Una respuesta desde la crítica literaria, al estudio
Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot
Por
Fernando Chelle
Me
une a la figura del escritor boyacense Rafael Gutiérrez Girardot la pasión por
la creación de ensayos de temas literarios. Comparto también con él, el interés
por algunos autores, sobre los cuales han corrido ríos de tinta por parte de la
crítica especializada, como es el caso, por ejemplo, de Antonio Machado. Esto
para mí no es ningún impedimento, porque yo cuento con la certeza, con respecto
a mi trabajo crítico, de ofrecer siempre a los lectores un abordaje literario
estrictamente personal e irrepetible. Lo mismo se podría decir de la obra
crítica de Rafael Gutiérrez Girardot, más inclinada a la filosofía que la mía,
con una intención si se quiere más pedagógica, pero marcada, indiscutiblemente,
con un sello personal que es intransferible. Yo suelo realizar una crítica
textual, un comentario interpretativo y valorativo de las obras a partir del
análisis literario de los propios textos. Por supuesto que me sirvo, siempre
que sea necesario, de disciplinas como la psicología, la sociología o la
historia, pero mi forma preferida de abordar una obra pasa, fundamentalmente,
por la parte estética. Rafael Gutiérrez Girardot en cambio, es un crítico
literario que utiliza como herramienta fundamental el abordaje filosófico de
los textos, y estos siempre se abren a diferentes lecturas que amplían, que
enriquecen considerablemente el objeto de estudio.
Luego
de leer el ensayo Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot, se me ocurrió que sería
muy interesante establecer una especie de diálogo, donde yo, desde la crítica
literaria, pudiera responder a algunas ideas fundamentales desarrolladas allí por el autor nacido en Sogamoso. Y esto es lo que
haré, llevado de mi pasión por la poesía machadiana, iré comentando,
complementando, creando a partir de lo creado por Gutiérrez Girardot. Una
especie de crítica de la crítica, podríamos decir.
En
el ensayo referido, un texto perteneciente al libro Antonio Machado hoy
(1989), publicado por la institución cultural francesa Casa de Velázquez,
Rafael Gutiérrez Girardot, se detiene, fundamentalmente, en el pensamiento
filosófico de Antonio Machado. Para eso comienza citando un fragmento del
prólogo de la edición de 1917 de Campos de Castilla (1912), que yo
también citaré, porque evidentemente en el tercero de sus poemarios el gran
poeta de la generación del 98, comienza una nueva etapa en su poesía:
Somos víctimas—pensaba yo— de un doble espejismo. Si
miramos afuera y procuramos penetrar en las cosas, nuestro mundo externo pierde
en solidez, y acaba por disipársenos cuando llegamos a creer, que no existe por
sí, sino por nosotros. Pero si, convencidos de la íntima realidad, miramos
adentro, entonces todo nos parece venir de fuera, y es nuestro mundo interior,
nosotros mismos, lo que se desvanece. ¿Qué hacer
entonces? Tejer el hilo que nos dan, soñar nuestro sueño, vivir; sólo así
podremos obrar el milagro de la generación. Un hombre atento a sí mismo y
procurando auscultarse, ahoga la única voz que podría escuchar; la suya; pero
le aturden los ruidos extraños. ¿Seremos, pues, meros espectadores del mundo?
El
fragmento anterior le sirve a Rafael Gutiérrez Girardot, para decir que los dos
primeros poemarios de Machado; Soledades (1903) y Soledades, galerías
y otros poemas (1907), se caracterizaron por expresar la interioridad del
poeta, lo que aparece en el fragmento como “íntima realidad”, mientras que, a
partir de la publicación de Campos de Castilla, el poeta comenzará a
crear poemas en los que el mundo exterior “exista por sí mismo”.
En
general estoy de acuerdo con las palabras de Gutiérrez Girardot. En Campos
de Castilla, si nos detenemos, por ejemplo, en el estudio de la relación
del poeta con el paisaje, veremos que este se presenta de forma mucho más
objetiva e independiente del yo lírico, con respecto a los dos primeros poemarios,
a la etapa modernista machadiana. En Campos de Castilla, aunque el
paisaje exterior en algún momento se confunda con la interioridad del poeta, lo
que encontramos es la expresión emotiva del yo frente a la naturaleza. Lo que
no comparto de la visión de Gutiérrez Girardot, es considerar a Campos de
Castilla como una obra en la que se ha perdido la subjetividad del poeta,
porque la visión de la realidad en este poemario, si bien es cierto es mucho
más objetiva que en los anteriores, nunca es independiente de la mirada emotiva
del poeta. Basta detenernos en poemas como Orillas del Duero, por
ejemplo, para darnos cuenta que lo que ha cambiado en Campos de Castilla
son las temáticas, más que la visión interior del poeta.
El
móvil del estudio de Gutiérrez Girardot es filosófico y lo que intenta
demostrar con su escrito es que, atrás de esa búsqueda interna o externa,
subjetiva u objetiva de Machado, según el poemario en el que nos fijemos, se
esconde el problema fundamental de la teoría del conocimiento, a saber, la relación
entre el sujeto, en este caso el poeta, y el objeto del conocimiento. De manera
que, siguiendo esta idea, podríamos calificar a los poemarios Soledades
y Soledades, galerías y otros poemas, como obras idealistas, en tanto
intimistas, y al poemario Campos de Castilla, como una obra realista en
tanto que concibe al mundo exterior como algo independiente del sujeto. Pero si
bien miramos en el fragmento que ha servido como disparador de estos análisis,
Machado no se inclinará por ninguna de las dos posturas filosóficas para la creación,
sino que dice que hay que “soñar nuestro sueño”. Entiende que es en el sueño donde
logrará realizarse el poeta.
Es
necesario que me refiera aquí al tema fundamental de la poesía de Antonio
Machado, “el tiempo”, para vincularlo luego con el tema del sueño, porque no
gratuitamente el poeta habla en el fragmento de “soñar nuestro sueño”.
Para
Antonio Machado la poesía es “palabra en el tiempo”, por esto es por lo que su
yo lírico se introduce en el problema de la temporalidad y desde allí extrae la
temática fundamental de su poesía. La suya es una poética meditativa, que
reflexiona sobre el sentido de la existencia. “Vivir es devorar tiempo” dirá su
heterónimo Juan de Mairena. El poeta es consciente de la fugacidad del tiempo,
y esto le genera angustia existencial. En la preocupación por, de alguna
manera, recuperar el tiempo perdido, la memoria juega un papel importantísimo.
Pero hay un modo fundamental dentro de la poesía de Antonio Machado para luchar
contra el paso inexorable del tiempo, es el del sueño, más específicamente el
de la ensoñación (el hecho de soñar despierto). Allí el yo lírico es capaz de
inventar un pasado, lo que el propio Machado llamó el pasado apócrifo. Se trata
de un pasado que en realidad no existió, que es una invención del poeta, pero
que en el fondo resulta siendo el más auténtico, porque es justamente la
posibilidad de soñar la que hace que el poeta sea libre y pueda expresar lo más
auténtico de sí mismo. El paso del tiempo es algo que también afecta a la
memoria, borra los recuerdos de lo vivido, por eso es por lo que es tan
importante la creación del pasado apócrifo, porque es un pasado que está afuera
del tiempo de los relojes. Lo esencial entonces, es lo soñado, no lo vivido,
porque en ocasiones el individuo no logra protagonizar el tiempo. La memoria le
sirve al poeta entonces, tanto para recordar como para evocar los sueños.
Pero
volvamos ahora a las palabras, quizás más conocidas, de Antonio Machado, esas
que sostienen que la poesía es “palabra en el tiempo”, porque también en ellas
se detiene Rafael Gutiérrez Girardot. Él sostiene que la búsqueda de Machado
pasa por tratar de captar la fluidez temporal sin petrificarla, y esto es algo
que de por sí es bastante difícil, ya que el pensamiento y las percepciones no
sólo que son simultaneas, sino que fluyen, algo que no sucede con el lenguaje.
Este
es un inconveniente al cuál se han enfrentado desde siempre los poetas, incluso
algunos han creado obras significativas sobre el asunto. Ya me referiré a algunas
de ellas, pero antes citaré a Ferdinand de Saussure quien, desde el terreno de
la lingüística, teorizó sobre este tema de forma cristalina. Dice el lingüista
suizo, en el capítulo uno de su Curso de lingüística general, al
referirse a la naturaleza del signo lingüístico, específicamente, a su segundo
principio, el del carácter lineal del significante:
El significante, por ser de naturaleza auditiva, se
desarrolla sólo en el tiempo y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa
una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión:
es una línea… los significantes acústicos no disponen más que de la línea del
tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una cadena. Este
carácter aparece inmediatamente cuando se los representa mediante la escritura
y se substituye la sucesión en el tiempo por la línea espacial de los signos
gráficos.
De
manera que el poeta no tiene otra posibilidad al expresarse que caer en la
intrínseca linealidad y temporalidad del signo lingüístico, independientemente
de que sus percepciones, incluso sus emociones, sean simultaneas. Gutiérrez
Girardot se pregunta entonces, cómo un escritor puede llegar a solucionar este
problema y lograr una expresión integral que capte la fluidez sin petrificarla
y a su vez transmita una simultaneidad que no esté sometida a la sucesividad. De
forma muy inteligente recurre al ejemplo del cuento El Aleph de Jorge
Luis Borges, donde el protagonista llega a ver la “simultaneidad de todos los
tiempos y totalidad de infinitas cosas en mínimo espacio”. Es un buen ejemplo
el de Borges, pero que no viene a ofrecer una alternativa, sino que viene a
corroborar la gran verdad dicha por Saussure. Porque a la hora de describir la
multiplicidad y la simultaneidad de las cosas del universo que refleja el
Aleph, el narrador se enfrenta a la imposibilidad de hacerlo de forma completa
mediante un instrumento tan limitado como el lenguaje humano y por esa razón
acude a enumeraciones caóticas que de alguna manera lo acercan a una sucesión
interminable. Pero nunca se aparta de la linealidad del lenguaje, simplemente porque
es imposible.
Este
conflicto que supone tener que recurrir a la mezquina linealidad del lenguaje
para la expresión poética supo verlo John Keats en su Oda a una urna griega,
donde le da más valor comunicativo a la plasticidad de las imágenes talladas en
la urna, que a su comunicación lingüística. Quizá quién mejor se ocupó de
teorizar sobre este conflicto fue Gustavo Adolfo Bécquer en su Rima I,
donde el yo lírico refiere que lo gigante y extraño, que precede a la
manifestación artística, debe ser expresado con un lenguaje rebelde y mezquino.
La obra resultante termina siendo un pálido reflejo de aquello que la inspiró. Son
maravillosos al respecto los versos que cierran la segunda estrofa de la Rima
I:
con palabras que fuesen a un tiempo
suspiros y risas, colores y notas
Aquí
el poeta le pide al lenguaje, algo que de por sí es lineal, que sea simultaneo.
Hay un esfuerzo en el uso del polisíndeton por superar la linealidad, pero
nosotros como lectores sabemos que eso no es posible y percibimos el fracaso.
El yo lírico quisiera que el lenguaje fuera una especie de quintaescencia de
los sentidos, pero cuando se refiere a eso no tiene otra alternativa que
enumerar linealmente cuáles son sus pretensiones.
Yo
creo que en el poema Correspondencias, Charles Baudelaire, de alguna
manera, con el uso de la sinestesia, logra acercarse a ese lenguaje pretendido
por Bécquer, a esa especie de quintaescencia de los sentidos.
Es
algo sabido, constatable, que las distintas interpretaciones que se puedan
llegar a tener de una misma obra por parte de diferentes críticos, dependen de
muchas cosas, pero, sobre todo, del tipo de abordaje que se haga de la misma, y
dicho abordaje, indudablemente, va a estar relacionado con los intereses que
mueven al crítico. Lo que sedujo a Rafael Gutiérrez Girardot de la poesía de
Antonio Machado fue, indudablemente, la poetización de algunos temas
filosóficos que este realizó. De manera que el estudio de la lírica del poeta
del 98, le sirvió para mostrar el carácter poético que se esconde detrás de
algunos pensamientos y viceversa.
A mí
lo que me interesa de Antonio Machado es la belleza estética de su poesía. La
profundidad en la claridad, la aparente sencillez de uno de los más grandes
poetas de nuestra lengua. Todo lo demás que pueda agregar sobre la poesía de
Machado, excede a este ensayo y de alguna manera está ya recogido en otros
textos que he publicado con anterioridad. Mi intención aquí fue dialogar un
poco, desde la intelectualidad, con uno de los críticos literarios más importantes
de Colombia y de Latinoamérica, con Rafael Gutiérrez Girardot, sobre
literatura, sobre filosofía, teniendo como principal invitada, una de las voces
poéticas más importantes de todos los tiempos, la de don Antonio Machado.
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