Romance de la pena negra
Tercer análisis literario del poeta español más
conocido y leído de todos los tiempos.
Por Fernando Chelle
Continuando con los análisis literarios de la
poesía de Federico García Lorca, estudiaré en esta oportunidad, el Romance de la pena negra. Es el séptimo
poema del Romancero gitano (1928) y está dedicado al gran intelectual
granadino, José Navarro Pardo, amigo personal de Federico y también contertulio
en “El Rinconcillo”, la famosa tertulia que tuvo lugar en el desaparecido Café
Alameda, de Granada, entre los años 1915 y 1929.
En una primera instancia, Federico García Lorca tuvo
la intención de titular el poema como “Romance de la pena negra en Jaén”,
así se lo hizo saber a su amigo Melchor Fernández Almagro, en una carta escrita
en Granada, fechada a finales de enero de 1926. Posteriormente, decidió
quitarle la localización geográfica al romance, quizá no lo vio como algo
necesario, ya que en el desarrollo del texto se hace referencia a las “tierras
de aceitunas”, que es el cultivo característico de ese municipio andaluz.
Romance
de la pena negra
A José
Navarro Pardo
Las
piquetas de los gallos
cavan
buscando la aurora,
cuando
por el monte oscuro
baja
Soledad Montoya.
Cobre
amarillo, su carne
huele
a caballo y a sombra.
Yunques
ahumados sus pechos,
gimen
canciones redondas.
—Soledad:
¿por quién preguntas
sin
compaña y a estas horas?
—Pregunte
por quien pregunte,
dime:
¿a ti qué se te importa?
Vengo
a buscar lo que busco,
mi
alegría y mi persona.
—Soledad
de mis pesares,
caballo
que se desboca,
al fin
encuentra la mar
y se
lo tragan las olas.
—No me
recuerdes el mar
que la
pena negra, brota
en las
tierras de aceituna
bajo
el rumor de las hojas.
—¡Soledad,
qué pena tienes!
¡Qué
pena tan lastimosa!
Lloras
zumo de limón
agrio
de espera y de boca.
—¡Qué
pena tan grande! Corro
mi
casa como una loca,
mis
dos trenzas por el suelo
de la
cocina a la alcoba.
¡Qué
pena! Me estoy poniendo
de
azabache, carne y ropa.
¡Ay,
mis camisas de hilo!
¡Ay,
mis muslos de amapola!
—Soledad:
lava tu cuerpo
con
agua de las alondras,
y deja
tu corazón
en
paz, Soledad Montoya.
*
Por
abajo canta el río:
volante
de cielo y hojas.
Con
flores de calabaza
la
nueva luz se corona.
¡Oh,
pena de los gitanos!
Pena
limpia y siempre sola.
¡Oh,
pena de cauce oculto
y
madrugada remota!
El
tema del poema es la pena gitana, encarnada, representada, en el personaje de
Soledad Montoya. Es un tema que ya está señalado desde ese título, que
podríamos calificar casi de epónimo, porque la pena negra, la pena gitana, es
como un gran personaje que está presente dentro del Romancero gitano,
pero fundamentalmente en este poema. Por esta razón, este quizás sea para mí el
poema más importante de la obra.
Me
parece interesante recordar, antes de comenzar el estudio del texto, unas
palabras vertidas por el propio Federico García Lorca en la conocida “Conferencia-recital
del Romancero Gitano”. Esta conferencia, que fue publicada en el número 77 de
la Revista de Occidente, en agosto de 1969, y que aparece en las obras
completas del autor, no está fechada. Mi investigación me lleva a decir que es
de 1934, unos cuantos años después de la publicación del libro. Esto lo
descubrí leyendo los manuscritos mecanografiados de las conferencias y la obra
en prosa, que se encuentran en los fondos documentales de la Fundación
Federico García Lorca. Allí dice Federico, hablando del Romancero gitano,
en general:
Un
libro… donde no hay más que un solo personaje grande y oscuro como un cielo de
estío, un solo personaje que es la Pena que se filtra en el tuétano de los
huesos y en la savia de los árboles, y que no tiene nada que ver con la
melancolía ni con la nostalgia ni con ninguna aflicción o dolencia del ánimo,
que es un sentimiento más celeste que terrestre; pena andaluza que es una lucha
de la inteligencia amorosa con el misterio que la rodea y no puede comprender.
Porque
Soledad Montoya, no es que padezca la pena, sino que es la pena negra,
podríamos decir que este es el poema más representativo de la obra. Soledad es
una mujer arquetípica de la comunidad gitana, muy diferente a una mujer como la
del Romance de la casada infiel, texto estudiado en la entrega anterior.
Detengámonos en otras palabras al respecto, de la misma conferencia-recital:
En
contraposición de la noche marchosa y ardiente de la casada infiel, noche de
vega alta y junco en penumbra, aparece esta noche de Soledad Montoya,
concreción de la Pena sin remedio, de la pena negra, de la cual no se puede
salir más que abriendo con un cuchillo un ojal bien hondo en el costado
siniestro.
La
pena de Soledad Montoya es la raíz del pueblo andaluz. No es angustia, porque
con pena se puede sonreír, ni es un dolor que ciega, puesto que jamás produce
llanto; es un ansia sin objeto, es un amor agudo a nada, con una seguridad de
que la muerte (preocupación perenne de Andalucía) está respirando detrás de la
puerta.
Este
poema, como todos los del Romancero gitano, es un romance, una
composición poética de versos octosílabos con rima asonante en los versos
pares. Está compuesto de 46 versos, separados en dos partes por un asterisco
(en la edición original), la primera parte es una estrofa de 38 versos, y la
segunda, una de 8. Este también es un romance que está estructurado,
básicamente, en cuartetas, aunque no estén separadas en estrofas. Si miramos
con atención, descubriremos que, dejando de lado los versos 9 y 10, que son los
que encierran la pregunta que da lugar al diálogo, los demás versos están
estructurados de forma cuaternaria.
Internamente,
podemos encontrar tres momentos claramente diferenciados en el poema. El primer
momento, del verso 1 al 8, es la presentación de Soledad Montoya en relación
con el ambiente. El segundo momento es el núcleo del romance, es el más extenso
y a su vez el más importante de este texto con características líricas, narrativas
y hasta dramáticas. Va desde el verso 9 hasta el 38, con el que se cierra la
primera estrofa, y abarca el extenso diálogo que se da entre una voz poética
mesurada y Soledad Montoya. Y lo digo de esta manera, porque no necesariamente
tenemos que vincular la voz que dialoga con Soledad, con la voz poética
narrativa que presenta a la protagonista en el primer momento y que regresa en
el cierre de la composición, en el breve tercer momento (verso 39 al 46), para
volver a poner en relación la pena con los gitanos y hacer de Soledad Montoya
un símbolo.
Las piquetas de los gallos
cavan buscando la aurora,
cuando por el monte oscuro
baja Soledad Montoya.
El
comienzo del poema nos sitúa en una atmósfera coherente con lo que plantea el
título. Se inicia en la noche, que es la hora del dramatismo, de las tragedias.
Pero no estamos aquí en la alta noche, sino en un momento de transición hacia
el amanecer. Podríamos decir que lo que encontramos en el comienzo del romance
es una doble transición, la de la noche cerrada hacia la aurora, presentida en
el canto de los gallos, y la de Soledad hacia la ciudad, ya que la gitana viene
regresando del monte. Se abre el texto con una metáfora cinestésica bellísima.
Porque, al menos para mí, esas piquetas de los gallos no solamente aluden a sus
picos en la tierra cavando, sino también a sus cantos. Hay un doble vínculo
allí, piquetas, por picos y también por lo agudo del canto. Pero lo curioso es,
ya sea que tomemos cualquiera de estos dos vínculos, que el canto de los
gallos, o sus picos en la tierra, intentan encontrar la aurora, desenterrarla.
Es como si la luz del sol, en esta visión poético-mítica de la realidad, estuviera
clavada en la tierra y los gallos, elementos mínimos de la naturaleza, fueran
los responsables de la aparición de lo más grandioso, de la aurora. Dice
“cavan”, en presente, de manera que todavía la están buscando, no la han
encontrado. El uso del presente en este poema es un acierto, porque nos acerca
a la situación, nos la vuelve simultánea a la lectura, nos crea la sensación de
estar allí en ese mismo instante.
Hay
una simultaneidad entre esa búsqueda de los gallos y el regreso de Soledad, que
también, casualmente, está regresando de una búsqueda, ya que viene del monte
de buscar a su persona, como dirá más adelante. Hay un hipérbaton que posterga
la aparición de la protagonista, de manera que cuando aparece, todo el peso de
los versos anteriores recae sobre ese nombre tan significativo, Soledad
Montoya. Esta mujer, cuyo destino parece estar marcado en su nombre, fue al
monte en plena noche, ya que, en el comienzo del poema, cuando se acerca el
alba, ella viene bajando de la espesura. Este es un elemento que nos muestra el
desasosiego que la embarga, lo angustiosa que resulta ser su búsqueda, porque
se trata de una incursión nocturna, en el monte oscuro, donde poco se puede
llegar a encontrar. De manera que ese monte oscuro, que ella lleva hasta en el apellido,
no es algo solamente exterior, la oscuridad es algo que la rodea, pero también
que la habita. De forma magistral, y con una gran economía de recursos, el
poeta logró crear en la primera cuarteta del poema, una situación, un ámbito
exterior propicio, nos presentó una pena sin amanecer.
Cobre
amarillo, su carne
huele
a caballo y a sombra.
Yunques
ahumados sus pechos,
gimen
canciones redondas.
La
creación del personaje está hecha, completamente, de forma metafórica. Hay una
descripción física, pero con implicancias en el estado anímico de la
protagonista. También hay un paralelismo psicocósmico, una analogía entre lo
que es la pintura del personaje y el cosmos que la rodea, un ambiente natural
que potencia el drama que está viviendo. Lo primero que se nos dice es que el
color de su piel es como el del cobre. Aquí me gustaría detenerme en dos
aspectos: en la referencia a los metales, que es una constante dentro del Romancero
gitano, ya que, como sabemos, los metales son un material de trabajo para
la gitanería, y también me parece significativo el adjetivo “amarillo” con que
se alude al color de la piel. Porque este es un color que casi siempre está
cargado de connotaciones negativas, si de piel hablamos. De manera que es
válido pensar que quizás la tonalidad natural de Soledad no sea esa, sino que,
como es víctima de un padecimiento, está más pálida, más enfermiza, más
amarillenta. Por otro lado, se nos dice que esa carne “huele a caballo y a
sombra”, que es una construcción completamente lógica desde el punto de vista
gramatical, pero que la sentimos como ilógica desde el punto de vista
semántico, ya que se puede oler a caballo, pero no a sombra. Sin embargo, como aquí estamos en el terreno de la poesía
sí se puede oler a sombra, y la pena de Soledad es tan intensa que no solo
se puede ver, sino que también se huele. Recordemos que Soledad viene del monte
oscuro y que también lleva en ella la oscuridad, y eso es tan perceptible que
es algo que se puede oler, es como si fuera una secreción de su cuerpo.
Pero
el primer olor que se nos dice que emana el cuerpo de esta joven mujer, en ese
verso con el verbo elidido, es el olor a caballo. Lo que no solo nos vuelve a
traer, como sucedió con el cobre, el mundo de la gitanería, sino que nos
sugiere que el cuerpo de esta gitana está cargado de una fuerza salvaje,
instintiva y pasional, como la de un caballo. En los dos versos finales de la
cuarteta se le suma a lo olfativo, el elemento visual. Siguen apareciendo
elementos del mundo gitano, ahora nos encontramos con el yunque.
Es
como si diferentes características de la vida gitana estuvieran presentes en el
cuerpo de Soledad, el cobre, el caballo, el yunque. Pero es muy significativa
la metáfora de asociar los pechos al yunque, porque se asocia algo erótico,
algo que además está vinculado a la vida, que da vida, con un objeto que carece
de ella. El yunque, si se quiere, podrá aludir a la plenitud física de la
mujer, por la firmeza de sus pechos, pero no es algo cálido, todo lo contrario,
es algo frío, algo que no tiene vida. Los pechos de Soledad Montoya, tristes,
ahumados, como toda ella, están muertos en vida. Y no cantan, aunque sean duros
como el yunque y redondo como esas canciones que solo pueden gemir. Porque hay
allí, al final de la cuarteta, una magnífica hipálage cinestésica, que hace que
el adjetivo “redondos” (característica propia de los pechos), se desplace y
termine calificando de “redondas” a las canciones. Y hablo de hipálage
cinestésica porque allí lo auditivo adquiere una forma para darle a la
protagonista una imagen de sensualidad inherente. Lo
contradictorio del caso, es que la plenitud física de Soledad, tristemente, no
está acompañada de una plenitud vital.
—Soledad:
¿por quién preguntas
sin
compaña y a estas horas?
El segundo
momento del poema se abre con la voz
poética que interroga a Soledad. Es una voz que no se sabe de dónde viene, que
no tiene una imagen física, que no responde a nadie. Esta es una técnica que la
podemos ver en algunos romances tradicionales y también en algunos del propio Romancero gitano, como en el de la Muerte
de Antoñito el Camborio, por ejemplo.
Allí la voz del personaje, recordemos, le llama a su interlocutor Federico
García, y el propio Federico García Lorca dirá en la “Conferencia-recital del
Romancero Gitano” ya citada, que Antoñito es: “…el único de todo el libro que
me llama por mi nombre en el momento de su muerte”. De manera que, si seguimos
esa lectura, podríamos interpretar que esa voz incorpórea responde a la del
propio poeta. Pero bueno, como sea, lo cierto es que a la voz que dialoga con
Soledad la podemos caracterizar como una voz amena, mesurada, consejera, entre
otras cosas, pero a ciencia cierta no la podemos identificar como la voz de
alguien en particular, porque bien, como dije cuando me referí a la estructura
del romance, podría ser la misma voz que abre y cierra el poema, como podría no
serlo. Lo cierto es que esa voz va a cambiar la técnica que el poeta venía
utilizando en el romance y le va a imprimir un carácter dramático, al comenzar
con el diálogo.
En la pregunta que abre el diálogo, la de los
únicos dos versos que no forman parte de una cuarteta, encontramos una voz
convencional que, desde el principio, va a representar la sensatez. Es una voz
que demuestra simpatía y compasión por Soledad, y que se dirige a ella por el
hecho de que le llama la atención que la muchacha se encuentre sola, en un
lugar tan inhóspito y en una hora tan inapropiada.
—Pregunte
por quien pregunte,
dime:
¿a ti qué se te importa?
Vengo
a buscar lo que busco,
mi
alegría y mi persona.
La respuesta
de la protagonista no se corresponde con la preocupación de la voz que la
interroga. Es una respuesta cargada de rebeldía, de despecho y de orgullo. Lo
importante del diálogo dentro del texto, es que es una técnica que permite que
Soledad se manifieste. Y lo que se va a establecer es un contraste entre la voz
sensata que la interroga y la irreverencia absoluta de la gitana. La voz
muestra una gran simpatía hacia Soledad, pero no puede hacer nada por ella,
porque ante un requerimiento movido por la inquietud, lo que recibe es una
respuesta desafiante y soberbia, de alguien distante, que no está dispuesto a
admitir ninguna clase de controles. El contraste, el choque, se va a
establecer, porque esa voz amistosa le preguntará a Soledad por lo lógico y la
pena de la gitana suele trascender ese terreno. Para ella el andar sola en la
noche es lo de menos frente a la pena negra que la atormenta.
La
joven gitana no es dueña de sí misma, es la pena la que la posee. No es que
esté apenada, ella es la pena misma. Y las redundancias en las respuestas de
Soledad, son una muestra de la falta de claridad que tiene y de la necesidad de
obtener lo que no puede. Esto la desespera y hace que rechace cualquier tipo de
tratamiento amistoso. Por dos veces cae en reiteraciones, cuando dice “pregunte
por quien pregunte” y cuando dice “vengo a buscar lo que busco”. La pena la
tiene enajenada. Al decir “vengo a
buscar lo que busco” muestra claramente que no ha encontrado lo que busca. No
dice vengo de buscar, dice vengo a buscar, esto es una muestra de que la
búsqueda sigue. De todas formas, ella dice que viene a buscar su alegría y su
persona, señal de que quiere vivir, de que no se da por vencida pese a lo que
la atormenta.
—Soledad
de mis pesares,
caballo
que se desboca,
al fin
encuentra la mar
y se
lo tragan las olas.
Frente
a la rebeldía de la gitana, la voz poética se muestra compasiva. Sin duda que
le interesa la realidad de Soledad y se ve afectada por ella, porque la llama
“Soledad de mis pesares”. Y como sufre por lo que le pueda llegar a pasar a la
muchacha, la aconseja, le advierte de los peligros que puede llegar a correr si
continúa con esa actitud soberbia e irreverente. La advertencia que le hace es que,
si no cambia de actitud, lo que le espera es la muerte. Porque el caballo que
se desboca termina en la mar y allí es devorado por las olas.
Es muy
significativo que la voz poética haya elegido el símbolo del caballo para
mostrar la pasión arrebatada de Soledad. El caballo es un símbolo de la pasión,
de los instintos irracionales, y el mar es un símbolo de la muerte. Recordemos
aquí los famosos versos de Jorge Manrique “nuestras vidas son los ríos que van
a dar a la mar, que es el morir”. Esa voz poética llena de simpatía, de
compasión, que representa el equilibrio, la sophrosyne, trata de ayudar a
Soledad, pero claro, nada puede hacer, porque la pena negra es algo que escapa
al control de esta muchacha y al de cualquier gitano.
—No me
recuerdes el mar
que la
pena negra, brota
en las
tierras de aceituna
bajo
el rumor de las hojas.
Esta
cuarteta contiene la reacción de Soledad Montoya a la advertencia hecha por la
voz poética con la que está dialogando. Hace referencia explícita al
padecimiento de la pena negra. Soledad no quiere que le nombren el mar, porque
sabe que su pena nada tiene que ver con el mar, sino que brota de la tierra. El
mar es algo opuesto a su pena, a su raíz gitana. Es en las tierras de
aceitunas, como las tierras de Jaén (recordemos que este poema se iba a titular
en principio “Romance de la pena negra en Jaén”), donde brotan, tanto los
olivos, como la pena negra de los gitanos.
—¡Soledad,
qué pena tienes!
¡Qué
pena tan lastimosa!
Lloras
zumo de limón
agrio
de espera y de boca.
En
esta cuarteta podemos comprobar como la voz poética que habla con Soledad ha
ido evolucionando. De la preocupación inicial, pasó a la advertencia y ahora,
directamente, a la compasión, que la podemos apreciar en esas exclamaciones
repetidas. Esto es lo único que puede hacer, verbalizar su compasión y
corroborarnos a nosotros los lectores (o a los escuchas llegado el caso), que
la pena que padece la gitana es algo verdaderamente triste, algo lastimoso.
Esta es una pena interior y profunda que brota, que emana de Soledad, hasta por
el llanto. Es agria, ácida y amarga, de ahí la metáfora “lloras zumo de limón”.
Porque lo que llora es todo lo agrio que brota de la pena, y eso es una
sustancia muchísimo más amarga que la de unas simples lágrimas. Es una pena
agria, por la espera de algo que la aplaque, que la consuele, y también porque
no se puede verbalizar, es una pena agria “de espera y de boca”, algo inherente
a la condición de gitana de Soledad Montoya.
—¡Qué
pena tan grande! Corro
mi
casa como una loca,
mis
dos trenzas por el suelo
de la
cocina a la alcoba.
¡Qué
pena! Me estoy poniendo
de
azabache, carne y ropa.
¡Ay,
mis camisas de hilo!
¡Ay,
mis muslos de amapola!
Estas
dos cuartetas contienen lo que podríamos llamar el desahogo de Soledad, el
parlamento más extenso de la gitana y también su último parlamento. Es como si
ante la manifestación de compasión que mostró su interlocutor en la cuarteta
anterior, Soledad se sintiera segura para expresar lo que está padeciendo, para
exteriorizar su dolor. La pena que siente no le permite actuar con racionalidad
sino de forma desequilibrada, como lo expresa en esa comparación, que tiene
tanto de lugar común, “como una loca”. Aunque aquí la comparación está
reforzada con el verbo “corro”, y esto es positivo, porque ayuda mucho más a
mostrar la angustia y el desasosiego que la domina.
De
todas maneras, son dos cuartetas con un lenguaje mucho menos metafórico con respecto
a lo que veníamos viendo. El desequilibrio emocional de Soledad se ve en la
forma de llevar sus trenzas y en sus correrías al interior de su casa. Porque
es significativo el hecho de que ni siquiera en su hogar, en su propio ámbito,
la abandone la pena. También son muy significativos los lugares de la casa que
nombra, porque se trata de dos lugares extremos. Tanto en la alcoba, que es un
lugar íntimo (que podría incluso simbolizar el inconsciente), como en la
cocina, que es un sitio que denota actividad, elaboración, es perseguida por la
pena. O sea que, tanto en la intimidad como en la actividad, Soledad Montoya no
puede despojarse de la pena negra.
Esté
donde esté no está en paz, y recordemos incluso que viene del monte, de manera
que con esto podemos concluir que tanto en su casa como fuera de ella es
víctima de la pena. De allí esa metáfora hiperbólica: “Me estoy poniendo/ de
azabache carne y ropa”. Porque la pena es algo espiritual, pero termina
contagiando, manchando de negro azabache, a la carne e incluso hasta la ropa.
Pareciera como si nada de lo que está vinculado a Soledad estuviera libre de la
pena. En este mundo mítico-poético de la gitanería creado por García Lorca,
Soledad puede oler a sombra, puede llorar zumo de limón y también puede ser
víctima de una secreción espiritual inexplicable que tiñe su carne y su ropa
del color del luto.
Los
dos últimos versos paralelos del parlamento, los de las interjecciones de la
gitana, muestran la angustia de esta ante lo perdido, ante lo contaminado.
Comienza haciendo referencia a una prenda íntima, como las camisas de hilo, lo
que ya de por sí tiene un vínculo con lo sexual, y enseguida se lamenta por sus
muslos de amapola, lo que carga al poema de erotismo y sensualidad. Esos muslos
rojos como las amapolas se irán poniendo negros. Uno siente que la plenitud
física de esta gitana (recordemos la referencia anterior a los pechos), por
culpa de la pena, no se corresponde con una plenitud vital, y es ahí donde
radica lo angustioso de su realidad gitana, lo trágico. Ella es la pena misma,
por eso dice “me estoy poniendo”. Consciente de esta situación es que la
encontramos en el principio del romance en una búsqueda infructuosa, estaba
buscando una forma de ser que no fuera pena, eso quería que fuera su persona.
—Soledad:
lava tu cuerpo
con
agua de las alondras,
y deja
tu corazón
en
paz, Soledad Montoya.
La voz
poética vuelve a aparecer para cerrar este importantísimo momento del romance,
con un consejo que tiende a ayudar a Soledad a que mitigue su sufrimiento.
Desde su perspectiva racional, y frente a esta mujer que es toda pasión, la voz
le aconseja que lave su cuerpo con agua de las alondras. Esto es una metáfora
que alude al rocío, que es un agua natural, pura y fría, y que quizá, piensa la
voz amistosa, pueda poner fin a la pasión de Soledad.
Lo que
parece desconocer la voz poética es que el hallazgo de la paz no depende de la
gitana. A mí me resulta muy importante que este momento, el principal del
poema, se cierre con el nombre completo: “Soledad Montoya”, por dos cosas. En
primer lugar, porque es como si todo lo que se ha dicho anteriormente recayera
sobre este nombre y, en segundo lugar, porque el nombre Soledad Montoya queda
en el mismo verso que la frase “en paz”, y estos son dos elementos excluyentes.
El deseo verdadero, genuino, de la voz, es que la paz llegue a Soledad Montoya,
pero la paz y Soledad Montoya no son cosas conciliables.
Tercer
momento
Por
abajo canta el río:
volante
de cielo y hojas.
Con
flores de calabaza
la
nueva luz se corona.
¡Oh,
pena de los gitanos!
Pena
limpia y siempre sola.
¡Oh,
pena de cauce oculto
y
madrugada remota!
El romance bien podría haber terminado en la
cuarteta anterior y tener solamente dos momentos. Pero esta continuación de
ocho versos era algo que se imponía, porque de no hacerse se corría el riesgo
de que termináramos asociando la pena negra exclusivamente a Soledad Montoya, y
eso no es así; este es un padecimiento común de la cultura gitana. Los cuatro
primeros versos de este tercer y último momento del romance traen una cierta
distención a un texto que estuvo cargado de dramatismo. La naturaleza y la
vida, objetivadas en ese río, siguen corriendo, pero de alguna manera esto
contrasta con lo inmodificable de la pena. Todo fluye, el tiempo, la vida, pero
la pena permanece.
Con una bella metáfora se nos indica que está
apareciendo la aurora de un nuevo día, pero esta luz no servirá para aclarar la
vida de Soledad, que seguirá marcada por la pena. Podríamos establecer si
quisiéramos hasta un contraste entre la luz del sol del nuevo día y toda la
negrura que marca la pena en la vida de Soledad. Pero esta es la “pena de los
gitanos”, no sólo la de Soledad. Se trata de una pena en estado puro, que no
depende de las circunstancias. No hay manera de compartirla, de que alguien pueda
atenuarla, asumirla, acompañarla, es una “Pena limpia y siempre sola”.
Soledad Montoya fue el instrumento utilizado por el
poeta para mostrarnos la encarnación de la pena gitana. Una pena que está
activa, pero que, como su cauce es oculto no hay manera de encontrarla ni de
combatirla. El poema se cierra haciendo referencia al origen remoto y
misterioso de un dolor esencial e intransferible, el de la pena negra, la pena
de los gitanos.