Romance de la casada infiel
Segundo análisis literario, del poeta español más
conocido y leído de todos los tiempos.
Por Fernando Chelle
Continuando
con los análisis literarios de la poesía de Federico García Lorca, hoy estudiaré
su texto poético más conocido, La casada infiel. Es el sexto poema del Romancero
gitano (1928) y está dedicado a la escritora cubana Lydia Cabrera, amiga
personal de Margarita Xirgu, a quien Federico García Lorca conoció en Madrid.
Se cuenta que los familiares de la escritora, en la Habana, cuando leyeron la
dedicatoria, no dejaron de escandalizarse por el contenido del texto que Lidia
prefería entre los del poeta andaluz, por considerarlo el más impactante.
La
Casada infiel
A
Lydia Cabrera y a su negrita
creyendo que era mozuela,
pero tenía marido.
y casi
por compromiso.
Se
apagaron los faroles
y se
encendieron los grillos.
En las últimas esquinas
toqué sus pechos dormidos,
y se me abrieron de pronto
como ramos de jacintos.
El almidón de su enagua
me sonaba en el oído
como una pieza de seda
rasgada por diez cuchillos.
Sin luz de plata en sus copas
los árboles han crecido
y un horizonte de perros
ladra muy lejos del río.
*
Pasadas
las zarzamoras,
los
juncos y los espinos,
bajo
su mata de pelo
hice
un hoyo sobre el limo.
Yo me
quité la corbata.
Ella
se quitó el vestido.
Yo el
cinturón con revólver.
Ella
sus cuatro corpiños.
tienen el cutis tan fino,
ni los cristales con luna
relumbran con ese brillo.
como peces sorprendidos,
la mitad llenos de lumbre,
la mitad llenos de frío.
Aquella
noche corrí
el
mejor de los caminos,
montado
en potra de nácar
sin
bridas y sin estribos.
No
quiero decir, por hombre,
las
cosas que ella me dijo.
La luz
del entendimiento
me
hace ser muy comedido.
yo me la llevé del río.
Con el aire se batían
las espadas de los lirios.
Como un gitano legítimo.
La regalé un costurero
grande, de raso pajizo,
y no quise enamorarme
porque teniendo marido
me dijo que era mozuela
cuando la llevaba al río.
El
tema central del poema es el encuentro sexual (casual) de un gitano con una
mujer casada, la noche de Santiago, en un lugar cercano a un río. De alguna
manera la temática principal del romance, a la que podríamos sumarle algunos
temas secundarios como el del amor, la hombría, el adulterio, ya está resumida
en ese título epónimo y emblemático tan diciente, un título que resume y a su
vez nos anticipa el contenido lírico narrativo que los lectores vamos a
encontrar.
Este
poema, como todos los del Romancero gitano, es un romance, una
composición poética de versos octosílabos con rima asonante. A diferencia de
los otros poemas que componen la obra y de los romances tradicionales, en este
texto la rima asonante se encuentra en los versos impares. Hay otra
particularidad formal de este romance de 55 versos, y es que el primero de esos
versos, en lugar de ser octosílabo, es eneasílabo. Es una obra que está
compuesta de dos partes separadas por un asterisco (en la edición original), la
primera parte es una estrofa de 19 versos, y la segunda son dos estrofas, una
de 28 versos y otra de 8. De alguna manera estas tres partes formales (estas
tres estrofas) están vinculadas con la división del discurso lírico narrativo
del romance. Porque el primer momento de la estructura interna del poema, el
que abarca esa especie de prólogo que suponen los tres primeros versos y luego
muestra la salida de la pareja de la ciudad rumbo al río, se encuentra en la
primera estrofa, en los primeros 19 versos. La segunda parte de la estructura
interna, la de la ceremonia del desnudo y la del encuentro sexual, corresponde
con la segunda estrofa. Y finalmente, el tercer momento de la estructura
interna del poema, se corresponde con la estrofa de cierre que es donde el
gitano reflexiona sobre lo acontecido. Con respecto a la estructuración interna
del poema también es notoria la división del material discursivo en cuartetas.
Si dejamos de lado los tres primeros versos, veremos que todo el poema tiene
una estructura cuaternaria. Y la anomalía de los tres primeros versos responde
justamente a que ese comienzo abrupto con la conjunción “Y”, supone la
falta de un verso, y esto lleva a que el poema esté acentuado en los versos
impares. Pareciera como si García Lorca no solamente hubiera querido comenzar
abruptamente su obra, sino que lo que quiso fue presentarla como ya empezada.
Esa “Y” con que comienza alude, indudablemente, a algo anterior que los
lectores (o escuchas, llegado el caso) desconocemos. Pareciera como si la
conjunción fuera lo único que sobrevivió de lo desconocido, y es la que le
agrega al primer verso una sílaba más con respecto a los versos restantes.
Y que
yo me la llevé al río
creyendo
que era mozuela,
pero
tenía marido.
Como
ya sucede en el título del poema, estos tres primeros versos, separados como
vimos de la estructura cuaternaria de la obra, son un resumen, una síntesis
temática y a su vez también una anticipación que realiza la voz poética sobre
lo que aconteció aquella noche pretérita a la que se referirá. La conjunción
con la que comienza, que alude a algo anterior, de alguna manera también supone
la presencia de un oyente, o de algunos oyentes ficticios a quien va dirigida
la historia, supone la presencia de un público, de un auditorio, de un receptor
inmediato. Otra cosa que ya se anticipa también en estos versos es el carácter
netamente machista de la composición. Claro que esto es una apreciación de tipo
moral que nada le resta a la belleza estética del poema, pero no deja de ser
significativo el tratamiento que se le da a la mujer en la historia.
Significativo no sólo por el hecho condenable de que aquí la voluntad femenina
parece no tener ningún valor y es el hombre quien toma las decisiones como si
la mujer fuera un objeto, sino también porque para la cultura gitana la
fidelidad conyugal es un precepto básico, y esto es algo que García Lorca sabía
muy bien. El machismo radica también en que el gitano, la voz poética, se
presenta como la víctima de la situación, ya que nos dice que él se la llevó al
río confundido, “creyendo” una cosa que no era. Aquí la mujer es la que
engaña, la que llevada por su interés en mantener una relación sexual oculta a
su compañero de ocasión su verdadero estado civil. Aquí el que se “lleva”
al río a la mujer como si se tratara de un objeto es el hombre, pero resulta
que la transgresora, la que quebranta las normas, es la mujer.
Fue la
noche de Santiago
y casi
por compromiso.
Se
apagaron los faroles
y se
encendieron los grillos.
La
historia contada en el poema tiene lugar un 25 de julio, que es el día de la
fiesta patronal de Santiago. En esa noche de calor, de celebración, fue donde
las condiciones se dieron para que la pareja protagonista de los hechos se
conociera y terminara teniendo una relación íntima en las cercanías de un río.
La voz poética, que se corresponde con la del gitano protagonista, que mostrará
en el romance su orgullo gitano y su hombría, se encarga de decir, al comienzo
de la historia, que el relacionamiento que se dio con la mujer fue “casi por
compromiso”. Es importante reflexionar un poco sobre esta frase y
preguntarnos; ¿con quién se siente comprometido el hombre?, ¿con ella?, ¿con
los posibles amigos que podrían haber estado en el lugar?, ¿con él mismo y su
machismo intrínseco que le impide rechazar a una mujer dispuesta a un encuentro
pasional? Lo cierto es que en el principio de la historia el gitano parece no
estar muy motivado, y esto no se debe al engaño que dice haber sufrido al
enterarse de que la mujer era casada, porque en una primera instancia eso era
algo que no sabía. Lo que hay aquí, en este mundo machista del romance, es una
interacción problemática de los sexos. Porque sea con quien sea el “compromiso”
que siente el gitano, lo cierto es que se va a ir con la mujer “se la va a
llevar”, para usar sus palabras, obligado por una situación puntual. Podríamos
pensar que aquí, sería muy válido hacerlo, fue la mujer la que comenzó la
seducción, la que se empoderó en el relacionamiento social y emotivo, incluso,
podríamos pensar que fue la mujer la que propuso la escapada pasional. Porque
si bien miramos parece hasta contradictorio el hecho de que el gitano diga “me
la llevé al río”, pero después aclare que fue “casi por compromiso”.
Pareciera como si la voz poética no quisiera mostrar debilidad frente a sus
pares, frente a quienes está contando la historia, y debe dejar en claro que
fue él el que manejó la situación, quien cumplió como hombre con lo que estaba
obligado frente a una mujer. Es su orgullo de macho lo que le impide un posible
rechazo, es su honor el que no le permite cederle el poder a la mujer, ni mucho
menos darle de que hablar en un futuro, por eso es por lo que dice “casi por
compromiso”.
Las
circunstancias de la fiesta nosotros las desconocemos, pero, como lectores
activos, debemos de imaginarlas. Seguramente se miraron, conversaron, quizás
bailaron, en fin. Lo que sí nos dice el texto, a través de imágenes bellísimas
es que la pareja decide abandonar el lugar en donde se encontraba la gente
reunida. Mediante una antítesis cinestésica la voz lírica sugiere el
alejamiento de la pareja de ese sitio urbano, donde se encontraban, hacia un
sitio más natural: “Se apagaron los faroles /y se encendieron los grillos”.
Con esta combinación de imágenes visuales y acústicas el poeta comienza a
mostrar el alejamiento de la pareja del lugar, donde la luz de los faroles,
símbolo de lo civilizado, de lo artificial, va quedando atrás, se va apagando,
para dejar lugar al sonido de los grillos, símbolo de lo natural, de un mundo
que se está por conquistar. Es muy afortunado y significativo que el poeta haya
elegido encender los grillos, en lugar de las estrellas, lo que parecería más
lógico. Porque de esta forma, con la sinestesia (ya que los grillos encienden
lo acústico no lo visual) el texto gana en lirismo y también en simbología, ya
que el canto de los grillos está vinculado a un llamado sexual de estos
insectos. Pero quizá lo fundamental de esta antítesis cinestésica de faroles y
grillos, es que es como una puerta, como una cortina que separa a los
personajes del mundo ordenado de la festividad social y religiosa y los conduce
al que será el escenario natural de la pasión amorosa.
En las
últimas esquinas
toqué
sus pechos dormidos,
y se
me abrieron de pronto
como
ramos de jacintos.
“En
las últimas esquinas”, o sea, cuando ya están completamente solos,
cada vez más lejos de la festividad y en medio de la oscuridad, es donde
comienza el contacto físico y la excitación mutua. Por medio de una sugestiva
comparación el poeta describe el despertar de los pechos de la gitana como si
se tratara de un ramo de jacintos. La excitación de la joven es como una
ofrenda exuberante y perfumada de la naturaleza para las manos del gitano. El
tacto hizo que se despertara el deseo, la excitación, y los pechos, en
principio dormidos, se abrieron de forma análoga a como se encendieron los
grillos.
El
almidón de su enagua
me
sonaba en el oído
como
una pieza de seda
rasgada
por diez cuchillos.
A la
sensación táctil y olfativa se le suma una imagen auditiva correspondiente al
sonido que produce el almidón de la enagua de la gitana al ser tocado
pasionalmente por el hombre. Son acciones que van mostrando como la excitación
va creciendo, y hasta cierto grado de violencia consentida podemos ver en esos
dedos desesperados, anhelantes, del gitano, metaforizados como cuchillos.
Sin
luz de plata en sus copas
los
árboles han crecido
y un
horizonte de perros
ladra
muy lejos del río.
En
estos cuatro versos con que se cierra la primera parte del poema, la voz
poética vuelve a centrar su mirada en el entorno y aparecen nuevamente las
imágenes visuales y auditivas. El ambiente es el ideal para la intimidad. La
noche es oscura y esos árboles que parecen crecer hasta el cielo como símbolos
fálicos ni siquiera están iluminados por la luna, la que tan bella y
metafóricamente está aludida como “luz de plata”. La metáfora que remite
al ladrido de los perros es magnífica, porque el horizonte, que indudablemente
implica lejanía es una marca visual, y aquí en cambio la lejanía tiene una
marca auditiva, la del ladrido de los perros. Esto es una muestra de que,
definitivamente, ellos ya se encuentran en el lugar propicio para dar rienda
suelta a la pasión. Los perros están donde está la gente, en la ciudad, y ellos
ya están completamente solos, en una noche oscura, cubiertos y protegidos por
una naturaleza cómplice. Un aspecto muy importante en que debemos reparar en
estos cuatro versos es en el cambio de los tiempos verbales, algo que veremos
en el segundo momento, donde se utilizarán, como una forma de acercarnos la
acción contada, los verbos en presente.
Pasadas
las zarzamoras,
los
juncos y los espinos,
bajo
su mata de pelo
hice
un hoyo sobre el limo.
Esta
segunda parte del poema, que tendrá como centro de interés el encuentro sexual
de la pareja comienza haciendo referencia al acto de elección y preparación del
lugar propicio para el amor. Hay elementos de la naturaleza que deben sortear,
como las zarzamoras, juncos y espinos, pero que a su vez los ayudarán a
camuflarse, ya que ingresan a un lugar más impenetrable y seguro. Allí, es
donde improvisan un lecho natural, sobre el mismo limo de las márgenes del río.
Ya ha quedado atrás definitivamente el mundo civilizado, y aquí los amantes se
mimetizan con el ambiente natural y agreste que los rodea. El pelo de la mujer
es tan salvaje como una de esas matas que están alrededor de ese hueco barroso
que ha dejado el peso de sus cuerpos.
Yo me
quité la corbata.
Ella
se quitó el vestido.
Yo el
cinturón con revólver.
Ella
sus cuatro corpiños.
Al
principio del texto, cuando el gitano refirió que su manera de actuar había
sido “casi por compromiso”, yo me permití especular sobre el hecho de que
quizás había sido la mujer la que comenzó la seducción, e incluso la que
propuso la escapada pasional. Recuerdo esto aquí para que reparemos ahora en la
forma de actuar de esta mujer llegada la ocasión de la relación sexual. Porque
en ningún momento la vemos con una actitud sumisa o pasiva. Todo lo contrario,
aquí ya no necesita las manos del gitano para que se despierten sus deseos, es
ella misma la que se quita la ropa, y hay una paridad en las acciones
realizadas por la pareja. A través de versos paralelos la voz poética del
gitano nos cuenta la ceremonia de como ambos se van despojando de esas
vestimentas que pertenecen a ese mundo que quedó atrás, lejos del río, donde
ladran los perros.
Ni
nardos ni caracolas
tienen
el cutis tan fino,
ni los
cristales con luna
relumbran
con ese brillo.
En
estos versos que encierran la contemplación de la belleza del cuerpo desnudo de
la gitana los verbos se encuentran en presente. Es un tiempo verbal que nos
acerca el disfrute visual del gitano. Estos son versos que detienen el ritmo de
la narración para darle importancia a la contemplación. La descripción poética
es sumamente sensual y está compuesta de imágenes táctiles y visuales. La
belleza de la gitana es hiperbólica, ya que ni los elementos más hermosos de la
naturaleza, como las flores y las caracolas podrían comparársele y, ni los
cristales bañados por la luz de la luna podrían llegar a resplandecer como lo
hace ella en medio de la oscuridad.
Sus
muslos se me escapaban
como
peces sorprendidos,
la mitad
llenos de lumbre,
la
mitad llenos de frío.
Nuevamente
el ritmo narrativo del poema comienza a acelerarse y a fluir como los muslos de
la mujer en las manos del gitano. Estamos aquí en medio del acto sexual y las
piernas femeninas son comparadas con escurridizos peces sorprendidos. Esta es
otra magnífica y afortunada imagen tomada de la naturaleza, de gran belleza
plástica y sensorial. Hay una analogía muy marcada entre la forma de los muslos
y la de algunos peces. Además, está implícita la movilidad en la comparación,
porque esos peces están vivos, sorprendidos. Esa vida está marcada no sólo en
el movimiento de esos peces sorprendidos, sino en la temperatura que ellos
irradian, ya que están “la mitad llenos de lumbre”, la parte más cercana
al sexo y “la mitad llenos de frío” la más lejana, la que se apoya sobre
el limo.
Aquella
noche corrí
el
mejor de los caminos,
montado
en potra de nácar
sin
bridas y sin estribos.
Estos
cuatro versos son el resumen, la conclusión de lo vivido esa noche pretérita
por parte del gitano en aquel casual encuentro sexual. Metafóricamente, la
mujer es aludida como una “potra de nácar”, un hallazgo poético
magnífico. El caballo en la poesía lorquiana funciona como un símbolo de
libertad y de vitalidad, y estos son los aspectos más característicos de esta
mujer libre, natural, llena de vida y de belleza. Pero esta potra fusionada con
la naturaleza tiene un carácter casi anfibio, porque es de nácar. Estos
elementos reúnen en una sola imagen la pasión, la tersura y la luminosidad de
la mujer, elemento este último que la voz poética ya había referido de forma
magistral cuando dijo que ni los cristales con luna llegan a irradiar el brillo
de aquel cuerpo en la oscuridad. Pero hay otro elemento todavía que contribuye
a darle un carácter aún más salvaje al encuentro sexual. Esa potra de nácar
estaba despojada de elementos de control, de domesticación, de manejo, estaba “sin
bridas y sin estribos”, lo que nos lleva a pensar que allí todo debió ser
pasión y desenfreno.
No
quiero decir, por hombre,
las
cosas que ella me dijo.
La luz
del entendimiento
me
hace ser muy comedido.
Este
es un instante reflexivo de la voz poética que parece querer decirle a su
audiencia, a sus posibles receptores inmediatos, que él podría contarles
(contarnos) las cosas increíbles que le dijo a solas aquella mujer, pero no lo
hará, porque de hacerlo estaría transgrediendo su código de hombría, de
caballerosidad. Las palabras del gitano sin duda sugieren la absoluta falta de
pudor en las palabras de la mujer, una libertad que a esta altura del romance y
después de lo que se nos ha contado no debería sorprendernos. De todas maneras,
yo siento esta confesión como impostada, como una falsa discreción de alguien
que no hace más que seguir alardeando, aunque ahora de forma soterrada, de su
accionar machista, varonil. Porque si realmente lo que le interesa es no
deshonrar a la mujer, directamente no hubiera referido la historia y listo.
Sucia
de besos y arena
yo me
la llevé del río.
Con el
aire se batían
las
espadas de los lirios.
En
esta última estrofa del segundo momento del romance el ritmo narrativo comienza
a enlentecerse, mientras los amantes abandonan las márgenes del río. En las
palabras del gitano ya se desprende el hecho de que supo, de que se enteró, o
quizá mejor, de que comprobó, que aquella mujer no era una mozuela. Por esta
razón habla de la suciedad de la mujer, una suciedad que no es sólo física, la
que se explicaría por las condiciones del lugar, sino también moral, porque
ella por un lado le fue infiel a su marido y por otro lado también lo engañó a
él, su pareja ocasional. De manera que la arena es una suciedad física, pero
los besos son una mancha en la honorabilidad para una mujer casada con otro
hombre. La naturaleza, siempre cómplice y empática con las situaciones vividas,
parece hacerse eco de la decepción del gitano y mostrar su enojo en ese
entrechocar de los lirios con el aire.
Tercer
momento
Me
porté como quien soy.
Como
un gitano legítimo.
La
regalé un costurero
grande,
de raso pajizo,
y no
quise enamorarme
porque
teniendo marido
me
dijo que era mozuela
cuando
la llevaba al río.
En el
final del poema vemos que el gitano se siente orgulloso de si mismo, de su sexo
y de su etnia. Como hombre ha cumplido sexualmente con la mujer, aunque la
decisión de ir con ella al río haya sido, como lo declaró “casi por compromiso”.
Pero lo cierto es que allí la pasó muy bien, porque otra cosa que declaró fue
que con ella corrió “el mejor de los caminos”. De todas maneras, como
gitano legítimo, y de forma racional, decide no sólo no enamorarse de aquella
joven mujer que lo engañó, sino también regalarle un costurero, o sea, darle
una compensación material por lo vivido. Esta acción, que supone un encuentro
posterior con la mujer no referido en el poema, supone también un cambio de
categoría aún más degradante para ella, porque pasa de ser considerada
promiscua, libidinosa o adúltera, como se la califica desde el título del
romance, a ser tratada como una prostituta que recibe un pago por sus
servicios. Es muy significativo el
regalo que le hace, porque un costurero es un objeto que está vinculado a las
tareas domésticas femeninas y es un símbolo maternal. Es como si con ese regalo
el gitano le estuviera sugiriendo a la mujer que se dedique mejor a su rol de
esposa, a su casa y a su familia, antes de seguir teniendo aventuras amorosas con
extraños.
Todo
el poema está atravesado por el código de honor del gitano. Él toma las
decisiones según los valores que considera legítimos. Y claro, muchos de esos
valores podrán ser discutibles desde la moral de los receptores. Habrá quién se
pregunte por qué nada se dijo en el poema del estado civil del protagonista y únicamente
se reparó en el de la mujer. Habrá quienes se preguntarán por qué el hombre
decidió regalarle un costurero y no seguir manteniendo una relación adúltera,
si el encuentro fue tan maravilloso. Lo cierto es que el peso de la cultura
machista del gitano es más poderoso que sus sentimientos, y esto es algo que lo
lleva a terminar esa relación.
Al
margen de cualquier tipo de consideración moral, lo que no tiene discusión es
que “La casada infiel” es un poema bellísimo desde el punto de vista estético.
Hay un tratamiento magistral por parte del autor de los procedimientos
retóricos, hermosas metáforas y comparaciones con elementos que abarcan todos
los sentidos. Es un poema donde el trasfondo de sensualismo, seducción,
erotismo y sexualidad del texto está no sólo en la temática, sino también en el
lenguaje con que se expresa.