el común de la gente se muestra totalmente complacida
y satisfecha con este tipo de servicios.
Es
indudable la fuerte crítica que está implícita en este relato, no solo a los
medios de comunicación al servicio de la publicidad, sino también a la sociedad
de consumo. Para nosotros, lectores del siglo XXI, no es ninguna novedad que
una determinada marca monopolice diferentes productos o servicios, pero hace
prácticamente 70 años cuando se escribió el cuento esta situación no era tan
así.
El
personaje ya no soporta la situación, piensa incluso que se va a volver loco
con ese bombardeo de propagandas, novelas en episodios, tangos y poesías
ridículas. Al final el operario, de forma muy irónica, plantea al protagonista
una solución alternativa a sus males. La ironía está en el hecho de que el
empleado de El Canario, habla de honradez y a su vez propone algo que
transgrede sus funciones. Por otro lado lo que hace tampoco es ningún favor, ni
ninguna acción solidaria sino que se aprovecha de la desesperación ajena para
su propio beneficio. Una vez el protagonista, que acepta la negociación
fraudulenta, da el peso acordado, llegan las palabras del operario que
contienen el remedio, la solución, la salida definitiva de ese calvario: “Dese
un baño de pies bien caliente”.
Como
es característico en la gran mayoría de los relatos felisbertianos, el final no
es concluyente, queda trunco. No sabemos cuál de las dos opciones posibles va a
escoger el protagonista para ponerle fin a sus males, si caerá en la trampa del
monopolio El Canario y comprará las tabletas o si escogerá el baño caliente.
Concluyendo,
Muebles: El Canario es un cuento
fantástico, anclado totalmente en una realidad reconocible, lo que nos permite
disfrutar, sentir y vivir la historia que se nos cuenta. El tema es de una
vigencia pasmosa. Hoy más que nunca debemos estar prevenidos de los ataques
publicitarios y propagandísticos, que quizá no se nos presenten de la misma
forma que se le presentaron al protagonista del cuento, pero que aparecen casi
de forma omnipresente en nuestro diario vivir. Como no son novedad para
nosotros, lectores del siglo XXI, los monopolios empresariales, tampoco lo es
la contaminación visual y sonora de los espacios que frecuentamos
cotidianamente. La publicidad no solo está en la televisión, la radio, los
diarios, las revistas, los correo basura o spam, sino en la calle, en cada
esquina repartida por promotores, en los buzones de los edificios, en los
cines, centros comerciales o en cualquier sitio que frecuenten potenciales
consumidores. Lo triste del caso, es que en nuestra realidad no existen esas
soluciones alternativas de la ficción y la situación no parece ser superada con
un baño de pies bien caliente.
Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.
Realmente un grande Felisberto!! GRacias por difundirlo Fernando y felices fiestas!!
ResponderEliminar¡Muchas gracias Vilma! Felices fiestas también para vos, abrazo grande.
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