Vuelta de paseo
Cuarto análisis literario, del poeta español más
conocido y leído de todos los tiempos.
Por Fernando Chelle
Hoy
estudiaré, continuando con los análisis literarios de la poesía de Federico
García Lorca, Vuelta de paseo, el poema con que se abre el poemario Poeta
en Nueva York (1930).
Vuelta
de paseo
Entre las formas que van hacia
la sierpe
y las formas que buscan el
cristal,
dejaré crecer mis cabellos.
Con
el árbol de muñones que no canta
y
el niño con el blanco rostro de huevo.
Con
los animalitos de cabeza rota
y
el agua harapienta de los pies secos.
Con
todo lo que tiene cansancio sordomudo
y
mariposa ahogada en el tintero.
¡Asesinado por el cielo!
El
tema central del poema es el avasallamiento de la naturaleza y la opresión del
ser humano en la gran ciudad. Es un texto en donde Nueva York aparece como un
infierno creado por el hombre, una ciudad apocalíptica, hostil, donde la
naturaleza esta aplastada, cercenada, vencida por el mundo industrializado y la
sociedad moderna.
Se
trata de la composición más breve del poemario, compuesta únicamente por doce
versos de arte mayor (polimétricos), divididos en cinco estrofas, la primera de
ellas de cuatro versos, y las restantes de dos versos cada una. La rima es
asonante (e-o) a lo largo del poema, en la primera estrofa aparece en el verso
uno y en el cuarto, y en el resto de las estrofas en el último verso, o sea, en
los versos pares.
Al
reparar en la estructura interna del poema lo primero que notamos es su
circularidad, en la medida de que comienza con el mismo verso con que termina,
aunque, con la diferencia, de que el verso de cierre es exclamativo. El primer
momento del poema está constituido por la primera estrofa, que duplica en
cantidad de versos a las demás. Es la más importante, porque muestra el estado
anímico del yo lírico, su conflicto existencial, y funciona como una frase
subordinante para las tres estrofas centrales (segundo momento poético),
caracterizadas estas por enumerar una serie de elementos que, al igual que el
yo, son víctimas, han sido afectados, por el ambiente opresivo de la gran
ciudad. El tercer momento del poema, el más breve, que funciona como un marco
de la creación y le da circularidad al texto, está constituido únicamente por
los dos versos finales.
Primer
momento
ASESINADO
por el cielo.
Entre
las formas que van hacia la sierpe
y
las formas que buscan el cristal,
dejaré
crecer mis cabellos.
Es
muy significativo que esta primera estrofa, que hace referencia al estado
existencial del yo lírico, comience con un verbo en participio pasado, porque
es una muestra de que la acción a la que refiere el verbo ya se ha ejercido
sobre la voz lírica. Pero más significativo aún es el agente de dicha acción
(el que cometió el asesinato), “el cielo”. Porque aquí el cielo, de forma
metonímica, estaría representando la voluntad de Dios, ya que, como sabemos,
para la tradición judeocristiana, en el cielo está la morada de Dios. Lo
extraño es que aquí la divinidad lejos de tener una actitud benévola y
salvadora como la que tradicionalmente se le atribuye, se nos presenta como
adversa, terrible, destructora.
Es
destacable la gran economía de recursos utilizada por el poeta en esta primera
estrofa, porque en apenas cuatro versos encontramos tres oraciones. En las dos
primeras el verbo está elidido, y debemos suponer un verbo de estado, como por
ejemplo “estoy” o “me encuentro” o, mejor todavía, un verbo de movimiento, ya que
se trata de un paseo, como, por ejemplo, “voy”. Es un estar y un transitar
entre formas antitéticas del entorno y, simbólicamente, entre lugares
antitéticos de la existencia. Por un lado, las formas que van hacia la sierpe,
hacia el subsuelo, hacia lo terrenal, sinuoso y oscuro de la existencia y por
otro lado hacia aquellas formas que buscan el cristal, la de los inmensos
rascacielos neoyorquinos que se confunden con el cielo, pero, como vimos, no se
trata aquí de un cielo de pureza sino de ese sitio que ha asesinado al poeta.
En
el último verso de la estrofa aparece el único verbo del poema, “dejaré”, cuyo
sujeto es el yo lírico. Se trata también del único verbo conjugado en futuro de
toda la composición, lo que muestra la firme resolución que ha adoptado el
poeta. Es una actitud de rebeldía frente a la opresión del entorno en el cual
está inmerso, un acto natural frente a todo lo artificial que lo oprime en la
sociedad moderna. Pero nosotros como lectores, no podemos dejar de percibir esa
actitud indócil de la voz lírica como insuficiente y, si se quiere, hasta
absurda, frente a lo dominante en el entorno.
Segundo
momento
Con
el árbol de muñones que no canta
y
el niño con el blanco rostro de huevo.
Con
los animalitos de cabeza rota
y
el agua harapienta de los pies secos.
Con
todo lo que tiene cansancio sordomudo
y
mariposa ahogada en el tintero.
Es
importante aclarar que la división en momentos que suelo hacer de los poemas
que estudio, responde a la distribución del material lírico (o narrativo
llegado el caso) que se encuentra en los textos. Pero muchas veces, y este es
el caso, la división está más vinculada a una finalidad práctica en el análisis
literario, que a un cambio en lo que respecta a lo temático. Digo esto porque,
como señalé cuando me referí a la estructura interna de la obra, las tres
estrofas centrales son dependientes sintácticamente del “dejaré crecer”, del
cuarto verso. Cada una de las estrofas del segundo momento funciona como un
complemento circunstancial a la voluntad expresada por el verbo del último
verso del primer momento.
Lo
que encontramos en las tres estrofas centrales es precisamente el
avasallamiento de la naturaleza y la opresión del ser humano en medio de la
gran ciudad. Nueva York es un universo decadente, apocalíptico, donde lo
natural parece haber perdido la batalla frente a lo industrial y lo moderno.
Las
tres estrofas centrales tienen una estructura homóloga y anafórica. Comienzan
con la preposición “con”, que introduce un complemento circunstancial, al que
se le suma una oración de carácter adjetivo con la que se cierran los versos.
Y
veamos esos elementos que comparten con la voz lírica la opresión y el
hostigamiento de la gran ciudad. El primero en aparecer es el árbol, un símbolo
tradicional de vida, pero que aquí representa todo lo contrario. Pareciera como
si fuera un símbolo de la decrepitud, de lo mortuorio. Este es un árbol
mutilado, que ni siquiera es visitado por los pájaros, por eso es que no canta,
que no se manifiesta vitalmente. El niño, que podría ser asimilado como un
símbolo del futuro, por su potencialidad de ser, aquí también aparece
desnaturalizado, con un rostro de huevo, con un rostro blanco, enfermizo e
inexpresivo. Los animales pequeños, indefensos, a los que el poeta se refiere con
el diminutivo “animalitos”, mostrando de esta forma su afectividad, su mirada
solidaria y compasiva, también están sufriendo como el árbol, o el niño. Están
mutilados, disminuidos, tienen la cabeza rota. Hay una imagen antropomórfica
muy diciente, la del “agua harapienta de los pies secos”, porque el agua, que
es otro elemento de la naturaleza, como los demás señalados, aparece aquí
desnaturalizada, es como si también estuviera, como el poeta, asesinada por el
cielo.
Finalmente,
en el noveno verso, el poeta generaliza y se refiere a todo aquello que ha sido
afectado por la vida antinatural de la gran ciudad, como a “todo lo que tiene
cansancio sordomudo”. Es muy significativo el adjetivo con que se califica a
todos estos elementos de la naturaleza personalizados, porque al ser
sordomudos, están prácticamente privados de comunicación, como lo está el niño
con su cara de huevo, o el árbol con sus ramas mutiladas, despojadas de la
presencia de los pájaros.
La
imagen de la mariposa ahogada en el tintero es una de las más fuertes y
significativas del poema y es la que, de alguna manera, resume la desgracia de
todas las imágenes anteriores. Porque la mariposa no es otro simple elemento de
la naturaleza que ha sido afectado por la gran ciudad, sino que ella es un
símbolo de la fantasía creadora, representa el vuelo de lo artístico, de lo
poético, pero aquí, en este mundo desnaturalizado, aparece ahogada en un
tintero, en un elemento antinatural, que funciona en el poema como un símbolo
inequívoco de la burocracia y la deshumanización de la gran ciudad.
Tercer
momento
Tropezando
con mi rostro distinto cada día.
¡Asesinado
por el cielo!
El
breve tercer momento del poema es el de la desesperanza. Es el de la absoluta
soledad del yo lírico, tan alienado en medio de la catástrofe moderna, que
tropieza con su propio rostro. Se trata de un rostro distinto cada día, un
rostro que no tiene identidad, como el del niño del sexto verso. El gerundio
“tropezando”, además, nos sugiere un continuo caminar cansado, dolorido, en
medio de la destrucción de lo natural.
El
poema termina con el mismo verso del comienzo, porque en este mundo el poeta no
tiene escapatoria, está atrapado en un universo que lo sofoca, que lo ahoga,
que lo asesina. Esta vuelta de paseo ha sido un cíclico transitar por lo
degradado, por lo destruido, por lo mortuorio. Por eso el verso final, a
diferencia del primero, está entre signos de exclamación, porque la voz lírica
después de haber comprobado la destrucción, el avasallamiento y la opresión, es
más enfática en reconocer su tragedia.