martes, 8 de noviembre de 2016

A donde estés




(Ejercitando el estilo epistolar con destinatario libre)
Por: Fernando Chelle

Querida Bola 8. Desde que te perdiste, o te robaron, o te escondiste, los encuentros con mis amigos no han vuelto a ser los mismos. Tú eras el alma del juego y de ti dependían nuestras desdichas o alegrías. Disfrutábamos de ir metiendo una a una a tus compañeras, lisas o rayadas según el caso y luego sí, encontrarnos solos contigo. Soy consciente de cómo se transformaban nuestros rostros al ir ganando terreno hacia ti, al escuchar el sonido de las otras bolas cayendo por el riel interno de la mesa, hasta que se detenían con un sonido profundo. Debíamos cuidarte, porque la perdición total dependía de cómo se te tratara. Si por algún infortunio llegabas a caer en un hoyo equivocado ya nada se podía hacer y todo estaba perdido. Ni la roja, ni la amarilla, tanto lisa como rayada se asemejan a ti. Quizá el negro con que te vistes, sea un símbolo ambiguo, no solo de muerte, porque indudablemente eres alguien que en un mismo momento matas a un contendor y le das vida, alegría, gloria, a otro.
El domingo de mañana, cuando quise ubicar todas las bolas en el triángulo y no estabas tú, sentí en mi pecho un vacío profundo. Pensé en tu vida, en lo que seguramente fuiste antes de vivir conmigo en esta misma casa, y por supuesto, me pregunté dónde estarías. Cerré los ojos y me transporté al África profunda. Allí, una elefanta trataba por todos los medios de sacar de un pantano a su pequeño hijo, donde había caído, quizá por curiosidad o por intrepidez. A lo lejos, en la sombra de un árbol que no pude identificar su especie, descansaba un elefante de grandes colmillos. Allí, sin saberlo, potencialmente, te encontrabas tú, Bola. Obviaré en estas líneas la imagen violenta e inhumana que me tocó presenciar cuando a aquel gigante sobreviviente al siglo de las máquinas se lo despojó de sus colmillos. Vi a las máquinas, despojar, matar, pero también transformar, crear, y de alguna manera dar vida. No me refiero a la vida de lo inerte, sino a la vida de los que a partir de creaciones como tú, por momento renacemos de esta muerte constante en que vivimos, con pulmones, con pies y con manos. Pero bueno, no te he escrito para hablar de mí, y ni siquiera para hablar de ti, quizá me distraje contándote mis pensamientos. Lo que marca este momento es tu ausencia. Hoy en la mañana, mientras aprontaba el mate, me pregunté si no te habrías ido a juntar con tus hermanas. Quizá este pensamiento se debió a que en la última imagen que recuerdo de tu proceso de gestación, tú te encontrabas con muchas bolas iguales a ti. Eran todas bolas 8, negras, brillantes, sin ningún tipo de uso. Se les notaba en la apariencia que nunca habían sido picadas por las cabezas azules de tiza de los tacos, que nunca habían chocado contra otras bolas, ni contra baranda alguna, ni tampoco habían bajado por canales internos de mesas desconocidas, en una especie de tobogán conducente a la nada momentánea, al silencio, a la oscuridad y a la quietud. Para irme despidiendo, Bola, te cuento algo que estoy seguro que te resultará gracioso. Alejandro, mi viejo amigo, al que tú conoces tanto como yo, el que una vez te escondió, lo recuerdas, ese mismo, me dio una idea, me planteó una solución transitoria. Él dice que a falta de tu presencia podríamos elegir otra bola que te suplante y otorgarle el cargo simbólico de bola 8, o sea, el cargo que solo tú estás destinada a ocupar. Esto indudablemente traería un problema, porque ya sea que elijamos para ocupar tu cargo a una bola lisa o a una rayada, uno de los equipos, o de los jugadores, quedaría con una bola menos. Yo entiendo la propuesta de Alejandro, y quieres que te sea sincero, Bola, y no quiero que te enojes por esto, la propuesta de Alejandro, a mí ya se me había ocurrido. Por esto te escribo, casi suplicándote para que aparezcas, para que muestres nuevamente tu hermosa cara negra en este sitio. Porque sabes qué, Bola, yo quiero seguir jugando, contigo o sin ti. Tú sabes que aquí te espero y que cuando regreses tendrás tu puesto, pero si no lo haces, la vida continuará.
Sin más que decir, y esperando esperanzadamente tu feliz regreso, te saluda atentamente, tu antiguo dueño,

Fernando

# PUENTEMIAU
Narraciones breves del laboratorio literario debajo del puente
GATO MALTRECHO EDITORIAL

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