PRÓLOGO
Andrés Ricardo Carvajal Castro, el
que escribe a la sombra de las artes
El
año pasado, en el prólogo que tuve el gusto de escribir a otro joven cuentista
nortesantandereano, me referí al hecho de que es muy común escuchar, cuando se
habla de la literatura de este departamento fronterizo del país, únicamente los
nombres de Eduardo Cote Lamus, Jorge Gaitán Durán y José Eusebio Caro.
Felizmente, esto cada vez está más lejos de la realidad, y quien se refiera hoy
a la literatura nortesantandereana haciendo referencia únicamente a esos
nombres, es simplemente porque desconoce la producción escrita de calidad que
se ha dado y, sobre todo, que se está dando últimamente en Cúcuta, en Ocaña, en
Pamplona y en otros municipios del departamento. Pero bueno, este no es un
espacio pare extenderme en este tipo de reflexiones, y si me refiero al asunto
es simplemente porque voy a presentar al público, y también a celebrar, la
publicación de El amor de los enciclopedistas, un libro de cuentos que reúne
diez textos breves, que constituyen la ópera prima del escritor cucuteño Andrés
Ricardo Carvajal Castro. Un libro que, aparte de estar bien escrito, presenta
unas temáticas que lo universalizan. No se trata de textos testimoniales, ni
que quieran venir a rescatar determinadas tradiciones, ni nada por el estilo.
Son relatos que han nacido a la sombra de la literatura, del cine, de la
música, de la pintura, y que están escritos, sin dudas, por un amante de la
cultura.
En
la obra predominan los relatos puramente ficcionales, los textos que no son
fruto de la imitación de una realidad exterior a la que el escritor haya podido
tomar como ejemplo. Ya desde Semillas germinadas, el cuento con
que se abre la obra, entramos en contacto con una literatura emparentada, más
que con el realismo testimonial, con la mitología, con el relato de tono
fantástico y también distópico. No pude dejar de recordar al leer este texto,
al Mito griego de Dafne y Apolo, que
tan brillantemente recreo entre otros Garcilaso de la Vega en su Soneto XIII, y al Mito amazónico de Yurupary. Pero también, por un momento, recordé
las clásicas distopías donde los Estados totalitarios son los que terminan
decidiendo la ventura o la desventura de la población sometida. Características
mitológicas muy marcadas, que nos remiten principalmente al Mito del Minotauro, encontramos también
en el cuento titulado Sopor eterno, un extenso recorrido
por un tortuoso reino onírico, realizado por un epiléptico personaje principal,
con el objetivo de llevarle unas medicinas a su abuela. Un relato que presenta
características, más que fantásticas, si se quiere extrañas, al que podríamos
calificar incluso con el término rubendariano de “raro”, es el titulado Piezas,
donde se cuenta la historia de un desdichado joven que poseía la facultad de
intercambiarse los órganos de su cuerpo, como si se tratase de piezas de un
rompecabezas. Hay otro relato, emparentado con lo distópico, que perfectamente
podríamos calificar de ciencia ficción, el que lleva por título Escupiendo
sangre, un cuento que mucho me recordó al ambiente de la película Mad Max, y que cuenta una serie
de combates armados a los que se enfrenta un guitarrista espacial. Podríamos
cerrar el bloque de los cuentos con este tipo de características con Ella,
la narración más breve de la obra, centrada en la historia fantástica de una
pintura que cobra vida, otra ficción que no podemos dejar de emparentar con ciertos
símbolos de la literatura, como El
retrato de Dorian Gray, la memorable novela de Oscar Wilde.
Pero
si bien es algo constatable el predominio dentro de la obra de ficciones
fantásticas, futuristas, cercanas a la ciencia ficción y a las distopías, encontramos
también algunas que podríamos denominar realistas y hasta costumbristas, como
por ejemplo la titulada La última habitación a la izquierda,
que nos cuenta lo que parecía iba a ser el último día de Rozo, un escritor
mediocre con pensamientos suicidas idolatrado por jóvenes universitarios. Otro
cuento que se cimenta en la realidad, que tiene como telón de fondo un contexto
histórico y unos personajes reconocibles, como Diego Rivera o Chavela Vargas,
es el titulado El Bolero de Frida. Aunque para ser justos, es necesario decir
que este relato, cuya protagonista es la pintora mexicana Frida Kalo, no deja
de tener también elementos como los que caracterizan a los que unifiqué dentro del
primer bloque. La habitación morada, sí es un cuento de características
puramente realistas, que narra el regreso de Antonio, un personaje atormentado,
a la casa de las hermanas Rojas. Se trata de un relato que, por su temática,
fácilmente lo podríamos calificar, sirviéndonos de un título quiroguiano, como
un cuento de amor de locura y de muerte.
Hay
dos cuentos que yo dejaría por fuera de los grupos a los que me referí. El
titulado La flor de lúpulo que, con sus castillos, verdugos, brebajes
mágicos y doncellas cautivas, tiene todos los ingredientes de un relato
medieval, donde no falta el sexo, los soldados corruptos y también los
asesinatos. Y finalmente el cuento que da nombre a la obra, El amor de los enciclopedistas,
una historia contada en primera persona por Umberto, un anciano enciclopedista
misógino, habitante de una antigua abadía italiana, que nos relatará el fugaz
encuentro intelectual y amoroso que tuvo con una investigadora que lo admiraba.
Es inevitable que como lectores recordemos con este texto al gran Umberto Eco y
a su novela El nombre de la Rosa.
Me
retiro diciendo que El amor de los enciclopedistas, es otra excelente muestra de la
nueva narrativa colombiana. Un libro disfrutable, escrito a la sombra de las
diferentes manifestaciones artísticas, donde el autor supo plasmar con
magisterio su valioso universo cultural.
Fernando Chelle
San
José de Cúcuta, 16 de enero de 2019
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