domingo, 31 de marzo de 2019

Prólogo del libro "El amor de los enciclopedistas", de Andrés Ricardo Carvajal Castro


PRÓLOGO

Andrés Ricardo Carvajal Castro, el que escribe a la sombra de las artes

El año pasado, en el prólogo que tuve el gusto de escribir a otro joven cuentista nortesantandereano, me referí al hecho de que es muy común escuchar, cuando se habla de la literatura de este departamento fronterizo del país, únicamente los nombres de Eduardo Cote Lamus, Jorge Gaitán Durán y José Eusebio Caro. Felizmente, esto cada vez está más lejos de la realidad, y quien se refiera hoy a la literatura nortesantandereana haciendo referencia únicamente a esos nombres, es simplemente porque desconoce la producción escrita de calidad que se ha dado y, sobre todo, que se está dando últimamente en Cúcuta, en Ocaña, en Pamplona y en otros municipios del departamento. Pero bueno, este no es un espacio pare extenderme en este tipo de reflexiones, y si me refiero al asunto es simplemente porque voy a presentar al público, y también a celebrar, la publicación de El amor de los enciclopedistas, un libro de cuentos que reúne diez textos breves, que constituyen la ópera prima del escritor cucuteño Andrés Ricardo Carvajal Castro. Un libro que, aparte de estar bien escrito, presenta unas temáticas que lo universalizan. No se trata de textos testimoniales, ni que quieran venir a rescatar determinadas tradiciones, ni nada por el estilo. Son relatos que han nacido a la sombra de la literatura, del cine, de la música, de la pintura, y que están escritos, sin dudas, por un amante de la cultura. 
En la obra predominan los relatos puramente ficcionales, los textos que no son fruto de la imitación de una realidad exterior a la que el escritor haya podido tomar como ejemplo. Ya desde Semillas germinadas, el cuento con que se abre la obra, entramos en contacto con una literatura emparentada, más que con el realismo testimonial, con la mitología, con el relato de tono fantástico y también distópico. No pude dejar de recordar al leer este texto, al Mito griego de Dafne y Apolo, que tan brillantemente recreo entre otros Garcilaso de la Vega en su Soneto XIII, y al Mito amazónico de Yurupary. Pero también, por un momento, recordé las clásicas distopías donde los Estados totalitarios son los que terminan decidiendo la ventura o la desventura de la población sometida. Características mitológicas muy marcadas, que nos remiten principalmente al Mito del Minotauro, encontramos también en el cuento titulado Sopor eterno, un extenso recorrido por un tortuoso reino onírico, realizado por un epiléptico personaje principal, con el objetivo de llevarle unas medicinas a su abuela. Un relato que presenta características, más que fantásticas, si se quiere extrañas, al que podríamos calificar incluso con el término rubendariano de “raro”, es el titulado Piezas, donde se cuenta la historia de un desdichado joven que poseía la facultad de intercambiarse los órganos de su cuerpo, como si se tratase de piezas de un rompecabezas. Hay otro relato, emparentado con lo distópico, que perfectamente podríamos calificar de ciencia ficción, el que lleva por título Escupiendo sangre, un cuento que mucho me recordó al ambiente de la película Mad Max, y que cuenta una serie de combates armados a los que se enfrenta un guitarrista espacial. Podríamos cerrar el bloque de los cuentos con este tipo de características con Ella, la narración más breve de la obra, centrada en la historia fantástica de una pintura que cobra vida, otra ficción que no podemos dejar de emparentar con ciertos símbolos de la literatura, como El retrato de Dorian Gray, la memorable novela de Oscar Wilde.
Pero si bien es algo constatable el predominio dentro de la obra de ficciones fantásticas, futuristas, cercanas a la ciencia ficción y a las distopías, encontramos también algunas que podríamos denominar realistas y hasta costumbristas, como por ejemplo la titulada La última habitación a la izquierda, que nos cuenta lo que parecía iba a ser el último día de Rozo, un escritor mediocre con pensamientos suicidas idolatrado por jóvenes universitarios. Otro cuento que se cimenta en la realidad, que tiene como telón de fondo un contexto histórico y unos personajes reconocibles, como Diego Rivera o Chavela Vargas, es el titulado El Bolero de Frida. Aunque para ser justos, es necesario decir que este relato, cuya protagonista es la pintora mexicana Frida Kalo, no deja de tener también elementos como los que caracterizan a los que unifiqué dentro del primer bloque. La habitación morada, sí es un cuento de características puramente realistas, que narra el regreso de Antonio, un personaje atormentado, a la casa de las hermanas Rojas. Se trata de un relato que, por su temática, fácilmente lo podríamos calificar, sirviéndonos de un título quiroguiano, como un cuento de amor de locura y de muerte.
Hay dos cuentos que yo dejaría por fuera de los grupos a los que me referí. El titulado La flor de lúpulo que, con sus castillos, verdugos, brebajes mágicos y doncellas cautivas, tiene todos los ingredientes de un relato medieval, donde no falta el sexo, los soldados corruptos y también los asesinatos. Y finalmente el cuento que da nombre a la obra, El amor de los enciclopedistas, una historia contada en primera persona por Umberto, un anciano enciclopedista misógino, habitante de una antigua abadía italiana, que nos relatará el fugaz encuentro intelectual y amoroso que tuvo con una investigadora que lo admiraba. Es inevitable que como lectores recordemos con este texto al gran Umberto Eco y a su novela El nombre de la Rosa.
Me retiro diciendo que El amor de los enciclopedistas, es otra excelente muestra de la nueva narrativa colombiana. Un libro disfrutable, escrito a la sombra de las diferentes manifestaciones artísticas, donde el autor supo plasmar con magisterio su valioso universo cultural.

Fernando Chelle
San José de Cúcuta, 16 de enero de 2019 

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