Yo voy soñando caminos…
Segundo análisis literario, de una serie de
seis, del gran poeta del tiempo.
Por Fernando Chelle
Continuando
con los análisis literarios de la poesía de Antonio Machado, hoy estudiaré otro
de los textos más significativos del poeta sevillano, o quizá, mejor dicho, del
poeta nacido en Sevilla, porque como se encarga de decir el propio autor en su
autobiografía “Desde los ocho a los
treinta y dos años he vivido en Madrid…”. Yo voy soñando caminos…, el poema XI, fue publicado inicialmente en la revista Ateneo, en el año 1906, con el título de “Ensueños”. En 1907, Antonio Machado, publicó su segundo libro
titulado Soledades, galerías y otros
poemas, una obra que recoge en gran parte el libro de 1903 y a su vez
agrega otros textos, y este es el caso del poema que nos ocupa, ya que
pertenece al libro de 1907.
XI
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
Yo voy
cantando, viajero
a lo
largo del sendero...
—La
tarde cayendo está—,
la
espina de una pasión;
logré
arrancármela un día:
ya no
siento el corazón."
se
queda, mudo y sombrío,
meditando.
Suena el viento
en los
álamos del río.
y el
camino que serpea
y
débilmente blanquea,
se
enturbia y desaparece.
"Aguda
espina dorada,
quién
te pudiera sentir
en el
corazón clavada."
El tema central del poema es la angustia existencial que
supone la consciencia del vacío emocional provocado por una pérdida
sentimental, y a su vez, la añoranza de lo perdido y el deseo de recuperarlo. Hay
una verdadera nostalgia de aquel sufrimiento, porque al menos era una dolencia
de vida y de pasión, por eso es por lo que el poeta lo ansía. El yo lírico sale a caminar por un campo, más simbólico,
más soñado, que vivido. En ese paisaje proyecta sus sentimientos. De pronto, en
ese ámbito de mansa melancolía, tan apacible y sereno, evoca lo que parece ser
una antigua copla popular que refiere al dolor provocado por la pérdida del
amor. Esos
versos sin duda están inspirados en el poema titulado “Una vez tuve un clavo”, de la gran poeta gallega Rosalía de Castro.
A partir de la referencia a
esa temática, el paisaje del poeta se va oscureciendo hasta desvanecerse.
Este
poema de Antonio Machado está compuesto por veinticuatro versos octosílabos
(versos de arte menor), divididos en seis estrofas de cuatro versos cada una. Tres
cuartetas y tres redondillas, distribuidas de la siguiente forma: cuarteta,
redondilla, cuarteta, cuarteta, redondilla, cuarteta. Se trata de estrofas muy
similares, incluso algunos tratadistas del Siglo de Oro llamaron redondilla a
la cuarteta y esto hoy nos podría llevar a la confusión. En ambos casos se
trata de estrofas de cuatro versos de arte menor con rima consonante. Lo que
las diferencia es la distribución de la rima, mientras que la cuarteta se distribuye
de forma alternada (8a 8b 8a 8b), la redondilla lo hace de forma abrazada (8a
8b 8b 8a). Si bien son estrofas que se conocen en España desde el siglo XIV,
fundamentalmente la redondilla, que la utilizó López de Ayala y también el
Arcipreste de Hita en sus “Cantica de
loores de Santa María”, tienen su época de esplendor en el barroco. Conocida
es la recomendación de Lope de Vega en su “Arte
nuevo de hacer comedias”:
“son los tercetos para cosas graves,
y para las de amor las redondillas”.
Volviendo
a la poesía que nos ocupa, y deteniéndonos ahora en su estructura interna, vemos
que está directamente vinculada con la parte formal del poema, con la
estructura externa. Es un texto que podríamos dividir en dos momentos, el que
corresponde a las tres primeras estrofas y el que abarca a las tres últimas, de
manera que ambos momentos presentan la misma disposición estrófica (cuarteta,
redondilla, cuarteta). El primer momento del poema es el que se corresponde a
esa caminata, como indiqué, más soñada que vivida,
donde el yo lírico proyecta su sentir. Este apartado se cierra con la estrofa
que parece evocar una canción popular, la que está inspirada en los versos de
Rosalía de Castro, que se refieren a cómo un amante consigue desprenderse de un
dolor amoroso, pero eso le provoca la pérdida total de sus sentimientos. El segundo momento muestra una naturaleza que, al igual
que el alma del poeta, se vuelve sombría hasta desvanecerse. El poema se cierra con una estrofa que retoma la temática de
la poesía de la autora de “Cantares
gallegos”, donde el yo lírico vuelve a cantar unos versos que expresan un
lamento por la pérdida del amor, y a su vez, la añoranza de lo perdido y el
deseo de recuperarlo.
Primera
estrofa
Yo voy soñando caminos
de la tarde. ¡Las colinas
doradas, los verdes pinos,
las polvorientas encinas!...
Comienza
el poema con una afirmación “Yo voy
soñando caminos”. Se trata de caminos simbólicos, donde el soñar tiene que
ver con una transfiguración lírica de un paisaje
interior, no con un camino exterior concreto, reconocible. Es muy
importante el encabalgamiento que se da entre el primer y el segundo verso,
porque el impulso con que comienza el poema termina en la palabra “tarde”. Antonio Machado es un poeta de
la tarde, siempre prefiere objetivar sus sentimientos en esta etapa del día,
donde la mañana, el medio día, lo más pleno de la jornada ya ha pasado y lo que
resta es un transcurso hacia el ocaso. Eso nos da la sensación de que el yo
lírico va caminando en una ensoñación, pero repito, más allá del ámbito externo
al que se pueda referir, el verdadero paisaje es el de su mundo interior, lo
que hay en el poema es una correlación entre el mundo interior del poeta y el
mundo exterior al que se refiere. Esa ensoñación, donde los planos de lo
temporal y lo espacial se funden en una misma evocación, parece ocurrir en
cámara lenta, a pesar de que formalmente el poeta hace uso del verso
octosílabo, que suele ser un verso ágil. Esa lentitud es acorde con el estado
anímico del poeta, que va a ir enumerando los elementos propios de un paisaje
que conoce y que se encarga de adjetivar de forma significativa. Los dos
primeros elementos de la naturaleza enumerados, las colinas y los pinos, están
adjetivados, si se quiere, de forma positiva, crean un clima bucólico y nos dan
una sensación de vida, las colinas son “doradas”,
los pinos están “verdes”. En cambio,
en el tercer elemento de la naturaleza adjetivado, las encinas, ya hay un
cambio de tono, porque son calificadas como “polvorientas”.
Esta palabra, que muestra el verdadero estado anímico del poeta, sugiere el
deterioro que implica el inexorable paso del tiempo, y le da al texto un tono
melancólico.
Segunda
estrofa
¿Adónde el camino irá?
Yo voy cantando, viajero
a lo largo del sendero...
—La tarde cayendo está—,
En la
primera estrofa de este poema, uno tiene la sensación, quizá por la afirmación
con que comienza el yo lírico, que esos caminos interiores del ensueño siempre
van hacia adelante. Pero ahora, después de haber enumerado elementos de un
paisaje que le es familiar y que funciona como un correlato de su interior,
aparece una pregunta que refleja una inquietud espiritual: “¿Adónde el camino irá? Aquí ya no hay certezas del yo lírico, ni
tampoco las tenemos los lectores, de hacia dónde se dirige ese camino. Si en la
primera estrofa había una sensación de progreso, de avance, aquí lo que nos
embarga es una verdadera sensación de misterio, donde podemos sentir la
inquietud del yo lírico. Además, en la pregunta con que se abre la segunda
estrofa hay otro cambio significativo con respecto a la afirmación de la
primera, porque aquí no se nos habla de “caminos”,
sino de “camino”, en singular. Este
camino, que remite al camino de la vida, evidentemente hacia algún lado va,
pero el poeta lo desconoce. Claro que también esta pregunta podría hacer
referencia a esos caminos interiores de la primera estrofa, donde el poeta se
estaría preguntando adónde lo va a llevar tanta ensoñación, pero yo prefiero
pensar que se trata aquí del camino de la vida. La pregunta parece detener la
ensoñación de la primera estrofa y plantear una incertidumbre vital y también
espiritual que va incluso más allá del verso y de la misma pregunta.
El
segundo verso de esta estrofa es casi una duplicación del verso con que se abre
el poema. Hay, en cambio, una variante fundamental, el poeta ya no va “soñando”, sino “cantando”. El cantar
muestra más lo exterior, hay como un salir del poeta de su ensimismamiento para
expresar su sentir. Se refiere a él mismo como “viajero”, como un ser en tránsito, en continuo desplazamiento, un
ser que parece no tener lugar de pertenencia. La afirmación contundente con que
se cierra la estrofa, que además aparece después de unos puntos suspensivos y
encerrada entre guiones para darle todavía más importancia a la comprobación,
sugiere que el camino está llegando al final. Es significativo que “irá” rime con “está” porque lo que hace la rima es resaltar un contraste. La
estrofa se abre con una pregunta y se cierra con una comprobación que no
responde a la pregunta. El poeta sigue sin saber con certeza hacia dónde el
camino irá, de lo que sí está seguro es de que pronto llegará a su fin. La
emoción del yo lírico ha ido creciendo, se ha ido intensificando hasta
concluir, de forma lúcida, que la tarde está cayendo.
Tercera
estrofa
"En el corazón tenía
la espina de una pasión;
logré arrancármela un día:
ya no siento el corazón."
En
esta estrofa llegamos al núcleo de la vivencia. Tuvieron que transcurrir ocho
versos para que el poeta pudiera expresar lo que lo inquieta, lo que lo
angustia. Hay un cambio de tono, una ruptura con la ensoñación de las primeras
estrofas para dar paso a lo que parece ser una especie de copla popular, no solo por el tono del discurso
poético, sino porque el poeta elige encerrar estos versos entre comillas, como
si fueran una cita de un canto que no le pertenece, pero que decide utilizar. Esto
le da a su confesión personal un tono universal, ya que cualquiera se podría
apropiar de esos versos, simplemente por haber experimentado vivencias
similares. La metáfora de la espina de una pasión alude, indudablemente, a una
relación amorosa. El recuerdo de esa relación, le generaba un dolor comparable
al que le generaría tener clavada una espina, pero resulta que cuando logró
liberarse de esa espina, despojarse de ese dolor, perdió por completo el
sentir, fue como dejar de ser. Eliminar ese dolor del corazón, generado por el
recuerdo de lo que un día fue, no supuso la calma para este yo lírico, supuso
más bien la caída en una abulia existencial
Segundo
momento
Cuarta
estrofa
Y todo el campo un momento
se queda, mudo y sombrío,
meditando. Suena el viento
en los álamos del río.
En el
segundo momento del poema vuelve a aparecer la naturaleza y se manifiesta en
consecuencia con el alma del poeta. Como ya señalé al comienzo de este análisis
literario, el paisaje exterior es una transfiguración lírica de un paisaje
interior, de un estado anímico, existencial. De manera que lo que comienza a
describirse ahora es una consecuencia de lo que se expresó en la estrofa
anterior. El ritmo del poema se enlentece más todavía. Encontramos pausas en
medio de los versos tendientes a resaltar lo esencial, lo que se quiere
mostrar. Si miramos con atención veremos que no hay nada en la primera parte de
la estrofa que indique agilidad, incluso, el único verbo conjugado “queda” tampoco implica movimiento. Al
final de la estrofa el poeta introduce una nota auditiva, el sonido del viento
entre los álamos del río, que incluso contribuye más todavía a dar esa
sensación de melancolía, de soledad. Salvo el poeta, no hay elementos humanos
en este paisaje. La vida aquí está en la naturaleza y sigue su curso, en el
viento, en el río, pero no en el poeta, que ya no siente el corazón.
Quinta
estrofa
La tarde más se obscurece;
y el camino que serpea
y débilmente blanquea,
se enturbia y desaparece.
Esta
parece ser la estrofa más objetiva del poema, porque lo que encontramos en ella
es una descripción dinámica del paisaje, compuesta prácticamente con verbos. De
todas formas, esas referencias a un mundo aparentemente objetivo siguen teniendo
como función poner de manifiesto el estado anímico de un yo lírico que no
aparece en la estrofa. Esta desaparición es un indicio claro de su impotencia
para seguir soñando caminos. Es una estrofa donde se sintetizan, se vinculan
intrínsecamente, los dos motivos que han caracterizado al poema, la tarde y el
camino. El oscurecimiento de la tarde conlleva la desaparición del camino, que
se va perdiendo de forma gradual; primero blanquea, luego se enturbia y
finalmente desaparece. La correspondencia entre el paisaje exterior y el estado
del alma del poeta nos lleva a interpretar, en la caída de la tarde, el
acabamiento, la finalización de una vida. El camino desaparece porque el poeta,
que ya no siente el corazón, ha dejado de soñarlo. Machado eligió dejar por
fuera al yo lírico en esta estrofa para hacer sentir su muerte en vida, no para
nombrarla, pero sí para sugerirla. Utiliza el polisíndeton, para dar la
sensación de acumulación de elementos negativos, donde los motivos del poema
finalmente desaparecen, ya no hay tarde ni tampoco camino.
Sexta
estrofa
Mi cantar vuelve a plañir:
"Aguda espina dorada,
quién te pudiera sentir
en el corazón clavada."
La
estrofa final retoma la cita de lo que parece ser una copla popular, versos
que, como expresé en la presentación de este poema machadiano, sin duda están
inspirados en el poema “Una vez tuve un
clavo”, de la gran poeta gallega Rosalía de Castro. Es significativo
reparar en una diferencia que se presenta en esta estrofa con respecto a la
copla cantada, porque no es lo mismo decir “yo
voy cantando” que “Mi cantar”. En
esta estrofa final el sujeto es el cantar, independizado de la voluntad del yo.
Es como si ese canto lastimero desbordara la angustia del yo y pasara a tener vida
propia. Hay algo significativo en la referencia a la espina, más allá del
pleonasmo de calificarla como aguda, y es el color. El hecho de que la espina
sea dorada es una muestra de la presencia de la luz en medio del dolor. En la
idealización de ese recuerdo, la espina tiene un color que sugiere, no solo
vida, sino plenitud. En los dos versos finales encontramos el deseo del poeta,
volver a sentir el dolor de esa pasión, porque al menos mientras pudo sufrir se
sintió vivo. Quizá hubiera sido bueno que, en lugar de aspirar a algo de
antemano irrealizable, el yo lírico se abriera a la posibilidad de una nueva
pasión, pero eso no sucede, porque ha perdido la energía para volver a soñar,
el vacío en el alma que le dejó aquella pasión supuso para él la muerte en
vida, el ya no ser.