Felisberto Hernández fue un escritor
recibido tanto con desdén como con aplausos. Desde las primeras etapas, la obra
del autor uruguayo recibió visiones encontradas de la crítica y de diversos
escritores. Lecturas negativas y positivas en cuanto a su valor literario,
desde la indiferencia, la marginación y el desdén hasta la aprobación, el
reconocimiento y la admiración más profunda.
Por Fernando Chelle
En
cierta oportunidad Carlos Maggi, el gran escritor uruguayo perteneciente a la
"Generación del 45", expresó: “Felisberto fue el principal
enemigo de su literatura. Era un tipo inseguro, tímido, como acorralado.
Desesperado por cobrar confianza, buscando que lo elogiaran o que le dieran una
opinión favorable” (Di Candia, 2003). Sería bueno detenernos en
estas palabras y reflexionar, desde una perspectiva histórica, sobre por qué
Felisberto buscaba afanosamente la aprobación de sus contemporáneos.
La
narrativa felisbertiana representó dentro de las letras uruguayas un quiebre
significativo con lo que se había hecho hasta el momento. Si bien el Uruguay ya
contaba en su tradición con cuentistas destacados, como los de la
"Generación del 900", Javier de Viana en lo que respecta a la
literatura del campo y Horacio Quiroga con sus cuentos de ambientes urbanos, no
existía un escritor cuya perspectiva narrativa estuviera tan asociada a lo
psicológico, a las asociaciones mentales, más que a lo racional y estructurado.
La
visión narrativa que intenta mostrar no solo lo racional, sino también la
profundidad psicológica en el comportamiento del individuo, está presente
también en otros autores uruguayos contemporáneos a Felisberto, como Juan José
Morosoli, Francisco Espínola o Juan Carlos Onetti, pero con la diferencia de
que estos autores nunca se alejaron de un realismo testimonial, al menos los
dos primeros, y sus relatos presentan, en su mayoría, estructuras racionales y
lógicas.
El
caso de Felisberto es distinto. Sus textos nada tienen que ver con un realismo
testimonial; su atención a aspectos como la memoria, el misterio dentro de lo
cotidiano, el relacionamiento con el cuerpo, la animación de los objetos, entre
otros, hacen de él un autor con una mirada vanguardista dentro de la literatura
uruguaya.
Por
lo general, cuando en el terreno artístico aparece un autor que rompe con lo
tradicionalmente aceptado por la crítica, ésta lo mira con indiferencia, lo
margina y lo relega. Algo de eso fue lo que sucedió con la obra de Felisberto
Hernández, donde cierta parte de la crítica contemporánea al autor no dudó en
atacarlo.
El
crítico uruguayo Alberto Zum Felde, en un principio, porque luego tuvo
opiniones muy favorables para Felisberto, se mostró muy hostil con la obra del
cuentista; recién lo nombra en la tercera edición de su Proceso intelectual
del Uruguay. Lo estudia desde un punto de vista psicoanalítico, dice de sus
personajes:
“El
predominio de los complejos sexuales es característico en esa psicología
mórbida de sus personajes, a los que el autor envuelve en la fantasía de sus
circunstancias. Casi todos experimentan psicosis relacionadas con la libido”.
(Zum Felde, 1967).
Pero
sin duda quien criticó con más fuerza a Felisberto fue Emir Rodríguez Monegal,
quien también lo analizó desde una perspectiva psicoanalítica, aunque no
solamente:
“Porque
ese niño no maduró más. No maduró para la vida ni para el pensamiento, no
maduró para el arte ni para lo sexual. No maduró para el habla. Es cierto que
es precoz y puede tocar con sus palabras (después que los ojos vieron o la mano
palpó), la forma instantánea de las cosas. (Alguien afirmará que esto es
poesía). Pero no puede organizar sus experiencias, ni la comunicación de las
mismas; no puede regular la fluencia de la palabra. Toda su inmadurez, su
absurda precocidad, se manifiesta en esa inagotable cháchara, cruzada (a
ratos), por alguna expresión feliz, pero imprecisa siempre, fláccida siempre,
abrumada de vulgaridades, pleonasmos, incorrecciones”. (Rodríguez
Monegal, 1948. pp. 51-52).
Quizá
la utilización de la primera persona en la inmensa mayoría de los relatos
felisbertianos, y la narración de sucesos que le acontecen a un pianista
itinerante, hizo que cierta parte de la crítica no separara, a la hora de
analizar, la realidad de una persona de la de un personaje de ficción. Se toma
al autor como si fuera el personaje y esto no es correcto, independientemente
de que existan claros paralelismos entre el Felisberto hombre y el personaje de
sus relatos. La obra de arte pertenece a un terreno ficcional, es autónoma y no
se debe analizar un personaje de ficción como si fuera el autor; son entidades
diferentes.
Pero
si bien es cierto que a lo largo de su vida Felisberto recibió cierto desdén
por parte de la crítica, también es cierto que recibió cuantiosos elogios y
muestras de aprobación a su obra.
En
1922, José Pedro Bellán, escritor y dramaturgo, maestro de escuela de
Felisberto, le presentó al filósofo uruguayo Carlos Vaz Ferreira, quien
influirá y aprobará positivamente su obra. Los famosos y humildes cuatro
primeros libros de Felisberto Hernández, conocidos como los libros sin tapa (Fulano
de tal, 1925; Libro sin tapas, 1929; La cara
de Ana, 1930; y La envenenada, 1931), logran tener
una opinión positiva no solo del filósofo, sino también de otros escritores e
intelectuales de la época. Entre otros se encuentran Antonio Soto, Carlos
Mastronardi, Mercedes Pinto y Esther de Cáceres.
Con
respecto a la influencia de Vaz Ferreira, Norah Giraldi Dei Cas nos dice:
"Desde el punto de vista filosófico toda la obra de Hernández puede ser
asimilada a algunos de los puntales fundamentales de la llamada 'filosofía de
la vida' en la cual se inscribe el pensamiento de Vaz Ferreira”.
(Giraldi Dei Cas, 1975).
El
31 de Julio de 1935 se lleva a cabo un homenaje a Felisberto en el Ateneo de
Montevideo, donde hacen uso de la palabra la escritora Esther de Cáceres, el
artista plástico Joaquín Torres García y el crítico literario Alberto
Zum Felde.
El
apoyo de Joaquín Torres García a la obra de Felisberto también estuvo presente
en el año 1942 con motivo de la publicación del cuarto libro del
cuentista, titulado Por los tiempos de Clemente Colling. Este libro
fundamental, ganador del premio del Ministerio de Instrucción Pública, fue
auspiciado por trece personalidades entre las que se encontraba el artista
plástico. En la presentación de la obra, al comienzo del libro pueden leerse
las siguientes palabras:
“Editan
la presente novela de Felisberto Hernández un grupo de sus amigos en
reconocimiento por la labor que este alto espíritu ha realizado en nuestro país
con su obra fecunda y de calidad como compositor, concertista y escritor.”
(Hernández, 1942).
Los
que adhieren son: Carmelo de Arzadum, Carlos Benvenuto, Alfredo Cáceres,
Spencer Díaz, Luis E. Gil Salguero, Sadí Mesa, José Paladino, Julio
Paladino, Yamandú Rodríguez, Clemente Ruggia, Ignacio Soria Gowland, Nicolás
Tedesca y Joaquín Torres García.
De
esa época también es la carta consagratoria del poeta franco‑uruguayo Jules
Supervielle. Esa misiva Felisberto la difundió en las páginas finales de su
libro aparecido en 1943 El caballo perdido.
En
ese escrito, Supervielle hace referencia al impacto que le produjo la lectura
de Por los tiempos de Clemente Colling. La carta dice:
“Qué
placer he tenido en leer a Ud, en llegar a conocer a un escritor realmente
nuevo que alcanza la belleza y aun la grandeza a fuerza de ‘humildad ante el
asunto’.
Ud. alcanza
la originalidad sin buscarla en lo más mínimo por una inclinación natural hacia
la profundidad. Ud. tiene el sentido innato de lo que será clásico un día.
Sus imágenes son siempre significativas y respondiendo a una necesidad están
prontas a grabarse en el espíritu.
Su
narración contiene páginas dignas de figurar en rigurosas antologías -las hay
absolutamente admirables- y lo felicito de todo corazón por habernos dado ese
libro.
Gracias
también a sus amigos que han tenido el honor de editar esas páginas.
Vuestro
Julio
Supervielle” (Hernández, 1943).
Además
de apoyar, reconocer y difundir la obra de Felisberto entre intelectuales y
escritores de la época, Supervielle llegó a ser muy importante en la vida del
cuentista uruguayo. Como Ministro Consejero encargado de asuntos culturales en
la embajada uruguaya en París, en 1946 le consigue una beca otorgada por
el gobierno francés. La estadía de Felisberto en Francia dura dos años.
Las
críticas positivas y los elogios a la obra de Felisberto Hernández se fueron sucediendo
a lo largo de su vida y se incrementaron notoriamente después de su muerte.
Apenas
a los pocos días de la muerte de Felisberto, el 17 de enero de 1964, Ángel
Rama, crítico que siempre fue un gran defensor de la obra felisbertiana,
escribe un artículo en Marcha titulado, "Sobre Felisberto
Hernández: Burlón poeta de la materia", donde expresa: “Ha muerto uno
de los grandes narradores del Uruguay, de los más originales, auténticos y
talentosos”; y aprovecha para descargarse contra el ambiente
intelectual de la época que, al decir de Roberto Ibáñez, solo reconocería la obra
literaria de Felisberto dentro de veinte años. Dice Rama en el citado artículo:
“Tener
que decirlo así, en tono polémico, o, como Ibáñez, tener que remitirse al
reconocimiento futuro, es comprobar la inercia del país para percibir el arte
cuando no nace en el mundillo agitado y frívolo de los que se creen dueños de
la cultura, cuando nace fuera del trillo convencional que esos mismos han
decretado para la literatura, sin que nadie sepa con qué autoridad o
conocimiento” (Rama, 1964).
Antes
del tiempo estipulado por Roberto Ibáñez va a comenzar el reconocimiento
internacional del público y de la crítica a la obra de Felisberto Hernández. El
año 1974 es muy importante porque es cuando ve la luz la edición de sus
obras completas, compiladas por José Pedro Díaz; esa obra tendrá su edición
definitiva de tres tomos en 1983. El 31 de marzo del mismo
año 1974, en la ciudad de Buenos Aires, el escritor y periodista argentino
Tomás Eloy Martínez escribe un extenso artículo en el suplemento cultural de La Opinión titulado
"Para que nadie olvide a Felisberto Hernández", donde comienza
contando los pormenores de la etapa final de la vida del cuentista, para luego
continuar con una completa biografía que repara tanto en la personalidad de
Felisberto como en algunas características de su obra. También de 1974 es
la edición de Nessuno accendeva le lampade, traducción italiana de Nadie
encendía las lámparas, publicada por la editorial Einaudi, donde en una
nota introductoria Italo Calvino destaca la originalidad del cuentista
uruguayo: “Felisberto Hernández es un escritor que no se parece a nadie: a
ninguno de los europeos ni a ninguno de los latinoamericanos; es un 'irregular'
que escapa a toda clasificación y a todo encuadramiento”. Allí también
afirma: “… el autor ha llegado a conquistar un sitio entre los
especialistas del 'cuento fantástico' hispanoamericano”
(Calvino, 1974)
En 1981, la
Biblioteca Ayacucho publica una edición titulada Felisberto Hernández:
Novelas y cuentos, donde aparece la famosa Carta a mano propia de
Julio Cortázar.[1] Allí el escritor
argentino expresa su profunda admiración y afecto por Felisberto Hernández,
cuenta como se sintió deslumbrado por cuentos como El acomodador y Menos
Julia, y expresa: “… me pregunto si muchos de los que en aquel
entonces (y en éste, todavía) te ignoraron o te perdonaron la vida, no eran
gentes incapaces de comprender por qué escribías lo que escribías y sobre todo
por qué lo escribías así…”. (Cortázar, 1981). Lo califica de
eleata de su tiempo, por no aceptar las categorías lógicas impuestas por la
tradición, y dice que todo lo maravilloso y oscuro del mundo se encuentra en la
obra del autor de La casa inundada.
Son
muchos y muy diversos los escritores que tanto en vida como después de la
muerte de Felisberto apoyaron su obra. Hay muchos más de los referidos, como el
poeta argentino Oliverio Girondo (quien colaboró para que Felisberto publicara Nadie
encendía las lámparas en la ciudad de Buenos Aires en 1947), Juan
Carlos Onetti, Augusto Roa Bastos, Carlos Fuentes (quien lo situaba, junto con
Juan Carlos Onetti y Horacio Quiroga, como iniciador de la nueva literatura
latinoamericana). A estos podríamos sumar los nombres de otros artistas que
comentaron positivamente la obra felisbertiana. Según Walter Rela, Felisberto “disponía
de comentarios en cartas que mostraba con orgullo: Amado Alonso, Gómez de la
Serna, Mallea, Puccini, Mastronardi” (Rela, 2002).
En el año 2002 se
realizó un homenaje a Felisberto Hernández, en la Universidad Autónoma de
México, con motivo de la conmemoración del centenario de su nacimiento. Se
abrió con un telegrama del premio Nobel colombiano Gabriel García Márquez donde
reconocía que de no haber leído a Felisberto nunca hubiese llegado a ser el
escritor que fue.[2]
Referencias
Calvino,
Italo. Prólogo a Nessuno accendeva le lampade, Turín, Einaudi,
1974.
Cortázar,
Julio. Carta a mano propia, en Felisberto Hernández:
Novelas y cuentos, Caracas, Biblioteca Ayacucho, 1981.
Giraldi
Dei Cas, Norah. Felisberto Hernández, del creador al hombre,
Montevideo, Ediciones de la Banda Oriental, 1975.
Hernández,
Felisberto. Por los tiempos de Clemente Colling, Montevideo,
González Panizza Hnos. Editores, 1942.
Hernández,
Felisberto. El caballo perdido, Montevideo, González Panizza Hnos.
Editores, 1943.
Zum
Felde, Alberto. Proceso intelectual del Uruguay (Tomo III),
Montevideo, Nuevo Mundo, 1967.
[2] CEl presente
artículo continuará en la próxima edición de vadenuevo con
un abordaje específico de algunos aspectos de la obra del narrador uruguayo y
el análisis literario de alguno de sus cuentos.