Lo natural que se repite, lo que no hace
mudanza en su costumbre. Un pasado de moderada dicha, un presente de
frustración y un futuro cierto. La poesía siempre volverá, como las oscuras
golondrinas.
Por Fernando Chelle
Este es el artículo con el que cerraré el estudio
comenzado hace unos meses, sobre las Rimas
de Gustavo Adolfo Bécquer. He dejado para el final, la que sin duda es la
poesía más conocida del autor sevillano, la Rima
LIII.
LIII
Volverán las
oscuras golondrinas
en tu balcón
sus nidos a colgar,
y otra vez
con el ala a sus cristales
jugando
llamarán.
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres...
de tu jardín las tapias a escalar,
y otra vez a la tarde aún más hermosas
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día...
las palabras ardientes a sonar;
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido...; desengáñate,
¡así... no te querrán!
Al comienzo del artículo anterior, cuando
establecí la estructura interna del libro de las Rimas de Gustavo Adolfo Bécquer, dije que el tema del amor, que
aparece luminoso en la segunda parte del libro, comienza a oscurecerse en la
tercera parte, en las rimas que van de la XXX a la LIV y que este cambio, establecía los cimientos
para que el poeta se centrara definitivamente al final del libro en el tema de
la soledad y de la angustia. La rima LIII, la que nos ocupa en el presente
estudio, es precisamente una clara muestra del tema amoroso, pero visto, no
desde la plenitud, sino desde el desencanto, desde la frustración, desde el
despecho del yo lírico.
La rima está compuesta por seis
estrofas de cuatro versos, los tres primeros endecasílabos y el verso final, heptasílabo.
La polimetría y particularmente esta estructura de estrofa de pie quebrado, que
combina tres versos de arte mayor (endecasílabos) con uno de arte menor (heptasílabo)
es muy habitual dentro de las Rimas. Como señalé en el primer artículo
que escribí sobre este autor, este tipo de estructura le
permite hacer una serie de juegos rítmicos, que le posibilita destacar lo que
quiere en los versos cortos. Otro aspecto señalado que aquí se encuentra,
es la preferencia de Bécquer por la rima asonante, porque además de ser más
tenue, es menos previsible. En estas estrofas vemos que riman en asonante los
versos pares y quedan libres los impares. El ritmo del poema es yámbico, ya que
el acento estrófico recae en sílaba par.
Internamente, podríamos dividir
este poema en tres momentos claramente diferenciados. Esta división corresponde
con tres pares de estrofas, a saber, las dos primeras, que giran alrededor de
las golondrinas, las dos centrales, que lo hacen en torno a las madreselvas, y
las dos finales, que reparan en lo humano. Mientras las estrofas impares hablan
del regreso de lo genérico, las pares se encargan de decir que lo que no
regresará es lo particular. Los elementos de la naturaleza, “por no hacer
mudanza en su costumbre” parafraseando el soneto XXIII del gran Garcilaso de la
Vega, siempre vuelven, pero lo que estuvo vinculado a la pareja, al amor de
ellos, eso no regresa. La última estrofa es la que da
sentido a todo lo que se dijo a lo largo del poema, porque es donde queda claro
el despecho que siente el yo lírico frente a ese tú silencioso al que se
dirigió en el texto. En las dos últimas estrofas, donde todo está al servicio de la exaltación
de un amor irrepetible, aunque no aparezca la palabra “volverán”, también está
presente el futuro. En esta rima LIII, volvemos a encontrar un tema bastante
recurrente en Bécquer que es la confrontación entre el “yo” y un “tú”. El tú de
este poema, indiferente, silencioso, insensible,
fue quien prescindió del yo, por eso el despecho de la voz lírica, el despecho
de un herido que sangra todavía.
Comienza la primera estrofa, y por
ende el poema, con un hipérbaton. El poeta eligió abrir el verso con el verbo,
con un futuro del indicativo “volverán”. Esta forma verbal no deja lugar a
ningún tipo de dudas, y justamente lo que le interesa al poeta, más que las
golondrinas, es el hecho de que estas van a volver, por eso el uso del
hipérbaton. Eligió las golondrinas, no sólo porque estas aves están asociadas a
la primavera y al amor, sino porque, como sucede con diversos fenómenos de la
naturaleza, ellas regresan, tienen un comportamiento cíclico. El uso del
adjetivo “oscuras”, que es un pleonasmo, porque no existen golondrinas que no
sean oscuras, sirve para subrayar lo genérico, para explicitar un rasgo de las
golondrinas.
Hay una especificación, una
puntualización, que refiere el lugar hacia donde van a volver estas aves, lo
harán al balcón de ella, del tú. Ella aquí es el elemento particular. Lo
general, lo que es cíclico, lo que retorna naturalmente, como las golondrinas,
las madreselvas y el amor, lo hará hacia ella. La vida con todas sus manifestaciones
va a volver para ella, nos dice el yo lírico, que a su vez se excluye, guarda
silencio con respecto a sí mismo. El poeta elige el
balcón como el lugar de regreso, porque este es un espacio con una fuerte
tradición literaria. Es muy significativa la conducta que el poeta dice que
tendrán las golondrinas, el gerundio “jugando” tiene una connotación positiva,
de alegría. El retorno de las golondrinas, que es el retorno de la vida misma,
llegará a ella con alegría y la llamará a su ventana, esto es algo de lo que el
poeta parece tener certeza absoluta.
La segunda estrofa comienza con la conjunción
adversativa “pero”, que establece una clara diferencia entre las golondrinas de
la primera estrofa y las que va a referir. Porque las anteriores eran unas
golondrinas cualesquiera, pero estas están individualizadas, son “aquellas”. Este
pronombre demostrativo, junto al pretérito “refrenaban”, nos retrotrae a un
pasado de felicidad. Lo que las aves se detienen a contemplar es “tu hermosura
y mi dicha". Son muy significativos los sustantivos que aluden a la
contemplación de las golondrinas, porque nos dan a conocer aspectos
importantes. De ella podemos saber que es bella, pero nada sabemos de sus
sentimientos, no se dice que sintiera, en cambio de él sí podemos saber que
estaba feliz. Podríamos decir que hay cierto uso de la personificación en las
golondrinas, porque el poeta sugiere una familiaridad entre las aves y la
pareja. Las golondrinas identificaron de tal modo a estas personas que hasta se
aprendieron los nombres. Bien, esas golondrinas puntuales, las que de alguna
manera estaban relacionadas a esos momentos de dicha, al menos para él, esas,
no volverán. Nada de lo que estuvo relacionado con ese amor va a volver, esto
es algo que se continuará viendo en los versos siguientes. Pero antes de seguir
adelante con el análisis, algo más de la segunda estrofa. El poeta dejó la
negación concreta para el final, para el heptasílabo, para el verso de pie
quebrado con que se cierra la estrofa. Lo que quiere destacar es justamente lo
que se dice en ese verso corto de cierre. Es un verso
exclamativo, en el que percibo, por parte del poeta, una cierta postura de superioridad.
Es como si él le hablara a ese tú, desde la altura de su sabiduría. La pausa,
representada aquí en los puntos suspensivos, creo que muestra eso, por más que
en el fondo, lo que lo mueva a este yo lírico sea la frustración.
Uno tiene la impresión de que en las dos primeras
estrofas ya está todo dicho, pero en poesía la repetición es esencial. No en
vano la palabra verso viene de la palabra latina “versus” que quiere decir
“surco que da la vuelta”. Si bien, como dije más arriba cuando me referí a la
estructura interna de la rima, la última estrofa es la que le da sentido a todo
el texto, porque es donde queda patente el despecho del yo lírico, el poeta
utilizó dos estrofas más, las de las madreselvas, para darle más fuerza al
cierre de la rima, a los versos que harán referencia a lo humano. Así como las
dos primeras estrofas se centraron en el reino animal, las dos centrales lo
hacen en el reino vegetal, pero el caso de las madreselvas es el mismo que el
de las golondrinas. Las madreselvas son calificadas de “tupidas”, lo que ya no
es un pleonasmo, como en el caso de las oscuras golondrinas. La palabra tupida
sugiere abundancia, belleza, vida. Las madreselvas que regresarán serán
hermosas. Y como sucedió en la estrofa primera con el mundo animal, aquí se
dice que el mundo vegetal, también regresará hacia ella, no hacia él. Incluso el
hecho de que las madreselvas escalen nos da la sensación de que se dirigen
hacia ella. El jardín, como el balcón, también es un espacio con una fuerte
tradición literaria. El mundo de la naturaleza incluso regresará mejorado,
porque esas madreselvas tupidas, se presentarán “aún más hermosas”. Se
presentarán incluso como una ofrenda, en eso parece hacer énfasis el verso de
pie quebrado, “sus flores se abrirán”.
La cuarta estrofa es de una gran belleza. Refiere
un momento mágico, único e irrepetible vivido por la pareja. Esa mínima caída
de las gotas, comparada con “lágrimas del día” le da un toque melancólico.
Pareciera como si la caída de las gotas estuviera reflejada incluso en el
encabalgamiento de los versos, tiemblan en el segundo verso, e inmediatamente
caen en el tercero. Pero, lamentablemente, el verso se cierra con la sentencia
del pie quebrado, que indica que, todo ese encantamiento y fascinación, no
volverá.
Así llegamos a las dos estrofas finales, las más
importantes del texto, las que se centran, ya no en el mundo animal o vegetal,
sino en lo humano. Son versos que hablan de la ruptura de la pareja, la estrofa
quinta está centrada en ella, en ese tú indiferente,
silencioso, insensible y la última estrofa se refiere específicamente a la
actitud del yo. En lo que respecta a la actitud de ella, parece no haber
certezas, no haber seguridad. Sí es seguro que le hablarán nuevamente de amor,
de lo que no está seguro este yo lírico, es del despertar de los sentimientos
de ella. Aquí hay un matiz, una diferencia con las estrofas anteriores, que se
cerraban con un contundente “no volverán”. Ella “tal vez” despierte, porque su
corazón, nos dice este enamorado despechado, está sumido en un “profundo sueño”.
La estrofa final, la que se centra en él,
comienza mostrando la forma excepcional como la amó. El polisíndeton refuerza
la enumeración: “mudo y absorto y de rodillas”. Él siempre estuvo anulado en
esa relación, todo se centró en ella, de ahí el adjetivo “mudo”. Pareciera como
si para él todo lo ajeno a la relación con ella hubiera dejado de existir, por
eso es por lo que utiliza el adjetivo “absorto”, él siempre estuvo
extremadamente concentrado en ella. Luego agrega “de rodillas”, mostrando una
actitud de veneración, casi humillante, que refuerza comparando con la actitud
que se tiene cuando se adora a la divinidad. En los dos últimos versos hay un
cambio de actitud en el yo lírico, quien vuelve a ser coherente con el final de
todas las estrofas pares y retoma esa actitud de superioridad, enfatizada en
este caso por el plural “así no te querrán”. Pero bueno, más que una falsa
actitud de superioridad que pueda mostrar el yo, los motores de esta rima
exquisita han sido el desencanto, la frustración y el despecho.