Muy buenas tardes a todos, para mí es un gusto
poder compartir esta instancia con ustedes y fundamentalmente con mi amigo, el
poeta cartagenero Gonzalo Albarino, con el que tantas charlas literarias he
tenido y tantas poesías he compartido en distintos lugares de la geografía de
este país tan querido. No abordaré la
presentación del libro “El olor de mis manos” de la forma tradicional, es
decir, diciendo algunas palabras y luego leyendo una serie de textos con la
pretensión de ilustrar lo dicho, sino que tomaré el camino contrario, primero
leeré tres poemas y luego sí haré unas apreciaciones, muy breves, pero llenas
de gratitud y de aprecio.
(Lectura de los poemas: Alba, Lucrecia y Elda)
“El olor
de mis manos” no deja de ser
una muestra mínima de la basta obra poética de Gonzalo Albarino. Cuando lo
crucé hace un par de años en La Guajira recuerdo que cargaba un manojo de hojas
grandísimo, anilladas, casi una resma, que contenía siete poemarios inéditos, así
que, por ahí ahora, seguramente cuente con alguno más. Pero es una muestra
mínima muy bien lograda, muy bien estructurada, donde existe una línea temática
que atraviesa el conjunto de poemas. A medida que vamos avanzando en la obra comenzamos
a reconocer una voz propia que nos irá contando en pequeños textos, dije
contando si, escucharon bien, porque son poemas con un fuerte componente
narrativo, nos ira contando el despertar sexual de un niño al que le tocó vivir
en un contexto muy particular, en una casa de putas. Y aquí, en las páginas de
“El olor de mis manos” respiran estas mujeres complejas, con sus alegrías
algunas, pero, sobre todo, con sus dolores a cuestas, dolores, muchas veces
disfrazados de alegrías. No se trata de estereotipos sino de verdaderos
personajes, sí, escucharon bien, dije personajes, más de cincuenta mujeres con
sus luces y sus sombras, con sus virtudes y sus miserias.
Gonzalo Albarino es el padre de unos versos
que, aunque él no lo suponga, cada tanto repican en mi memoria, dicen algo así
como “No pretendo llegar a ningún lado,
solo sé que las piedras tienen mucho que decir y sin embargo guardan silencio”.
Hoy me toca celebrar el hecho de que, Gonzalo, haya roto el silencio y haya
llegado hasta aquí, hasta este recinto de Corferias, para regalarnos a los
amigos que estamos reunidos el olor de sus manos de poeta. Muchas gracias.
Fernando
Chelle
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