(Huye del triste amor…)
Sexto análisis literario, de una serie de
seis, del gran poeta del tiempo.
Por Fernando Chelle
Del
libro de Antonio Machado Nuevas Canciones,
obra publicada por la editorial Mundo Latino en la ciudad de Madrid en 1924,
estudiaré, para finalizar con los análisis literarios del poeta del tiempo, el “Soneto V”, texto conocido, en general,
por su primer verso “Huye del triste
amor, amor pacato”.
Soneto V
sin
peligro, sin venda ni aventura,
que
espera del amor prenda segura,
porque
en amor locura es lo sensato.
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
cuando
descubra el torpe desvarío
que
pendía, sin flor, fruto en la rama.
de su
tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y
turbio espejo y corazón vacío!
Este
poema, cuyo tema central es la descripción característica de una postura
amorosa (la del amor pacato), a su vez encierra una definición genuina de la
índole del verdadero amor. Es una composición que caracteriza, define y a su
vez advierte sobre la vivencia de este sentimiento arrollador. Es un texto experimental
dentro de la obra de Antonio Machado. Si lo leyéramos sin saber nada del autor,
ni del tiempo en el que fue compuesto, fácilmente podríamos pensar que estamos
frente a una composición poética de uno de los grandes sonetistas del siglo de
oro español, como Luis de Góngora, Francisco de Quevedo, o Pedro Calderón de la
Barca, siendo que en realidad se trata de una obra trecientos años más cercana
en el tiempo. También lo veo como un texto experimental, no sólo por su
estructura y su temática, sino también por la forma de abordar esta última. Los
poemas de tema amoroso que encontramos en la obra de Antonio Machado, anteriores
a la publicación de Nuevas canciones,
son básicamente los dedicados a su esposa Leonor Izquierdo. En ellos vemos la
idealización de la pureza y la fragilidad, aspectos que acompañaron a esta
mujer, casi niña, en su corta vida. También hay otros poemas donde al amor lo
podemos asociar más con una ensoñación que con una relación concreta. Pero lo
que no encontramos todavía en la obra, que sí lo veremos luego, de alguna
manera, en los textos influidos por Guiomar, es el amor carnal, sensual,
erótico, pasional, en definitiva, el amor como al que se defiende en este
poema. En 1924, año en que se publicó el poemario, el poeta todavía no conocía
a Pilar de Valderrama (Guiomar), e incluso, de este poema hay una versión
manuscrita fechada en 1912, cuya autenticidad no he podido verificar (no está
recogida en los famosos Cuadernos de
literatura de los hermanos Machado, publicados por la Fundación Unicaja en
2005), extrañamente, el mismo año del fallecimiento de su esposa Leonor. Pero bueno, dejaré de lado este tipo de
consideraciones, que lo único que buscan es sustentar la tesis de que se trata
de un texto experimental y comenzaré el comentario, como suelo hacerlo,
primero, reparando en la parte formal. Se trata de un soneto, una composición
poética compuesta de catorce versos endecasílabos, dividida en dos cuartetos y
dos tercetos. En este caso la rima consonante es abrazada en los cuartetos,
aunque está dispuesta de forma independiente, y alternada, o encadenada, en los
tercetos. Internamente, a este poema lo podríamos dividir en dos momentos. El
primero abarcaría los cuartetos, donde la voz lírica describe, define, da las
características del amor pacato, esa clase de amor del que nos dice debemos
huir, por no tratarse de un amor verdadero. El segundo
momento comprendería los tercetos, donde la voz se encargará de desarrollar, no
ya las características de este tipo de amor, sino las consecuencias de su
vivencia, de su práctica.
Primera estrofa (primer cuarteto)
sin
peligro, sin venda ni aventura,
que
espera del amor prenda segura,
porque
en amor locura es lo sensato.
En
este poema, Antonio Machado, para expresar su concepción del amor pacato como
algo opuesto al verdadero amor y su característica pasión, se sirve de la
imagen mitológica de Cupido, dios del deseo amoroso, representado
tradicionalmente como un niño alado, con los ojos vendados y armado de arco y
flechas. La utilización de esta deidad mitológica para hacer referencia a las
características de la pasión amorosa aparece ya casi desde el origen de la
literatura española con Alfonso X en la época medieval, pero también la utilizó
luego Miguel de Cervantes en el renacimiento, así como Pedro Calderón de la
Barca en el barroco y tantos otros poetas posteriores. De manera que Machado en
este poema se presenta como un heredero de la tradición literaria española,
tanto desde lo formal como desde lo temático, independientemente de que el
soneto no haya tenido un origen español, como así tampoco la figura mitológica
de Cupido.
En el
primer verso del poema el yo lírico se refiere al amor del que, sostiene, hay
que apartarse. El amor pacato es lo opuesto al amor valeroso, al pasional, al
que suele luchar contra las posibles dificultades con la intención de ser. Por
eso, a esta clase de amor tímido, temeroso, parco, lo califica con un adjetivo
antepuesto muy significativo, se refiere a él como “triste”. Este amor triste
no es el del dios Cupido, porque no tiene los ojos vendados, no implica la
pasión ni el peligro, es un amor que incluso puede llegar a especular sobre las
posibles conveniencias a la hora de elegir en una relación. La caracterización
que se hace de este tipo de amor en el segundo verso es, para la voz lírica,
profundamente negativa, porque lo que se pretende desde el texto es exaltar al
amor Cupido, al amor ciego, pasional, aventurero, no a ese que busca garantías,
ese que espera “prenda segura”. Antes
dije que esta era una composición que caracterizaba, definía y a su vez advertía
sobre la vivencia del amor, bien, ahora digo que todo eso se encuentra
concentrado en el verso final de esta primera estrofa: “porque en amor locura es lo sensato”. Esta es una paradoja que
encierra la definición genuina de la índole del verdadero amor. En este
sentimiento, lo prudente es lo irracional, el atrevimiento, la pasión. En la
vida corriente, los términos “sensato”
y “locura” suelen ser antitéticos,
pero referidos al amor pasan a ser un verdadero oxímoron, siguen siendo dos
términos contrarios, pero están íntimamente identificados. Lo único que
corresponde en el amor, parece decirnos el yo lírico machadiano, es la locura. El
adjetivo “sensato”, con el que se
cierra el cuarto verso, cumple dentro de esta primera estrofa una doble
función, por un lado, rimar con “pacato”, una palabra a la que casi está unido
semánticamente y, por otro lado, unirse en el oxímoron con la palabra “locura”, un término que, como referí,
sería completamente antitético en un contexto diferente al del amor.
Segunda
estrofa (segundo cuarteto)
Ese que el pecho esquiva al niño ciego
y blasfemó del fuego de la vida,
de una brasa pensada, y no encendida,
quiere ceniza que le guarde el fuego.
En este
cuarteto la voz lírica abandona la advertencia y pasa a tener un tono acusador.
El amor pacato es ese que no se enfrenta a la pasión amorosa, el que quiere
evitar los riesgos y por eso rehúsa la presencia de Cupido. Esquiva las flechas
del niño ciego, porque sabe que estas le pueden llegar a generar dolor. Y esa
es una actitud condenable frente al verdadero amor, incluso insultante, por eso
el yo lírico habla de blasfemia, porque para él, la pasión amorosa, esa que
llama metafóricamente “fuego de la vida”,
es algo casi sagrado. Y lo paradójico de quien practica el amor pacato, de ese
que esquiva la pasión, es que pretende tener el fuego de la vida, cuando en
realidad no lo genera. El tercer verso
de este cuarteto, si se quiere es otro oxímoron, porque no existe tal cosa como
una brasa pensada. Es algo inútil el amor pacato, algo absurdo, porque no pretende obtener cenizas que guarden el fuego de
una brasa encendida, sino de una pensada, de algo que no existe. Si se
pretende tener fuego, hay que encenderlo, o no esquivarlo, pero no pretenderlo
de donde no lo hay.
Segundo
momento
Y
ceniza hallará, no de
su llama,
cuando descubra el torpe desvarío
que pendía, sin flor, fruto en la rama.
Los
tercetos se van a centrar en las consecuencias de la vivencia del amor pacato. El
que siga este tipo de amor, va a obtener cenizas sí, pero no de esas que ayudan
a conservar las brasas de la pasión encendida, sino de esas que son símbolo de
la nada. Tarde o temprano, a este triste amante le llegará el momento en que
tomará consciencia del torpe desvarío que cometió cuando pensaba estar actuando
con sensatez. Para que exista el fruto en la rama, antes tuvo que existir la
flor, y si hay fruto sin flor, como el fruto del amor pacato, es un fruto en
camino a la nada. El que busca en el amor prenda segura nunca hallará la flor
que devendrá en el dulce fruto, porque este sólo se encuentra enfrentando el
riesgo y la pasión que suponen las peligrosas flechas del niño ciego.
Cuarta
estrofa (segundo terceto)
Con negra llave el aposento frío
de su tiempo abrirá. ¡Desierta cama,
y turbio espejo y corazón vacío!
El
futuro será devastador para el practicante del amor pacato. Esa llave,
calificada tan negativamente con el adjetivo antepuesto “negra”, es la que dará
paso a la desolación del tiempo y el espacio de la vida venidera. Con el
polisíndeton del final, el poeta enumera los elementos característicos de una existencia
marcada por el fracaso. El espejo donde se mirará el amante pacato será turbio,
no le dará una clara imagen de sí mismo, porque la presencia del otro es
fundamental para la construcción del yo, y él estará solo. Muy inteligentemente,
Machado decidió no anteponer el adjetivo calificativo en el final, tal como lo
venía haciendo en la estrofa, para que la palabra “vacío” quede resonando en nuestra
mente y en nuestros corazones, de lectores, y de posibles amantes.