lunes, 19 de octubre de 2020

Encuentro Internacional de Escritores de Chiquinquirá 2020. Fernando Chelle "Un saludo a la literatura boyacense

 


Un saludo a la literatura boyacense

 

Por Fernando Chelle

 

Queridos amigos de La Fundación Cultural Jetón Ferro (presidente Raúl Ospina Ospina), para mí es un gusto poder participar en esta versión N° 41 del Encuentro Internacional de Escritores, un evento que, históricamente se ha desarrollado en el bello municipio de Chiquinquirá, pero que hoy, por las condiciones de salubridad que todos conocemos, nos reúne en el mundo virtual bajo el eslogan "Porque la palabra nos hace ciudadanos del mundo". Quiero saludar a las organizaciones culturales y literarias que este año, acompañan a la Fundación Cultural Jetón Ferro en la ejecución de este histórico encuentro de las letras: A la Academia Tolimense de la Lengua (presidente Efraín Vergel Alarcón); a la Academia Boyacense de la Lengua (presidente Gilberto Ávila Monguí), a la Corporación Literaria y Artística Escafandra (director Fernando Cely Herrán) y al Grupo Poético Esperanza y Arena (director Guillermo Quijano Rueda).

A todas estas entidades culturales me atan lazos afectivos y también de amistad con muchos de sus integrantes. Pero en esta breve intervención, que busca ser la apertura de un camino por donde transitarán numerosos poetas, me centraré únicamente en el vínculo intelectual que me une con las letras boyacenses. De manera que esta participación en el encuentro, intentará ser, más que un saludo, un reconocimiento a la Academia Boyacense de la Lengua.

Ese vínculo, bien lo podríamos ilustrar con la mención de tres nombres altamente significativos para mí: el gran poeta del Romanticismo colombiano, Julio Flórez (nacido en Chiquinquirá en 1867); el poeta y ensayista piedracielista, Carlos Martín (otro chiquinquireño de 1914); y el filósofo y crítico literario, Rafael Gutiérrez Girardot (que nació en Sogamoso en el año 1928).

No abordaré, críticamente, aquí, la obra de ninguno de estos  escritores, ojalá en el futuro se dé la oportunidad para poder compartir con todos ustedes, un ensayo titulado Huellas literarias más allá de las fronteras, un acercamiento personal que realicé a la vida y a la obra del poeta Carlos Martín; u otro ensayo, que lleva por título Poética del pensamiento, el arte de poetizar la filosofía, que intenta ser una respuesta, desde la crítica literaria, al estudio Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot.

Sí les contaré, brevemente, cuál ha sido mi relación con estos tres escritores boyacenses.

Julio Flórez fue uno de los poetas que primero llegó a mi existencia, y lo hizo en la voz del mago Carlos Gardel, el zorzal criollo. Nunca me hubiera imaginado en Uruguay, y en mi tierna infancia, cuando, bajo los árboles de paraíso del cerro, junto a mi abuelo, escuchábamos los tangos de Radio Clarín, que más de  treinta años después yo estaría en Colombia, y en el municipio donde nació el autor de “Mis flores negras”. Después, también la vida me iba a permitir visitar en Usiacurí, la casa donde dio su último suspiro ese gran escritor boyacense, y también conocer poemas memorables, por su factura estética. A veces pienso que si Julio Flórez hubiera escrito, además de Mis flores negras, únicamente; La araña, Abstracción y Todo nos llega tarde, ya tendría bien ganado un lugar de privilegio dentro de la historia de la poesía colombiana. 

A Carlos Martín lo conocí a través de la obra Vivir para contarla, las memorias (lamentablemente inconclusas) de Gabriel García Márquez, publicadas en 2002. Allí el premio Nobel colombiano se refiere a la importancia que tuvo Martín en la consolidación de su vocación de escritor. Nos cuenta que, en el año 1944, Martín ingresó como rector del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá donde él estudiaba. El tono confesional, claro y ameno de las memorias garciamarquianas, llevó a que me hiciera una imagen bastante clara del poeta, que más que poeta, declara García Márquez, parecía un abogado por su formalidad en el vestir. Lo imaginé caminando, con su bigote esmeradísimamente recortado y su frente despejada, por los pasillos de aquella institución. Contagiando a esos muchachos llenos de sueños literarios, recomendándoles la lectura de Flaubert, de Dumas, de Thomas Mann. Hablándoles, entre otros muchos temas, de los modernistas americanos y de la importancia de la figura de Rubén Darío para la poesía de nuestro continente y de nuestra lengua. Lo cierto es que, más allá de su importantísima obra propia, con su ejemplo, Carlos Martín posibilitó que aquel muchachito flaco y desalineado, que luego llegaría a la cumbre de la literatura mundial, escribiera su primer reportaje y publicara su primera creación literaria con el seudónimo de Javier Garcés, un poema titulado “Canción”.

Por último, me une a la figura del escritor boyacense Rafael Gutiérrez Girardot la pasión por la creación de ensayos de temas literarios. Comparto con él, el interés por algunos autores, sobre los cuales han corrido ríos de tinta por parte de la crítica especializada, como es el caso, por ejemplo, de Antonio Machado, o Jorge Luis Borges. Tanto es así que, luego de leer el ensayo Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot, se me ocurrió que sería muy interesante establecer una especie de diálogo, donde yo, desde la crítica literaria, pudiera responder a algunas ideas fundamentales desarrolladas allí por el autor nacido en Sogamoso. Ese fue el origen del ensayo ya referido, ese que lleva por título: Poética del pensamiento, el arte de poetizar la filosofía; donde finalmente pude dialogar un poco, desde la intelectualidad, con uno de los críticos literarios más importantes, no sólo de Colombia sino de Latinoamérica, teniendo como principal invitada, una de las voces poéticas más importantes de todos los tiempos, la de don Antonio Machado.    

Para finalizar, cerraré entonces mi participación de este año, no con un poema propio, sino con la lectura de un texto del gran escritor boyacense Carlos Martín, con la lectura del poema titulado “Otoño”. Un texto profundo, reflexivo y a su vez entusiasta, donde la grandeza del amor, uno de los temas fundamentales de su poesía, se sobrepone a la angustia, a las pequeñas muertes cotidianas.

 

 

Otoño

(De Carlos Martín)

 

Arregla los papeles. Es ya tiempo. No temas

al rigor del invierno. Aún hay fuego. Arde

un rescoldo de amor y al fulgor de la tarde

nacen aún los besos, los poemas.

 

Después de todo, mira, no importa, hemos vivido

al borde cotidiano del asombro,

una mirada basta, la voz con que te nombro

basta para olvidar la muerte y el olvido.

 

¿Para qué regresar en busca de la aldea

natal? El tiempo pasa. Si abres la ventana

de nuevo nace el mundo. Déjame que te vea

a la orilla del alma, real, mía, cercana.

 

Somos hambre, penumbra, testimonio de seres,

nada nos pertenece, somos rumor profundo

del prodigio que pasa. Escúchame, no esperes

nada más. Mira. Ama. Despídete del mundo.

 

Solo me resta desearles una larga vida a las letras boyacenses y también al Encuentro Internacional de Poesía de Chiquinquirá. Muchas gracias. 


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