Un saludo a la literatura boyacense
Por Fernando Chelle
Queridos
amigos de La Fundación Cultural Jetón Ferro (presidente Raúl Ospina Ospina),
para mí es un gusto poder participar en esta versión N° 41 del Encuentro
Internacional de Escritores, un evento que, históricamente se ha desarrollado
en el bello municipio de Chiquinquirá, pero que hoy, por las condiciones de salubridad
que todos conocemos, nos reúne en el mundo virtual bajo el eslogan "Porque
la palabra nos hace ciudadanos del mundo". Quiero saludar a las
organizaciones culturales y literarias que este año, acompañan a la Fundación
Cultural Jetón Ferro en la ejecución de este histórico encuentro de las letras:
A la Academia Tolimense de la Lengua (presidente
Efraín Vergel Alarcón); a la Academia Boyacense de la Lengua (presidente
Gilberto Ávila Monguí), a la Corporación
Literaria y Artística Escafandra (director Fernando Cely Herrán) y al
Grupo Poético Esperanza y Arena (director Guillermo Quijano Rueda).
A
todas estas entidades culturales me atan lazos afectivos y también de amistad
con muchos de sus integrantes. Pero en esta breve intervención, que busca ser
la apertura de un camino por donde transitarán numerosos poetas, me centraré
únicamente en el vínculo intelectual que me une con las letras boyacenses. De
manera que esta participación en el encuentro, intentará ser, más que un
saludo, un reconocimiento a la Academia Boyacense de la Lengua.
Ese
vínculo, bien lo podríamos ilustrar con la mención de tres nombres altamente
significativos para mí: el gran poeta del Romanticismo colombiano, Julio Flórez
(nacido en Chiquinquirá en 1867); el poeta y ensayista piedracielista, Carlos
Martín (otro chiquinquireño de 1914); y el filósofo y crítico literario, Rafael
Gutiérrez Girardot (que nació en Sogamoso en el año 1928).
No
abordaré, críticamente, aquí, la obra de ninguno de estos escritores, ojalá en el futuro se dé la
oportunidad para poder compartir con todos ustedes, un ensayo titulado Huellas literarias más allá de las fronteras,
un acercamiento personal que realicé a la vida y a la obra del poeta Carlos
Martín; u otro ensayo, que lleva por título Poética
del pensamiento, el arte de poetizar la filosofía, que intenta ser una
respuesta, desde la crítica literaria, al estudio Lírica y Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez
Girardot.
Sí
les contaré, brevemente, cuál ha sido mi relación con estos tres escritores
boyacenses.
Julio Flórez
fue uno de los poetas que primero llegó a mi existencia, y lo hizo en la voz
del mago Carlos Gardel, el zorzal criollo. Nunca me hubiera imaginado en
Uruguay, y en mi tierna infancia, cuando, bajo los árboles de paraíso del
cerro, junto a mi abuelo, escuchábamos los tangos de Radio Clarín, que más de treinta años después yo estaría en Colombia, y
en el municipio donde nació el autor de “Mis flores negras”. Después, también
la vida me iba a permitir visitar en Usiacurí, la casa donde dio su último
suspiro ese gran escritor boyacense, y también conocer poemas memorables, por
su factura estética. A veces pienso que si Julio Flórez hubiera escrito, además
de Mis flores negras, únicamente; La araña, Abstracción y Todo nos llega
tarde, ya tendría bien ganado un lugar de privilegio dentro de la historia
de la poesía colombiana.
A
Carlos Martín lo conocí a través de
la obra Vivir para contarla, las
memorias (lamentablemente inconclusas) de Gabriel García Márquez, publicadas en
2002. Allí el premio Nobel colombiano se refiere a la importancia que tuvo
Martín en la consolidación de su vocación de escritor. Nos cuenta que, en el
año 1944, Martín ingresó como rector del Liceo Nacional de Varones de Zipaquirá
donde él estudiaba. El tono confesional, claro y ameno de las memorias
garciamarquianas, llevó a que me hiciera una imagen bastante clara del poeta,
que más que poeta, declara García Márquez, parecía un abogado por su formalidad
en el vestir. Lo imaginé caminando, con su bigote esmeradísimamente recortado y
su frente despejada, por los pasillos de aquella institución. Contagiando a
esos muchachos llenos de sueños literarios, recomendándoles la lectura de
Flaubert, de Dumas, de Thomas Mann. Hablándoles, entre otros muchos temas, de
los modernistas americanos y de la importancia de la figura de Rubén Darío para
la poesía de nuestro continente y de nuestra lengua. Lo cierto es que, más allá
de su importantísima obra propia, con su ejemplo, Carlos Martín posibilitó que
aquel muchachito flaco y desalineado, que luego llegaría a la cumbre de la
literatura mundial, escribiera su primer reportaje y publicara su primera
creación literaria con el seudónimo de Javier Garcés, un poema titulado
“Canción”.
Por
último, me une a la figura del escritor boyacense Rafael Gutiérrez Girardot la pasión por la creación de ensayos de
temas literarios. Comparto con él, el interés por algunos autores, sobre los
cuales han corrido ríos de tinta por parte de la crítica especializada, como es
el caso, por ejemplo, de Antonio Machado, o Jorge Luis Borges. Tanto es así
que, luego de leer el ensayo Lírica y
Filosofía en Antonio Machado, de Rafael Gutiérrez Girardot, se me ocurrió
que sería muy interesante establecer una especie de diálogo, donde yo, desde la
crítica literaria, pudiera responder a algunas ideas fundamentales
desarrolladas allí por el autor nacido en Sogamoso. Ese fue el origen del
ensayo ya referido, ese que lleva por título: Poética del pensamiento, el arte de poetizar la filosofía; donde finalmente
pude dialogar un poco, desde la intelectualidad, con uno de los críticos
literarios más importantes, no sólo de Colombia sino de Latinoamérica, teniendo
como principal invitada, una de las voces poéticas más importantes de todos los
tiempos, la de don Antonio Machado.
Para
finalizar, cerraré entonces mi participación de este año, no con un poema
propio, sino con la lectura de un texto del gran escritor boyacense Carlos
Martín, con la lectura del poema titulado “Otoño”.
Un texto profundo, reflexivo y a su vez entusiasta, donde la grandeza del amor,
uno de los temas fundamentales de su poesía, se sobrepone a la angustia, a las
pequeñas muertes cotidianas.
Otoño
(De
Carlos Martín)
Arregla
los papeles. Es ya tiempo. No temas
al
rigor del invierno. Aún hay fuego. Arde
un
rescoldo de amor y al fulgor de la tarde
nacen
aún los besos, los poemas.
Después
de todo, mira, no importa, hemos vivido
al
borde cotidiano del asombro,
una
mirada basta, la voz con que te nombro
basta
para olvidar la muerte y el olvido.
¿Para
qué regresar en busca de la aldea
natal?
El tiempo pasa. Si abres la ventana
de
nuevo nace el mundo. Déjame que te vea
a
la orilla del alma, real, mía, cercana.
Somos
hambre, penumbra, testimonio de seres,
nada
nos pertenece, somos rumor profundo
del
prodigio que pasa. Escúchame, no esperes
nada
más. Mira. Ama. Despídete del mundo.
Solo
me resta desearles una larga vida a las letras boyacenses y también al
Encuentro Internacional de Poesía de Chiquinquirá. Muchas gracias.
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