Quinto análisis literario, de una serie de
seis, del gran poeta del tiempo.
Por Fernando Chelle
De Campos de Castilla (1912), tercer libro
de poesía de Antonio Machado, estudiaré, continuando con los análisis
literarios del poeta del tiempo, el poema CXXXIII, texto titulado “Llanto de las virtudes y coplas por la
muerte de don Guido”.
CXXXIII
Llanto de las virtudes y coplas por la
muerte de don Guido
mató a
don Guido, y están
las
campanas todo el día
doblando
por él ¡din-dán!
de
mozo muy jaranero,
muy
galán y algo torero;
de
viejo, gran rezador.
este
señor de Sevilla;
que
era diestro
en
manejar el caballo,
y un
maestro
en
refrescar manzanilla.
era su
monomanía
pensar
que pensar debía
en asentar
la cabeza.
de una
manera española,
que
fue casarse con una
doncella
de gran fortuna;
y
repintar sus blasones,
hablar
de las tradiciones
de su
casa,
a
escándalos y amoríos
poner
tasa,
sordina
a su desvaríos.
se
hizo hermano
de una
santa cofradía;
el
Jueves Santo salía,
llevando
un cirio en la mano
—
¡aquel trueno!—,
vestido
de nazareno.
Hoy
nos dice la campana
que
han de llevarse mañana
al
buen don Guido, muy serio,
camino
del cementerio.
y para
siempre jamás...
Alguien
dirá: ¿Qué dejaste?
Yo
pregunto: ¿Qué llevaste
al
mundo donde hoy estás?
¿Tu amor a los alamares
y a las sedas y a los oros,
y a la sangre de los toros
y al humo de los altares?
¡buen
viaje!...
y el
allá
caballero,
se ve
en tu rostro marchito,
lo
infinito:
cero,
cero.
amarillas,
y los
párpados de cera,
y la
fina calavera
en la
almohada del lecho!
La
barba canosa y lacia
sobre
el pecho;
metido
en tosco sayal,
las
yertas manos en cruz,
¡tan
formal!,
el
caballero andaluz.
El
poema, cuya temática central es la sátira de un tipo social español (el
señorito andaluz), es a su vez una gran parodia de una de las elegías más
famosas de la literatura española, las Coplas por la muerte de su padre, del
poeta castellano Jorge Manrique. La parodia al género elegíaco y
principalmente a la obra manriqueña, está presente desde el título en el poema
de Antonio Machado porque, por supuesto, esa grandilocuencia y solemnidad con
que se hace referencia a don Guido, no es más que una ironía. Miremos que aquí
el llanto no es por la muerte del personaje, lo que sería lógico en una elegía
tradicional, sino que lo que se llora son las virtudes. A lo largo del texto el
tratamiento irónico se mantiene atrás de una voz respetuosa que no hace más que
reparar en la moral de don Guido. En nuestro imaginario como lectores,
conocedores del poema de Jorge Manrique, se establece de inmediato un contraste
muy marcado entre las personalidades de don Rodrigo Manrique y la de don Guido,
quedando este último muy mal parado en la comparación.
Desde
el punto de vista formal, el texto está compuesto por sesenta y ocho versos, en
su mayoría octosílabos combinados con algunos tetrasílabos,
divididos
en doce estrofas desiguales, con rima consonante a gusto del poeta. Al
reparar en la estructura interna, encontramos tres momentos claramente
diferenciables. El que comprende la primera estrofa, centrado en el pasado
reciente, inmediato, que anuncia la muerte de don Guido; el que va desde el
comienzo de la segunda estrofa hasta el verso treinta y
cinco (mitad de la sexta estrofa), centrado en la caracterización de don
Guido, donde se mira hacia el ayer o, si se quiere, hacia los ayeres, porque en
esta síntesis de la existencia del personaje, el poeta repara en el don Guido de
la juventud y en el de la edad madura; finalmente, el momento que va desde el
verso treinta y seis al final, centrado en el presente de don Guido, en el
hombre muerto.
Primera
estrofa
Al
fin, una pulmonía
mató a don Guido, y están
las campanas todo el día
doblando por él ¡din-dán!
Por si
acaso nos quedaba alguna duda, la parodia al género elegíaco, presente desde
ese título emblemático y grandilocuente, caracterizará al texto ya, desde sus
primeras palabras. Una expresión como “al fin” sería impensable en una elegía
verdadera, sería una irrespetuosidad. Una manifestación emocional de ese tipo
podría llegar a ser usada frente a la muerte de un enemigo, o de un personaje
nefasto, pero nunca ante la muerte de alguien a quien se quiere exaltar. De
manera que ese “al fin” no es más que el comienzo del tratamiento irónico que
se dará a la figura de don Guido a lo largo del poema. La mención a la
enfermedad por la que murió también es otro elemento degradante. No se trata
aquí de un personaje que haya muerto en un campo de batalla ni defendiendo
altos ideales, sino de alguien que está a la altura de cualquier mortal, porque
tiene una muerte común. Incluso, la degradación del personaje llega a tal punto
que, si bien miramos, veremos que don Guido no es el sujeto del verbo, de
manera que ni siquiera ese momento decisivo de la muerte ha sido protagonizado
por él, fue la enfermedad la que lo mató. Las campanas doblan porque se trata
de la muerte de un individuo de posición social importante, pero el hecho de
que lo estén haciendo todo el día es una desproporción. Aquí hay una clara
crítica social indirecta a una comunidad que valora tanto a individuos de la
categoría de don Guido, y a su vez hay un tratamiento casi caricaturesco de la
situación, por la enorme distancia de la voz lírica con el personaje fallecido.
Esa onomatopeya “ding dang”, degrada algo que debería ser solemne, el sonido de
las campanas. Hay un tono juguetón en este poema que definitivamente lo aparta
de una elegía tradicional. Incluso podríamos sumar otro aspecto que le quita a
este poema la seriedad necesaria que toda elegía debería tener, el ritmo.
Machado eligió para el texto el verso corto, el octosílabo, que sumado al
encabalgamiento hacen del discurso lírico algo muy ágil, poco solemne.
Segundo
momento
de
mozo muy jaranero,
muy
galán y algo torero;
de
viejo, gran rezador.
A
partir del quinto verso comienza la caracterización del personaje, donde se
hace una especie de síntesis y a su vez comparación entre lo que fue su
existencia en la juventud y en la edad madura. Tres actitudes fueron las que
caracterizaron su juventud. Fue “muy jaranero” por lo que podemos pensar que
sus años mozos fueron una fiesta continua, también fue “muy galán” lo que
sumaría a esas fiestas continuas, la parte de la seducción, y finalmente, la
tercera actitud, fue ser “algo torero”. Son muy significativos en esta estrofa
los adverbios, porque hay una clara diferencia entre el “muy” y el “algo”. El
poema nos dice que en su juventud este fue un individuo “muy” entregado a las
fiestas y a la seducción, pero no nos dice que haya sido torero, sino que fue
“algo” torero. Aquí, en la única de las tres actitudes que hubiera implicado
valor, hay una restricción, una atenuación en ese “algo”, que muestra que don
Guido nunca fue un arriesgado y verdadero torero. Pero esta actitud mundana
cambia radicalmente cuando el personaje llega a viejo. Se nos dice que se
volvió “gran rezador", como si al acercarse a la muerte hubiera querido
expiar las culpas de la juventud. Este es un cambio motivado por el tiempo, no
por una toma de consciencia. Incluso es un cambio superficial, externo, no se
trata de una transformación espiritual del individuo.
Tercera
estrofa
este
señor de Sevilla;
que
era diestro
en
manejar el caballo,
y un
maestro
en
refrescar manzanilla.
La
tercera persona del plural, en presente del indicativo del verbo decir “dicen”,
palabra con que se abre esta tercera estrofa, crea en torno a don Guido una
leyenda de hombre mujeriego. Parece ser, porque si “dicen” también puede ser
que no sea verdad, que este hombre era poseedor de un serrallo, que era el
nombre del lugar donde vivían las mujeres en un harén y que luego por extensión
pasó a significar harén, de manera que, palabras más o palabras menos, parece
ser que este don Guido tenía un harén. Tener una gran cantidad de mujeres, para
nada se condice con una actitud cristiana, sino más bien con la de un gran
pecador. Esto es algo que deshumaniza a don Guido, porque incluso el verbo
“tuvo” (pretérito
perfecto simple) implica una posesión, como si en lugar de mujeres se tratara
de objetos. Aquí no se habla de amor, ni hay nada que pueda traer connotaciones
cristianas, hasta el propio término “serrallo” alude al mundo musulmán. Lo
llama “señor de Sevilla”, como si don Guido fuera el dueño de Sevilla, por su
estatus social, por su riqueza, una condición que le da poder y a su vez le
permite tener esas mujeres del serrallo a su merced. En la estrofa anterior,
dije que ese volverse gran rezador con la vejez había sido un cambio exterior,
superficial, no profundo. Ahora lo recuerdo para reiterar que la conducta de
don Guido está marcada por la pura exterioridad, porque esas dos habilidades
que se le asignan aquí, manejar el caballo y refrescar manzanilla, no implican
ningún tipo de valor moral.
era su
monomanía
pensar
que pensar debía
en
asentar la cabeza.
En el
verso octavo habíamos visto los cambios que estableció don Guido en su conducta
cuando se volvió viejo. Aquí encontramos nuevamente un cambio que lo llevó a
reflexionar. Esta vez no se trata de la pérdida de la juventud, sino de la
merma de la riqueza. Este fue un cambio que se transformó en una obsesión para
él, algo que lo llevó a presionarse a si mismo, a decirse que debía madurar,
cambiar de actitud, al menos si quería seguir disfrutando de algo de todo
aquello que había podido gozar en una vida de despilfarros.
Quinta estrofa
de una
manera española,
que
fue casarse con una
doncella
de gran fortuna;
y
repintar sus blasones,
hablar
de las tradiciones
de su
casa,
a
escándalos y amoríos
poner
tasa,
sordina
a su desvaríos.
Si reparamos
en la parte formal de esta estrofa no podemos dejar de recordar, en el uso del
pie quebrado, a la elegía de Jorge Manrique. De manera que la parodia a ese
texto manriqueño por parte de Machado no sólo se ve en la ironía con que maneja
el material poético-narrativo, sino también en la parte estructural del poema.
Aquí
continuamos viendo como los cambios de don Guido nunca responden a una
transformación verdadera, moral o espiritual, sino que son cambios externos,
superficiales. Para asentar la cabeza y poder vivir los últimos años de su vida
con solvencia económica y prestigio social, lo que hizo fue casarse con una
doncella de gran fortuna. No se nos dice que esta mujer haya sido noble, no hay
en el texto ningún tipo de información, salvo que tenía una gran fortuna, que
es en definitiva lo que le interesaba a don Guido, para seguir gozando de
privilegios y a su vez seguir manteniendo el honor. Y, lógicamente, una vez que
se casó apuntó a darle lustre a su apariencia, repintando los blasones para exaltar
su linaje. El casamiento fue un acontecimiento que le permitió darle un nuevo
esplendor a su vida nobiliaria, y claro, esto también trajo aparejado un cambio
en sus costumbres. Con el nuevo estado civil, don Guido, pasó a representar
otro papel en la sociedad y dejó en el pasado la imagen de jaranero. Pero para
que esto fuera realmente así, no sólo debió reivindicar la riqueza adquirida
hablando de las tradiciones de su casa, sino que también debió ponerle límites
a los amoríos para conservar las apariencias. En ningún momento se habla de
terminar con las conductas escandalosas y desordenadas, sino de atenuarlas
“sordina a sus desvaríos”. Esto es algo a lo que estaba obligado, no tanto por
el prestigio social, ya que a estos personajes la sociedad complaciente le
permite ciertas libertades, sino porque en esa relación, no nos olvidemos, la
de la plata era ella, de manera que cualquier desvarío le podría haber costado
muy caro a este señorito.
Tercer
momento
Sexta
estrofa
se
hizo hermano
de una
santa cofradía;
el
Jueves Santo salía,
llevando
un cirio en la mano
— ¡aquel
trueno!—,
vestido
de nazareno.
Hoy
nos dice la campana
que
han de llevarse mañana
al
buen don Guido, muy serio,
camino
del cementerio.
No
debe sorprendernos que se lo califique a don Guido de “Gran pagano”, porque
este es un término que, más allá de aludir a una persona que no es cristiana,
se asocia con aquellas personas que buscan satisfacer los placeres terrenales,
sobre todo los relacionados con el cuerpo. Nosotros ya nos enteramos del pasado
de este personaje mundano, de sus juergas, de sus galanteos, incluso, de esos
comentarios que lo vinculaban con la posesión de un harén. Y hay aquí en la
estrofa, una antítesis desde el punto de vista conceptual, porque alguien
considerado como un “gran pagano” nunca podría llegar a formar parte de una
santa cofradía. Pero, el tema radica en que todo lo que hace don Guido se trata
de una mentira, de una apariencia. Los rezos, los blasones pintados y también
la entrada en la cofradía tiene como única intención, aparentar. Ser miembro de
una cofradía es algo que le permite adoptar una apariencia de hombre piadoso y
a su vez poder figurar en las procesiones llevando ese símbolo de la fe, el
cirio, como si realmente se tratase de un individuo imbuido de una profunda
espiritualidad. Pero de nazareno, lo único que tenía don Guido, era la
vestimenta, lo externo. Por eso el poeta lo califica metafóricamente de trueno,
porque en realidad su vida, lejos de tener la humildad y la sencillez de la de
un verdadero cristiano, era tormentosa, escandalosa.
Como
indiqué en el comienzo del análisis literario de este poema, cuando me referí a
su estructura interna, a partir del verso treinta y seis, la voz lírica dejará
de referirse a acontecimientos pretéritos y se centrará en el presente, donde,
de don Guido, lo que queda es el cadáver. El adverbio “Hoy”, con el que
comienza el verso referido, nos acerca a los lectores a esos acontecimientos
que se nos están contando. No parece haber un impacto en la sociedad
por la muerte de don Guido, y si bien es cierto que en esta última parte del
poema la voz lírica parece ponerse más seria para hablar de la muerte, no le atribuye
a la campana un toque de dolor, sino que más bien interpreta ese sonido como
algo meramente informativo. Y esto es porque en el fondo, esta
voz lírica es una digna representante de una gran parte de la sociedad, la que
no cae en la hipocresía y por supuesto no se conduele por la muerte de don
Guido. Pero claro, más seria y todo, la voz poética no abandona la ironía y
se refiere al personaje como “buen don Guido”. Nada de lo que se ha dicho en el
poema amerita el calificativo de “buen” para referirse a este personaje, que
ahora sí se vuelve serio realmente, “muy serio”, pero claro, ya está muerto.
y para
siempre jamás...
Alguien
dirá: ¿Qué dejaste?
Yo
pregunto: ¿Qué llevaste
al
mundo donde hoy estás?
En
esta estrofa la voz lírica recurre al apóstrofe, en lugar de continuar hablando
del personaje, como lo ha venido haciendo, pasa a hablarle a él, claro que post
mortem, pero, de todas maneras, don Guido deja de ser un él para convertirse en
un tú. En esta gran parodia a las Coplas por la muerte de su padre de
Jorge Manrique, esta estrofa correspondería al ubi sunt del castellano. La voz
lírica del poema que, como vimos en la estrofa anterior, no se conduele por la
muerte de don Guido, pareciera querer expresar en ese “ya eres ido/ y para siempre jamás” no tanto la satisfacción por la
muerte del personaje, sino por el entierro de un estereotipo social basado en
la hipocresía, que es en definitiva lo que don Guido representa. Esos que
forman parte de la clase social a la que representa don Guido, los que comulgan
con la hipocresía y las apariencias mundanas, son los que le preguntarán “¿qué
dejaste?, pero la voz lírica, que pertenece a los que saben que a don Guido lo
único que le interesó en la vida fue tener y aparentar, le pregunta, más bien “¿Qué llevaste/ al mundo donde hoy estás?”
Estrofas
octava y novena
y a
las sedas y a los oros,
y a la
sangre de los toros
y al humo
de los altares?
Buen
don Guido y equipaje,
¡buen
viaje!...
Ese
gusto por la elegancia, por los adornos, por lo decorativo, por las cosas
sensuales y a su vez valiosas, se inscribe en esa tendencia continua a
aparentar que caracterizó la vida de este personaje. En la segunda estrofa,
recordemos, se nos había dicho que don Guido era “algo torero”, no un
arriesgado lidiador ni nada que se le parezca. Ahora se nos dice que sentía
amor por “la sangre de los toros”, por el aspecto más cruel de una corrida. No
se nos dice en esta estrofa que haya tenido fe, ni que haya sentido amor por
los valores cristianos, sino que lo que amó fue “el humo de los altares”, o sea
lo exterior, lo ceremonial. Por eso es por lo que en la breve novena estrofa,
el yo lírico lo despide hasta complacido, porque sabe que quien se va a ese
viaje sin retorno, en su vida fue un hipócrita, un hombre vacío, alguien que
finalmente desaparecerá para siempre jamás.
El acá
y el allá
caballero,
se ve en tu rostro marchito,
lo infinito:
cero, cero.
Lo
marchito del rostro de don Guido muestra lo que fue en vida y lo que es ahora
en la muerte. En vida fue un símbolo de lo marchito, de una sociedad que el
poeta quiere despedir con gusto para siempre jamás. En el más allá, en la
eternidad, también estará marchito, porque como vimos, él nunca tuvo una
verdadera vida espiritual, sino que únicamente se aferró a las apariencias, a
lo ornamental, por eso es por lo que de lo infinito en su rostro se ve “cero,
cero”.
¡Oh
las enjutas mejillas,
amarillas,
y los párpados de cera,
y la fina calavera
en la almohada del lecho!
Esta
es una estrofa notablemente marcada por la ironía, porque lo que encontramos en
ella es una descripción exclamativa del cadáver. Con este recurso, es como
si se estuviera pronunciando un elogio, cuando en realidad de elogio esto no
tiene nada, no hay en la imagen descrita más que un hombre
muerto con sus características típicas.
Decimosegunda
estrofa
¡Oh fin de una aristocracia!
La barba canosa y lacia
sobre el pecho;
metido en tosco sayal,
las yertas manos en cruz,
¡tan formal!,
el caballero andaluz.
En
estos últimos siete versos del poema, la voz lírica deja en claro algo que a lo
largo del texto los lectores habíamos podido intuir, don Guido, más que un
personaje puntual, es un representante de un tipo social español. Este
caballero, este aristócrata andaluz, este señorito, que en su vida tormentosa y
superficial sólo pensó en él mismo, finalmente encontró la formalidad, después
de muerto. Es exquisita realmente la ironía de Machado, quien termina cerrando
el poema con la presentación de un hombre serio, con una imagen cercana a la de
la santidad, pero claro, eso solo es posible porque el hombre ya está muerto.