Oswaldo
Carvajalino Duque, el arquitecto de las palabras
En
la inauguración de una biblioteca pública en Fuente Vaqueros, su pueblo natal, en
septiembre de 1931, el poeta español Federico García Lorca leyó un manifiesto a
favor de los libros y la lectura que comenzaba diciendo: "Cuando alguien
va al teatro, a un concierto o a una fiesta de cualquier índole que sea, si la
fiesta es de su agrado, recuerda inmediatamente y lamenta que las personas que
él quiere no se encuentren allí. 'Lo que le gustaría esto a mi hermana, a mi
padre', piensa, y no goza ya del espectáculo sino a través de una leve
melancolía…”. Algo muy similar a lo que expresan las palabras del gran poeta
granadino, fue lo que yo experimenté al leer los “Relatos ocañeros” del
escritor Oswaldo Carvajalino Duque. De inmediato
recordé a mis amigos de Ocaña y pensé cuánto disfrutarían de la lectura de esta
obra. Porque por más que sea cierto que basta contar sobre tu aldea para contar
el mundo, es indudable que los textos de Carvajalino le resultarán más
disfrutables y significativos, por poner un ejemplo, a mi gran amigo Luis
Eduardo Páez, que a un potencial lector rumano. Pero más allá de lo disfrutable
que pueda llegar a ser la obra por la identificación de ciertos lugares o
personajes, el gran logro de Oswaldo Carvajalino fue hacer de Ocaña, no sólo un
lugar geográfico reconocible donde transcurren sus relatos, sino de transformar
esa ciudad en un espacio literario, convirtiéndola en territorio donde pasan a
fundirse lo real y lo imaginario. En este sentido, la obra de Carvajalino pasa
a ser tan importante para esa ciudad, como lo puede ser una casa, un parque o
un puente. Porque las ciudades, más allá de las cosas concretas o tangibles,
están hechas de historias, de anécdotas que viven en la memoria colectiva, de
relatos.
Siempre
en primera persona, desde un presente que le permite dar saltos en el tiempo,
sobre todo hacia el pasado, Carvajalino nos va contando, va sacando a flote,
una serie de historias que parecen haber vivido sumergidas en el subsuelo de la
memoria colectiva de ese municipio nortesantandereano. Con una prosa ágil y
clara, de un narrador que en ocasiones forma parte de la acción, y a veces se dedica
sólo a contar y a opinar, se van desarrollando los relatos. En ellos seremos
testigos de hechos como el de la soledad en que le tocó vivir a “Arita Ceballos”,
o del pasado opulento de una Ocaña que se resiste a desaparecer en entornos como
en el de “Las Conde Rizo”, o de otros personajes otrora encumbrados, que el
tiempo llevó a vivir encerrados en sí mismos, o en sus antiguas casonas
pobladas únicamente de recuerdos. Pero de muchas más cosas somos testigos en
estos relatos que suponen una representación del alma colectiva de los
ocañeros. Aquí está, como un telón de fondo en la historia de la provincia, el
enfrentamiento entre liberales y conservadores, ya sea que se presente en el
nombre de algún parque, llamado de una forma por unos y de otra por los otros,
en las amenazas de sus partidarios, o en las recordadas riñas a machetazo
limpio. Todo lo representativo de la vida de esta sociedad desfila por las
páginas del libro; las costumbres cotidianas, la forma de vestir de los
ocañeros, la gastronomía, la religiosidad y también la superstición. Aparecen
ancianos, artistas, solteronas, homosexuales, en fin, una pintura literaria de
una sociedad no exenta de contradicciones, con todas sus grandezas, pero
también, con todas sus miserias. Quien lea los “Relatos Ocañeros” de Oswaldo
Carvajalino”, podrá conocer, no la Ocaña Colombiana visible, histórica,
concreta, esa que nos encontramos más allá de los estoraques, sino la otra, la
mítica, la imaginaria, la que está hecha de recuerdos, de sueños, de palabras.
Fernando
Chelle
San
José de Cúcuta, 22 de junio de 2019
Presentación del libro en la Biblioteca Pública Julio Pérez Ferrero (Cúcuta), miércoles 4 de septiembre de 2019.
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