Hacia un ocaso radiante…
Tercer análisis literario, de una serie de
seis, del gran poeta del tiempo.
Por Fernando Chelle
Hoy
estudiaré, continuando con los análisis literarios de la poesía de Antonio
Machado, Hacia un
ocaso radiante…, el poema XIII,
de Soledades (1903).
XIII
caminaba
el sol de estío,
y era,
entre nubes de fuego, una trompeta gigante,
tras
de los álamos verdes de las márgenes del río.
de la
cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre
metal y madera,
que es
la canción estival.
giraban
los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo
las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era
una tarde de julio, luminosa y polvorienta.
absorto
en el solitario crepúsculo campesino.
toda
desdén y armonía;
hermosa
tarde, tú curas la pobre melancolía
de
este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!"
Lejos
la ciudad dormía,
como
cubierta de un mago fanal de oro transparente.
Bajo
los arcos de piedra el agua clara corría.
manchadas
de olivos grises y de negruzcas encinas.
Yo
caminaba cansado,
sintiendo
la vieja angustia que hace el corazón pesado.
bajo
los arcos del puente,
como
si al pasar dijera:
la
pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se
canta: no somos nada.
Donde
acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."
(Yo
pensaba: ¡el alma mía!)
en la
tarde, a meditar...
¿Qué
es esta gota en el viento
que
grita al mar: soy el mar?
por
los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual
si estuviera sembrado
de
campanitas de oro.
un
lucero diamantino.
Cálido
viento soplaba,
alborotando
el camino.
Yo, en
la tarde polvorienta,
hacia
la ciudad volvía.
Sonaban
los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo
las ramas obscuras caer el agua se oía.
El
tema central del poema es el destino del hombre y la
fugacidad de su vida. El paisaje que aparece en el texto tiene un valor
simbólico, es una transfiguración lírica de las galerías interiores del poeta.
Sin dudas que el autor echa mano de los elementos de un paisaje real, un
paisaje que le es familiar, pero con la finalidad de que funcione como un
correlato del mundo interior del yo lírico que nos presenta. Hay un doble
movimiento que recorre todo el poema, el desplazamiento del yo lírico, su
caminar, y el transcurrir del tiempo. Pero este doble movimiento, acompaña a un
tercer movimiento que es interior, y fundamental, el
del pensamiento
afectivo del yo lírico. Y
califico a este tercer movimiento de “fundamental”, porque es precisamente en
él donde se encuentran las reflexiones sobre el destino del hombre, la
condición humana y la fugacidad de la vida en ese fluir incesante hacia la
muerte.
La
estructura externa del poema está compuesta por cincuenta y un versos, divididos
en catorce estrofas, once de ellas de cuatro versos, dos de dos versos y una de
tres versos. La rima consonante, está distribuida de forma muy variada, con una
prevalencia de la forma alternada y luego de la pareada. Internamente,
podríamos dividir el texto en tres momentos; las tres primeras estrofas
funcionan como un preámbulo a la parte donde se encuentra lo que denominé el
tercer movimiento. En este primer momento del poema, lo que encontramos es la
descripción de un paisaje veraniego en el atardecer. Entre la cuarta y la
decimoprimera estrofa encontramos la parte fundamental del poema, donde se
desarrolla el pensamiento afectivo y reflexivo del yo lírico. Finalmente, las
tres últimas estrofas, funcionan como un cierre del poema, donde vuelve a
aparecer el paisaje, para marcar el paso del tiempo, en el regreso del poeta a
la ciudad.
Primera estrofa
Hacia un ocaso radiante
caminaba el sol de estío,
y era, entre nubes de fuego, una trompeta
gigante,
tras de los álamos verdes de las márgenes
del río.
Lo
primero que notamos en el poema es la referencia al transcurso del tiempo. El
hipérbaton del comienzo tiene esa finalidad, resaltar el transcurrir temporal.
Hay un día que está llegando a su fin, que va hacia el ocaso, hacia la muerte. El
objetivo de esta primera parte del poema es presentar el ambiente y el clima
ideal para que el yo lírico luego reflexione, sobre todo porque va a existir
una correlación entre el entorno y sus pensamientos. Hasta el momento el yo
lírico no aparece expresamente, aquí quien camina es el sol personificado. Hay
un fuerte predominio de lo visual en la estrofa, como si el poeta pintara un
pequeño cuadro con la palabra. Y hay algo hasta cinestésico en la metáfora de
la trompeta, que le viene a agregar un sonido intenso, a esas pinceladas de
fuego de las nubes. Es tan espléndido este ocaso, tan “radiante”, que parece
superar los obstáculos, porque ni siquiera los árboles impiden que se pueda
apreciar el esplendor de la naturaleza. Esta es una estrofa muy vital, luminosa
y natural, pero que no está exenta de melancolía. El momento del día entre
luces y sombras es melancólico. Además, hay una lentitud en ese transitar del
sol, resaltada por el pretérito imperfecto “caminaba” y una pesadez impuesta
por la rima alternada, que imprimen en el cuadro verbal una nota melancólica.
Segunda
estrofa
de la
cigarra cantora, el monorritmo jovial,
entre
metal y madera,
que es
la canción estival.
En la estrofa anterior veíamos como el
esplendor del ocaso estaba atrás de los árboles, pero igual era visible. Ahora
se nos dice que la cigarra está dentro de un olmo, aunque su canto sea
perceptible desde el exterior. Estos son elementos muy importantes, porque si
bien el yo lírico sigue sin aparecer expresamente, recién lo hará en la cuarta
estrofa, la descripción de los elementos del paisaje aparece filtrada por su
subjetividad. Todos los elementos de la naturaleza aparecen unificados, aunque
el canto de la cigarra, de alguna manera, corta la atmósfera armoniosa que
habíamos visto en la primera estrofa. Y digo, de alguna manera, sin afirmarlo
rotundamente, porque aquí el canto de la cigarra no está visto como algo
negativo o desagradable. Se utiliza la metáfora de la “tijera”, para aludir al
sonido chirriante e inarmónico del insecto, pero a su vez se le da un valor
positivo al calificarlo de “monorritmo jovial” y de “canción estival”. Generalmente
uno no piensa en jovialidad, ni en las connotaciones alegres y positivas que
suele traer la palabra “canción”, cuando escucha el sonido de una cigarra.
Parece como si el poeta reparara en lo positivo de las cosas de su entorno, y
como el exterior, no es más que un reflejo de su interior, hay una muestra de
una actitud positiva en él, en este comienzo, que lo hace percibir ese ocaso
como algo radiante, y ese sonido, en principio desagradable, como una jovial
canción de verano. Valdría la pena también hacer un breve comentario, en esta
estrofa esencialmente sonora, del adjetivo calificativo “sempiterna”
(combinación de las palabras “siempre” y “eterna”), que acompaña la palabra
tijera. Este adjetivo, alude a algo que se da de forma constante, cíclica, y a
la vez es algo que no tiene fin, a diferencia de los hombres que sí
desaparecen. Esto me parece importante, pensando en lo que veremos más
adelante, porque la fugacidad de una cosa queda más explícita si se la asocia con
algo eterno, por ejemplo, la vida del hombre comparada con el canto de la
cigarra.
Tercera
estrofa
Bajo
las ramas obscuras el son del agua se oía.
Era
una tarde de julio, luminosa y polvorienta.
Las
tres primeras estrofas, que as su vez constituyen el primer momento del poema,
tienen un comienzo similar. Inician con hipérbaton, lo que hace que la
aparición del sujeto se retarde. El poeta ha elegido comenzar estas estrofas
resaltando las circunstancias, mostrando la vida en medio del transcurso
temporal. Ya sea en el transitar del sol hacia el ocaso, en el correr del río,
en el canto sempiterno de la cigarra, o en el giro constante de la noria,
siempre encontramos elementos que nos indican que el tiempo pasa. Esta es una
estrofa donde se combina lo visual con lo auditivo y también las notas
agradables con las melancólicas. Aparece la imagen de una huerta, que es
agradable, pero está calificada de “sombría”, lo que, además de ser un adjetivo
que muestra como el tiempo va pasando, como el sol está cayendo, le da un toque
melancólico a la imagen. El tiempo sigue siendo lento y constante como la
noria. Este es un elemento muy frecuente dentro de la poesía de Antonio Machado,
es un símbolo de lo improductivo, donde el tiempo transcurre, pero no hay
progreso, ya que se trata de un artefacto que gira sobre sí mismo. Aquí la
noria aparece calificada con un adjetivo que también es muy machadiano “soñolienta”,
un estado intermedio entre la vigilia y el sueño. Las ramas oscuras son una
muestra de que el sol ya no está, de que el tiempo ha transcurrido. El paisaje
se ha ido apagando y los sonidos se han ido atenuando. El último verso de la
estrofa comienza con el pretérito imperfecto del verbo ser “era”. Esto parece
fijar la imagen en la memoria del yo lírico, refuerza el tono evocativo del
poema. Se nos está hablando de un pasado “Era
una tarde de julio, luminosa y polvorienta”, pero es un pasado que sigue
impregnando la memoria del yo lírico. Es una tarde pretérita, una tarde que en
algún momento terminó, pero dentro del poeta, en su alma, sigue viva.
Yo iba haciendo mi camino,
absorto en el solitario crepúsculo
campesino.
Lo
primero que notamos en esta cuarta estrofa, con la que se inicia el segundo
momento del poema, donde tendrá lugar el pensamiento reflexivo del yo lírico,
es la variación en el procedimiento con el que comenzaban las estrofas
anteriores. Aquí ya no hay hipérbaton, se comienza directamente con el sujeto,
es la irrupción del yo en el poema. Hay un interés en separar la presencia del
yo de la del paisaje. Él es un paseante dentro de ese paisaje, pero que no sólo
va caminando, sino que va haciendo su propio camino. Ese camino es el de la
propia vida, un sendero que no está prestablecido, sino que lo va forjando el
hombre con su accionar. Vemos como el poeta es profundamente consciente de que
es él el responsable de ir haciendo el camino, de ir forjando su propia vida.
En esta estrofa no vamos a tener solamente el transcurso temporal en los
elementos contemplados en el paisaje, vamos a tener también el transcurso de la
vida del poeta. Hacer el camino supone meterse en el transcurrir del tiempo, y
eso es algo que queda manifiesto en la utilización de la perífrasis verbal “iba
haciendo”. Por otra parte, este yo lírico parece más atento a lo exterior que a
lo interior: “absorto en el solitario
crepúsculo campesino”. El crepúsculo es solitario y él también se encuentra
solo haciendo su camino, es el único ser humano en medio del paisaje. Esta
breve estrofa, de apenas dos versos, ausente de toda distorsión sintáctica,
sirve de transición entre la exterioridad del paisaje y la interioridad del
poeta que se verá de aquí en adelante.
toda
desdén y armonía;
hermosa
tarde, tú curas la pobre melancolía
de
este rincón vanidoso, obscuro rincón que piensa!"
A
partir de esta estrofa pasamos a la interioridad del yo lírico. Desde su
subjetividad, desde su pensamiento afectivo, va a reiterar el apóstrofe
“hermosa” para referirse a la tarde. Este adjetivo antepuesto, marca algo que
es inherente a ella, hay una impresión valorativa de la tarde por parte del
poeta. Él está solo, y el hecho de que le hable a la tarde, de que la tome como
una interlocutora, es algo que contribuye a acentuar la sensación de soledad y
de intimidad entre el hombre y la naturaleza. A su vez, la tarde es parte de
una unidad mayor, del universo. Hay una asociación entre lo que connota
fugacidad y la trascendencia, que es a lo que alude esa lira inmensa. Porque
detrás de esta imagen no hay duda de que se encuentra la idea del universo como
una gran composición musical, como lo pensó el gran Fray Luis de León en su oda
a Francisco Salinas. La lira inmensa es desdeñosa, parece excluir, no valorar,
a ese insignificante ser humano que va haciendo su camino. El poeta no forma
parte de la armonía universal, la contempla, le habla, pero se encuentra
aparte. Al menos la contemplación de tanta maravilla resulta ser como una medicina
para su estado melancólico. Hay un contraste entre esa tarde hermosa,
manifestación sublime del equilibrio universal y él como ser humano. Lo que lo
caracteriza como hombre, es la pobre melancolía. Se ve como un “rincón”, como
algo que está al margen de todo, como un “oscuro rincón”. De ninguna manera el
poeta se ve como el centro de la creación, sino que sabe que es un sitio
marginal, porque no es que esté en un rincón, él es el rincón. Aquí se ve la
angustia existencial de este rincón pensante, porque las palabras no son
dichas, son pensadas, no son un sonido que forma parte de la armonía universal.
El adjetivo “vanidoso” parece incongruente con lo que está diciendo, quizá se
lo utilice porque el yo lírico se sabe pensante y asocia esa característica a
una especie de superioridad, que a su vez luego es disminuida con el adjetivo
“obscuro”, que contribuye más todavía a la marginalidad de ese rincón.
Lejos
la ciudad dormía,
como cubierta
de un mago fanal de oro transparente.
Bajo
los arcos de piedra el agua clara corría.
Aquí se
vuelve a lo objetivo. Apareció el yo, y ahora se eclipsa otra vez. Es
interesante el comienzo y el final de la estrofa, porque los verbos “pasaba” y
“corría”, que hacen referencia al agua, acentúan la temporalidad. Hay un volver
a la tierra donde todo habla del fluir, del devenir, del continuo transcurrir. Y
allí está el puente también, como la presencia de lo humano, como la
construcción del hombre en la tierra. Para referirse a los arcos del puente,
Machado se vale de una metáfora casi lexicalizada, y les llama “los ojos del
puente”. El puente es un elemento al que tradicionalmente se lo ha utilizado
como un símbolo, tanto de la unión, como de la superación de los obstáculos,
pero aquí, en este contexto, es una imagen de la impotencia frente al fluir
temporal. Vemos como esa construcción poderosa, es inútil frente a la corriente
del agua, que no se detiene, que sigue su curso, como el tiempo, imparable. El
yo lírico se encuentra solo, pensando y cargando su angustia existencial, en
tanto la ciudad está dormida, como ajena a la preocupación del paso del tiempo.
Solo el poeta parece ver esa mágica luz que cubre a la ciudad. De todas
maneras, no hay una mirada negativa, sino melancólica. El yo lírico es
consciente de que las cosas son pasajeras, que van hacia el ocaso, como ese
día, pero igual así las aprecia.
Séptima
estrofa
Los últimos arreboles coronaban las
colinas
manchadas de olivos grises y de negruzcas
encinas.
Yo caminaba cansado,
sintiendo la vieja angustia que hace el
corazón pesado.
Por
primera vez se reúne el yo lírico con lo objetivo del paisaje. El ocaso en el
poema es algo que se ha hecho experimentar. En la primera estrofa el sol era
una trompeta, y aquí lo que tenemos son los últimos arreboles, los últimos
tonos rosados que se van apagando. Los olivos son “grises” y las encinas
“negruzcas”, la luz ha ido cayendo y la oscuridad avanzando. En cuanto a la
actitud del yo lírico, aquí encontramos una variante con respecto a lo que dijo
en la cuarta estrofa. Ya no va haciendo su camino absorto en la naturaleza,
sino que ahora camina “cansado”. Uno siente que este cansancio no es solamente
físico sino también espiritual. Aquí ya no hay solo melancolía, hay angustia
existencial. Existe una correlación entre las sombras exteriores y las
interiores. Cuanta más oscuridad hay en el exterior, más es la angustia en el alma
del poeta.
bajo
los arcos del puente,
como
si al pasar dijera:
Normalmente
Machado hace hablar al agua. Aparece enunciando verdades, genéricas o propias
del yo lírico. Es un elemento que simboliza el tiempo y también la vida, por lo
que es lógico que utilice un lenguaje. El poeta lo que hace aquí es objetivar
en el agua lo que él está pensando, el agua es una proyección de su propia
reflexión personal.
Novena
estrofa
la
pobre barca, viajero, del árbol de la ribera,
se
canta: no somos nada.
Donde
acaba el pobre río la inmensa mar nos espera."
Esta
es una estrofa donde se expresan verdades esenciales, bien manriqueñas. El
hecho de que parezca que es el agua quien habla, le da a lo dicho un carácter
objetivo y a la vez universal. El símbolo de la barca sugiere la fragilidad
existencial del ser humano. El “apenas desamarrada”, seguramente no hace
referencia al nacimiento, sino al momento en el cual el hombre toma consciencia
de las cosas y se ve frágil e insignificante. A partir de ese momento, el
hombre carga con el peso de saber que no es nada. Pero el poeta dice “se canta”
no somos nada, y eso es muy significativo, porque es una muestra de que es algo
que se expresa, no que solamente se siente, se expresa y se lo hace con
emotividad. También es importante que lo diga de forma impersonal, porque eso
le da un valor universal a lo dicho. Con la apelación a ese vocativo “viajero”,
se está refiriendo al ser humano en general. Es la naturaleza la que sabe, la que
conoce, la que recuerda cual es la condición del hombre. Aquí, de alguna manera,
se reelabora la copla de Jorge Manrique porque, a diferencia del poeta
castellano que ponía el énfasis en el fugaz transcurrir de la vida, Machado lo
hace en el final. Pero, en definitiva, lo que dijo Manrique, y lo que aquí está
diciendo el agua, es que hay una ley natural e inevitable que hace que “la
inmensa mar” solo tenga que esperar, porque “el pobre río” o “los ríos”, en el
caso del poeta de las coplas, allí terminarán.
Bajo los ojos del puente pasaba el agua
sombría.
(Yo pensaba: ¡el alma mía!)
Vemos
como aquí el agua ya no es clara como en la sexta estrofa, ha pasado a ser
sombría. Es sombría, por un lado, porque hay cada vez menos luz, pero también porque
es portadora de esa verdad tan terrible que acaba de expresar. Yo interpreto en
el verso que se encuentra entre paréntesis, que cuando el yo lírico exclama
“¡el alma mía!”, es porque siente que, junto con su vida, también su alma se va
con la corriente bajo los ojos del puente. El alma, que tradicionalmente ha
sido asociada con lo divino y por ende es eterna, aquí fluye también hacia la
muerte. Esta comprobación, es algo que indudablemente le causa dolor al yo
lírico, por eso parece acallarla con los paréntesis, como si fuera algo que le
cuesta asumir.
Decimoprimera
estrofa
en la
tarde, a meditar...
que grita al mar: soy el mar?
Aquí
llegamos al clímax del poema, donde el poeta se detiene a meditar. Se encuentra
tan abrumado por todo lo que está sintiendo, que ve como una necesidad
detenerse un momento. La pregunta retórica que se hace el yo lírico también
queda flotando en nuestro ánimo como lectores. Porque, al igual que las
verdades expresadas en la novena estrofa por el agua, esta pregunta tiene una
validez universal. La gota en el viento es el poeta, pero también somos todos
los hombres. Todos somos gotas flotando en el viento, prontos a desaparecer.
Pero este yo lírico, es una gota que no se resigna a ser algo pasajero, y lucha
dignamente por ser algo eterno, trascendente, como el mar. Es una pregunta
bastante extraña con la que se cierra la parte meditativa del poema, una
pregunta angustiosa, pero que a su vez encierra cierta admiración por la no
resignación.
Tercer
momento
Tres
estrofas finales
por
los élitros cantores que hacen el campo sonoro,
cual
si estuviera sembrado
de
campanitas de oro.
un
lucero diamantino.
Cálido
viento soplaba,
alborotando
el camino.
hacia
la ciudad volvía.
Sonaban
los cangilones de la noria soñolienta.
Bajo
las ramas obscuras caer el agua se oía.
Estas
tres últimas estrofas se centran nuevamente en el ámbito de la naturaleza, que
sigue su curso. El paisaje ha cambiado, y el yo lírico también ha cambiado. La
atmósfera de paz absoluta es envolvente. La tarde definitivamente ha caído y ya
se ve el lucero. Hay un predominio de las sensaciones auditivas y visuales. Sigue
prevaleciendo el uso del pretérito imperfecto y algún gerundio, formas verbales
que muestran el transcurrir lento de las cosas. El poeta, que siempre ha estado
en continuo movimiento, se va a reintegrar al mundo al que pertenece, porque,
aunque nunca lo vemos entrar en la ciudad, nos dice que regresa. Vuelve
transformado, el contacto con la naturaleza produjo cambios en su alma. El agua
recogida por los cangilones de la noria soñolienta, que vuelve a caer, sugiere
el final, la muerte. La gran pregunta retórica de carácter universal que se
hizo el yo lírico: ¿Qué es esta gota en
el viento/ que grita al mar: soy el mar?, intenta recoger algo, pero la
respuesta, como el agua en los cangilones de la noria, se escapa.