“Un poeta en
Cartagena de Indias” (I)
Del 12 al 15 de agosto de 2015 se llevó
a cabo en la hermosa ciudad de Cartagena de Indias, el XIII Parlamento Nacional
de Escritores de Colombia. Al encuentro asistieron escritores de todas las
regiones de Colombia y también representantes de diferentes países. He aquí, en
su primera parte, la crónica personal de un escritor uruguayo.
Por Fernando Chelle
El gallo ya cantó, me
dijo el guardia de seguridad del aeropuerto de Cartagena de Indias, la mañana
del 12 de agosto de 2015. Eran las seis, yo me había quedado dormido
sobre un banco. Había llegado en la madrugada y debía esperar a la mañana, para
dirigirme al hotel Stil Cartagena y reportarme como uno de los asistentes al
XIII Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. Como todavía era temprano,
busqué una de las mesas de la tienda Juan Valdés que estuviera cercana a
un enchufe y aproveché para tomarme un capuchino y cargar el teléfono. A las
ocho y media, ya estaba subido en el taxi y me dirigía al hotel. Me llamó la
atención que el moreno conductor me dijera, cuando le indiqué la calle 34,
que allí no tenían la costumbre de indicar o señalar los sitios por calles,
sino por referencias o cercanías a otros lugares. Esto que es tan común en
ciudades pequeñas, donde todos los lugares son conocidos, me sorprendió que lo
fuera en una ciudad de más de un millón de habitantes. Las primeras cuadras que
pude observar de la ciudad, una vez que el taxi abandonó definitivamente el
aeropuerto, no se diferenciaban demasiado de otras urbes colombianas que yo ya conocía.
La gente vestía de la misma forma que en otros lugares de tierra caliente, los
vendedores ambulantes parecían repetirse, lo mismo que los clásicos puestos de
comidas y de venta de minutos. Todo cambió cuando el taxi tomó por la costa de
la ciudad y mis ojos pudieron divisar el esplendor del Mar Caribe y esa
centenaria muralla patrimonio de la humanidad. Al principio, a la muralla la
divisaba de lejos, a mi izquierda estaba la ciudad y a la derecha el mar.
Cuando nos detuvimos en un semáforo, me entretuve mirando unos pelícanos que
estaban en la costa parados sobre unas piedras. Unos parecían estar
petrificados, otros eran mecidos suavemente por las aguas y había uno que
desplegaba sus enormes alas como aprontándose para volar. El taxi dobló a la izquierda
y la muralla quedó a mi derecha, próxima. Si bien estaba a cierta distancia,
por un momento, y no sé por qué, me sentí como el Joven Ernesto en “Los ríos
profundos” de Arguedas, cuando caminaba frente a aquel muro del Cuzco y se
deslumbraba con las líneas que dejaban las junturas de los bloques de rocas. Al
hotel lo reconocí ya desde el taxi, había visto sus fotos en internet y me
había llamado la atención una inmensa pintura de una mujer negra con un prisma
de colores en las manos, que se encuentra en una de las paredes laterales de la
edificación. No solo el hotel había visto en internet, también conocía las
caras y me había ocupado de leer algunas obras, de los miembros de la
Asociación de Escritores de la Costa, organización responsable del Parlamento.
La primera cara conocida que vi fue la del profesor Juan Gutiérrez Magallanes.
Estaba parado en la puerta del Hotel Stil, vestido completamente de blanco,
atuendo característico de muchos hombres costeños. Me acerqué hacia él y me
presenté, se mostró muy amable y me indicó la recepción del hotel, lugar donde
me tenía que dirigir para reportarme. Ese miércoles apenas nos saludamos con
Juan Gutiérrez, pero dos días después íbamos a tener la oportunidad de caminar
unas cuadras por el centro histórico, rumbo al Colegio Mayor de Bolívar,
conversando del barrio Getsemaní, de un diplomático que había llegado quien
sabe de donde en ese momento a la ciudad y por eso el tránsito estaba
interrumpido y de la figura del Pepe Mujica. En la recepción del hotel, mientras
buscaban mi nombre en la lista de invitados, conocí dos escritores argentinos,
de la Provincia de Santa Fe, la narradora Artemia Luisa Spangenberg y el poeta
Héctor de León. En ese momento no imaginaba que estos dos amigos rioplatenses,
junto al querido profesor y poeta cartagenero Argemiro Menco Mendoza, serían
mis compañeros de almuerzo en mis días por la costa. Antes de que me indicaran
definitivamente mi habitación, junto con Artemia y Héctor subí al tercer piso
del hotel. Allí, además de recibir una carpeta con materiales, la credencial
que me identificaba y los correspondientes bonos de comidas, también me
encontré con algunos escritores de la costa atlántica colombiana que yo, como
ya dije, identificaba por haberlos visto en fotografías. Estaba Enrique Jatib,
con quien estuve conversando brevemente sobre los distintos eventos, Antonio
Mora Vélez, uno de los padres de la ciencia ficción colombiana, a quien apenas
tuve la oportunidad de saludar y el propio Joce G Daniels G
(Marqués de la Taruya), quien para sorpresa mía me reconocía. Con Daniels,
luego tuve el placer de conversar el viernes 14 en un restaurante del
barrio Getsemaní, después de mi lectura en la Plaza de la Trinidad y fue quien
me acompañó en la presentación de mi libro “El cuento fantástico en el Río
de la Plata”, que se llevó a cabo el sábado 15 por la mañana en la
Casa‑Museo Rafael Núñez.
Este encuentro de
escritores colombianos y extranjeros que se desarrolla todos los años en el mes
de agosto en la ciudad de Cartagena de Indias presenta en cada una de sus
ediciones unos ejes temáticos determinados que son desarrollados por los
diferentes panelistas. Este 2015, los temas fueron: el centenario del
nacimiento del compositor José Benito Barros Palomino, el centenario de la
publicación de la Metamorfosis, de Franz Kafka y la exaltación de
la vida y obra de Giovanni Quessep Esguerra y de Andrés Elías Flórez Brum. A
estos temas tenemos que sumarles las diferentes presentaciones de libros y los
distintos recitales de poesía que se hicieron durante todos los días que duró
el Parlamento. También en este 2015, junto al Parlamento tradicional, se
realizó por primera vez el Parlamento Joven, que sesionó en sitios alternos.
El hotel en el cual
nos alojamos está ubicado en el centro histórico de Cartagena y la gran mayoría
de las actividades que se realizaron fueron en lugares cercanos al hotel. La
primera actividad, el miércoles 12 de agosto, se realizó en la Universidad
Jorge Tadeo Lozano. No me fue difícil llegar hasta allí, y el camino desde el
hotel fue realmente grato. Me había encontrado por casualidad, con la poeta
yopaleña Pilar León Martínez, quien al siguiente día presentaría, en la misma
universidad, su poemario “El otro color del infinito”. Con ella fui
caminando y charlando hasta llegar a la Tadeo, como comúnmente se identifica a
ese centro de estudios. El barrio histórico es realmente mágico, y si bien
mientras caminaba iba sufriendo de un intenso calor, me sentía extasiado por
ese viaje en el tiempo que supone introducirse en medio de esas estrechas
calles, donde todavía transitan antiguos carruajes tirados por caballos y donde
las viejas casas de arquitectura colonial, enamoran a cualquier visitante.
Mientras caminaba recordé a Gabriel García Márquez, de quien se cuenta que solo
le bastó cruzar las murallas para enamorarse de esta ciudad, y pensé que no era
para menos. Y es que es todo, no solo las casas con sus balcones floridos y las
calles adoquinadas, son las antiguas iglesias, las ventanas de madera tallada,
los inmensos portales y hasta la estética de los diferentes comercios, como
hoteles, bares, restaurantes y heladerías que hay en el lugar. En fin, la
caminata me sirvió para comprobar que existe un mundo mágico y antiguo, que
vive a las costas del Mar Caribe, cercado por una muralla.
Llegamos con Pilar a
la universidad aproximadamente a las 2 y 20 de la tarde. La actividad comenzó
puntual a las 2 y 30. Allí nos encontramos gran parte de los
asistentes al Parlamento, no todos, ya que algunos escritores todavía no habían
llegado a la ciudad. Estaban algunos integrantes de la comisión directiva de la
Asociación de Escritores de la Costa, los miembros del Parlamento Joven y los
numerosos escritores nacionales y extranjeros. El periodista y escritor
cienaguero Delfín Sierra Tejada fue el encargado de moderar esta y la mayoría
de actividades literarias del Parlamento y también fue el maestro de ceremonia
en la gala de instalación oficial, que se llevó a cabo ese mismo día en el
teatro Adolfo Mejía. Uno a uno, los participantes nos presentamos y luego
comenzaron las diferentes exposiciones. En primer lugar, escuchamos al
presidente de la Academia de Historia de Ocaña, el escritor Luis Eduardo Páez
García, que leyó una brillante ponencia, titulada “El quehacer del
escritor en Provincia: soledades y desengaños”. También de gran nivel fue
la segunda intervención de esa tarde, la del escritor, historiador y crítico de
la literatura del Caribe, el señor Roberto Montes Mathieu. Habló de los
200 años del nacimiento del escritor y político, Manuel María Madiedo, y
del triste olvido en que se lo ha tenido dentro de la cultura colombiana. La
última participación de esa tarde le correspondió al escritor y documentalista
de Popayán, Gerardo Frey Campo, que se refirió a la nueva poesía juglar y
recitó algunos de sus poemas. Tuve la dicha de que Gerardo me regalara su obra
“Ritual del silencio”, aunque en la dedicatoria cometiera una
equivocación y comenzara diciendo: “Al poeta argentino Fernando…”, pero bueno,
lo importante es la actitud, como dicen por ahí.
Debíamos apurarnos,
esa primera actividad duró hasta las 5 de la tarde, y la denominada “Gala
blanca”, que se desarrollaría en el Teatro Adolfo Mejía y con la que se
instalaría oficialmente el XIII Parlamento Nacional de Escritores de
Colombia, comenzaría a las 6. Conocía perfectamente el camino de regreso
al hotel, pero de todas formas, junto con otros escritores amigos, decidimos
desviarnos al menos un par de cuadras para seguir disfrutando del pintoresco
paseo. Allí, junto conmigo iban: la poeta caleña Mónica Patricia Ossa Grain, el
escritor y poeta Ibaguereño Alirio Quimbayo Durán, el Poeta Bardo Adalin Aldana
Misath (quien también tuvo la gentileza de regalarme dedicado su último trabajo
“Las alas del viento”). En un momento acertamos a pasar por la Plaza de
Santo Domingo, donde se encuentra la iglesia del mismo nombre. Allí conocimos a
Gertrudis, una gordita completamente desnuda, tumbada de costado y apoyada
sobre uno de sus codos. Se trata de una escultura de Fernando Botero que, según
nos dijeron, tiene un peso de 650 kilos y está en la plaza desde el
año 2000. Por supuesto que nos tomamos fotos. Yo desconocía la creencia
popular que sostiene que hay que tocarle los senos a la gordita para asegurarse
largas relaciones amorosas, así que mis fotos fueron muy formales. Mis amigos,
Alirio y Adalin se ve que estaban al tanto de la creencia o quisieron tomarse
fotos graciosas porque no dudaron en descansar sus manos en los voluptuosos
senos de Gertrudis y posar sonrientes para la cámara.
Del hotel al teatro,
también me fui caminando, esta vez acompañado nada más y nada menos que por el
maestro de ceremonia, el ya mencionado Delfín Sierra Tejada y por el
vicepresidente del Parlamento, el escritor, investigador y docente bolivarense
Rogelio España Vera. En el camino, Delfín me comentó de su proyecto radial‑cultural
Delfín Stereo en la web, que sale al mundo desde Ciénaga‑Magdalena, y me invitó
cordialmente a colaborar, si así lo deseaba, con algún texto. De manera que
estas líneas que está leyendo, querido y desocupado lector, guardan la firme
esperanza de algún día tener eco en ese proyecto cultural cienaguero. Paso a
paso llegamos al teatro. Si bien yo ya estaba deslumbrado con la arquitectura
de las casas de la zona amurallada, me faltaba todavía impresionarme con esta
magnífica edificación. Me comentaron que su diseño está basado en el teatro
Tacón de La Habana, de estilo italiano pero con una fuerte influencia
caribeña, y que su arquitecto, Luis Felipe Jaspe, es responsable también de la
icónica Torre del Reloj y de la Puerta de la Boca del Puente. A la fachada la
adornan hermosas esculturas de las musas, allí, a los pies de Euterpe, antes de
entrar a ese templo de las artes escénicas, me tomé una foto junto al poeta
Gonzalo Alvarino Montañez. Al levantarse el telón, quedó al descubierto una
mesa blanca, donde se encontraban ubicados: la poetisa Guiomar Cuesta Escobar
(Presidente Honoraria del Parlamento en este 2015), el escritor Andrés
Elías Flórez Brum (a quien se reconoció con la entrega del “Libro de Oro”), el
escritor José G. Daniels G (Presidente del Parlamento), el
escritor Antonio Mora Vélez (Canciller del Parlamento) y el escritor Félix
Manzur Jattin (Presidente Honorario del próximo Parlamento). Como ya dije, uno
de los temas elegidos para esta edición 2015 del Parlamento fue el
centenario del nacimiento del compositor José Benito Barros Palomino. En esa
noche se interpretó parte de su obra, primero lo hizo un grupo de estudiantes
cartageneros que cantaron y danzaron y luego un grupo musical llamado “Black
dew trío”. Todos los integrantes de la mesa que referí dieron sus discursos.
Hubo algunos reconocimientos, entre los que destaco el del “Libro de oro” a
Andrés Elías Flórez Brum. Leyeron sus poemas esa noche: la poeta de Medellín,
Anna Francisca Rodas Iglesias, la mexicana Francia Perales (Parlamento Joven),
la barranquillera Laura Luz Ballestas Gil (Parlamento Joven), la también
barranquillera Susana Jiménez, la argentina Yamila Silvero y el poeta
cartagenero Pedro Blas Julio, un poeta que si lo hubiera visto Federico García
Lorca, no hubiera dudado en decir que tiene duende.
CRÓNICA DEL XIII PARLAMENTO NACIONAL DE ESCRITORES DE COLOMBIA
“Un poeta en
Cartagena
de Indias” (II)
Segunda parte de la evocación del XIII
Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. A ese encuentro asistieron
escritores de todas las regiones de Colombia y también representantes de
diferentes países.
Por Fernando Chelle
El jueves 13 de
agosto amaneció radiante en el corralito de piedra. Lo primero que hice fue
abrir la ventana de mi habitación y dejar que la claridad de la mañana la
invadiera. Me detuve a mirar por un instante el ir y venir de los cartageneros
por la antiguamente llamada plazoleta Telecom, hoy denominada plazoleta Benkos
Biohó, en honor a ese gran líder cimarrón que luchó por la liberación del yugo
esclavista. Desde el séptimo piso del hotel Stil Cartagena, gozaba de una
visión amplia de la plazoleta y sus alrededores. Todo en esta ciudad parecía
traerme recuerdos literarios, ya les conté cuando me sentí como el joven
Ernesto de Los ríos profundos, al enfrentarme a las murallas
centenarias. En ese momento, desde la ventana del hotel, no pude dejar de
sentirme como el personaje del escritor Holly Martins, el protagonista de El tercer
hombre, la famosa novela de Graham Greene. La imagen que evoqué de la
novela de Green fue aquella del parque de diversiones, cuando desde lo más alto
de una rueda gigante, Harry Lime le muestra a su amigo Martins como los
habitantes de Viena, vistos desde allí, parecían simplemente puntitos
movedizos. Aquí no parecían puntitos, porque seguramente la altura era menor,
pero uno no elige los recuerdos ni las imágenes que le vienen a la mente,
simplemente llegan y ya, y a mí me llegó esa del novelista británico. La vista
era magnífica, hacia la izquierda podía divisar claramente el Castillo San
Felipe de Barajas, una fortificación construida por los españoles en el
siglo XVI, ubicada sobre el cerro San Lázaro. Casualmente, yo me había
referido a este castillo en un artículo que escribí sobre la casa del General
Francisco de Paula Santander, ubicada en el municipio de Villa del Rosario.
Porque cuentan que las piedras de esta última edificación fueron unidas con
argamasa de cal, arena del río y sangre de res, la misma técnica que se empleó
en algunas partes del castillo, aunque también se dice, y hoy parece estar
confirmado, que en la construcción cartagenera la sangre no fue solo de res
sino también de personas. Pero dejando de lado esa triste historia, yo me
sentía contento que el castillo siguiera en pie, y celebraba el estar viéndolo
en el siglo XXI, después de los diversos ataques ingleses y franceses que
tuvo que soportar. Allí estaba, con su bandera colombiana flameante, como un
testimonio histórico, ahora visitado por turistas de todos los rincones del
mundo, que se acercan hasta el lugar para contemplar una de las obras
arquitectónicas más grandes de todo el continente americano.
Ese jueves estuve
descompuesto durante todo el día, de manera que recién salí del hotel para la
actividad que teníamos en la noche. Lamento haberme perdido las conferencias
referentes a José Benito Barros Palomino y a Giovanni Quessep, como también la
presentación de numerosas obras que se hicieron en esa jornada. Mi compañero de
habitación, el escritor loriquero Alexis Jattin Torralvo, autor deHaten ‑ Jattin.
Una familia libanesa en el mundo, atribuyó mi mal a una virosis que por
esos días había copado Cartagena. Sea como fuere, lo cierto es que ese día,
hasta la noche, no me moví de mi habitación.
La actividad nocturna
se llevaría a cabo en el Club Unión de Cartagena, el primer lugar alejado del
hotel donde nos alojábamos los escritores, de manera que para llegar allí había
que tomar transporte. De forma similar a lo que me había sucedido el día
anterior, cuando me encontré por casualidad en la puerta del hotel con la poeta
yopaleña Pilar León Martínez, con quien fui caminando hasta la Universidad
Jorge Tadeo Lozano, me encontré ese jueves con dos poetas amigas, la argentina
Antonia Russo y la bogotana Alejandra Nieto, a quienes había conocido la noche
anterior en la gala blanca. Con estas amigas tomamos un taxi y nos dirigimos al
lugar donde se realizaría la actividad. El viaje me sirvió para conocer
una zona de la ciudad que todavía no había visto. El Club Unión de Cartagena
está ubicado en el barrio llamado Castillo Grande, localizado al sur de la
ciudad amurallada. Para llegar allí, debimos atravesar el barrio Bocagrande,
que al igual que Castillo Grande, es un barrio turístico y comercial.
Independientemente de las bellas casas modernas y de los imponentes edificios,
en lo personal estos barrios no me resultaron tan atractivos como la ciudad
amurallada. Además de carecer de la magia que tiene el barrio histórico, esta
zona de Cartagena de Indias es una repetición arquitectónica y comercial de lo
que uno puede llegar a ver en muchos sitios. Un hotel Holiday o una tienda de
Nike no se diferencian mucho en Cartagena, Buenos Aires o Paris, es algo así
como los centros comerciales, el que vio uno los vio todos. Llegamos al club
alrededor de las 7 de la tarde, hora a la que se había previsto el
comienzo de la actividad, pero como el número de asistentes todavía era escaso,
decidimos cruzar la calle y tomarnos unas fotos en la playa con la ciudad de
fondo. Cuando vimos que los distintos escritores comenzaban a llegar, cruzamos
y nos integramos al evento. El Club Unión es una edificación de dos pisos, con
una entrada principal en forma de arcada y una puerta de vidrio en la cual está
grabado el logo de la institución, una C y una U enlazadas. El agasajo fue en
el salón principal del club, donde se encontraban distribuidas numerosas mesas
adornadas para la ocasión, y un atril principal, donde su ubicó un pendón
oficial del XIII Parlamento Nacional de Escritores de Colombia. La velada
fue un homenaje a la cultura colombo-árabe, donde pudimos disfrutar del arte de
la danza, la gastronomía y por supuesto la literatura. Comenzó con unas
palabras de bienvenida, a cargo del presidente del club, el Dr. Miguel
Raad Hernández. El espectáculo dancístico consistió en una Belly Dance (danza
del vientre) que contribuyó a darle color arábico a la noche cartagenera.
Estuvo a cargo de la escritora sogamoseña Milena Barrera, quien además de
presentar en el Parlamento su trabajo titulado La danza del
recuerdo, nos deleitó esa noche con una presentación impactante. La
recuerdo desplazándose por el salón del club, con su atuendo azul y su pelo
rojo mientras daba vueltas moviendo los brazos y la cadera. Las lecturas de esa
noche las podríamos dividir en tres representaciones. No es que esto estuviera
pensado así por los organizadores, es algo que yo hago ahora por una finalidad
práctica, sobre todo para recordar, aunque estoy seguro que, aunque no es mi
deseo, de algún escritor me voy a olvidar. La representación más numerosa de
esa noche, fue la de los escritores anfitriones, los cartageneros. Recuerdo la
intervención de Lidia Carcione, la de Alicia Haydar Ghisays, la del profesor y
poeta Argemiro Menco Mendoza y la de la escritora representante de la
“Generación fallida” Nilva Galbán. En segundo lugar, estarían los escritores
colombianos de otros lugares, este es el caso del escritor monteriano Félix
Manzur Jattin (Presidente Honorario del próximo Parlamento) y de la poeta
bogotana Alejandra Nieto. Finalmente, también tuvimos el gusto de escuchar
lecturas poéticas de algunos escritores extranjeros. Entre ellos, la
representante mexicana del Parlamento Joven, la poeta Francia Perales, a quien
ya habíamos tenido el placer de escucharla en la gala blanca, con la que se
inauguró oficialmente el Parlamento. También escuchamos la comprometida poesía
de la poeta hondureña Lety Elvir. Finalmente, la delegación argentina estuvo
representada por el cálido verso de la poeta Antonia Russo y la lectura de un
texto en prosa, del querido poeta Héctor de León. Como no podía ser de otra
manera, la cena brindada consistió en un plato típico de la gastronomía árabe,
repollitos rellenos, hojitas de parra, berenjena rellena y arroz de almendras.
La velada culminó aproximadamente a las diez de la noche. Para retornar al
hotel, una gran cantidad de escritores tuvimos la suerte de poder tomar una
buseta que estaba vacía, porque ya había terminado su recorrido. El trayecto
estuvo marcado por la risa y como no podía ser menos entre una mayoría de
colombianos, por el canto. Allí estuvieron presentes los vallenatos que tanto
le gustaban a Gabriel García Márquez. Nadie más indicado que el poeta vallenato
Adalin Aldana Misath, para entonar las canciones de Rafael Escalona. Adalin
cantaba, “¡Ay! El que no vuela no sube” y la muchedumbre en la buseta le
contestaba, “a ver a Ada Luz en las nubes”. Adalin continuaba, “¡Ay! El que no
vuela no llega allá” y la muchedumbre volvía a responder, “a ver a Ada Luz en
la inmensidad”.
El viernes 14 de
agosto llegó por fin. Era el día de mi lectura, nada más y nada menos que en la
Plaza de la Trinidad, corazón del barrio Getsemaní. Me encontraba totalmente
recuperado de mis males y dispuesto a disfrutar de un día de mucha literatura,
como realmente terminó siéndolo. La actividad matinal se desarrollaría en la
Institución tecnológica, Colegio Mayor de Bolívar, y hasta allí me dirigí en
compañía del poeta vallenato Adalin Aldana Misath y del poeta mexicano Francis
Mestries Benquet, quien presentaría en esa instancia, su poemario Remedios
para el mal de ojo: visiones de Remedios Varo. Hasta las 11 de la
mañana se fueron sucediendo las conferencias referidas a Andrés Elías Flores
Brum, y a La Metamorfosis de Franz Kafka. Disertó la
escritora y docente universitaria bogotana, Carolina Mayorga Rodríguez; el
escritor y docente universitario loriquero, José Hipólito Palomo Zurique; el
escritor envigadeño Edgar Trejos Velásquez; la poeta y gestora cultural porteña
Astrid Sofía Pedraza; el gran novelista, poeta y pintor nacido en Huila, pero
radicado en Ibagué, el señor Benhur Sánchez Suárez; el poeta argentino Jorge
Alberto Giordano; el escritor itagüiseño José Rafael Aguirre Sepúlveda; el
escritor loriquero Antonio Dumett Sevilla; el gran poeta monteriano Galo
Alarcón Contreras, quien tuvo la gentileza de obsequiarme con una dedicatoria
su obra en homenaje a Franz Kafka Huellas de la palabra alucinada,
y finalmente, se cerró esta etapa de conferencias con la brillante exposición
sobreLa Metamorfosis que hizo el también monteriano, el
escritor y docente universitario Nelson Castillo Pérez. Una vez terminada la
parte de las conferencias, se continuó con la presentación de obras literarias.
La primera obra que se presentó, se titula Urbanos, Humanos, extraños,
de la actriz y productora cultural brasilera, María Prado de Oliveira.
Seguidamente, fue el turno de Remedios para el mal de ojo: visiones de
Remedios Varo, del poeta mexicano Francis Mestries Benquet. Finalmente, la
última presentación antes del receso del almuerzo, fue la del escritor
brasilero Valdeck Almeida De Jesus Lotado, quien leyó algunos poemas
seleccionados.
El Colegio Mayor de
Bolívar también está ubicado dentro de la ciudad amurallada, de manera que el
regreso al hotel es un paseo más que agradable. En esa oportunidad, un tramo de
la caminata lo compartí con el poeta ecuatoriano Marcos Rivadaneira y otro con
la poeta de Medellín, Anna Francisca Rodas Iglesias. No recuerdo el motivo por
el cual caminé conversando un tramo con cada uno, pero así fue. La jornada
vespertina comenzaría a las 2 y 20 de la tarde, de manera
que el tiempo para almorzar, darse una ducha y descansar un poco no era mucho.
Ese día, en el restaurante del hotel, almorcé con quienes serían, junto con el
poeta vallenato Adalin Aldana Misath y la poeta bogotana Alejandra Nieto, mis
compinches hasta el final del Parlamento, los escritores argentinos Antonia
Russo, Elizabeth Bustos y Jorge Alacevich. Después de almorzar, subí a mi
habitación con la intención de ducharme y descansar un poco, no de dormir,
porque no quería perderme ninguna presentación. Me despedí de mi compañero
Alexis Jattin Torralvo, que regresó a Lorica, y me quede disfrutando del fresco
de la habitación, hojeando el Magazín del Caribe, un periódico de
la asociación de escritores del Caribe, que me había regalado el historiador y
crítico literario Roberto Montes Mathieu. También aproveché para leer el primer
número deEco Literario, una publicación de la Asociación de
Escritores de Aguachica, que había tenido la gentileza de obsequiarme el
escritor aguachiquense José Orlando Blanco Toscano. Pasadas las 2 de la
tarde, retorné al Colegio Mayor de Bolívar para presenciar las distintas
presentaciones de libros que estaban estipuladas. La jornada vespertina comenzó
con el último miembro de la delegación brasilera, el señor Luis Menezes
Miranda. No hizo la presentación de una obra, sino que se refirió al nacimiento
del colectivo literario brasilero Sarau da Onça. Le siguió el escritor
monteriano Félix Manzur Jattin, que presentó su poemario Infierno y
Paraíso, a quien también debo agradecerle la gentileza de haberme
obsequiado un trabajo discográfico que contiene, además del poemario
mencionado, las obras Poemas Malditos y Rompiendo
Cadenas. El poeta ecuatoriano Marcos Rivadeneira presentó su obra Los días
de la aldaba. El poeta peruano Johnny Barbieri presentó su último poemario,
titulado Bandera de herejes. La poeta caleña radicada en Alemania
Sonia Solarte Orejuela presentó su obra La orfandad de los espejos.
El maestro Antonio Mora Vélez, de quien acabo de leer uno de sus últimos
cuentos, Trasplante de cabeza, presentó su poemario Los jinetes
del recuerdo. La poeta pamplonesa Johanna Marcela Rozo, quien recientemente
ha sido seleccionada como jurado del Concurso Nacional de Cuento MEN- RCN,
presentó su trabajo La sombra y el relámpago. El poeta doradense
Néstor Augusto Esquivel Donato declamó, con acompañamiento de guitarra, algunos
poemas de su libro Poemas soñados en un mar de ilusiones. El
escritor monteriano Serafín Velásquez Acosta, representante del “Bocachico
letrado”, leyó uno de sus relatos inspirados en la defensa de la naturaleza. La
poeta caleña Mónica Patricia Ossa Grain se refirió a ese gran proyecto cultural
llamado “Lecturas Urgentes de Poesía”. La escritora sogamoseña Milena Barrera
presentó su trabajo titulado La danza del recuerdo. Finalmente, la
escritora mexicana Celeste Alba Iris presentó un ensayo titulado Proximidades
y distancia a la poesía tamaulipeca.
La actividad
siguiente, de ese viernes 14 de agosto de 2015, sería el encuentro nocturno en
la Plaza de la Trinidad del Barrio Getsemaní, donde por fin me tocaría leer una
selección poética de mi primer libro Poesía de los pájaros pintados.
Getsemaní es un barrio cercano al centro, contiguo a la ciudad amurallada, de
manera que la distancia desde el hotel a la Plaza de la Trinidad no es mucha y
se puede hacer caminando. Así lo hice y fue como seguir viajando en el tiempo.
El barrio, uno de los más representativos de la ciudad, donde se dio el grito
de independencia en 1811, es una fiesta para los sentidos, al menos para
los míos, porque en esto de los gustos hay para todos. Allí, donde vivían los
esclavos en la época de la Colonia, hoy se nuclea lo más colorido de la vida
bohemia cartagenera. Hoteles de arquitectura colonial con sus balcones
floridos, tiendas de distintas artesanías, lugares donde se alquilan
bicicletas, bares, restaurantes y sitios donde se desarrollan numerosas
actividades culturales, hacen que este barrio sea el elegido por viajeros
jóvenes de diferentes lugares del mundo. El sitio donde se desarrolló la
actividad del Parlamento, la Plaza de la Trinidad, es el corazón del barrio. Se
encuentra situada frente a la Parroquia de la Santísima Trinidad, una
edificación del siglo XVI, hoy pintada completamente de color amarillo.
Allí aproveché para tomarme una foto en el monumento, compuesto de tres
estatuas, en homenaje al mulato cubano Pedro Romero, líder del movimiento de
los lanceros de Getsemaní, ese grupo de artesanos que combatieron por la
independencia de Cartagena, allá por 1811. Como en la gran mayoría de las
actividades del Parlamento, el presentador fue el periodista y escritor cienaguero
Delfín Sierra Tejada. El primero en leer fue el poeta vallenato, conocido entre
los amigos como el “Poeta Bardo”, el señor Adalin Aldana Misath. Tomó el
micrófono, se apartó del atril, bajó los escalones que lo separaban del público
y desde allí recitó su poesía. En segundo lugar, leyó otro poeta amigo, que
como ustedes recordarán se tomó una foto tocándole los senos a Gertrudis, me
refiero al poeta Ibaguereño Alirio Quimbayo Durán. Y así se fueron sucediendo
las distintas intervenciones: el poeta vallenato, Álvaro Maestre García; la
escritora argentina Antonia Russo; el profesor y poeta cartagenero Argemiro
Menco Mendoza; el poeta argentino Héctor de León; la poeta y gestora cultural
porteña Astrid Sofía Pedraza; el poeta momilero, representante del Parlamento
Joven, el señor Naiver Urango; el poeta envigadeño Omar Darío Gallo Quintero;
la poeta cartagenera Rosemary Macía, representante de la “Generación Fallida”,
el taller literario que lidera el poeta cartagenero Gonzalo Alvarino; la poeta
envigadeña Xiomara García, también perteneciente al Parlamento Joven; la poeta
y artista textil argentina Elizabeth Bustos, y luego me tocó a mí. Hasta el
momento había permanecido sentado, muy atento a las distintas intervenciones.
Tenía en las manos mi libro Poesía de los pájaros pintados con
una nota en un papel suelto que decía: Yo lírico,
página 1; Nervios, página 2; Al gran Sol,
página 5; Caeré en tu pecho, página 25; Recuérdame,
página 42; Una tarde en La Coqueta, página 66.
Aparte de esta nota, tenía también dentro del libro una hoja con el poema Muelles
de la palabra, texto que abre el poemario homónimo, todavía inédito en
aquel mes de agosto. Sabía que no podía leer esa cantidad de poemas, pero no
importaba, me decidiría por alguno de ellos una vez en el atril. Saludé al
público presente, y agradecí a los miembros de la directiva del Parlamento. Esa
noche se encontraban sentados, en una mesa exquisitamente adornada con las
obras de la poeta y artista textil argentina Elizabeth Bustos, el profesor Juan
Gutiérrez Magallanes, la poetisa Guiomar Cuesta Escobar, el escritor Andrés
Elías Flórez Brum y el escritor Antonio Mora Vélez. Me decidí por la lectura
de Yo lírico, texto con que se abre Poesía de los
pájaros pintados, y por Muelles de la palabra, texto con que se
abre el poemario del mismo nombre. No quise leer más, porque los textos
elegidos son relativamente extensos y quedaban todavía bastantes poetas por
intervenir. Yo quedé completamente conforme, en primer lugar porque sentí la
aceptación del público y en segundo término porque tuve la oportunidad de
presentar, al menos un texto de cada uno de mis poemarios. Después de mí,
leyeron: el poeta cartagenero Gonzalo Alvarino; el poeta argentino Jorge
Alacevich, que entre otras cosas, acaba de publicar su obra Desde el
alma; la poeta hondureña Lety Elvir; la poeta de Medellín, Lina María Gómez
Ramírez; el representante del Parlamento Joven, también de Medellín, el señor
Cristian Camilo Hidalgo; la barranquillera Laura Luz Ballestas Gil, también del
Parlamento Joven; la cartagenera Ruth Patricia Diado y finalmente el gran poeta
cartagenero, el señor Pedro Blas Julio Romero.
Al finalizar la
actividad en la Plaza de la Trinidad, todos los escritores nos dirigimos a
“Las Indias Boutique Gourmet”, un restaurante ubicado también en el barrio
Getsemaní, a escasos metros de la plazoleta del pozo, otro de los lugares
emblemáticos de esta maravillosa ciudad. El restaurante tiene un salón
principal, que da a la calle, y luego un largo patio adornado con diferentes
plantas, que fue donde nos ubicamos para cenar los escritores. Fue una noche
fantástica, ideal para confraternizar y hacer amigos. En ese lugar surgió la
representación nortesantandereana de “Lecturas Urgentes de Poesía”, y por ahí
anda la foto de ese casual encuentro entre el escritor ocañero Luis Eduardo
Páez García, la poeta pamplonesa Johanna Marcela Rozo y quien escribe, con la
poeta caleña Mónica Patricia Ossa Grain, directora de ese movimiento literario.
La noche estaba demasiado linda para retirarnos al hotel. Junto a mis
compinches, los ya referidos: Adalin Aldana Misath, Antonia Russo, Elizabeth
Bustos y Jorge Alacevich hicimos una primera escala en la plazoleta del pozo.
Allí nos tomamos fotos con las distintas esculturas de hierro forjado que
adornan el lugar. Todas representan actos que podríamos llamar cotidianos; un
niño que escapa de un perro que le muerde el pantalón; un hombre que golpea a
otro; un borracho que orina contra el poste de un farol, acompañado por un
perro que también está orinando. Enfrente de la plazoleta también hay una
escultura, se trata de un hombre tocando la guitarra. Seguimos caminando,
estuvimos en otro de los pintorescos bares que se multiplican en el lugar y
finalmente terminamos aquel maravilloso día charlando enfrente del hotel, hasta
que nos comenzó a ganar el sueño.
Así llegó el sábado
15 de agosto de 2015, último día del XIII Parlamento Nacional de Escritores de
Colombia. Ya había leído mis poesías, ahora había llegado el día de hacer la
presentación de mi último libro publicado hasta ese momento, El cuento
fantástico en el Río de la Plata. La actividad se realizaría en la Casa
Museo Rafael Núñez, donde antiguamente vivió ese ilustre cartagenero que ocupó
la presidencia de Colombia en cuatro ocasiones. La residencia está situada en
el antiguo barrio de pescadores llamado El Cabrero, hasta allí fui
caminando junto con mis compinches. La casa es una edificación de dos pisos,
con techos de tejas, con mucha madera, ya sea en sus múltiples ventanales como
en el balcón que la rodea. Es más, el segundo piso es todo de madera, tiene un
amplio patio, con muchas flores y palmeras, y en su interior se pueden ver los
muebles de época, que pertenecieron a Rafael Núñez. En esa última jornada, se
presentaron libros, hubo algunas lecturas y se cerró el Parlamento 2015
con una evaluación general y una declaración pública. Comenzó la jornada con la
presentación del libro Kanú, el hijo de la selva profunda, del
escritor cartagenero ganador del premio Gauchupe de Oro 2015, el señor
Antonio Prada Fortul. Le siguió la presentación de Sigilos paralelos,
último poemario del también cartagenero, Argemiro Menco Mendoza. Leyeron los
miembros de la Asociación de Literatura Duitama, el escritor Elkin Jiménez
Jaimes y la poeta Elizabeth Córdova Pérez, y después de ellos me tocó a mí.
Quién me presentó y acompañó en la mesa, fue el escritor Joce
G. Daniels G (Marqués de la Taruya), Presidente del Parlamento
Nacional de Escritores de Colombia. Mi exposición consistió en la lectura del
prólogo del libro El cuento fantástico en el Río de la Plata.
Comencé contando, como el libro es la reunión de cinco artículos de carácter
literario, donde comento y analizo las principales características de cuatro
cuentistas rioplatenses. Referí también que en un principio los artículos se
habían difundido en revistas y que posteriormente decidí juntarlos, escribir un
prólogo, que de alguna manera los nucleara, y publicarlos en forma de libro.
Hecho este comentario, pasé a leer el prólogo del libro, que fue lo que
constituyó el núcleo de mi presentación. Me sucedió la poeta de Medellín Anna
Francisca Rodas Iglesias, que dio lectura a un ensayo titulado Medellín,
ciudad tomada por el fuego de la palabra. Con la intervención de Anna,
culminaron las presentaciones y se pasó a hacer una evaluación general del
Parlamento Nacional de Escritores de Colombia 2015. También se pusieron a
consideración de los escritores presentes dos propuestas: el rechazo público a
las actuaciones del “Pacificador” Pablo Morillo, durante el sitio de Cartagena,
y una proclama con respecto al proceso de paz en Colombia que se viene
desarrollando en la ciudad de La Habana, Cuba. Las dos propuestas fueron
aprobadas por unanimidad.
Después de aquí, solo
queda la despedida, pero esa no la cuento. Prefiero pensar que pronto he de
volver a esta ciudad maravillosa, llena de poesía. Hablando de poesía,
Cartagena de Indias, te debo una.