sábado, 5 de diciembre de 2020

Poética del pensamiento, el arte de poetizar la filosofía

Una respuesta desde la crítica literaria, al estudio 

Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot



Por Fernando Chelle

 

Me une a la figura del escritor boyacense Rafael Gutiérrez Girardot la pasión por la creación de ensayos de temas literarios. Comparto también con él, el interés por algunos autores, sobre los cuales han corrido ríos de tinta por parte de la crítica especializada, como es el caso, por ejemplo, de Antonio Machado. Esto para mí no es ningún impedimento, porque yo cuento con la certeza, con respecto a mi trabajo crítico, de ofrecer siempre a los lectores un abordaje literario estrictamente personal e irrepetible. Lo mismo se podría decir de la obra crítica de Rafael Gutiérrez Girardot, más inclinada a la filosofía que la mía, con una intención si se quiere más pedagógica, pero marcada, indiscutiblemente, con un sello personal que es intransferible. Yo suelo realizar una crítica textual, un comentario interpretativo y valorativo de las obras a partir del análisis literario de los propios textos. Por supuesto que me sirvo, siempre que sea necesario, de disciplinas como la psicología, la sociología o la historia, pero mi forma preferida de abordar una obra pasa, fundamentalmente, por la parte estética. Rafael Gutiérrez Girardot en cambio, es un crítico literario que utiliza como herramienta fundamental el abordaje filosófico de los textos, y estos siempre se abren a diferentes lecturas que amplían, que enriquecen considerablemente el objeto de estudio.

Luego de leer el ensayo Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot, se me ocurrió que sería muy interesante establecer una especie de diálogo, donde yo, desde la crítica literaria, pudiera responder a algunas ideas fundamentales desarrolladas allí por el autor nacido en Sogamoso. Y esto es lo que haré, llevado de mi pasión por la poesía machadiana, iré comentando, complementando, creando a partir de lo creado por Gutiérrez Girardot. Una especie de crítica de la crítica, podríamos decir.  

En el ensayo referido, un texto perteneciente al libro Antonio Machado hoy (1989), publicado por la institución cultural francesa Casa de Velázquez, Rafael Gutiérrez Girardot, se detiene, fundamentalmente, en el pensamiento filosófico de Antonio Machado. Para eso comienza citando un fragmento del prólogo de la edición de 1917 de Campos de Castilla (1912), que yo también citaré, porque evidentemente en el tercero de sus poemarios el gran poeta de la generación del 98, comienza una nueva etapa en su poesía:

 

Somos víctimas—pensaba yo— de un doble espejismo. Si miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer, que no existe por sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior, nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así podremos obrar el milagro de la generación. Un hombre atento a sí mismo y procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar; la suya; pero le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo?

 

El fragmento anterior le sirve a Rafael Gutiérrez Girardot, para decir que los dos primeros poemarios de Machado; Soledades (1903) y Soledades, galerías y otros poemas (1907), se caracterizaron por expresar la interioridad del poeta, lo que aparece en el fragmento como “íntima realidad”, mientras que, a partir de la publicación de Campos de Castilla, el poeta comenzará a crear poemas en los que el mundo exterior “exista por sí mismo”.

En general estoy de acuerdo con las palabras de Gutiérrez Girardot. En Campos de Castilla, si nos detenemos, por ejemplo, en el estudio de la relación del poeta con el paisaje, veremos que este se presenta de forma mucho más objetiva e independiente del yo lírico, con respecto a los dos primeros poemarios, a la etapa modernista machadiana. En Campos de Castilla, aunque el paisaje exterior en algún momento se confunda con la interioridad del poeta, lo que encontramos es la expresión emotiva del yo frente a la naturaleza. Lo que no comparto de la visión de Gutiérrez Girardot, es considerar a Campos de Castilla como una obra en la que se ha perdido la subjetividad del poeta, porque la visión de la realidad en este poemario, si bien es cierto es mucho más objetiva que en los anteriores, nunca es independiente de la mirada emotiva del poeta. Basta detenernos en poemas como Orillas del Duero, por ejemplo, para darnos cuenta que lo que ha cambiado en Campos de Castilla son las temáticas, más que la visión interior del poeta.

El móvil del estudio de Gutiérrez Girardot es filosófico y lo que intenta demostrar con su escrito es que, atrás de esa búsqueda interna o externa, subjetiva u objetiva de Machado, según el poemario en el que nos fijemos, se esconde el problema fundamental de la teoría del conocimiento, a saber, la relación entre el sujeto, en este caso el poeta, y el objeto del conocimiento. De manera que, siguiendo esta idea, podríamos calificar a los poemarios Soledades y Soledades, galerías y otros poemas, como obras idealistas, en tanto intimistas, y al poemario Campos de Castilla, como una obra realista en tanto que concibe al mundo exterior como algo independiente del sujeto. Pero si bien miramos en el fragmento que ha servido como disparador de estos análisis, Machado no se inclinará por ninguna de las dos posturas filosóficas para la creación, sino que dice que hay que “soñar nuestro sueño”. Entiende que es en el sueño donde logrará realizarse el poeta.

Es necesario que me refiera aquí al tema fundamental de la poesía de Antonio Machado, “el tiempo”, para vincularlo luego con el tema del sueño, porque no gratuitamente el poeta habla en el fragmento de “soñar nuestro sueño”.

Para Antonio Machado la poesía es “palabra en el tiempo”, por esto es por lo que su yo lírico se introduce en el problema de la temporalidad y desde allí extrae la temática fundamental de su poesía. La suya es una poética meditativa, que reflexiona sobre el sentido de la existencia. “Vivir es devorar tiempo” dirá su heterónimo Juan de Mairena. El poeta es consciente de la fugacidad del tiempo, y esto le genera angustia existencial. En la preocupación por, de alguna manera, recuperar el tiempo perdido, la memoria juega un papel importantísimo. Pero hay un modo fundamental dentro de la poesía de Antonio Machado para luchar contra el paso inexorable del tiempo, es el del sueño, más específicamente el de la ensoñación (el hecho de soñar despierto). Allí el yo lírico es capaz de inventar un pasado, lo que el propio Machado llamó el pasado apócrifo. Se trata de un pasado que en realidad no existió, que es una invención del poeta, pero que en el fondo resulta siendo el más auténtico, porque es justamente la posibilidad de soñar la que hace que el poeta sea libre y pueda expresar lo más auténtico de sí mismo. El paso del tiempo es algo que también afecta a la memoria, borra los recuerdos de lo vivido, por eso es por lo que es tan importante la creación del pasado apócrifo, porque es un pasado que está afuera del tiempo de los relojes. Lo esencial entonces, es lo soñado, no lo vivido, porque en ocasiones el individuo no logra protagonizar el tiempo. La memoria le sirve al poeta entonces, tanto para recordar como para evocar los sueños.

Pero volvamos ahora a las palabras, quizás más conocidas, de Antonio Machado, esas que sostienen que la poesía es “palabra en el tiempo”, porque también en ellas se detiene Rafael Gutiérrez Girardot. Él sostiene que la búsqueda de Machado pasa por tratar de captar la fluidez temporal sin petrificarla, y esto es algo que de por sí es bastante difícil, ya que el pensamiento y las percepciones no sólo que son simultaneas, sino que fluyen, algo que no sucede con el lenguaje.

Este es un inconveniente al cuál se han enfrentado desde siempre los poetas, incluso algunos han creado obras significativas sobre el asunto. Ya me referiré a algunas de ellas, pero antes citaré a Ferdinand de Saussure quien, desde el terreno de la lingüística, teorizó sobre este tema de forma cristalina. Dice el lingüista suizo, en el capítulo uno de su Curso de lingüística general, al referirse a la naturaleza del signo lingüístico, específicamente, a su segundo principio, el del carácter lineal del significante:

 

El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desarrolla sólo en el tiempo y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión: es una línea… los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una cadena. Este carácter aparece inmediatamente cuando se los representa mediante la escritura y se substituye la sucesión en el tiempo por la línea espacial de los signos gráficos.

 

De manera que el poeta no tiene otra posibilidad al expresarse que caer en la intrínseca linealidad y temporalidad del signo lingüístico, independientemente de que sus percepciones, incluso sus emociones, sean simultaneas. Gutiérrez Girardot se pregunta entonces, cómo un escritor puede llegar a solucionar este problema y lograr una expresión integral que capte la fluidez sin petrificarla y a su vez transmita una simultaneidad que no esté sometida a la sucesividad. De forma muy inteligente recurre al ejemplo del cuento El Aleph de Jorge Luis Borges, donde el protagonista llega a ver la “simultaneidad de todos los tiempos y totalidad de infinitas cosas en mínimo espacio”. Es un buen ejemplo el de Borges, pero que no viene a ofrecer una alternativa, sino que viene a corroborar la gran verdad dicha por Saussure. Porque a la hora de describir la multiplicidad y la simultaneidad de las cosas del universo que refleja el Aleph, el narrador se enfrenta a la imposibilidad de hacerlo de forma completa mediante un instrumento tan limitado como el lenguaje humano y por esa razón acude a enumeraciones caóticas que de alguna manera lo acercan a una sucesión interminable. Pero nunca se aparta de la linealidad del lenguaje, simplemente porque es imposible.

Este conflicto que supone tener que recurrir a la mezquina linealidad del lenguaje para la expresión poética supo verlo John Keats en su Oda a una urna griega, donde le da más valor comunicativo a la plasticidad de las imágenes talladas en la urna, que a su comunicación lingüística. Quizá quién mejor se ocupó de teorizar sobre este conflicto fue Gustavo Adolfo Bécquer en su Rima I, donde el yo lírico refiere que lo gigante y extraño, que precede a la manifestación artística, debe ser expresado con un lenguaje rebelde y mezquino. La obra resultante termina siendo un pálido reflejo de aquello que la inspiró. Son maravillosos al respecto los versos que cierran la segunda estrofa de la Rima I:

con palabras que fuesen a un tiempo

suspiros y risas, colores y notas

Aquí el poeta le pide al lenguaje, algo que de por sí es lineal, que sea simultaneo. Hay un esfuerzo en el uso del polisíndeton por superar la linealidad, pero nosotros como lectores sabemos que eso no es posible y percibimos el fracaso. El yo lírico quisiera que el lenguaje fuera una especie de quintaescencia de los sentidos, pero cuando se refiere a eso no tiene otra alternativa que enumerar linealmente cuáles son sus pretensiones.

Yo creo que en el poema Correspondencias, Charles Baudelaire, de alguna manera, con el uso de la sinestesia, logra acercarse a ese lenguaje pretendido por Bécquer, a esa especie de quintaescencia de los sentidos.

Es algo sabido, constatable, que las distintas interpretaciones que se puedan llegar a tener de una misma obra por parte de diferentes críticos, dependen de muchas cosas, pero, sobre todo, del tipo de abordaje que se haga de la misma, y dicho abordaje, indudablemente, va a estar relacionado con los intereses que mueven al crítico. Lo que sedujo a Rafael Gutiérrez Girardot de la poesía de Antonio Machado fue, indudablemente, la poetización de algunos temas filosóficos que este realizó. De manera que el estudio de la lírica del poeta del 98, le sirvió para mostrar el carácter poético que se esconde detrás de algunos pensamientos y viceversa.

A mí lo que me interesa de Antonio Machado es la belleza estética de su poesía. La profundidad en la claridad, la aparente sencillez de uno de los más grandes poetas de nuestra lengua. Todo lo demás que pueda agregar sobre la poesía de Machado, excede a este ensayo y de alguna manera está ya recogido en otros textos que he publicado con anterioridad. Mi intención aquí fue dialogar un poco, desde la intelectualidad, con uno de los críticos literarios más importantes de Colombia y de Latinoamérica, con Rafael Gutiérrez Girardot, sobre literatura, sobre filosofía, teniendo como principal invitada, una de las voces poéticas más importantes de todos los tiempos, la de don Antonio Machado.     



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