El nuevo libro de
Fernando Chelle, sobre la poesía de Federico García Lorca
Prólogo del libro
“Algo así como un misterio”, de Fernando Chelle, obra que se publicará en el
mes de noviembre de 2020, después de que la revista Vadenuevo publique el
último artículo de una serie que el escritor uruguayo escribió sobre la poesía
del poeta andaluz.
Por Jorge Meléndez
Sánchez*
Fernando
es un disciplinado escritor satisfecho de su estadía en Colombia, no solo por
el prestigio que le sirve de presentación, sino también, por haber formado
familia con Priscila y, en mucho, cultivar raíces frescas que le permiten dar
turismo espiritual y seguir perteneciendo a la comunidad sin fronteras de la
ciencia y el arte. Muchos estudiantes y lectores lo “distinguen” en Cúcuta como
el poeta uruguayo, con el que intercambian cordialidad. Me uno a la gentileza de
todos los avecindados en la frontera colombo venezolana y a todos los amigos
que consideran saludable su presencia en eventos académicos y literarios.
La
revista La Joven Parca, Literatura y Revelación, ha incluido en su edición del
trimestre de agosto a octubre de 2020, unos poemas de Fernando Chelle, con un
resumen de su producción como crítico y como poeta, destacando los siete
idiomas en que lo han traducido. Respetable presentación en los medios
divulgativos de la literatura colombiana. La actividad del director-editor de
la revista, Jaime Gómez Nieto, ha cumplido una buena labor de presentación de
los exponentes de la literatura nacional e internacional.
Otra
persona que dedicó algún escrito de presentación de Fernando Chelle, fue el
colega José Miguel Alzate, quien, desde su mirador en Manizales, extiende la
mirada a los cuatro puntos cardinales del país, pero con centro en el entorno
del nevado del Ruíz. Con su sapiencia adquirida en muchos años de lectura y
escritura, ha dado la bienvenida al poeta. Con Alzate, me enteré por su
presentación en el suplemento “Imágenes”, del diario La Opinión de Cúcuta.
Últimamente, Alzate ha figurado como prolífico escritor por sus cuentos sobre
un pueblo encantado, nombre literario a su natal Aránzazu, y para mí, muy
especial, su presentación didáctica de una biografía de Gabriel García Márquez.
Como
conjugando todo con mis temas garciamarquianos, leí en la Gaceta Histórica de
la Academia de Historia del Norte de Santander, un ensayo selectivo sobre la
cuentística macondiana de Gabo, y Chelle se me hace muy recorrido por las
sabanas de la depresión momposina, donde empezó a ensayarse el concepto central
de la obra “Cien años de soledad”. Esto quiere decir, que la temática de la
cultura anfibia, lo ha compenetrado con la obra del Nobel y en esa anda. Yo
retribuyo con mi memoria, la presencia de Eduardo Galeano, en los años del
exilio, en las aulas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano, como continuidad de
las “Venas Abiertas de América Latina”, donde se mostraron elementos
contestatarios de la América Latina tratados en otra dimensión por el
observador caribeño.
Pero
el asunto que deseo tratar hoy, es el estudio de Chelle sobre Federico García
Lorca, “muerto legítimo del mundo, bastardo de España”, como lo dijera Jorge
Pacheco Quintero en su elegía, en los días del crimen, y que ha sido la
oportunidad para mostrar su capacidad analítica. El crítico idóneo muestra la
vocación pedagógica para actualizar la valoración del “poeta más leído en
lengua castellana”. Inicio la lectura y me remite, de inmediato, por enésima
vez, a la obra de Gabo, sin proponérselo, solo por asuntos de imaginación
asociativa.
Pareciera
que Chelle hubiese llegado en el acompañamiento de la tribu de Melquiades en
los días gloriosos de Macondo. Sus atuendos básicos y sus instrumentos de
trabajo, venían en cuadernos que iban registrando los pasos de los andariegos,
para encontrarles su gracia y su proyección. Buena labor, aparentemente
periodística, decididamente conciliada con los esquemas de la construcción del
concepto Macondo; una forma efectiva de llevar el idóneo aporte del compatriota
Rodó, con sus lustres metafísicos estampados en la nostalgia colonial, para ser
sometido a juicio en los hornos de la mitología.
En
el desfile de los gitanos, ingresados a las calles polvorientas del mundo
establecido por los desplazados de las tierras disecadas por los alisios
ecuatoriales, forjó Chelle su devoción por la creación literaria, observante de
los protocolos políticos objetivos que permiten desgranar el manifiesto
universal que propuso Gabo. Los gitanos fueron puente y concordia por aquellos
años de construcción y dejaron huella imborrable. Representaron el aporte de
una tribu negada a la modernidad y dueña de lo indispensable, para actuar en la
tierra sin entregar la dote de su cultura, la belleza de su estampa armoniosa
en el canto y en la danza, cargados de nostalgias y pletóricos de vitalidad y
encanto.
Cuando
Macondo quedó en cenizas, la amargura no fue nostalgia sino promesa de
construir lo propio. Empresa difícil, pero, al fin, nuestra. Y ahora, volviendo
a mi tema de hoy, Fernando Chelle tiene la excusa de los gitanos para
mostrarnos a Federico García Lorca, el poeta que encontró en los gitanos el
acicate de su poesía y de su forma de proyectar la vida.
Sinceramente,
no tengo mucho que agregar, porque ni estoy para debates, ni me siento animado
a proponerlos. Quiero, eso sí, destacar que Chelle maneja muy bien la didáctica
para hablarnos de las generaciones de poetas del 98 y del 27, como se conocen
en España, los mejor logrados de la musa que antecedió la vida republicana. Ese
país, que de ultramontano pasaba a establecer linderos políticos en momentos
claves, frente al avance de envalentonados autoritarios del centro europeo y
del Mediterráneo, pronto asustó con las posibilidades democráticas, desafiando
tradición y miedo aumentado. La República española, fortalecida con una cosecha
de pensadores de todas las tendencias, facilitó la condena de quienes veían
amenazados antiguos privilegios conectados con el país de los anti democráticos,
que ya no ganaba elecciones; un desorden fue la clasificación que denunciaron
para señalar a los exaltados comunistas, todavía, marcados por el vanguardismo
y la impronta que Stalin proponía.
La
contienda tomó la polarización insuficiente por la vía electoral y, ante los
hechos, desde el aeródromo de Jaca, en los Pirineos españoles, Francisco Franco
desafió y venció a los soldados que permanecieron leales a la República. Bien
se decía que la guerra civil española fue un símbolo de pasión y de resistencia,
pues, a última hora, se peleó con civiles, resueltos a entregar la vida con más
tinte de mártires que de héroes. Los pocos sobrevivientes de aquella horrible
sangría, en la recepción del siglo XXI, me parecieron almas en pena por sus
pecados de memoria, en la gesta que los dejó tendidos.
La
guerra que narró André Malraux, como antropólogo y novelista, dejó la sensación
de la indispensable autocrítica de los republicanos, que perdieron en medio de
la multiplicación de mandos. También, recordaba el escritor las insuficiencias
políticas con los extremismos enfrentados a creencias ancestrales donde la
alteración de la tranquilidad escamotea los ánimos. Por si fuera poco, los
historiadores destacan la batalla de Madrid, donde hasta los intelectuales
cargaron carabina como corderos animados, y la batalla de Teruel, como la
sangría espeluznante, ganada por quienes, desde la radicalizada derecha,
contaban con “la neutralidad” de las empresas petroleras para los suministros
oportunos; la confianza en la estrategia del combate, dependía más de adecuados
abastecimientos que de argumentos y pasiones.
En
los comienzos de la contienda civil española, cuando ya se mostraban los
dientes los extremismos de toda Europa, la experiencia en Granada daba para
mirar con nervios el desenlace en otras regiones. La voz de la guerra llegaba
solapada con su camuflaje básico, que facilitaba la victimización selectiva.
Ahí fue, cuando utilizando rumores, llegaron a ultimar al autor que de tanta
armonía ganaba fama, consideraba el derecho ciudadano dentro de las libertades
del arte y con mucho lustre personal; con el tiempo han dicho que el crimen
vino de sus vecinos de la Casa de Alba, pero, nada distrae el cargo que de la
intolerancia se desprendía, entre los desafiantes ultras de la tradición.
Con
la muerte de García Lorca, la revuelta franquista, anunciaba su tétrico telón
de fondo para los decenios siguientes. Nadie entendía aquel designio de las
cavernas. Contrasta aquel recuerdo con la mención del poeta casi un siglo
después, llegando a los núcleos culturales con admiración y solidaridad, que
invita a la lectura de su obra.
Después
del retorno de España a la vida democrática, después de la oscura noche, como
rezan los agudos críticos de la península, García Lorca retorna a su memoria al
símbolo propio de los españoles de todas las condiciones. Quienes antes se
incomodaban con sus logros, ahora, celebran la producción poética que alegra la
vida. Lo interesante para nosotros, es la debida explicación del genio que nos
llega de aporte, en la visión del especialista uruguayo que reside en Colombia
desde hace unos años.
La
presente obra sobre García Lorca, renueva el aire del “Romancero Gitano” y
establece, de la mano de Fernando Chelle, un puente de evaluación y divulgación
para las nuevas generaciones. Quienes quieran encontrar la lectura del poeta,
debidamente fundamentada, bien pueden sentirse invitados con esta nueva obra.
Solo resta desearle los mejores logros con la publicación del trabajo.
*Jorge Meléndez Sánchez, nació en
Ocaña (Colombia) el 31 de diciembre de 1945. Realizó estudios universitarios en
la Universidad Nacional de Colombia, donde se recibió de Licenciado en
Filosofía y Letras con especialización en Historia. También realizó estudios de
posgrado en dicha universidad. Se desempeñó como profesor del Departamento de
Ciencias Sociales de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha publicado cerca de
cincuenta títulos desde 1979.
Artículo publicado en la Revista digital Vadenuevo https://new.vadenuevo.com.uy. Montevideo, Uruguay.
Razon tiene Jorge Meléndez en considerar el desatino de sus paisanos Ocañeros...al desconocer la enorme dimensión de su monumental obra publicada y la profundidad del conocimiento que la sustenta.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Oswaldo. Un abrazo grande.
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